Antes de enseñar
cualquier cosa a quien sea, al menos es necesario conocerlo. ¿Quién entra hoy a
la escuela, al colegio, al liceo, a la universidad?
I
Este nuevo escolar, esta joven
estudiante nunca ha visto un ternero, una vaca, un marrano ni una
pollada. En 1900, la mayoría de los humanos en el planeta se ocupaban de
la labranza y del pastoreo; en 2010, Francia como los países análogos, ya sólo
cuenta con el uno por ciento de campesinos. Sin duda es necesario ver acá
una de las más inmensas rupturas de la historia, desde el neolítico.
Antaño referida a las prácticas geórgicas, la cultura cambia. Aquella o
aquel que os presento ya no vive en compañía de los vivientes, ya no habita la
misma Tierra, no tiene pues la misma relación con el mundo. Él o ella ya
sólo ven la naturaleza arcadiana de las vacaciones, del ocio y del turismo.
Habita en la ciudad. Sus
predecesores inmediatos, en más de la mitad, vivían en los campos. Pero
se ha vuelto sensible a las cuestiones del entorno. Prudente, polucionará
menos que nosotros, adultos inconscientes y narcisistas. No tiene ya el
mismo mundo físico y vital, ni el mismo mundo en número, dado que la demografía
repentinamente ha saltado a cerca de siete mil millones de humanos.
Su esperanza de vida es al menos de
ochenta años. El día de su matrimonio, sus bisabuelos se habían jurado
fidelidad por apenas diez años. Que él o ella busquen vivir juntos ¿será
que acaso lo van a jurar por sesenta y cinco años? Sus padres a los
treinta años heredaban, ellos esperarán la vejez para recibir ese legado. No tienen la misma vida, no viven ya las mismas edades, no conocen ya ni el
mismo matrimonio ni la misma transmisión de bienes.
Desde hace sesenta años —intervalo
único en nuestra historia— él y ella no han conocido la guerra, y pronto ni sus
dirigentes ni sus maestros. Beneficiarios de los progresos de la
medicina, y en farmacia de los antiálgicos y anestésicos, estadísticamente
hablando han sufrido menos que sus predecesores. ¿Han tenido
hambre? Ahora bien, ya fuera religiosa o laica, toda moral se resumía en
ejercicios destinados a soportar un dolor inevitable y cotidiano: enfermedades,
hambre, crueldad del mundo. No tienen pues ni el mismo cuerpo ni la misma
conducta; ningún adulto ha sabido ni podido inspirarles una moral adaptada.
Mientras que sus padres fueron
concebidos a ciegas, su nacimiento fue programado. Como, para el primer
niño, la edad media de la madre ha progresado entre diez y quince años, los
maestros ya no encuentran padres de alumnos que sean de la misma
generación. No tienen pues los mismos padres; al cambiar de sexualidad,
su genitalidad se transformará.
Mientras que sus predecesores se
reunieron en clases o en anfiteatros homogéneos culturalmente, ellos estudian
en el seno de un colectivo donde se codean de aquí en adelante muchas
religiones, lenguas, orígenes y costumbres. Para ellos y sus docentes, el
multiculturalismo es de regla hace algunos decenios. ¿Durante cuánto
tiempo más tendrán que cantar el innoble “sangre impura” ,
con referencia a los extranjeros?
Ya no tienen el mismo mundo mundial,
tampoco el mismo mundo humano. En torno a ellos las hijas y los hijos de
inmigrantes, venidos de países menos ricos, han vivido experiencias vitales
inversas.
Balance temporal: ¿Qué
literatura, qué historia comprenderán ellos, felices, sin haber vivido la
rusticidad, los animales domésticos y la cosecha de verano, diez conflictos,
heridos, muertos y hambrientos, cementerios, patria, bandera ensangrentada,
monumentos a los muertos, sin haber experimentado en el sufrimiento, la
urgencia vital de una moral?
II
Esto
por el cuerpo; ahora veamos para el conocimiento.
Sus ancestros cultos tenían, tras
ellos, un horizonte temporal de algunos miles de años, adornado por la
prehistoria, las tabletas cuneiformes, la Biblia judía, la antigüedad
grecolatina. De acá en adelante en miles de millones de años, su horizonte
temporal se remonta a la barrera de Planck, pasa por la acreción del planeta,
la evolución de las especies, una paleo-antropología millonaria. Dado que
no habitan el mismo tiempo, entrarán en otra historia.
Han sido formateados por los media, difundidos por adultos
que meticulosamente han destruido su facultad de atención al reducir la
duración de las imágenes a siete segundos y el tiempo de las respuestas a las
preguntas a quince segundos, según las cifras oficiales; en los que la palabra más
repetida es “muerte” y la imagen más frecuente la de los cadáveres. Desde
los doce años, estos adultos de los media,
los forzan a ver más de veinte mil asesinatos.
Están formateados por la publicidad;
nosotros los adultos hemos duplicado nuestra sociedad del espectáculo con una
sociedad pedagógica cuya competición aplastante, vanidosamente inculta, eclipsa
la escuela y la universidad. Para el tiempo de escucha y de visión, la
seducción y la importancia, los mass-media se han apoderado desde hace tiempo de
la función de enseñanza. Los maestros se han vuelto los menos escuchados
de todos esos institutores. Criticados, despreciados, vilipendiados,
puesto que mal pagados.
Ellos habitan pues lo virtual.
Las ciencias cognitivas muestran pues que el uso de la red, lectura o escritura
de corrido de mensajes, consultas de Wikipedia o de Facebook, no excitan las
mismas neuronas ni las mismas zonas corticales que el uso del libro, del ábaco
o del cuaderno. Pueden manipular muchas informaciones a la vez. No
conocen, ni integran, ni sintetizan como sus ascendientes. No tienen pues
la misma cabeza.
Por teléfono celular acceden a todas
las personas; por GPS, a todos los lugares; por la red, a todo el saber;
frecuentan pues un espacio topológico de vecindarios, mientras que nosotros
habitamos un espacio métrico, referido por distancias. Ya no habitan el
mismo espacio. Sin que nos demos cuenta, un nuevo humano nació, durante
un intervalo breve, ese que nos separa de la Segunda Guerra mundial. Él o
ella no tiene el mismo cuerpo, la misma esperanza de vida, ya no habita el
mismo espacio, no se comunica más de la misma manera, no percibe ya el mismo
mundo exterior, no vive en la misma naturaleza; nacido bajo epidural y con
nacimiento programado, no le teme a la misma muerte, bajo cuidados
paliativos. Al no tener la misma cabeza de sus padres, él o ella conoce de otra manera.
Escriben de otra manera. Al
observarlos, con admiración, enviar más rápidamente de lo que yo nunca podría
hacerlo con mis gordos dedos, enviar (digo) SMS con los dos pulgares, los he
bautizado —con la más grande ternura que pueda expresar un abuelo— Pulgarcita y
Pulgarcito. Este es su nombre, más bonito que la vieja palabra,
pseudo-científica, de dáctilo.
No hablan la misma lengua. Desde
Richelieu, la Academia francesa publica, más o menos cada cuarenta años, para
referencia, el diccionario de la nuestra. En los siglos precedentes la
diferencia entre dos publicaciones se establecía en torno a cuatro o cinco mil
palabras, cifra más o menos constante; entre la precedente y la próxima, será
de alrededor de treinta mil. A este ritmo lingüístico, se puede adivinar
que, en pocas generaciones, nuestros sucesores podrían encontrarse tan
separados de nosotros como nosotros lo estamos del antiguo francés de Chrétien
de Troyes o de Joinville. Este gradiente da una indicación casi
fotográfica de los cambios más importantes que he descrito. Esta inmensa
diferencia, que afecta a todas las lenguas, tiene que ver en parte con la
ruptura entre los oficios de los años cincuenta y los actuales.
Pulgarcita y su hermano no se desloman en los mismos trabajos. La lengua
cambió, el trabajo mutó.
III
El
individuo
Michel Serres. Bio -Bibliografía.
Mejor aún, helos
convertidos en individuos. Inventado por san Pablo, a comienzos de
nuestra era, el individuo acaba solamente de nacer por estos días. ¿Nos
damos cuenta hasta qué punto vivíamos de pertenencias, de antaño hasta hace
poco? Colombiano, católicos o judíos, antioqueños o costeños, ricos o
pobres, mujeres o varones… pertenecíamos a regiones, a religiones, a culturas,
rurales o aldeanas, a grupos singulares, a comunas locales, un sexo, la
patria. Por los viajes, las imágenes, la red, las guerras abominables,
esos colectivos han explotado casi todos. Los que subsisten continúan en
la actualidad, rápidamente, estallando.
El individuo ya no sabe
vivir en pareja, se divorcia; no sabe mantenerse en clase, se mueve y conversa;
no se reza en la parroquia; los futbolistas ya no saben conformar una
selección; ¿saben nuestros políticos aún construir un partido? Se dice
por todas partes que han muerto las ideologías; son más bien las pertenencias
que ellas reclutaban las que se han desvanecido.
Este individuo recién
nacido anuncia más bien una buena nueva. Si balanceamos los
inconvenientes del egoísmo y los crímenes de guerra cometidos por y para la libido de pertenencia —centenares de millones
de muertos—, quiero con amor a estos muchachos.
Dicho esto, queda por
inventar nuevos lazos. Testimonio de ello el reclutamiento de Facebook,
casi equipotente con la población del mundo.
Como un átomo sin
valencia, Pulgarcita está desnuda. Nosotros, adultos, no hemos inventado
ningún lazo social nuevo. La empresa de la crítica y de la sospecha más
bien los desconstruye.
Rarísimas en la
historia, estas transformaciones que yo llamo hominescentes, crean (en medio de
nuestro tiempo y de nuestros grupos) una grieta tan ancha que pocas miradas la
han medido en su verdadero tamaño.
Repito que yo la comparo
con las que intervinieron en el neolítico, en la aurora de la ciencia griega, a
comienzos de la era cristiana, a fines de la Edad Media y en el Renacimiento.
En el borde de debajo de
esta falla, tenemos a los muchachos a los que pretendemos darles enseñanza, en
el seno de marcos que datan de una época que ya no reconocen; edificios, cursos
de recreación, aulas de clase, pupitres, tableros, anfiteatros, campus, bibliotecas,
laboratorios incluso, incluso iba a decir: saberes… marcos que datan, digo, de
una edad y adaptados a una era en la que los hombres y el mundo eran lo que ya
no son.
IV
Hagámonos por ejemplo tres preguntas: ¿Qué
transmitir? ¿A quién transmitírselo? ¿Cómo transmitirlo?
¿Qué transmitir? ¡El saber!
Antiguamente y hasta hace poco, el saber tenía como
soporte el cuerpo mismo del sabio, del aedo o del brujo. Una biblioteca
viviente… ese era el cuerpo enseñante del pedagogo. Poco a poco el saber
se objetivó primero en rollos, vitelas o pergaminos, soporte de escritura;
luego, desde el Renacimiento, en los libros de papel, soportes de la imprenta;
finalmente, hoy, en la red, soporte de mensajes y de información.
La evolución histórica de la pareja soporte-mensaje es una buena variable de la función de
enseñanza. De repente,
la pedagogía cambió tres veces: con la escritura, los griegos inventaron la paideia; tras la imprenta,
pulularon los tratados de pedagogía. ¿Hoy? Repito. ¿Qué transmitir? ¿El
saber? Pero cómo si está por todas partes en la red, disponible,
objetivado. ¿Trasmitirlo a todos? De acá en adelante todo el saber
es accesible a todos. ¿Cómo transmitirlo? Pues ya está hecho.
Con el acceso a las personas, por medio del teléfono
celular, con el acceso a todos los lugares, por el GPS, el acceso al saber está
de ahora en adelante abierto. De cierta manera, está siempre
y por todas partes ya transmitido. Objetivado
ciertamente, pero además distribuido. No concentrado. Vivimos
en un espacio métrico, digo, referido a centros, a concentraciones. Una
escuela, una clase, un campus,
un auditorio, todas concentraciones de personas, estudiantes y profesores,
libros en bibliotecas, muy grandes se dice a veces, de instrumentos en los
laboratorios… ese saber, esas referencias, esos libros, esos
diccionarios… helos distribuidos por todas partes y, en particular, en tu
casa; mejor aún, en todos los lugares a los que se desplace; de donde estéis
podéis contactar vuestros colegas, vuestros alumnos, por donde ellos pasen; os
responden fácilmente.
El antiguo espacio de
las concentraciones —incluso este en el que hablo y en el que Uds. me escuchan;
¿qué hacemos nosotros aquí?— se diluye, se difunde; vivimos, acabo de decirlo,
en un espacio de vecindades inmediatas pero, además, distributivo. Podría
incluso estar hablándoos desde mi casa, y vosotros me escucharíais en las
vuestras.
Sobre todo no digáis que
al alumno le faltan funciones cognitivas que permitan asimilar el saber así
distribuido, puesto que precisamente, esas funciones se transforman con el
soporte. Por la escritura y la imprenta, la memoria por ejemplo mutó a
tal punto que Montaigne quería una cabeza bien hecha más bien que una cabeza
bien llena. Esta cabeza mutó.
De la misma manera pues
que la pedagogía fue inventada (paideia) por los griegos, en el momento
de la invención y la propagación de la escritura; así mismo como ella se
transformó cuando emergió la imprenta en el Renacimiento; así mismo la
pedagogía cambia totalmente con las nuevas tecnologías.
Y lo repito, ellas no son sino una variable cualquiera en
medio de la decena o la veintena que he citado o que podría enumerar.
Este cambio tan decisivo de la enseñanza —cambio
repercutido sobre el espacio entero de la sociedad mundial y del conjunto de
sus desuetas instituciones, cambio que no solo toca, y de lejos, a la enseñanza
solamente, sino también sin duda al trabajo, la política y el conjunto de
nuestras instituciones— sentimos que tenemos una necesidad urgente de hacerlo,
pero todavía estamos aún lejos; probablemente porque los que arrastran aún en
la transición entre los últimos estados, no se han jubilado aún, mientras que
diligencian las reformas, siguiendo modelos desde hace tiempos desvanecidos.
Habiendo enseñado durante cuarenta años en casi todas las
latitudes del mundo donde esa grieta se abre tan ampliamente como en mi propio
país, he padecido, he sufrido esas reformas como pegotes en piernas de madera,
remiendos; ahora bien, los pegotes dañan la tibia como los remiendos desgarran
aún más el tejido que buscan consolidar.
Sí, vivimos un período comparable a la aurora de la paideia, luego de que los
griegos aprendieron a escribir y a demostrar; comparable al Renacimiento que
vió nacer la impresión y aparecer el reino del libro; período incomparable sin
embargo, puesto que al mismo tiempo que esas técnicas mutan, el cuerpo se
metamorfosea, cambian el nacimiento y la muerte, el sufrimiento y la curación,
el propio ser-en-el-mundo, los oficios, el espacio y el hábitat.
- V -
Envío
Frente a estas
mutaciones, sin duda conviene inventar inimaginables novedades, por fuera de
los marcos desuetos que formatean aún nuestras conductas y nuestros
proyectos. Nuestras instituciones lucen con un brillo que se parece,
actualmente, al de esas constelaciones de las que los astrofísicos nos
enseñaron antaño que estaban ya muertas desde hacia mucho tiempo.
¿Por qué no han
aparecido estas novedades? Acuso a los filósofos (entre los que me
incluyo), gentes que tienen por oficio anticipar el saber y las prácticas por
venir, y que han (como yo) fallado en su tarea. Comprometidos en la
política del día a día, no vieron venir lo contemporáneo. En efecto, si
yo hubiera tenido que bosquejar el retrato de los adultos (de los que hago
parte) hubiera sido menos embellecedor.
Me gustaría tener
dieciocho años, la edad de Pulgarcita y de Pulgarcito, puesto que todo está por
rehacerse, no, puesto que todo hay que hacerlo. Deseo que la vida me deje
suficiente tiempo como para trabajar en ello aún, en compañía de estos pequeños
a los que he consagrado mi vida, porque los he amado siempre respetuosamente.
Bio-bibliografía de Michel Serres
Michel Serres (1930 - ), filósofo, escritor, ensayista y
académico francés, autor de una obra multiforme que comprende la historia de
las ciencias, la filosofía y la literatura, y centrada en un primer momento en
torno a la cuestión de la comunicación.
tr. por
Luis Alfonso Paláu, Medellín mayo 22 de 2011.
Luis Alfonso Paláu Castaño: Profesor Titular jubilado de la Facultad de
Ciencias Humanas y Económicas de la Universidad Nacional, sede Medellín.
Profesor de Historia de las ciencias de la Escuela de estudios filosóficos y
culturales de la misma Facultad. Licenciado en Filosofía y Letras de la
Universidad Pontificia Bolivariana. Magíster en Historia de las ciencias del
Instituto de Historia de las ciencias y de las técnicas de París. Doctor en
Historia y filosofía de las ciencias de la Universidad de París I
(Sorbona-Panteón). Fundador en 1980, y coordinador hasta 2004, del primer
Seminario permanente en Colombia de Historia de la biología. Ha hecho cuatro
lecturas en seminario de las obras de Michel Serres.
En este momento el libro de Pulgarcita está a la espera de algún editor u organización que desee publicar su traducción.
Links de entrevistas y otras notas de interés
Antes de enseñar
cualquier cosa a quien sea, al menos es necesario conocerlo. ¿Quién entra hoy a
la escuela, al colegio, al liceo, a la universidad?
I
Este nuevo escolar, esta joven
estudiante nunca ha visto un ternero, una vaca, un marrano ni una
pollada. En 1900, la mayoría de los humanos en el planeta se ocupaban de
la labranza y del pastoreo; en 2010, Francia como los países análogos, ya sólo
cuenta con el uno por ciento de campesinos. Sin duda es necesario ver acá
una de las más inmensas rupturas de la historia, desde el neolítico.
Antaño referida a las prácticas geórgicas, la cultura cambia. Aquella o
aquel que os presento ya no vive en compañía de los vivientes, ya no habita la
misma Tierra, no tiene pues la misma relación con el mundo. Él o ella ya
sólo ven la naturaleza arcadiana de las vacaciones, del ocio y del turismo.
Habita en la ciudad. Sus
predecesores inmediatos, en más de la mitad, vivían en los campos. Pero
se ha vuelto sensible a las cuestiones del entorno. Prudente, polucionará
menos que nosotros, adultos inconscientes y narcisistas. No tiene ya el
mismo mundo físico y vital, ni el mismo mundo en número, dado que la demografía
repentinamente ha saltado a cerca de siete mil millones de humanos.
Su esperanza de vida es al menos de
ochenta años. El día de su matrimonio, sus bisabuelos se habían jurado
fidelidad por apenas diez años. Que él o ella busquen vivir juntos ¿será
que acaso lo van a jurar por sesenta y cinco años? Sus padres a los
treinta años heredaban, ellos esperarán la vejez para recibir ese legado. No tienen la misma vida, no viven ya las mismas edades, no conocen ya ni el
mismo matrimonio ni la misma transmisión de bienes.
Desde hace sesenta años —intervalo
único en nuestra historia— él y ella no han conocido la guerra, y pronto ni sus
dirigentes ni sus maestros. Beneficiarios de los progresos de la
medicina, y en farmacia de los antiálgicos y anestésicos, estadísticamente
hablando han sufrido menos que sus predecesores. ¿Han tenido
hambre? Ahora bien, ya fuera religiosa o laica, toda moral se resumía en
ejercicios destinados a soportar un dolor inevitable y cotidiano: enfermedades,
hambre, crueldad del mundo. No tienen pues ni el mismo cuerpo ni la misma
conducta; ningún adulto ha sabido ni podido inspirarles una moral adaptada.
Mientras que sus padres fueron
concebidos a ciegas, su nacimiento fue programado. Como, para el primer
niño, la edad media de la madre ha progresado entre diez y quince años, los
maestros ya no encuentran padres de alumnos que sean de la misma
generación. No tienen pues los mismos padres; al cambiar de sexualidad,
su genitalidad se transformará.
Mientras que sus predecesores se
reunieron en clases o en anfiteatros homogéneos culturalmente, ellos estudian
en el seno de un colectivo donde se codean de aquí en adelante muchas
religiones, lenguas, orígenes y costumbres. Para ellos y sus docentes, el
multiculturalismo es de regla hace algunos decenios. ¿Durante cuánto
tiempo más tendrán que cantar el innoble “sangre impura” ,
con referencia a los extranjeros?
Ya no tienen el mismo mundo mundial,
tampoco el mismo mundo humano. En torno a ellos las hijas y los hijos de
inmigrantes, venidos de países menos ricos, han vivido experiencias vitales
inversas.
Balance temporal: ¿Qué
literatura, qué historia comprenderán ellos, felices, sin haber vivido la
rusticidad, los animales domésticos y la cosecha de verano, diez conflictos,
heridos, muertos y hambrientos, cementerios, patria, bandera ensangrentada,
monumentos a los muertos, sin haber experimentado en el sufrimiento, la
urgencia vital de una moral?
II
Esto
por el cuerpo; ahora veamos para el conocimiento.
Sus ancestros cultos tenían, tras
ellos, un horizonte temporal de algunos miles de años, adornado por la
prehistoria, las tabletas cuneiformes, la Biblia judía, la antigüedad
grecolatina. De acá en adelante en miles de millones de años, su horizonte
temporal se remonta a la barrera de Planck, pasa por la acreción del planeta,
la evolución de las especies, una paleo-antropología millonaria. Dado que
no habitan el mismo tiempo, entrarán en otra historia.
Han sido formateados por los media, difundidos por adultos
que meticulosamente han destruido su facultad de atención al reducir la
duración de las imágenes a siete segundos y el tiempo de las respuestas a las
preguntas a quince segundos, según las cifras oficiales; en los que la palabra más
repetida es “muerte” y la imagen más frecuente la de los cadáveres. Desde
los doce años, estos adultos de los media,
los forzan a ver más de veinte mil asesinatos.
Están formateados por la publicidad;
nosotros los adultos hemos duplicado nuestra sociedad del espectáculo con una
sociedad pedagógica cuya competición aplastante, vanidosamente inculta, eclipsa
la escuela y la universidad. Para el tiempo de escucha y de visión, la
seducción y la importancia, los mass-media se han apoderado desde hace tiempo de
la función de enseñanza. Los maestros se han vuelto los menos escuchados
de todos esos institutores. Criticados, despreciados, vilipendiados,
puesto que mal pagados.
Ellos habitan pues lo virtual.
Las ciencias cognitivas muestran pues que el uso de la red, lectura o escritura
de corrido de mensajes, consultas de Wikipedia o de Facebook, no excitan las
mismas neuronas ni las mismas zonas corticales que el uso del libro, del ábaco
o del cuaderno. Pueden manipular muchas informaciones a la vez. No
conocen, ni integran, ni sintetizan como sus ascendientes. No tienen pues
la misma cabeza.
Por teléfono celular acceden a todas
las personas; por GPS, a todos los lugares; por la red, a todo el saber;
frecuentan pues un espacio topológico de vecindarios, mientras que nosotros
habitamos un espacio métrico, referido por distancias. Ya no habitan el
mismo espacio. Sin que nos demos cuenta, un nuevo humano nació, durante
un intervalo breve, ese que nos separa de la Segunda Guerra mundial. Él o
ella no tiene el mismo cuerpo, la misma esperanza de vida, ya no habita el
mismo espacio, no se comunica más de la misma manera, no percibe ya el mismo
mundo exterior, no vive en la misma naturaleza; nacido bajo epidural y con
nacimiento programado, no le teme a la misma muerte, bajo cuidados
paliativos. Al no tener la misma cabeza de sus padres, él o ella conoce de otra manera.
Escriben de otra manera. Al
observarlos, con admiración, enviar más rápidamente de lo que yo nunca podría
hacerlo con mis gordos dedos, enviar (digo) SMS con los dos pulgares, los he
bautizado —con la más grande ternura que pueda expresar un abuelo— Pulgarcita y
Pulgarcito. Este es su nombre, más bonito que la vieja palabra,
pseudo-científica, de dáctilo.
No hablan la misma lengua. Desde
Richelieu, la Academia francesa publica, más o menos cada cuarenta años, para
referencia, el diccionario de la nuestra. En los siglos precedentes la
diferencia entre dos publicaciones se establecía en torno a cuatro o cinco mil
palabras, cifra más o menos constante; entre la precedente y la próxima, será
de alrededor de treinta mil. A este ritmo lingüístico, se puede adivinar
que, en pocas generaciones, nuestros sucesores podrían encontrarse tan
separados de nosotros como nosotros lo estamos del antiguo francés de Chrétien
de Troyes o de Joinville. Este gradiente da una indicación casi
fotográfica de los cambios más importantes que he descrito. Esta inmensa
diferencia, que afecta a todas las lenguas, tiene que ver en parte con la
ruptura entre los oficios de los años cincuenta y los actuales.
Pulgarcita y su hermano no se desloman en los mismos trabajos. La lengua
cambió, el trabajo mutó.
III
El
individuo
Michel Serres. Bio -Bibliografía. |
Mejor aún, helos
convertidos en individuos. Inventado por san Pablo, a comienzos de
nuestra era, el individuo acaba solamente de nacer por estos días. ¿Nos
damos cuenta hasta qué punto vivíamos de pertenencias, de antaño hasta hace
poco? Colombiano, católicos o judíos, antioqueños o costeños, ricos o
pobres, mujeres o varones… pertenecíamos a regiones, a religiones, a culturas,
rurales o aldeanas, a grupos singulares, a comunas locales, un sexo, la
patria. Por los viajes, las imágenes, la red, las guerras abominables,
esos colectivos han explotado casi todos. Los que subsisten continúan en
la actualidad, rápidamente, estallando.
El individuo ya no sabe
vivir en pareja, se divorcia; no sabe mantenerse en clase, se mueve y conversa;
no se reza en la parroquia; los futbolistas ya no saben conformar una
selección; ¿saben nuestros políticos aún construir un partido? Se dice
por todas partes que han muerto las ideologías; son más bien las pertenencias
que ellas reclutaban las que se han desvanecido.
Este individuo recién
nacido anuncia más bien una buena nueva. Si balanceamos los
inconvenientes del egoísmo y los crímenes de guerra cometidos por y para la libido de pertenencia —centenares de millones
de muertos—, quiero con amor a estos muchachos.
Dicho esto, queda por
inventar nuevos lazos. Testimonio de ello el reclutamiento de Facebook,
casi equipotente con la población del mundo.
Como un átomo sin
valencia, Pulgarcita está desnuda. Nosotros, adultos, no hemos inventado
ningún lazo social nuevo. La empresa de la crítica y de la sospecha más
bien los desconstruye.
Rarísimas en la
historia, estas transformaciones que yo llamo hominescentes, crean (en medio de
nuestro tiempo y de nuestros grupos) una grieta tan ancha que pocas miradas la
han medido en su verdadero tamaño.
Repito que yo la comparo
con las que intervinieron en el neolítico, en la aurora de la ciencia griega, a
comienzos de la era cristiana, a fines de la Edad Media y en el Renacimiento.
En el borde de debajo de
esta falla, tenemos a los muchachos a los que pretendemos darles enseñanza, en
el seno de marcos que datan de una época que ya no reconocen; edificios, cursos
de recreación, aulas de clase, pupitres, tableros, anfiteatros, campus, bibliotecas,
laboratorios incluso, incluso iba a decir: saberes… marcos que datan, digo, de
una edad y adaptados a una era en la que los hombres y el mundo eran lo que ya
no son.
IV
Hagámonos por ejemplo tres preguntas: ¿Qué
transmitir? ¿A quién transmitírselo? ¿Cómo transmitirlo?
¿Qué transmitir? ¡El saber!
Antiguamente y hasta hace poco, el saber tenía como
soporte el cuerpo mismo del sabio, del aedo o del brujo. Una biblioteca
viviente… ese era el cuerpo enseñante del pedagogo. Poco a poco el saber
se objetivó primero en rollos, vitelas o pergaminos, soporte de escritura;
luego, desde el Renacimiento, en los libros de papel, soportes de la imprenta;
finalmente, hoy, en la red, soporte de mensajes y de información.
La evolución histórica de la pareja soporte-mensaje es una buena variable de la función de
enseñanza. De repente,
la pedagogía cambió tres veces: con la escritura, los griegos inventaron la paideia; tras la imprenta,
pulularon los tratados de pedagogía. ¿Hoy? Repito. ¿Qué transmitir? ¿El
saber? Pero cómo si está por todas partes en la red, disponible,
objetivado. ¿Trasmitirlo a todos? De acá en adelante todo el saber
es accesible a todos. ¿Cómo transmitirlo? Pues ya está hecho.
Con el acceso a las personas, por medio del teléfono
celular, con el acceso a todos los lugares, por el GPS, el acceso al saber está
de ahora en adelante abierto. De cierta manera, está siempre
y por todas partes ya transmitido. Objetivado
ciertamente, pero además distribuido. No concentrado. Vivimos
en un espacio métrico, digo, referido a centros, a concentraciones. Una
escuela, una clase, un campus,
un auditorio, todas concentraciones de personas, estudiantes y profesores,
libros en bibliotecas, muy grandes se dice a veces, de instrumentos en los
laboratorios… ese saber, esas referencias, esos libros, esos
diccionarios… helos distribuidos por todas partes y, en particular, en tu
casa; mejor aún, en todos los lugares a los que se desplace; de donde estéis
podéis contactar vuestros colegas, vuestros alumnos, por donde ellos pasen; os
responden fácilmente.
El antiguo espacio de
las concentraciones —incluso este en el que hablo y en el que Uds. me escuchan;
¿qué hacemos nosotros aquí?— se diluye, se difunde; vivimos, acabo de decirlo,
en un espacio de vecindades inmediatas pero, además, distributivo. Podría
incluso estar hablándoos desde mi casa, y vosotros me escucharíais en las
vuestras.
Sobre todo no digáis que
al alumno le faltan funciones cognitivas que permitan asimilar el saber así
distribuido, puesto que precisamente, esas funciones se transforman con el
soporte. Por la escritura y la imprenta, la memoria por ejemplo mutó a
tal punto que Montaigne quería una cabeza bien hecha más bien que una cabeza
bien llena. Esta cabeza mutó.
De la misma manera pues
que la pedagogía fue inventada (paideia) por los griegos, en el momento
de la invención y la propagación de la escritura; así mismo como ella se
transformó cuando emergió la imprenta en el Renacimiento; así mismo la
pedagogía cambia totalmente con las nuevas tecnologías.
Y lo repito, ellas no son sino una variable cualquiera en
medio de la decena o la veintena que he citado o que podría enumerar.
Este cambio tan decisivo de la enseñanza —cambio
repercutido sobre el espacio entero de la sociedad mundial y del conjunto de
sus desuetas instituciones, cambio que no solo toca, y de lejos, a la enseñanza
solamente, sino también sin duda al trabajo, la política y el conjunto de
nuestras instituciones— sentimos que tenemos una necesidad urgente de hacerlo,
pero todavía estamos aún lejos; probablemente porque los que arrastran aún en
la transición entre los últimos estados, no se han jubilado aún, mientras que
diligencian las reformas, siguiendo modelos desde hace tiempos desvanecidos.
Habiendo enseñado durante cuarenta años en casi todas las
latitudes del mundo donde esa grieta se abre tan ampliamente como en mi propio
país, he padecido, he sufrido esas reformas como pegotes en piernas de madera,
remiendos; ahora bien, los pegotes dañan la tibia como los remiendos desgarran
aún más el tejido que buscan consolidar.
Sí, vivimos un período comparable a la aurora de la paideia, luego de que los
griegos aprendieron a escribir y a demostrar; comparable al Renacimiento que
vió nacer la impresión y aparecer el reino del libro; período incomparable sin
embargo, puesto que al mismo tiempo que esas técnicas mutan, el cuerpo se
metamorfosea, cambian el nacimiento y la muerte, el sufrimiento y la curación,
el propio ser-en-el-mundo, los oficios, el espacio y el hábitat.
- V -
Envío
Frente a estas
mutaciones, sin duda conviene inventar inimaginables novedades, por fuera de
los marcos desuetos que formatean aún nuestras conductas y nuestros
proyectos. Nuestras instituciones lucen con un brillo que se parece,
actualmente, al de esas constelaciones de las que los astrofísicos nos
enseñaron antaño que estaban ya muertas desde hacia mucho tiempo.
¿Por qué no han
aparecido estas novedades? Acuso a los filósofos (entre los que me
incluyo), gentes que tienen por oficio anticipar el saber y las prácticas por
venir, y que han (como yo) fallado en su tarea. Comprometidos en la
política del día a día, no vieron venir lo contemporáneo. En efecto, si
yo hubiera tenido que bosquejar el retrato de los adultos (de los que hago
parte) hubiera sido menos embellecedor.
Me gustaría tener
dieciocho años, la edad de Pulgarcita y de Pulgarcito, puesto que todo está por
rehacerse, no, puesto que todo hay que hacerlo. Deseo que la vida me deje
suficiente tiempo como para trabajar en ello aún, en compañía de estos pequeños
a los que he consagrado mi vida, porque los he amado siempre respetuosamente.
Bio-bibliografía de Michel Serres
Michel Serres (1930 - ), filósofo, escritor, ensayista y
académico francés, autor de una obra multiforme que comprende la historia de
las ciencias, la filosofía y la literatura, y centrada en un primer momento en
torno a la cuestión de la comunicación.
tr. por
Luis Alfonso Paláu, Medellín mayo 22 de 2011.
Luis Alfonso Paláu Castaño: Profesor Titular jubilado de la Facultad de Ciencias Humanas y Económicas de la Universidad Nacional, sede Medellín. Profesor de Historia de las ciencias de la Escuela de estudios filosóficos y culturales de la misma Facultad. Licenciado en Filosofía y Letras de la Universidad Pontificia Bolivariana. Magíster en Historia de las ciencias del Instituto de Historia de las ciencias y de las técnicas de París. Doctor en Historia y filosofía de las ciencias de la Universidad de París I (Sorbona-Panteón). Fundador en 1980, y coordinador hasta 2004, del primer Seminario permanente en Colombia de Historia de la biología. Ha hecho cuatro lecturas en seminario de las obras de Michel Serres.
En este momento el libro de Pulgarcita está a la espera de algún editor u organización que desee publicar su traducción.
Links de entrevistas y otras notas de interés