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Moravia Audiovisual

 Poesía, fotografía y escritura creativa (Fanzine)

Los procesos de valorar los documentales y crear los textos creativos a partir de la escritura de libre asociación, la escritura automática, la escritura creativa temática y el cadáver exquisito lo llevamos a cabo en el Laboratorio de Apropiación Documental Moravia Audiovisual, en el mes de febrero, allí nos vimos las películas Balada del mar no visto (1984) y Moravia y el mar (2009) de Diego García, Trincheras ciudadanas (1998) del IPC y Morreros Somos (2018) de David Estrada, Paula Villa y Marcela Furlan Acosta,  con las cuales nos inspiramos.

Con estas narrativas e historias creadas por mujeres  y hombres pertenecientes al grupo Entre Literatura y otras artes y a los Artistas formadores del Centro de Desarrollo Cultural de Moravia, donde la metodología de asir la memoria por el testimonio y lo escrito en colectivo, permite componer un folleto o publicación artística no periódica tipo fanzine, el cual se devuelve de manera digital como un objeto y médium de memoria a las personas participantes, es difundido en la comuna 4 Aranjuez, por medio de publicaciones digitales y en proyecciones de cine con énfasis en la formación de públicos, la gestión y los usos sociales de los archivos fílmicos.





La elaboración de la publicación artística no periódica se realizó entre marzo y junio por Víctor Hugo Jiménez Durango, quien hizo las veces de editor, corrector y diseñador gráfico. Las fotografías son de Jorge Fidel Castro Ruiz, capturadas entre los años 2006 y 2009. 

In Memoriam de René Girard

LE MONDE | 05.11.2015 à 04h35 • Mis à jour le 05.11.2015 à 14h39 | Par Jean Birnbaum


El antropólogo René Girard murió el miércoles 4 de noviembre en Stanford, en los EE. UU.  Tenía 91 años.  Fundador de la “teoría mimética”, ese francotirador de la escena intelectual había construido una obra original que conjuga reflexión científica y predicación cristiana.  Sus libros, comentados en los cuatro rincones del mundo, forman las etapas de una vasta averiguación sobre el deseo humano y sobre la violencia sacrificial donde toda sociedad, según Girard, encuentra su origen inconfesable.

El renombrado profesor francés de Stanford, uno de los cuarenta inmortales de la prestigiosa Academia francesa, ha fallecido este miércoles en su domicilio de Stanford luego de una larga enfermedad” indicó la universidad californiana donde enseñó durante mucho tiempo.

Nacido el 25 de diciembre de 1923, en Aviñon, René Noël Théophile creció en una familia de la pequeña burguesía intelectual.  Su padre, un radical socialista y anticlerical, fue curador de la biblioteca y del museo de Aviñón, luego del Palacio de los papas.  Su madre, una católica de tendencia Maurras, apasionada de la música y de la literatura.  Por la tarde, ella les lee a Mauriac o novelas italianas a sus cinco hijos.  La familia no nada en plata, está preocupada por la crisis, por el aumento de los peligros.  Más bien feliz, la infancia de René Girard sin embargo no ha dejado de estar marcada por la angustia.

Cuando se le preguntaba cuál era su primer recuerdo político, respondía sin dudar: las manifestaciones de la liga en 1934.  “Crecí en una familia de burgueses fritos, que se empobreció por los famosos préstamos rusos al día siguiente de la primera guerra mundial –nos había contado él en una entrevista que tuvimos en 2007-  Hacíamos parte de las gentes que comprendían que todo estaba a punto de irse al carajo.  Teníamos una conciencia profunda del peligro nazi y de la guerra que se venía.  Siendo niño siempre fui un poco apoltronado, camorrista pero no combatiente.  En el patio del recreo me hacía con los pequeños; le tenía miedo a los brutales grandes.  Y envidiaba a los alumnos del colegio jesuita que podían ir a esquiar en el monte Ventoux… 

Larga aventura norteamericana

Luego de los agitados estudios (incluso lo echaron del liceo por mala conducta), el joven Girard termina por sacar su bachillerato.  En 1940, se va a Lyon con la idea de preparar la Normal-Sup.  Pero las condiciones materiales son demasiado estrechas, y decidió regresar a Aviñón.  Su padre le sugiere entonces entrar a la Escuela de archivística paleográfica.  Es admitido y conoce París en momentos difíciles, entre soledad y tedio.  Poco entusiasta con la perspectiva de hundirse mucho tiempo en los archivos medievales, acepta una oferta para volverse asistente de francés en los EE. UU.  Es el comienzo de una aventura estadounidense que solo terminará con su muerte, lo que hace que la trayectoria académica de Girard se haya desenvuelto esenciales del otro lado del Atlántico.

Llega entonces el primer chispazo: encargado de enseñar literatura francesa a sus estudiantes, comenta ante ellos los libros que han marcado su juventud: Cervantes, Dostoievski o Proust.  Luego, comparando los textos, se pone a observar resonancias, que acercan por ejemplo la vanidad en Stendhal y el esnobismo de Flaubert o Proust.  Emerge así el que será el gran proyecto de su vida: trazar el destino del deseo humano a través de las grandes obras literarias.

De la literatura a la antropología religiosa

En 1957, Girard entra a la universidad Johns-Hopkins, en Baltimore.  Será allí donde acontezca el segundo deslizamiento decisivo: de la historia a la literatura, y de la literatura a la antropología religiosa.  “Todo lo que digo me fue dado de repente.  Era 1959, trabajaba en la relación de la experiencia religiosa y de la escritura novelesca.  Me dije a mí mismo: esta es tu vía, debes volverte una especie de defensor del cristianismo”, le confesó Girard a Le Monde en 1999.

En aquella época, amasa las notas para nutrir el libro que se convertirá en uno de sus ensayos más conocidos, y que es aún de referencia: Mentira romántica y verdad novelesca (1961).  En él expone por primera vez el marco de su teoría mimética.  Aunque ella compromete envites profundos y extremadamente complejos, sin embargo está bien permitido exponer esta teoríaa en algunas palabras dado que el propio Girard la presentaba no como un sistema conceptual sino como la descripción de simples relaciones humanas.  Resumámosla pues.  Para comprender el funcionamiento de nuestras sociedades, es necesario partir del deseo humano y de su naturaleza profundamente patológica.  El deseo es una enfermedad; cada uno desea siempre lo que desea el otro; este es el resorte principal de todo conflicto.  De esta competencia “rivalitaria” nace el ciclo del furor y la venganza.  Este ciclo sólo se resuelve por el sacrificio de un “chivo expiatorio”, como lo testimonian a través de la historia episodios tan diversos como la violación de Lucrecia, el escándalo Dreyfus o el proceso de Moscú.

Predicador cristiano

Es aquí donde interviene una distinción fundamental a los ojos de Girard: “la divergencia insuperable entre las religiones arcaicas y la judeo-cristiana”.  Para captar bien lo que las diferencia, es necesario comenzar por señalar su elemento común; a primera vista, en un caso como en el otro, se tiene que ver con el relato de una crisis que se resuelve en el linchamiento transfigurado en epifanía.  Pero allí donde las religiones arcaicas (de la misma manera como en las modernas cacerías de brujas) aplastan al chivo expiatorio cuyo sacrificio le permite a la muchedumbre reconciliarse, el cristianismo proclama alto y fuerte la inocencia de la víctima.  Contra los que reducen la Pasión de Cristo a un mito como cualquier otro, Girard afirma la singularidad irreductible, y la escandalosa verdad, de la revelación cristiana.  No solamente esta rompe la lógica infernal de la violencia mimética sino que devela el sangriento sustrato de toda cultura humana: el linchamiento que apacigua a la multitud y vuelve a soldar a la comunidad.

Girard, que durante mucho tiempo fue escéptico, poco a poco ha llegado pues a vestir los hábitos del predicador cristiano, con el entusiasmo y la pugnacidad de un exégeta convertido por los textos.  De libro en libro, y de la Violencia y lo sagrado (1972) hasta Veo a Satán caer como el rayo (1999), exalta la fuerza subversiva de los Evangelios.

Un compromiso religioso criticado

Este compromiso religioso con frecuencia ha sido señalado por sus detractores, para los que su prosa tiene que ver más con la apologética cristiana que con las ciencias humanas.  A ellos, el antropólogo les responde que los Evangelios son la verdadera ciencia del hombre…  “Sí, es una especie de apologética cristiana la que escribo, pero ella está extremadamente bien amarrada”, ironizaba, con una risa revoltosa, aquel al que nunca le faltan ni pantalones ni humor.

Adoptando una escritura cada vez más panfletaria, por no decir: profética, estaba convencido de poseer una verdad que nadie quería ver, y que sin embargo laceraba los ojos.  Para él, la teoría mimética permitía aclarar no solamente la construcción del deseo humano y la genealogía de los mitos, sino también la violencia presente, la infinita espiral del resentimiento y de la cólera, en suma el Apocalipsis que viene.  “Actualmente no hay necesidad de ser religioso para sentir que el mundo está en una incertidumbre total”, prevenía (con el índice dirigido hacia el cielo) aquel que había interpretado los atentados del 11 de septiembre como la manifestación de un mimetismo de acá en adelante globalizado.

Hay aquí otro aspecto a menudo subrayado por los críticos de Girard: su pretensión de tener respuesta para todo, para explicarlo todo, desde los sacrificios aztecas hasta los atentados islamistas, pasando por el esnobismo proustiano.  Don’t you think you are spreading yourself a bit thin? ¿No crees que te estás difundiendo a ti mismo en demasía?»], le preguntaban ya sus colegas norteamericanos, cortésmente, en los años 1960…  “No logro evitar dar esa impresión de arrogancia”, admitía él, socarrón, medio siglo después.

Relativo aislamiento

Si se añade a esto el que Girard se reclama del “buen sentido” popular, contra las abstracciones universitarias, se entenderá por qué sus textos frecuentemente son recibidos con una acogida glacial en el mundo académico.  En particular los antropólogos no han querido para nada dedicarle un rato a sus hipótesis, exceptuando un encuentro internacional que tuvo lugar en 1983, en California, no lejos de Stanford, la universidad en la que Girard enseñó desde 1980 hasta el final de sus días.

Confrontando su modelo conceptual con sus trabajos de campo, algunos investigadores franceses aceptaron discutir las tesis de Girard.  Y cada vez la apuesta de esta confrontación se ha concentrado en una pregunta: ¿los sacrificios rituales propios de las sociedades tradicionales si tienen que ver realmente con el linchamiento victimario?  Incluso si este es el caso ¿se puede construir una teoría de la religión –para no mencionar un discurso universal sobre el origen de la cultura humana– fundamentándose en prácticas arcaicas?

Cordial o frontal, esta discusión siempre ha conducido a subrayar el relativo aislamiento, pero también el sitio singular, de René Girard en el campo intelectual.  Habiendo hecho de los EE. UU.  su patria de adopción, este autodidacta lanza una mirada perpleja sobre el pensamiento francés, y particularmente sobre el estructuralismo y la deconstrucción.  Mezclando sin cesar literatura, psicoanálisis y teología, este espíritu libre no respetaba para nada los marcos de la especialización universitaria.  Animado de una potente convicción cristiana, este hombre de fe no temía afirmar que su proceder evangélico equivalía a un método científico.  Reclamándose de la antropología, este provocador nato cepillaba la disciplina a contrapelo optando por una reafirmación tranquila de la superioridad cultural occidental.  En efecto, para Girard, quien pretenda descubrir el universal origen de la civilización, debe ante todo admitir la preeminencia moral y cultural del cristianismo.  Ritmando sus frases con fórmulas del tipo “si tengo razón…”, confiando sus incertidumbres con respecto al plan que había escogido para tal o cual libro, seducía a los más reticentes por medio del virtuosismo aclarador de su relación con los textos.  Exégeta de curiosidad sin límites, oponía a la ferocidad del mundo moderno, a la aceleración de lo peor, el virtuosismo tranquilo de un lector que nunca habría dejado de servir a las Escrituras.

tr. Luis Alfonso Paláu C., Medellín, noviembre 5 de 2015.

Para descargar los escritos y traducciones realizados por el maestro Luis Alfonso Paláu sobre René Girard, dar clic aquí

Obras traducidas al español
     Girard, René (1984). Literatura, mímesis y antropología. Editorial Gedisa. ISBN 978-84-7432-198-2.
     Girard, René (1985). Mentira romántica y verdad novelesca. Editorial Anagrama. ISBN 978-84-339-0078-4.
     Girard, René (1986). El chivo expiatorio. Editorial Anagrama. ISBN 978-84-339-0081-4.
     Girard, René (1989). La ruta antigua de los hombres perversos. Editorial Anagrama. ISBN 978-84-339-1325-8.
     Girard, René (1995). Shakespeare: los fuegos de la envidia. Editorial Anagrama. ISBN 978-84-339-1396-8.
     Girard, René (1996). Cuando empiecen a suceder estas cosas. Encuentro Ediciones. ISBN 978-84-7490-392-8.
     Girard, René (2002). Veo a Satán caer como el relámpago. Editorial Anagrama. ISBN 978-84-339-6169-3.
     Girard, René (2005). La violencia y lo sagrado. Editorial Anagrama. ISBN 978-84-339-0070-8.
     Girard, René (2006). Los orígenes de la cultura: conversaciones con Pierpaolo Antonello y João Cezar de Castro Rocha. Editorial Trotta. ISBN 978-84-8164-854-6.
     Girard, René (2008). Emociones de segunda mano (conversación con Ger Groot), "Adelante, ¡contradígame!". Madrid: Ediciones Sequitur. ISBN 978-84-95363-45-9.
     Girard, René (2006). Aquel por el que llega el escándalo. Caparrós Editores. ISBN 978-84-96282-09-4.
     Girard, René (2009). La anorexia y el deseo mimético. Barcelona: Marbot Ediciones. ISBN 978-84-92728-01-5.
     Girard, René (2010). Clausewitz en los extremos. Política, guerra y apocalipsis. Katz Editores. ISBN 9788492946044.
     Girard, René (2011). Geometrías del deseo. trad. María Tabuyo y Agustín López. Sexto Piso, México D.F. ISBN 9788496867857

LECTURAS PORNOGRÁFICAS Y ESCRITURAS PELIGROSAS

“Mi cuerpo ya no será sino la grafía que tú escribas sobre él, significante indescifrable para cualquier otro que no seas tú. Pero ¿qué eres tú, Ley que transformas el cuerpo en tu signo?”
Michel de Certeau, La invención de lo cotidiano: Artes de hacer

UNA SOCIEDAD INTERSTICIAL

La adopción de horarios y medidas para el tiempo del trabajo, el estudio o el ocio, el control de las basuras y desechos, el acceso al agua y a otros servicios, la construcción de las viviendas teniendo en cuenta la orientación y localización de las de los demás, la definición de áreas aceptables para el desarrollo de ciertas actividades productivas, comerciales o recreativas, son situaciones en las cuales la ciudad impone una coordinación…”
Jorge Orlando Melo, Medellín 1880-1930: los tres hilos de la modernización.

-¿En dónde se ha encontrado usted, del mes de mayo del año próximo pasado a hoy; en compañía de quién o quiénes, de qué se ha ocupado y de qué asuntos ha tratado?
-Me he encontrado en el distrito de Medellín y en esto, me he encontrado solo, no he tratado de ningún asunto y durante el tiempo que he estado en este municipio me ocupé en trabajar en El Silencio.
-¿Sabe usted quién es un individuo que en el mes de mayo próximo pasado fue traído a esta población por los conductores José Parra y Ramón Pavón, a cumplir la pena de un año de confinamiento a que lo condenara por vagancia el Inspector de Belén y la Jefatura General de Policía?
-Sí señor, yo soy.
-¿Sabe usted quién es el individuo que a mediados del año referido se ausentó de este distrito para el de Medellín, donde fue capturado y remitido nuevamente a esta población en el mes de septiembre del mismo año?
-Sí señor, yo soy.
¿Sabe usted quién es el individuo que después del expresado mes de septiembre volvió a ausentarse de este distrito para el de Medellín, donde una vez más fue capturado y remitido a esta población a donde llegó ayer?
-Sí señor, yo soy. [1]

Esta escena, en la que la ley tiende sus ojos de Argos sobre el cuerpo del criminal, transcurre entre Medellín y Segovia en 1918. El accionar del interrogado es descompuesto en dos tiempos: un pasado y un presente inmediato, que la ley conoce y a los que hace referencia a través de preguntas que comportan la carga de imperativos. La ley quiere saber cuándo, con quién y en dónde ha estado durante su fuga, además de los asuntos que ha tratado con dichas personas, en dicho lugar y en dicho momento. Aunque se camufla bajo enunciados desiderativos, el interrogado sabe que sólo se quiere confirmar lo que ya se conoce. No miente, porque no tiene escapatoria. Ante las preguntas-narración del delito, no le queda más que asentir y reconocer que él es el criminal que huyó de la vigilancia del sistema; él es ese sujeto que se fuga una y otra vez, en una especie de tragicomedia, en la que a cada paso que da fuera de su confinamiento, vuelve a ser apresado por ese ente ubicuo que aunque abstracto, hace sentir su omnipotencia a través de sus hombres y sus instituciones; ese ente que es el estado.[2] 

Este caso es ilustrativo de los procesos criminales a los que se enfrentaba la justicia de la ciudad durante el primer cuarto del siglo XX. Durante este período, Medellín se encontraba en un proceso de transición entre dejar de ser una aldea y convertirse en una gran ciudad, de lo que dan cuenta los acelerados procesos de modernización que transformaron su industria, su infraestructura, sus medios de transporte  y sus medios de comunicación, entre otras técnicas que, aunadas a los procesos de un modernismo creciente que se introducía en las concepciones de los habitantes de esta ciudad; hicieron de ésta una urbe en formación en la que el impulso de la modernidad tomó un ritmo vertiginoso.

Para algunos investigadores, como Melo, es entre 1880 y 1930, cuando se efectúa la transición de Medellín como ciudad moderna. Para otros, como Espinal y Ramírez, es en la mitad del siglo XX, a finales de la década del 40, cuando este proceso toma forma definitiva. El primero se centra en tres discursos  que constituyen los cimientos de la modernidad medellinense: “[1] el desarrollo de una imagen de ciudad moderna y los esfuerzos para poner en práctica, en forma planeada, unos ideales de vida urbana; [2] el proceso por el cual se intentó educar a la población para esa vida urbana y [3] la forma como la literatura trató de encontrar su punto de inserción en esa ciudad en proceso de modernización y civilización…”[3] No obstante, al plantear estos procesos del modernismo como hilos de la modernización, no ilustra de manera eficaz la dialéctica entre modernismo y modernización así como tampoco su diferencia operativa.

Por otro lado, Espinal y Ramírez, centran su análisis en la construcción de un “cuerpo cívico”  a través de diferentes discursos institucionales y mediáticos, que derivaron en una praxis social que podría denominarse “higienista y reguladora” y a través de la transformación urbana acarreada por el Plan Piloto que Wiener y Sert, elaboraron para la ciudad bajo la dirección de Le Corbusier.[4]

Así, ambas perspectivas se refieren a dos etapas distintas del proceso de modernización medellinense; la primera, a una etapa de formación y, la segunda, a una etapa de consolidación. Este estudio, por su parte, se centrará en la primera etapa, sin descuidar, de un lado, sus conexiones con procesos históricos de larga duración, especialmente los referidos a la sociedad colonial y, de otro, las conexiones con la ciudad moderna que se consolidará a mediados del siglo XX. Aún más, estas reflexiones serán actualizadas en su relación con los imaginarios que hoy tejen las intrincadas tramas del espacio urbano de la Medellín contemporánea.

Si bien no se puede determinar el momento exacto en el que la ciudad pasa de ser una aldea premoderna (y semicolonial) a una urbe pletórica de  modernismo[5]; sí se puede aprehender, a través de determinados “casos límite”[6], algunos procesos sociales que ilustran ese tránsito, con sus contradicciones y sus problemas irresolutos. Aquí, se presentarán algunos de esos “casos límite” que pueden ser considerados como procesos sociales cristalizados, en los que la (des)estructuración que implica la modernización, se aprecia con algunos matices.

Imagen del telegrama que anuncia la fuga de Misael Restrepo. AHJM, Criminales,  Violación de Confinamiento,
 documento nro. 14487, 1918, s.f.
Volviendo al prófugo apresado por el Argos (panoptes) de la ley, que ilustra la sociedad disciplinaria en consolidación, tenemos que las preocupaciones que ya desde las Reformas Borbónicas inquietaban al estado (sobre el que se refundaría, en buena media, la república), siguen siendo una constante: el cuerpo vacante es un número negativo dentro de la sociedad. Asimismo, la modernización empieza a mostrar los efectos que trae sobre el mundo, acortando distancias y aumentando velocidades; por medio del telégrafo se comunican las huídas del prófugo que una vez rompe el cerco de su confinamiento, ya está siendo rastreado por los tentáculos de un estado potenciado por la tecnología.[7] 

A diferencia de los casos que estudiaremos a continuación, este termina en una condena; se suma a la pena de confinamiento en Segovia, la reclusión por dos años en la cárcel departamental. En éste, se puede apreciar un delito común sobre el que se despliegan los mecanismos de un estado moderno, que ya no tendrá la necesidad de aplicar una tortura sobre el cuerpo criminal, sino que lo obliga a cumplir su confinamiento para luego pasar al espacio aún más reducido de la celda. La ley se inscribe sobre el cuerpo esposado que, además, es trasladado por sus gendarmes al lugar donde debe cumplir su pena. La ley, vuelve sobre su vasto cuerpo de papel y caracteres, para consultar los cargos de que se acusa al criminal[8] Misael Restrepo (ahora tiene nombre) y comprueba en su corpus que éste es culpable. La historia de este acusado de vagancia y hurto que, además, viola la restricción legal que pesa sobre él, es interpretada a la luz de un código legal que prescribe para ella un desenlace: el castigo. Éste, a su vez,  ilustra los dos espacios de disciplinamiento con que cuenta el sistema para hacer cumplir sus mandatos: primero, un emplazamiento funcional, con unos límites que le asignan un lugar al reo del que no puede salir y, segundo, un espacio de confinamiento: la cárcel. El primero tan efectivo como el segundo, pues a falta de paredes de concreto, cuenta con dispositivos tendidos en red, que interceptan sus pasos y lo reinsertan en el espacio que para él ha sido (a)signado.

La historia del delito de Misael Restrepo, nos permite introducirnos tanto en la sociedad disciplinaria que se venía construyendo desde el siglo XVIII, aún bajo la dominación española[9]; como en el ámbito de la moral, aquél en el que mejor que en ningún otro, la consciencia social[10] brota en formas inesperadas, que no son más que la cristalización anacrónica de las corrientes de cambio que modelan lenta y subrepticiamente el cuerpo social. Si bien este delito común nos permite ver la operatividad de la maquinaria disciplinaria, en su funcionamiento normal; los delitos que se considerarán a continuación tienen todos una particularidad: fueron sobreseídos[11], es decir, la ley no pudo fallar sobre ellos, tanto por ineficacia en sus mecanismos inquisitoriales como porque comportan conflictos tales, que sobrepasan la formalidad del marco jurídico y traen consigo problemas que, aunque aparentemente banales, desbordan las dimensiones normativas al referirse directamente a un conjunto de prácticas o, si se quiere, costumbres, que están siendo transformadas y que, a su vez, requieren la transformación de los códigos sociales en que se enmarcan para adquirir legitimidad.

Para leer y descargar el artículo completo de Daniel Pajón Toro, hacer clic AQUÍ

[1] AHJM (Archivo Histórico Judicial de Medellín),  Criminales,  Violación de Confinamiento, documento nro. 14487, 1918, f. 9r.
Todas las fuentes primarias citadas en el cuerpo de la investigación han sido modernizadas, para hacer más amena su lectura; disponiendo de los cuidados necesarios para no alterar el sentido,  allí donde ha sido pertinente aplicar correcciones ortográficas o gramaticales.  
[2] Este es el mecanismo del panoptismo que se cierne sobre el cuerpo criminal. Como lo plantea Foucault, el panoptismo “es polivalente en sus aplicaciones; sirve para enmendar a los presos, pero también para curar a los enfermos, para instruir a los escolares, guardar a los locos, vigilar a los obreros, hacer trabajar a los mendigos y a los ociosos.” FOUCAULT M., “Vigilar y castigar…”, p. 124.
[3] MELO J. O., “Medellín 1880-1930: los tres hilos de la modernización”.
[4] Si bien estas investigadoras reconocen que la transición de pueblo a ciudad, tiene lugar entre 1890 y 1920; centran sus análisis en los procesos que tienen lugar a mediados de siglo, cuando Medellín “ya era una ciudad industrial.” Para establecer,  a partir de la Carta de Atenas (1943) y su influencia en el Plan Piloto diseñado para la ciudad, la consolidación del espacio urbano que se gestaría en la modernidad medellinense, cuyos cimientos estaban representados en cuatro ideas básicas: habitar, cultivar el cuerpo y el espíritu (recrearse), trabajar y circular.” ESPINAL PÉREZ C. E. y RAMÍREZ BROUCHOUD M. F., “Cuerpo civil, controles y regulaciones…” pp. 43, 50.
[5] En este punto, habría que revisar la tesis según la cual Medellín vivió “una modernización sin modernidad; en otras palabras, modernización económica y técnica dentro de una sociedad tradicional y católica.” REYES CÁRDENAS A. C., “La vida cotidiana en Medellín…”, p. 302.
En primer lugar, es importante la distinción operativa que propone Berman para distinguir el proceso de transformaciones técnicas y científicas (materiales) del proceso de transformación de imaginarios colectivos (simbólico); entendiendo su  relación dialéctica que, no obstante, no implica una dependencia entre ambos en cuanto al ritmo de su desarrollo y al carácter de las configuraciones sui generis que adquiere en cada sociedad.  En segundo lugar y, en ese orden de ideas, es importante resaltar el papel del modernismo en el siglo XIX que, si se rastrea a través de una opinión pública moderna emergente, por medio de la prensa; se encontrará como un elemento vigoroso que desde los periódicos y los pasquines, pasando por las hojas sueltas hasta la publicidad, se enfrascó en debates en los que se discutían los proyectos de nación que, por entonces, terminaban por decidirse en los campos de batalla.
Por eso, sin ahondar más en este punto, pues se darán claves de esta perspectiva a lo largo de este estudio; si bien las primeras dos o tres décadas del siglo XX fueron de formación de una industria que, por ende era incipiente, los imaginarios en que se ancló dicha modernización, fueron los que posibilitaron que se instaurara una experiencia moderna con sus implicaciones directas en los ritmos y los estilos de vida. La mejor muestra de que en este primer cuarto de siglo sí hubo modernismo pero sin modernización, es la obra de Tomás Carrasquilla; valga citar las palabras de Juan Guillermo Gómez: “la novela de Carrasquilla es representativa de esta fase de desarrollo urbano en una forma ejemplar. En ella se pone de presente la aguda conciencia de un cambio social originado por el dinamismo urbano, por la presencia de una capa social dirigente que impulsa nuevos negocios y que, muy en particular, genera nuevos hábitos de sociabilidad. Esta nueva praxis cultural, que se revela en la introducción de determinadas modas lingüísticas, de novedosas formas de vestir, de hábitos alimenticios inéditos y de nuevas costumbres como paseos y bailes, entra en contradicción con las costumbres tradicionales de origen campesino y provinciano.  […] La nostalgia es en Carrasquilla el prisma que sirve de instrumento para descomponer analíticamente la nueva luz del progreso que se filtra, como un chorro incontenible, “metodizado o caótico”, sobre la ciudad de Medellín.”  GÓMEZ GARCÍA J. G., “Literatura y sociedad: otro juicio sobre Tomás Carrasquilla…”, p. 360.
[6] Esta es una expresión acuñada por Ginzburg, para referirse  a procesos sociales cuya excepcionalidad se perfila en términos de una ruptura. Este enfoque microhistórico privilegia el cambio y, dentro de esta corriente social incesante que es el cambio, a aquellos procesos que se presentan como eslabones entre un estadio y otro. Un ejemplo de un “caso límite” es Menocchio, el famoso molinero friulano de El queso y los gusanos, que representa el tránsito entre un mundo de oralidad primaria (teocéntrico) a un mundo dominado por las técnicas de lecto-escritura (y sus procesos de racionalización y laicización); que es considerado por Ginzburg como un “eslabón perdido”, entre la baja Edad Media y la Modernidad.
El molinero “había vivido en primera persona el salto histórico, de alcance incalculable, que separa el lenguaje gesticulado, murmurado, chillado, propio de la cultura oral, de aquel otro, carente de entonación y cristalizado sobre el papel, propio de la cultura escrita. El primero es casi una prolongación del cuerpo, el otro es «una cosa mental». La hegemonía de cultura escrita sobre cultura oral fue fundamentalmente una victoria de la abstracción sobre el empirismo. En la posibilidad de emanciparse de las situaciones particulares radica el vínculo que ha ligado siempre inextricablemente la escritura al poder.”
GINZBURG C., “El queso y los gusanos…”, pp. 18-19, 99.
[7] “Este espacio cerrado, recortado, vigilado, en todos sus puntos, en el que los individuos están insertos en un lugar fijo, en el que los menores movimientos se hallan controlados, en el que todos los acontecimientos están registrados, en el que un trabajo ininterrumpido de escritura une el centro y la periferia, en el que el poder se ejerce por entero, de acuerdo con una figura jerárquica continua, en el que cada individuo está constantemente localizado, examinado y distribuido entre los vivos, los enfermos y los muertos—todo esto constituye un modelo compacto del dispositivo disciplinario.” FOUCAULT M., “Vigilar y castigar…”, p. 119.
[8] “Febrero 6 de 1918
1. Sí consta al libro 86, folio 348, que el señor Misael Restrepo, fue condenado por el Inspector 4º Municipal de Medellín, el 17 de noviembre de 1914, a sufrir la pena de seis meses de reclusión. Sentencia que reformó la Jefatura General de Policía el 21 de diciembre del mismo año, condenándolo sólo a 3 meses de la misma pena.
2. Fue condenado por el Inspector de Policía de la América el 18 de Mayo de 1916 a sufrir la pena de dos meses de reclusión por delito [de] Hurto.” AHJM (Archivo Histórico Judicial de Medellín),  Criminales,  Violación de Confinamiento, documento nro. 14487, 1918, f. 13r.
[9] Y, sobretodo en la república.  Valga mencionar las reformas que los criollos introdujeron con su llegada al poder, en el ámbito privilegiado para el cambio social (y para la instauración del nuevo orden) por la ilustración: la educación. “No sin tropiezos, con las renovadoras ideas educativas se avanzó hacia una transformación de la educación que se manifestó en diversos aspectos: en lo social fue más incluyente (pensó en los indígenas, las mujeres y los pobres); en lo ideológico se acudió a pensadores más civilistas (Bentham); en lo pedagógico se miró a autores con otros referentes culturales (Lancaster); y en lo institucional se amplió la cobertura poblacional…” ESPINOSA CAMPOS I., “Vida escolar y cultura impresa…” pp. 101.
[10] “Toda la conciencia social no llega íntegramente a exteriorizarse y materializarse. Toda la estética nacional no está en las obras que inspira; toda la moral no se formula en preceptos definidos. La mayor parte permanece difusa. Hay una vida colectiva que está en libertad; toda clase de corrientes, van, vienen, circulan en varias direcciones, se cruzan y se mezclan de mil maneras diferentes, y, precisamente porque se encuentran en un perpetuo estado de movilidad, no llegan a concretarse en una forma objetiva.” DURKHEIM E., El suicidio,  p. 345.
[11] Según el diccionario jurídico, “El sobreseimiento es un acto procesal que pone fin al juicio; pero le pone fin sin resolver la controversia de fondo, sin determinar si el acto reclamado es o no contrario a la Constitución y, por lo mismo, sin fincar derechos u obligaciones en relación con el quejoso y las autoridades responsables. Es, como acertadamente anota don Ignacio Burgoa, de naturaleza adjetiva, ajeno a las cuestiones sustantivas, ya que ninguna relación tiene con el fondo.” Tomado de: < http://www.diccionariojuridico.mx/?pag=vertermino&id=117>. [Consultado el  20/10/2013]. 


Imagen de uno de los 100 carteles fijados por Antonio Mejía, sin pie de imprenta.AHJM, Criminales,  Infracción ley de prensa, documento nro. 13661, 1915-1920, f. 2r.


La Narrativa Colombiana

 

Darío Ruiz.. Periodista, Escritor y Literato.
 Anori, Antioquia, 1936. Narrador, poeta y ensayista, es uno de los nombres más destacados de la literatura colombiana y, sin lugar a dudas, el que mejor ha reseñado la evolución de Medellín, ciudad donde reside y donde ha sido profesor de Teoría de la Ciudad y la Arquitectura, en la Universidad de Antioquia, institución que lo ha distinguido nombrándolo Profesor Emérito y Honorario. Graduado en la Escuela de Periodismo de Madrid en 1961, está íntimamente unido a España donde transcurrió su juventud y donde participó en la vida cultural en los sesenta. Fue redactor en Bilbao del periódico El Hierro donde fue expulsado por motivos políticos. Ha publicado los libros de cuentos Para que no se olvide su nombre, La ternura que tengo para vos, Para decirle adiós a mamá, Sombra de rosa y vino (1999), En tierra de paganos, Crímenes municipales (2009-2011) y Entre muros. Antología personal (2011) y las novelas Hojas en el patio y En voz baja, así como los libros de poemas Señales en el techo de la casa, Geografía, A la sombra del ángel y En ese lejano país en donde ahora viven mis padres (2010) al lado de otros diez libros de ensayo en torno a temas de estética y urbanismo. Columnista y crítico polémico, en la actualidad Darío Ruiz está considerado como uno de los intelectuales colombianos de mayor prestigio intelectual.

LLAMADA DE CORTA DISTANCIA (1999)
  
De Sombra de rosa y vino
Editorial Magisterio, 1999
A dos metros de distancia la vi más inerme, más desposeída de todo, tal como, pensamos, podría verse a una anciana en una situación parecida. Calculé que tendría unos setenta y cinco años, una anciana de ojos verdes y pelo blanco, abundante, que sostenía en sus manos una pequeña cartera. ¿Tendría que decir que, carente de gestos? Pues estaba inmóvil como si estuviera en medio de una tarde fría en una carretera de montaña y llevara ahí cinco o seis horas esperando un bus, o esperando, en todo caso, algo que durante años había querido, anhelantemente, recibir o volver a encontrar.

En la ciudad estas circunstancias suelen presentarse con más frecuencia de la que se piensa, se detienen ante un paradero de buses que no es el correcto y ahí las pilla finalmente la noche. Después desaparecen para siempre mientras en la casa la familia empieza a comprender lo que es vivir a un ser amado no en la muerte sino en el vacío de la ausencia. Seres como éste irradian un halo que circunda su figura concediéndoles un aspecto de inusitada beatitud.

Recordé inmediatamente a mi mamá: al igual que esta anciana, siempre tuvo la misma antigüedad o sea ese estado de beatitud que no puede contarse por los años de un calendario sino por obras de caridad, por misteriosas recetas de cocina, por fármacos milagrosos que curan todos los dolores, por la capacidad de leer por adelantado lo que un rostro va a anunciar.

Por supuesto que ya de cerca, su aspecto no es igual. No es que pierda el aire de bondad sino que aparece un sorprendente vigor en su cuerpo –flaco pero no enjuto–, en las manos de dedos acostumbrados a cortar la carne, los vegetales, a remendar la ropa diestramente, tejer paño e incluso levantar un pesado fardo. Dedos a través de los cuales el niño llega a tener una visión de las cosas de la casa, a reconocer y diferenciar las texturas de sábanas y cortinas, el ambiente del comedor, aquello que se esconde en los armarios o sea las imágenes que llegarán a definir su vida.

Pero también la capacidad, para los días del futuro, de acostumbrarse a la idea de la muerte sacando de ésta, lo terrible, lo doloroso, para, sin resignación, llegar a entender que el mundo en que se vive, entre dificultades, incomprensiones, tanto en lo uno como en lo otro es igual y también quien ríe, lleva en el centro de su corazón, la lágrima de la muerte. Un ángel donde el mutismo es la guía, simplemente un ángel de barrio que a pesar de ser testigo de todo el horror que la rodea, no desfallece nunca en su amor al prójimo.

Ahora he aprendido de memoria cada gesto suyo. ¿Hasta cuando llegué yo a vivirme en mamá? Como si de repente fueran las cinco de la mañana y el olor del chocolate hirviendo, de las arepas dorándose en la parrilla llegara hasta mí en esas largas y silenciosas conversaciones con mi madre. Aquella tarde, mi primer tarde en Nueva York paseando por una avenida en Queens me abría, sobresaltado, a la extrañeza de lo que me rodeaba. Primera salida de reconocimiento del terreno, para no cometer errores fatales, para irme familiarizando con el idioma, con las costumbres. Como en una serie de T.V. veía el caleidoscopio de anuncios de los bares, de los oscuros callejones, los negros pobres, los borrachos pero también mujeres, niños colombianos fácilmente reconocibles por su acento.

Una manera de hablar, un acento que se resistía a ser avasallado por el idioma inglés, que, trataba de preservarse en medio de aquella absurda parafernalia urbana. Y este descubrimiento me hizo comprender la soledad que desde niños está presente en nuestra raza, en esta raza agobiada por encrucijadas que nunca sabrá resolver adecuadamente. Era lo que sentía al escuchar una conversación en el metro entre muchachas empleadas en tareas humildes, al observar a la distancia a las parejas de enamorados en bailes de fin de semana en vetustos hoteles, en sótanos convertidos en salones de baile. El verlos sin poder acercarme a ellos me llevaba inevitablemente a la congoja porque sentía su desamparo, su desarraigo, la falta de patria, aquí y allá.

De pronto el lenguaje oprimido te arropaba por completo, te hacía más nítidas las imágenes de los recuerdos donde trataba de vivir de nuevo la esquina de barrio, los patios del colegio, la historia de las barras de muchachos y muchachas a quienes la vida había ido situando en lugares diferentes, sobre todo en los últimos tiempos de la ciudad donde la vida había entrado en una intensidad desconocida y frenética. Pero esta necesidad de las palabras familiares podía conducir, fácilmente, a una terrible trampa en que muchos ingenuos habían caído pues agentes de la D.E.A habían logrado de manera inaudita, apropiarse de nuestro acento, incluso de recuerdos familiares, de acontecimientos comunes de la ciudad, del recuerdo de los amigos muertos, hasta lograr la total confianza y de este modo adentrarse sin tropiezos en lo que estaban indagando, en las conexiones que estaban persiguiendo. Al ser detenido en un bar, en un apartamento, incluso en una iglesia el engañado en medio de su estupor sentía dolorosamente la traición de aquel que durante meses, incluso años había sido su confidente, su amigo de francachelas y celebraciones familiares. A partir de esto hasta los familiares más cercanos quedaban en entredicho.

¿Cuántos bisoños en medio de una borrachera habían confesado lo que era y debía ser un secreto de muerte? Hacerse eficiente consistía pues en agudizar los sentidos o sea en tener la capacidad de suspicacia necesaria para eludir esas trampas mortales tendidas mediante aquellos refinados métodos policíacos. Consistía por lo tanto, a partir de ahí, en conocer los contactos, alejándose rápidamente de ellos para no crear intimidad y sobre todo el más mínimo afecto. Sería fatal, completamente fatal, pensar en una de esas blandengues películas sobre la bondad de las ancianas pues hay, como se llega a comprobar rápidamente, ancianas repulsivas capaces de ordenar los peores crímenes, las peores represalias. Yo las he conocido en este negocio, ancianas implacables que hacen con su fiereza y meticulosidad olvidar su misma fragilidad física.

Máquinas desalmadas que quieren abandonar la vida poniendo de presente su odio al mundo. Al comienzo, como en las películas uno pierde el sueño, los programas de T.V. se hacen insoportablemente tediosos, al bajar en el ascensor te sientes partícipe de alguna película sobre los bajos fondos de Nueva York. ¿El portero será realmente el Director de la D.E.A? El señor de la venta de comestibles ¿es realmente un señor bogotano que está en esta ciudad desde hace diez años, porque ya en su ciudad es imposible conseguir trabajo? ¿Sobre este pequeño restaurante colombiano caerán de improviso las balas de los matones sicilianos?

¿Cómo vivir para siempre en este estado de desconfianza? Porque hay de todos modos que hacer una fiesta y bailar y emborracharse, y hay que inaugurar una finca y hay que volver al fútbol porque vivir sin confiar en alguien te lleva irremediablemente a lo peor, casos he visto de matar al mejor amigo, de matar a una tierna muchacha, de hacer desaparecer a un simple vendedor de perros calientes. Todo por la desconfianza.

Ella estaba de espaldas en una tienda escogiendo unos tomates y al verla mi corazón se sobresaltó hasta lo indecible. Era alguien que se salía de la indiferencia de los rostros extranjeros, de la suspicacia de cada momento. La misma figura, los mismos ademanes. Sabiendo yo sin embargo que era imposible, que fuera ella. Me acerqué sobresaltado. ¿Quién la había trasladado hasta Nueva York y cómo se había adaptado tan rápidamente al idioma, a las costumbres? ¿Quién la había traído? ¿Cómo aceptaba el hiriente viento de la primavera? Era ella al mirarla, al observar sus manos, su manera de moverse, era ella misma la anciana que a esa hora estaba en Medellín preparando la comida ¿Por qué de pronto esta asociación perturbadora? La anciana me miró con la indiferencia con que una señora norteamericana puede observar a un colombiano de mi facha.

Ya a solas en el cuarto me hice el reproche por haber olvidado a mi papá, por haber olvidado aquella figura de profesor de Liceo que murió de pobre. Fue en Miami donde vi morir a una abuela abrazada a su nieto, tratando de salvarlo de la ráfaga de metralleta. Ley inexorable, catecismo que desde el primer día de trabajo había que aprenderse de memoria, no olvidar, para no caer en la muerte. Por eso golpeaban siempre a los familiares más cercanos, más inocentes. ¿Me hubiera tenido piedad esa viejita en una liquidación de cuentas?

Dos horas y la señora no se han movido de su asiento. Ni siquiera ha insinuado ir al baño. Ningún sorbo le ha dado al vaso de gaseosa. Sabían que en aquella casona estaban ella y una sirvienta que no apareció por parte alguna. Su intuición de madre le había dicho ya que algún día estaría enfrentando lo que ahora enfrentaba, ¿quién más que ella conocía la conducta de su hijo y sobre todo el pozo ciego de sus torpezas, de sus ambiciones negadas por la vida? ¿Quién más que ella conocía lo que significaban los códigos de la Organización que había condenado a su hijo?

En la situación en que estamos metidos en esta ciudad y sobre todo en la situación en que se vive en este oficio no sólo es el miedo a morir lo que nos determina a cada segundo, a cada movimiento que hacemos sino la dolorida perplejidad de estar contemplando algo que abruptamente y no por casualidad dejamos atrás y que ya nunca volveremos a ver. De ahí entonces el desprecio a nuestra propia vida que no es desprecio sino realmente aceptación de lo precaria que se ha hecho la vida sin ilusión alguna. Que el porvenir entonces quede para quienes más amamos y que, sin embargo, a la vuelta de los años ni siquiera se acordarán de nosotros.

El sentirnos sacados a la fuerza de nuestro barrio, nos lleva a perder el sueño o a que éste se reduzca a un sobresaltado cerrar de párpados, para imaginar que, al abrir los ojos algo bueno ha pasado pues seguimos con vida. ¿A qué puede aspirar ella sin su hijo? Ella debió imaginar que iría a seguir viva en los días futuros de su hijo, pues en esa dirección había encaminado sus esfuerzos. Con su mirada orgullosa, señala que el espacio de tiempo que puede restar para que la muerte los reúna a ambos, es lo único que le preocupa.

Ya esta actitud, me arroja luces sobre aquello que no debo hacer. La anciana ya conoce al final de esta situación. ¿Aquella señora del supermercado de Queens, mi mamá neoyorquina, dónde abrirá ahora una puerta? Cuando una madre mira ya conoce hacia donde se dirigen los pasos de su hijo. Cuando una madre mira ya sabe de antemano la soledad y tristeza que la ha transmitido a sus hijos como herencia de sus propios padres.

Por eso salió a la calle sin decir una palabra, sin insinuar un gesto de pánico. Por eso continúa impertérrita mientras ya me he fumado cinco cigarrillos y empieza a conmoverme su paciencia, ese halo de invencible bondad ante el cual pienso que yo tampoco debo sucumbir. No debo olvidar su lección.

Sin decir palabra entra en el automóvil cuando uno de los muchachos se lo insinúa. El automóvil, dos jeeps se pierden en la distancia de la calle y no la vuelvo a ver.
—¿Llegaste bien papito, no tuviste ningún contratiempo?

—Sí señor, llegue muy bien. No tuve problema alguno ni al salir ni al llegar ni tampoco en la estadía allá. Ya no tengo temor en las aduanas ni me cabrean los guardias ni los detectives. Ya le cogí el pulso al trabajo. Sí señor.

—Y Nueva York; ¿cómo estaba?

—Pleno invierno señor, lluvia, mucho frío. Y eso como usted lo sabe aburre hasta el cansancio, lo agarra a uno la nostalgia del clima de Medellín y no ve uno la hora de venirse. Pero el trabajo hay que hacerlo, señor.

—Claro, hombrecito, la falta del chicharrón y los fríjoles. ¿Quién puede contra eso? Al principio eso mismo me llegó a pasar; pero se acostumbra uno, ¿no crees? Y tampoco es que Nueva York sea tan feo y allá además tenemos una colonia nuestra muy grande, esas fiestas que hacen son muy buenas.

—Sí, todo eso es cierto. Pero se cansa uno de ser extranjero y sueña en la casa, en la barra de amigos. Se cansa uno de no saber hablar inglés.

—Sí, ser extranjero, que lo miren a uno mal por eso. Y la falta de los amigos, sí todo eso lo comprendo muchachón pero decime; ¿qué fue realmente lo que te sucedió? ¿por qué hiciste lo que hiciste, de quién te dejaste echar el cuento tan bobamente?
—Pero en todo, señor, fui muy cuidadoso. Ya le dije que en las aduanas no me pusieron ningún problema. Y usted sabe cómo es esa gente gringa. Además le cuento que nada de fiestecitas, nada de trago. Mucho me cuidé de no darle tiro a nadie, de no ser sospechoso de nada tal como usted lo exige en éstos casos.

—No me refería a eso, papito.

—No, tampoco me reuní con los cubanos. Yo a esos les tengo mucho miedo. Son muy ventajosos porque conocen más el ambiente. Uno no debe dejarse embaucar por ellos.

—Vea papá, no se me haga el bobo. Ya sabe de lo que estoy hablando ¡carajo! Ya sabe, conteste, carajo!

—Inexperiencia, pendeja bisoñada se lo digo. Creí, en mi ingenuidad, que nadie iba a notar esos pocos dólares que sustraje. Creí, que mientras tanto, podría sacarles provecho invirtiéndolos en un negocio. Pero se lo juro señor que jamás pasó por mi mente tumbarlo a usted, quedarle mal y mucho menos robarle a quién ha sido un benefactor para mí. Aquí le tengo la plata, falta un poco que es la que esa gente me está debiendo. Pero le voy a devolver el doble para que vea mi agradecimiento. Usted lo sabe señor.

—Eso a mí me interesa un culo, papito. Aquí lo que cuenta es que le faltaste a la palabra que habías dado cuanto te metiste en este negocio. Y te lo repitieron mil veces, toda falta se castiga con rigor ¿Dónde pensabas esconderte que no te hubiéramos descubierto? ¿Dónde?

—Por eso recurro a su comprensión, a su bondad, señor. Yo sé de todas las obras de caridad que usted hace en la ciudad y por lo tanto creo que tengo el derecho a otra oportunidad. Se lo juro que no volverá a suceder. Si quiere déjeme como uno de sus guardaespaldas, cuidando de sus hijos. Yo para estos viajes no sirvo.

—¿Qué tal que todo pendejo que hace lo que vos has hecho tuviera el derecho a otra oportunidad? ¿Por dónde andaría esta empresa? Papito esta no es una agencia de empleos temporales ni una oficina de caridad pública. Somos lo que somos por una estricta organización. Sin esto estaríamos pidiendo limosna.

—Pero como buen católico usted es un hombre piadoso, yo lo sé. Un hombre comprensivo y bondadoso. Y me va a entender me va a entender.

—Yo aquí no soy yo. En esto no hay personas sino la Organización que funciona como una empresa comercial ¿Qué vas a hacer entonces hombrecito? ¿Qué querés que hagamos con tu mamá?

—¿Cómo así señor que a mi mamá ?. No me digan que ustedes la tienen, no me lo digan ¿cómo puede ser esto? ¡Con razón en esta casa no había nadie cuando llegué!

—La ley es así papito y vos lo sabías de antemano. ¿Pero entonces, qué? ¿Qué vamos a hacer con esta viejita, ah? ¿Vas a venir a respondernos o vamos viendo a ver qué hacemos con ella?

—¡Cómo así que a mi mamá la tienen ustedes! Cualquier cosa me imaginé menos esto. Con razón aquí no hay nadie. ¿Qué van a hacer con ella señor?, es una pobre e indefensa viejita.

—Te lo repito y por última vez, esta es la ley porque sin ella todo se viene abajo. Aquí no hay abogados ni monjas de la caridad para interceder por vos. ¿Vas a venir o querés que procedamos ya con este costal de arrugas?

—Se me está acabando la paciencia. Si te asomás a la ventana verás a la gente esperando que salgás como todo un hombre. Esperando que les demostrés que sos un buen hijo.

—Claro que si consideras que ella ya esta muy viejita y que no va a durar mucho y en cambio vos lo tenés todo por delante, pues pensálo y colgá. De todos modos la ley es la ley y entonces nosotros consideraremos que nos has declarado la guerra. Una guerra papito entre El llanero solitario y nuestra Organización. Ya estoy temblando de miedo Robocop, ya están temblando los muchachos.

—No, espere, se lo digo, espere un minuto.

—Cuánto voy a esperar si los muchachos ya están allá afuera. Éstos no son unos ejercicios espirituales de colegio. Tenés que quedar bien delante de los vecinos, delante de tus amigos.

—Sí señor. Ya abro la puerta. Ya me entrego.

Un vecino se le acerca, le coloca el brazo sobre los hombros con gesto protector. Y luego unas señoras se acercan y dirigen la mirada hacia donde ella dirige su mirada: el automóvil acaba de cruzar la esquina y ha desaparecido, los dos jeeps que lo siguen lo hacen ahora. La anciana bajó del automóvil con gesto rígido pero seguro. Cuando se cruzó con el hombre rubio, alto, que dos muchachos fornidos llevaban discretamente del brazo no dirigió su mirada hacia éste, que en cambio sí fijó su mirada en ella, trémulamente, con un gesto amoroso, un gesto fugaz, ya que enseguida, fue introducido al auto. ¿Fue el atribulado ademán de aquel ser acorralado lo que llamó la atención de los niños que jugaban en las aceras, de la barra de muchachos que conversaba en la esquina? ¿Por qué se había descompuesto de tal manera quien horas antes había llegado con gesto arrogante, y con ademanes displicentes ni siquiera había reparado en ellos? Su figura parecía sacada de una carátula de discos. David Bowie y Rod Stewart, pelo hirsuto, pantalones, chaqueta de cuero brillante, pulseras de oro. Dejó abiertas las puertas del automóvil y miró con evidente alborozo la casa ostentosa que rompía desagradablemente con la fachada de las modestas casas del barrio. Fueron, claro, los niños quienes se le acercaron.

Les repartió billetes y permitió que detallaran su figura, sabiendo que, desde las casas lo observaban con la estupefacción propia de quien se siente incapaz de calificar una situación como la que estaba sucediendo, por carecer del más mínimo elemento de referencia para ello.

Los muchachos adoptaron al principio una actitud distante, pero luego sus miradas, su actitud se hicieron entre despectivas e irónicas. Dejó el equipo de sonido a un alto volumen, Men at work, el estallido de la música rebotó contra las paredes de las casas, sacudió las hojas de los árboles, escandalizó a los perros y se expandió entre las calles del vecindario. De pronto dejó de ser música y letra, y se convirtió en una serie de sonidos sincopados, fragmentados los unos de los otros, cada sonido a la búsqueda de su propio extravío, de su propia atonalidad, hasta lograr, momentáneamente, que cada color, cada textura se aislara, se fuera atomizando, el rostro rubicundo de un niño, la tonalidad cerúlea de una señora, el color desusado de un muchacho, de un perro callejero. Momentáneamente como la teatral aparición de un profeta rodeado de destellos cibernéticos, de rayos apocalípticos chisporroteando sobre el andén aterrado, antes de , con gesto olímpico, cerrar la puerta de su automóvil electrónico.

Y fue a las cinco en punto cuando apareció de nuevo en la puerta pero ahora con un gesto descompuesto, pálido como si Drácula le hubiera succionado la sangre. Y fue entonces cuando las señoras casadas, las viudas, los adolescentes comprendieron lo que de doloroso se escondía bajo aquellos gestos patéticos, en el desencajado rostro de aquel ángel caído. En aquella escandalosa verdad que ya desde su llegada habían presentido. Niños y muchachos se fueron arremolinando en la acera hasta que apareció el automóvil escoltado por los dos jeeps. Al verlos, aquel rostro de rockero compungido se sumió en las más frías y desoladas latitudes, pero no temblaba, sólo su mirada quería traspasar las cosas, acercar las lejanías, leer lo que se escribía en aquel larguísimo tiempo de espera, quizás con la confianza de que al conocer qué era lo que se aproximaba en aquella caravana de vehículos, podría cambiar el orden de los acontecimientos.

La anciana se quedó observando el resplandor último de la tarde sobre las montañas. Después giró y se quedó contemplando la casa, el antejardín, las flores. El volumen de dos pisos enchapados en mármol gris perla. El interior de la casa aparecía iluminado, de manera que era fácil calcular el desorbitado espacio de la sala, el alocado número de habitaciones vacías, el comedor solitario, la cocina vacía, los baños solitarios que nunca serían utilizados, los automóviles mudos en el garaje. Y era obvio ante aquella mudez que ninguna voz, ninguna algarabía de niños vendría jamás a darle sentido a aquella caprichosa construcción. La anciana emitió un débil quejido y cerró con dolor los párpados. Cuando se pensó que iba a entrar a la casa desanduvo los tres pasos que había dado y pareció, confusa, buscar un banco para sentarse. Al no hallarlo; titubeante, siguió en dirección a la esquina, hacia las casas de aspecto modesto como si quisiera en el centro mismo de la oscuridad desaparecer en ésta. Fue entonces cuando una de las vecinas la alcanzó, la tomó del brazo y luego con calma la condujo hacia una de las viejas casas del barrio donde la luz de un hogar la estaba esperando.

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La información que postemaos en el blog fue remitida por el Investigador Darío Ruiz y se encuentra publicada en la Revista Digital Intercultural Omnibús, Edición Especial, Nros 40 - 41. http://www.omni-bus.com/