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El urbanismo como mentira.

Darío Ruiz Gómez


Las noticias sobre San Francisco son alarmantes: una burbuja inmobiliaria está poniendo en peligro la escala de la ciudad, esa equilibrada manera de hacer convivir el viejo casco urbano inmortalizado por tantos films, con la ciudad de los rascacielos. En Barcelona, Madrid los centros históricos llenos de vida, están siendo amenazados por un inesperado cambio de usos en lo que respecta a tipologías como farmacias, panaderías, librerías, para ser remodeladas para nuevos usos. Ya en los años 60 los bancos se levantaron destruyendo los viejos cafés tradicionales. Italia había marcado la pauta en cuanto a destrucción de estos patrimonios y su sustitución por arquitecturas comerciales que al entrar en desuso –a veces rápidamente- muestran su incapacidad para morir con dignidad estética. Este fenómeno, tal como lo evidencian tres novelas recientemente aparecidas, ya había sido analizado como una amenaza de la codicia irracional de los capitales emergentes.

En “Especulación” escrita por el genio de Thomas Wolfe en 1929, se denuncia los desastres que la especulación urbana causa en su ciudad natal como resultado de la codicia desmedida de grupos de empresarios, el paisaje, lo construido no cuentan en su afán desmedido de venta de terrenos para la especulación, de créditos de hipotecas, de construcciones sin las especificaciones necesarias y este huracán a cuyo paso se arrasa la conciencia moral, la justicia y que terminará en la desolación de la catástrofe financiera del llamado Crac del 29 recuerda lo que el capitalismo del siglo XIX supuso en Chicago imponiendo la fealdad. Aquello que Mumford llamó las “décadas oscuras”. La lucha de los grandes pensadores oponiéndose a estos atropellos es la historia de la incomprensión, de la intolerancia de los servidores de esta especulación “a nombre del progreso”.

La novela de Jhon Mortimer “El regreso de Titmuss” describe con ironía las preocupaciones de un personaje, heredero de un pequeño valle inglés y sobre cuya belleza va a caer un irracional plan de viviendas de altos costos, clubes sociales, piscinas o sea el escenario de los nuevos ricos manipulados en sus gustos por estos capitales y configurado por planificadores de ocasión como un verdadero Plan Parcial. El urbanismo como mentira. En este sentido y con tonos más vitriólicos la novela “Crematorio” de Rafael Chirbes – convertida en una buena serie televisiva- se adentra en el mundo corrupto surgido desde los trasfondos de esta economía, personajes podridos espiritualmente como Rubén el inescrupuloso constructor de estos grandes edificios edificados sobre la codicia desmedida, sobre el más despiadado arribismo y simulación cultural. Para Chirbes la destrucción del paisaje se convierte en el marco de referencia de este despeñadero moral porque el paisaje que desaparece fue el hábitat construido a través de generaciones de ciudadanos capaces de llenarlo de significados.

Liberen la mirada y fíjense en la manera acelerada con que una especulación sin escrúpulos respecto a los valores ambientales, defensa de las aguas, de los bosques nativos, del paisaje construido a lo largo de años por manos amorosas, está acabando de destruir un patrimonio como el del Oriente antioqueño. Conceptos manipulados como el de uso mixto han permitido que la vía de Llano Grande se llene de ventas improvisadas de materiales de construcción a la vista, al lado de malls que ya parecen abandonados a su suerte y por supuesto a un prematuro fracaso comercial. Urbanizaciones dislocadas unas de otras, la creciente contaminación de los ríos, han llevado por falta de planificación, de un  verdadero Plan Urbanístico, a un desorden que con el paso de los días convertirá este sector en una conurbación  desafortunada. Sin diseñadores gráficos, sin paisajistas, sin verdaderos defensores del medio ambiente, lo que debió ser un suburbio lleno de belleza y calidad de vida comienza a verse ya como el desorden y la fealdad.


“Construir en lo construido” o Planificar a 15 años


Darío Ruiz Gómez

El proceso de una ciudad supone siempre procesos de racionalización de los diversos problemas que con el paso de los días van surgiendo: la planeación urbana reconoce los problemas que crea un aumento acelerado de población, los cambios de costumbres y de usos que surgen con la presencia de emigrantes venidos de otras regiones, de desplazados urbanos, modificaciones silenciosas del mismo lenguaje, de las gestualidades, de las músicas o sea del uso y apropiación de los espacios públicos. Planificar una ciudad como Medellín a quince años es suponer que la sociedad, los grupos sociales son homogéneos y las costumbres inalterables. Medellín cada cinco años cambia radicalmente en todo sentido pero principalmente bajo lo que aún hoy podemos considerar como una desenfrenada especulación urbana. Si de verdad los planteamientos urbanísticos de Fajardo y de Alonso Salazar hubieran estado encaminados a derrumbar barreras o sea a integrar con igualdad desde la diferencia, los distintos sectores y barriadas, no hubiéramos caído en el error de abandonar las periferias dejándolas caer en manos de la delincuencia, no hubiéramos perdido el Centro como eje estructurante y como espacio simbólico de la ciudad cívica.

El ejemplo de Bilbao consistió en defender una morfología urbana, una fisonomía reconocida proyectando la nueva ciudad, los sectores de renovación a partir de lo que Francisco de Gracia llama lo construido. “Construir en lo construido” gracias a planes de renovación urbana, de rehabilitación de áreas en deterioro ya que al igual que Medellín, Bilbao sufrió una terrible crisis a partir de la desaparición del modelo industrial que contaminó las aguas de la ría, la atmósfera y dejó en la ruina a las barriadas obreras. Vino la crispación urbana ante un derrumbe que parecía definitivo  y fue salvada gracias a un verdadero proyecto urbano de lo que debería ser una nueva ciudad. La idea de ciudad pensada desde la necesidad de racionalizar la problemática planteada por el crecimiento desmesurado del parque automotor, por la demografía y las nuevas formas de economía, desaparece en Medellín bajo los imperativos de una especulación camuflada en una pobre ideología del progreso así como entra en desuso la racionalidad tecnológica pues el ingeniero, el especialista son sustituidos por improvisados funcionarios nombrados como cuotas políticas. Mayor Mora ve la crisis de estas disciplinas en la crisis del modelo pedagógico de la Escuela de Minas.

El infame puente de la calle cuatro constituye  la desaparición de los valores éticos de una disciplina como la ingeniería, amén, de un relajamiento moral de la burocracia que nunca es condenada por sus desaciertos. Hoy, Denise Scott Brown, la gran urbanista acaba de cumplir ochenta y tres años, sus lecciones sobre la renovación de la imagen urbana, de los sistemas visuales de señalización puestos de presente en Filadelfia nos muestran la irresponsabilidad con que la burocracia supuestamente planificadora fue incapaz de crear en Medellín una nueva imagen bajo un nuevo orden que rescatara del caos y la fragmentación lo que se quedó como desorden y muestra de incapacidad de nuestros profesionales.

Lo que acaba de suceder con el metro viene a demostrar que la burocracia de la llamada Área Metropolitana vive distraída en qué sabe qué elucubraciones futurólogas, mientras la tarea de mitigación y mantenimiento del cauce del río, de la previsión de posibles desastres geológicos, para las cuales cada año se destina un presupuesto, quedó olvidada bajo minucias burocráticas que desconocen la complejidad que supone la metropolitanización de unos territorios, la racionalización  de la estructuración de los distintos sistemas de transporte. Ya lo dije en su momento, la ingenuidad del Alcalde Gaviria consistió en no darse cuenta del legado de improvisación, de irresponsable desatención a las estructuras de la ciudad, que, las dos alcaldías anteriores le dejaron.