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El laberinto de una promesa


Colombia: ¿culto a la cirugía plástica o narcoestética?

En este trabajo se describe un conjunto de discursos, prácticas, espacios y tiempos que se desarrollaron como procesos propios de la inserción del capitalismo en Medellín (Colombia), desde 1939 hasta 1962. Con este objetivo, se registran la producción y el papel del sujeto en los desarrollos relacionados con los saberes y los poderes del capitalismo, que constituyó durante la mitad del siglo XX una nueva configuración de subjetividades, provocada por unos intereses que convirtieron los espacios, los tiempos y la praxis ciudadana en nuevos tipos de ciudad y de vida cotidiana. Esto a través de una genealogía de la sociedad de consumo en Medellín entre 1939 y 1962, donde puede concluirse que estaba emergiendo el BIOS del consumismo, rastreado en las rotativas de las publicaciones periódicas de la época.

Colombia fue reconocida por sus centros comerciales
Así, pues, también se enfocará este trabajo en cómo Medellín se consolidó por “planes” de acción; en cómo entre la experiencia y la utopía se promovieron mecanismos, se significaron lugares, tiempos y formas de consumo; en cómo se establecieron libertades y tecnologías de gobierno que consolidaron enunciaciones sobre la cantidad de deseos por satisfacer, sobre la velocidad con la cual el individuo debía satisfacerlos y sobre cómo se aseguró la cualificación de funciones y competencias en la participación de la emergente vida consumista. Hizo emerger, efectivamente, al ciudadano de la época en condiciones donde los deseos iban trazando e implementando estímulos que guiaron las respuestas y las reacciones en la población. Comprender el conjunto de disposiciones que conformaron la fórmula normativa —que convirtió a la ciudad de mediados del siglo XX en un modelo de representación, en un escenario donde se preservó la luz de los respaldos económicos del mercado— es comprender la valoración ética del consumismo. Se quiere dejar claro, entonces, que la promesa capitalista fue la configuración de un ritmo impuesto por el mercado, que fundamentó una “dignidad” como plan de acción pública y eje fundamental de la identificación social que marcaría el uso de los espacios y de los tiempos[4], sintetizando en el sujeto consumidor la esencialidad de la ciudad de Medellín. En tal sentido, este artículo mostrará cómo la ciudad se alojó en las “simpatías místicas hacia el consumo”[5], como lo explicita la racionalidad económica[6] del dispositivo gubernamental, que planeó y delimitó la satisfacción como índice propio y singular del capitalismo[

Para leer el artículo completo de Juan Esteban Posada en la Revista No 57

Vivir y habitar la ciudad y sus prácticas

El Hueco
Comprender la Medellín contemporánea como un espacio urbano con espesor histórico propio y atravesado por transformaciones que la han resignificado permanentemente implica entender este presente como un tiempo también proclive al cambio y a la modificación. Desde el punto de vista de las prácticas de los espacio de intercambio una sociedad y una ciudad no tienen esencia, es decir, siempre una ciudad y una sociedad tienen una relación discontinua, problemática, heterogénea y cambiante con los espacios y con las formas plurales de vivir y habitar la ciudad a través de sus prácticas. El consumo no implica estabilidad y homogeneidad sino tensión, resistencia, conflicto y resiginificación. Las características habitualmente atribuidas al consumo contemporáneo no servirían para entender los funcionamientos reales de los espacios de intercambio, sus espacializaciones diferenciadas, las prácticas que los definen y el sentido equívoco que dan a la ciudad. Un análisis alternativo del consumo y sus espacios en nuestra contemporaneidad urbana implica el uso de herramientas conceptuales que nos permitan entender el conjunto heteróclito de prácticas espaciales que operan en la ciudad.

Shopping San Diego
Es lugar común referirse al Centro comercial, o mall, como el espacio que sintetiza la cultura urbana del mundo contemporáneo, y asociarlo de forma inmediata con la globalización, la banalización de las formas urbanas y el fin del espacio público como el lugar por excelencia de los intercambios comerciales y sociales. Mientras otras formas de intercambio, a veces más discretas, a veces más ocultas, al no jugar un papel preponderante, son introducidas en otros discursos: los de la ilegalidad, la informalidad, la pobreza, la decadencia, el rebusque. No obstante, lejos de identificar estos escenarios según esas formas comunes, podría decirse que la discontinuidad histórica que significó la introducción de los grandes espacios comerciales en las ciudades suscitó una transformación generalizada, de las prácticas de intercambio y de la forma urbana y, por tanto, de los modos en que la ciudad es vivida y habitada. Así, los intercambios, en tanto fenómenos históricos, introducen espacializaciones, prácticas de espacios y subjetividades diferenciadas que dan forma a múltiples rostros urbanos e inducen múltiples formas de habitar la ciudad. En este sentido, la construcción y entrada en funcionamiento, en 1972, de San Diego -el primer centro comercial de Colombia- no supuso sólo la incorporación de una nueva tipología arquitectónica, que tomaba como modelo el shopping center norteamericano, sino la instauración de unos modos de existencia social, espacial y política de la ciudad; podría decirse entonces que el flujo y la heterogeneidad de los intercambios comerciales en Medellín producen espacios, prácticas y sujetos que le imprimen sentido propio a la ciudad.

En este sentido, la clave para comprender el mundo urbano en la contemporaneidad está en considerarlo no solamente como un topos físico sino como un complejo sistema de intercambios heterogéneos. La transformación histórica en la que los intercambios del comercio producen espacialidades urbanas implica cambios esenciales en la configuración de la subjetividad de los individuos, de sus relaciones sociales y de las formas en que se apropian y practican la ciudad. Las prácticas de espacio de intercambio dilucidan una simbología inconsciente e implementan procesos particulares de apropiación del espacio y formas de habitar la ciudad que producen materialidades, espacios con carácter local y sujetos  productores continuos de significado.