Ciudad Audiovisual


Manifiesto Audiovisual

  
Ojo Corazón y Pentax. Foto: Camila Florez Quintero. 2009.

El evento cinematrográfico

La imagen es  todo, la imagen siempre  te acompaña, la imagen en la sociedad de la imagen, el audio sin la imagen,  la imagen con el audio,  la imagen en movimiento, la imagen fugaz momento, monumental,  movimiento…

La imagen y las prácticas  están entrelazadas  por el icono del soporte, la herramienta,  el medio. El registro solo pertenece al instante y no al sujeto, éste también se convierte  en un crisol,  un ser mediado por la imagen que devenimos todos cuando portamos el aparato estrepitoso, que es una juguete artefacto. El ojo máquina del alma. El mirar como auto producción de lo que somos y a veces nos avergonzamos. La cámara está dispuesta a desentrañar los cuerpos imágenes, medios, herramientas para mostrar lo imperceptible en la aparente realidad, con el clic o el filme, resaltamos,  detenemos, congelamos, conocemos en la experiencia gráfica de la vida urbana. Vida, experiencia y educación visual, consumo de derechos y disolución de las fronteras, de los límites entre lo visto y no visto, lo real y el sueño.

Ensueños desde lo Alto. Cerro el Pichacho. Foto: Víctor Jiménez. 2012. 
La imagen es todo y nada, carnaval de ficción y documento en la sociedad de la telofase… metrópolis telepólita de magia y miedo, de industria y servicios, de muerte y protección. Sin embargo la imagen es re-politizada al servicio del cliente que en general no entiende nada de lo que le dicen, no observa ni interpreta las entrelíneas. Éste después paga.

La maquina mundial de las grandes corporaciones de imágenes fijas y en movimiento recomienza. No para, se auto produce como evidencias... la necesidad de transmitir, visionar, aconductar, controlar… claro, mostrar, distribuir, difundir, compartir, experimentar, tomar  la acción  dentro  de lo  producible en el comportamiento de las y los sujetos a partir de la protección  que se brinda con las apariencias, con las imágenes que devoramos como antropófagos come gráficas, publicidades, diseños, fotos, pinturas, ilustraciones y vídeos, en un circulo tipo moebius de referentes difusos, soñados y hechos de recortes, indestructible e indefinible al cual nos transbordan ideológicamente inadvertidos... y nosotros más ciegos para mirar y ver seguimos dando la cara: la imagen del gesto fabricada y reciclada en el control, la seguridad y la vigilancia.
Tu cara: Tu trasero. Foto y procesamiento digital Víctor Jiménez. 2012.

Somos recipientes propios, rotos, de hábitos. La cotidianidad de imágenes es por la exterioridad. La producción de imágenes, ciudad, cuerpos y el presente son la  empaquetada en las máquinas – massmedia. Hábito, superficie y aparatos es lo que somos y no comprendemos, armatostes, objetos y dispositivos sin lo cual no habría ningún nosotros.

Lo producido es un proceso de lo producible en el cual se define el trabajo  como  división y  apuesta  de exposición: productos objetos, enunciando unos procesos transgresivos, de-constructores y que escinden la visión de los directores, creadores,: donde los espectadores de masa acrítica, atacan y dudan de la realidad al volverse ellos  y sus vidas películas, al vivir la imagen en movimiento en su epísteme de proyectar, concebir y vivir lo real como un transcurrir de fotos en secuencia dentro del espacio tiempo. Verosimilitud más que verdad. Engranaje, posiciones, perspectivas, momentos, relatividad, azar y discontinuidades más que grandes historias y meta relatos. 

Bio-imágenes vitales, vida de imágenes, existencia de maneras, no seres y seres de intereses y conflictos; reconocimientos de estos cuerpos e imágenes como espacios abigarrados y fundados en la multiplicidad, en la visualidad. Su quehacer se encuentra en la llenura y abundancia del hambre visual; sin embargo ¿existe uno donde se hable de uno mismo, de la naturaleza y se muestren las decisiones del uno solo?

Tejidos de negro y color. Cerro el Picacho. Foto: Víctor Jiménez. 2012.

Los espacios y los productos como representaciones sociales por cierta conducta y su constante construcción ofrecen a los sujetos un fin inmediato, planeado y poco decisivo. No le permiten al cuerpo –reflexionado- pasar de la potencia al acto ya que la prohibición y lo oficial es el imperante en el estigma de lo que debiera ser dominante en la imagen apariencia: la espontaneidad, la libertad, la creación, la imaginación y el anonimato.

La casa, la escuela, la tv, el programa, la película ofrecen abertura de espacios y productos; en sí, posibilidad de no crear nada nuevo y no encontrar la media naranja… Sed de hacer su quehacer en su propio espacio imaginado y realizado (forma de participación del sujeto que trasciende el plano de lo cotidiano y lo hace mística en las massmedia, creyendo que lo cotidiano es natural, que equivale a la verdad en la pantalla).

La imagen, el audio… son vacíos, contenidos transgénicos al servicio de la burguesía transnacionalizada, imágenes pan, alimento de la ignorancia y el control. Es el capital el que llena las pantallas… a quien se le  vende esa imagen, en una sociedad con hambre, con el hambre visual de recrear y crear el entorno, el imaginario, el fantasma dentro de la maquina, ese que  da vida  a sueños y realidades, de un producto  maquinizado,  limpio, esterilizado y estilizado, que se hace para digerir rápido. Consunción.

 Como apropiarse de la pared en blanco, empuñar las maquinas y resignificar sus productos, el poner, el exponer, el poder. La imagen.

Ver Mirar Observar. Película en el Cine club Orbital. Foto: Víctor Jiménez. 2012.

Urge la polinización de las herramientas comunicativas en un mundo donde la producción de imágenes domina la relación del telepolita – que conquista sus derechos en el consumo y reivindica las luchas frente al televisor- con los medios electrónicos que nos conectan a la telepolis. Venta de un mundo que no tenemos, de un mundo siempre irrealizable, de lo light, el eidos, la apariencia, la vanidad, lo sintético. Consumo y aspiración del comercio hecho realidad por la propaganda, la publicidad,  los argumentales, el documental, la televisión, la radio y las redes sociales gracias a lo visual, a la imagen como mecanismo de aconductamiento y liberación.

La rueda nunca para. La imagen no descansa, nos produce. El capitalismo nunca duerme, la psicología de masas con la publicidad nos cautiva en la tensa tensión del audiovisual ideal, para hacernos olvidar, no percatar, no dudar.

Así se evidencia, la necesidad de transmitir, visionar… claro, mostrar, distribuir, difundir, compartir, experimentar, tomar  acción  dentro  de lo  producible. Lo producido es un proceso en el cual se define  el trabajo  como  una apuesta  de exposición, lo cual  enuncia,  que es un proceso liberador, transgresivo y  educador de los realizadores con los pobladores, las situaciones y las organizaciones.


Notas de Luces. Cerro el Pichacho. Foto: Victor Jiménez. 2012.
La imagen es todo, sin embargo la imagen sin audio es re-politizada al servicio del cliente. Este después paga. La maquina mundial de imágenes, recomienza. No para,  se autoproduce como el movimiento de la rueda.

La imagen es  todo, la imagen siempre  te acompaña, la imagen en la sociedad de la imagen, el audio sin la imagen,  la imagen con el audio,  la imagen en movimiento, al imagen momento, monumental,  movimiento….


Buscamos la imagen espontánea donde la cámara no es un fusil,  ni la chiva del noticiero,  imagen rayón, la imagen movida,  una  exposición de construcción conjunta, maquina de imágenes de observación, que objete a   productos mediáticos  que toman posición y arbitrio político.

Evadirnos de la imagen pagada y como noticia, para encontrar una producción mediática formativa,  trasmisora,  como un  proyecto colectivo de construcción  conjunta de conocimiento, experiencias colectivas  y manera de expresión de la   población a través de la cultura visual como presupuesto y basamento del edificio.
 Ante la negación  para asumir la imagen con responsabilidad,   un manifiesto político de principios comunes, que  creen  que lo primero es la sensibilidad, el sentimiento, la idea transformadora, la problemática  y la propuesta; y el proceso creador de liberación, al conocer la otredad, las realidades en que  co-habitamos en la situación.

Todo es situacional,  la imagen más que cualquier otra cosa; los objetos dominan nuestras  formas de expresión, relación y adscripción a cierto tipo de intereses. El sentido es  nuestra apuesta, en la sociedad de masas, de vallas, llena de imágenes, autoproducida por la negación de ellas,   sin  política en la imagen, negándose a lo mas prioritario de ella, la trasmisión  de un  problema y la  respectiva  trasmisión  de la  política asumida .

Al plantearnos la pregunta sobre la críptica comunicación instantánea, comunicados, boletines, encuestas, estadística funcional  difundida, segundos en pantalla, dinero, desconocimiento y producción de sociedad,  su masiva imposición, buscamos captar la imagen en su flujo cotidiano y comunicativo, imagen expuesta, su materialidad , texturas sonoras y visuales que alienten  y difundan procesos sociales dinámicos y llenos de sentido.

Caída -de la Páloma- del T.V. Foto: Cristian Jiménez. 2011.
La alter-natividad—estética y política –vital. La vida afuera. La imagen afuera… La narrativa fática.

AYACUCHO


EN RECUERDO DE UNA CALLE

Darío Ruiz Gómez

En una memorable reflexión sobre la ciudad, “Todo lo sólido se desvanece en el aire”,  Marshal Berman recuerda a Moses el famoso urbanizador que hacia los años 50 estaba renovando a Nueva York con gigantescos proyectos urbanísticos utilizando la más avanzada tecnología hasta cuando Berman se da cuenta de que ese proyecto partía de arrasar lo construido y ahí caería su barrio, el Bronx, historias de niños que van al colegio, de vecinos, de jóvenes enamorados, historia personal frente a la Historia con mayúsculas que escriben los cronistas oficiales, palimpsesto de afectos frente a la inhumanidad de un zoning. ¿Qué hubiera sucedido si estos barrios hubieran desaparecido para dar paso a una ciudad sin memoria donde la vida es un vacío, una selva de símbolos?

Una gran novela como la Delillo, “Submundo” recoge bellamente la polifonía de voces y músicas de estos barrios.  ¿Dónde nació la cultura de la ciudad? Rescatar este mapa humano fue rescatar la historia de la familia, de los amigos muertos y vivos. Y demostrar que la vieja casa no ha desaparecido, ni el patio lleno de muchachitos bullosos, ni las escaleras donde los jubilados rememoran.

En la foto de una calle que ya no existe, quien rememora suele encontrar  una vida que sin haberla vivido le permite recuperar el hilo de una genealogía que le hacía falta, porque si la historia de los historiadores es una suma de archivos, una vieja foto nos permite encontrar a un amigo, a un amor que hubiéramos querido tener cuando ellos vivían. Mirarlos es preguntarnos sobre su destino. Un tranquilo hombre bien trajeado de los años 50 parece lejano al tranvía que pasa. Pensar la ciudad a través de imágenes como pedía Aldo Rossi es poderla reconstruir mentalmente en cada ocasión.

A veces, lo recuerdo, mi primo Gustavo se colaba al tranvía por la parte trasera mediante una pirueta que yo era incapaz de hacer. Al trote lo seguía por la acera, escuchando el rechinar de las ruedas y el chisporroteo de los cables eléctricos. Algún granuja desencajaba la pértiga y el tranvía se detenía. Colocaba la pértiga en su sitio el ofendido conductor y continuaba su marcha mientras mi primo sonreía acodado en la ventanilla y a mi me parecía de lo más natural seguirlo al trote a prudente distancia.

El tranvía de Ayacucho estaba enmarcado por villas de estilo italiano, arquitecturas de los años 50 y eso constituía una experiencia decisiva para un niño que descubría así la riqueza visual de la calle. Los guayacanes habían florecido y caminando sobre aquel inusitado tapiz de flores vislumbré la felicidad de pertenecer a una ciudad.  La reflexión de Berman parte del hecho de recordar ante un falso progreso, el verdadero significado de la modernidad: la calle y la vida, aquel “de qué tiempo es este lugar” de Lynch. “Es en las calles, en nuestras calles en donde debe estar la modernidad. El camino abierto debe conducir a la plaza pública”. La ceiba necesitó de casi un siglo  para referenciarnos este logro del tiempo y darle escala a la Plazuela y significado a los edificios de la Universidad. Miles de ciudades europeas han renovado sus agónicos centros históricos gracias a afortunadas intervenciones con vías y edificios modernos que al establecer el contraste han enriquecido lo antiguo con lo nuevo y nos han dado la medida de una nueva belleza, le han devuelto la ciudad a la tranquilidad, al peatón. Eso fue lo que hizo Norman Foster en Nimes. No se si habrá sensibilidad para hacerlo aquí.  

La destrucción del Agora Urbano

CIUDAD Y POLIS


Darío Ruiz Gómez

Me llamó  un amigo, arquitecto  que hace décadas reside en Nueva York, estaba espantado por la destrucción de su barrio Boston, de calles como Bolivia, Perú. ¿Cómo se pudo llegar a semejante devastación sin que ninguna autoridad interviniera? Recordemos lo que Francoise  Choay  la gran urbanista dijo:  Medellín,  no es una ciudad. Perdido el Centro Cívico, la desmembración de la unidad del territorio,  nos llevó a caer en un caos en donde se destruyeron rápidamente los antiguos significados, lo central se volvió residual y lo periférico un territorio incontrolable. En la Alcaldía de Juan Gómez una de las premisas para el Museo de Antioquia era devolver a la ciudad la presencia de ese espacio simbólico en el cual se identificara  la comunidad. Se planteó una renovación de estos sectores, recuperar  vías como Carabobo, Cundinamarca, Cúcuta conectándolas con la Universidad de Antioquia y haciendo que este gran flujo peatonal le diera otra dinámica a un sector deprimido. Las posteriores Alcaldías aprovecharon este planteamiento pero la propuesta quedó inconclusa ya que se olvidaron de su articulación con el norte de la ciudad.


Una ciudad no puede perder su centro simbólico, el ágora donde se convoca a los ciudadanos para que se sientan ciudadanos ya que desaparecería el concepto fundamental de Polis para convertirse en una simple aglomeración incapaz de conceder razones a la vida en sociedad tal como nos lo recuerda Edward W. Soja. Si Medellín hace cuatro años estaba en el mínimum de zonas verdes establecidas ¿cuántas se perdieron durante la última alcaldía con los nuevos proyectos de desarrollo inmobiliario, especialmente de los mal  llamados desarrollos prioritarios? El espacio cívico convertido en mercancía sólo conduce a esa irracional manera de destruir el tejido urbano, de tugurizar un ambiente, de hacer que conceptos como lugar, intercambio social, vivienda social se hayan convertido en frases vacías o en monstruosas humillaciones a la dignidad humana con edificios de once pisos sin ascensor, sin shut de basuras y en donde se hacen las necesidades en las escaleras, se arroja la basura o se convierte una vivienda en una ruidosa discoteca, como sucede hoy en Pajarito.


El informe de Universo Centro es apabullante. Creo que sin caer en las suspicacias de Fajardo en su “Libro Blanco”, Aníbal Gaviria pecó de ingenuo al recibir una Alcaldía sin una previa rendición de cuentas:   siempre hay proyectos que no se hicieron, terribles errores que es necesario enfrentar a tiempo para que el agua sucia no le caiga encima. Por supuesto el más grande caos vial de Colombia pero ¿y la desaforada cantidad de semáforos colocados sin responder a la debida racionalidad? ¿Cuál fue el coste de estos contratos? Y ¿el adefesio de puente de la  4 una ofensa a la ingeniería, castigable necesariamente? ¿Hubo en la Alcaldía de Salazar un solo proyecto de ciudad?  Conceptos como renovación urbana, como mejora de vivienda se olvidaron y en cambio se privilegió el contratismo en la llamada Ciudad Ligth.  ¿Y la rampante inseguridad  de las calles y el total olvido de la problemática del Centro? Y ¿los gastos suntuarios en la llamada cultura del espectáculo? Y ¿los oídos sordos ante los reclamos de los portavoces de la ciudadanía? Y ¿ la funesta  rumba segura? Los oscuros y poderosos intereses que han causado esta derrota de la ciudad, van a chocar con la presencia de un verdadero urbanista, arquitecto, defensor del orden de la ciudad, Jorge Pérez. Los que aún tenemos esperanza estamos con él.


Un bálsamo para el alma

En la presente investigación se parte de la pregunta por la manera en que las publicaciones escritas generan unas condiciones de posibilidad en la constitución de una subjetividad para el bienestar del cuerpo y del alma. El periodo comprendido fue, a grandes rasgos, de 1945-1975. Sin embargo, tal como se puede constatar a lo largo de la investigación, las fuentes indagadas no estuvieron ceñidas de manera exclusiva a dichos años. Lo anterior, debido a la propia dificultad historiográfica para ajustar un problema de estudio tan complejo como el de las políticas de bienestar del cuerpo y el alma representadas por la prensa, y capaces de evidenciar unas discontinuidades absolutas, a partir de unas fechas fijas e inamovibles.

Cromos, Bogotá, 3 de julio de 1972
Con el objetivo de abordar el problema propuesto y su tratamiento, la presente investigación se organizó en cinco capítulos que permitió emprender un estudio sobre el tema en cuestión, y desde diferentes dimensiones.
En el primero se abordó de manera analítica las formas en que el espacio urbano desarrolló una serie de mecanismos tendientes a establecer unos modelos de planificación y ordenamiento, capaces de conminar los riesgos que entrañaban los procesos de inmigración al interior de ciudades como Medellín. Dichos mecanismos, fueron representados en la prensa especializada y no especializada, como una manera de luchar contra las desarmonías, las miserias y las enfermedades, a través de descripciones minuciosas, y como símbolo de un mal en situación de extenderse peligrosamente.

En el segundo capitulo se hizo mucho más énfasis en el trabajo y la visión productivista como uno de los elementos redentores de las anomalías descritas en el primer capítulo. De ahí que el asunto del trabajo y la productividad estuviesen cada vez más surcados desde una perspectiva biomédica, capaz de suscitar una descripción minuciosa de algunos comportamientos díscolos, susceptibles de amenazar los ideales de desarrollo y de bienestar, pero también dispuestos para la gestión y el encausamiento eficaz.

Salud y Sanidad, Bogotá, noviembre de 1938
En el tercero, se estudió la importancia de conservar la salud de los habitantes del país, y se preconizaron algunos elementos fundamentales como la ampliación de las campañas pedagógicas. Lo anterior, tendiente hacia la educación sanitaria de las personas, con el propósito de aseptizar la ciudad así como los cuerpos de sus habitantes; además del establecimiento de algunas disposiciones técnicas y gubernamentales suscritas a las nuevas lógicas globales de posguerra.
Cromos, Bogotá, 2 de octubre de 1972
En el cuarto capítulo, y siguiendo las lógicas de gestión y planificación detallados en las secciones anteriores, se pretendió analizar la manera en que los discursos de la prensa configuraron unas estrategias publicitarias en beneficio de ciertas autoridades ortodoxas sobre la salud corporal y mental, y en detrimento de aquellas visiones heterodoxas, señaladas de atentar contra el desarrollo y el bienestar de las personas.

El Correo, Medellín, 15 de enero de 1967

En el último capitulo, la idea del bienestar se hizo mucho más presente a través, no sólo desde la búsqueda por restituir unas fuerzas vitales disminuidas, sino más bien desde la intensión de potencializar capacidades, así como la pretensión de aumentar los campos de percepción corporal.


Las relaciones entre el espacio y el cuerpo, en la medida que se reconfiguraba el área urbana de Medellín durante la segunda mitad del siglo XX, generaron una representación de la modernidad tendiente a la búsqueda incesante del buen vivir, pero también de aquellas fuerzas que impugnaban dicha pretensión. Sin duda, los retos económicos y productivistas, también jugaron un papel preponderante dentro de estos discursos que circularon en la prensa consultada, y que tendieron a establecer una articulación entre una mirada médica, ética, y urbanística. Igualmente se pudo observar el modo en que la relación entre el ser humano y su entorno, dentro del horizonte de la presente investigación, incorporó una perspectiva en la cual se hicieron visibles las dinámicas estimuladas por los movimientos poblacionales al interior de ciudades como Medellín. Aquellas cuestiones pusieron de relieve la relación entre el cuerpo y el espacio desde las transgresiones que suscitaron. Y por consiguiente, la forma en que desde ciertas instancias de conocimiento biomédico se pretendió generar unos esquemas de uso práctico para las personas que debían de protegerse de cualquier tipo de enfermedad. Pero no sólo eso, también se requerían proteger de la ignorancia que las acompañaba, hasta poder instalarse, incluso,  en los propios resquicios del bienestar y las promesas que este era capaz de promover.

Agradecimientos al grupo de investigación Narrativas modernas y crítica del presente coordinado por el profesor Alberto Castrillón Aldana, por el apoyo intelectual y logístico en la realización de este trabajo.
Para leer la tesis de maestría completa de Eugenio Castaño González, haga click Aqui

Crónicas Urbanas

Demasiado dolor por escribir


Hernán Bedoya se volvió experto en sobar adoloridos y enderezar tobillos, codos, rodillas y dedos desde hace treinta años. Su primera experiencia fue un ternero que cayó desde un barranco a un pequeño charco en el cual habían muchos zancudos; desesperado por sacar al animal que tenía lastimada su pata derecha, Hernán tomo la decisión de arreglársela, para que pudiera caminar y salir: “Hace poco me resultó una muchacha de treinta años para que le sobara un brazo que tenía torcido, ya que resbalo por las escalas de su casa y había quedado con dos codos. Yo con mi técnica y la fe en Dios y María santísima, le jalé la mano, se la fui acomodando y enseguida a lo que ya se la jalé bien, le empuje el hueso que le formaba el segundo codo, se lo empuje pa dentro y eso se fue entrando suavecito, suavecito”

Vendedor ambulante de dulces y sobador de profesión, Hernán Bedoya, es oriundo de una vereda de Santa Rosa de Cabal, Risaralda. Sin embargo desde los veinticinco años dejo su terruño y se marcho a Manizales a trabajar cargando bultos durante diecisiete años; luego tuvo un carrito de dulces y cigarrillos: “Yo estaba bien acomodado vendiendo dulces en mi carrito, pero las leyes de allá me molestaban por ese trabajo, así que vendí mi puesto y me fui para Tulúa Valle, allí también tuve una chazita por un año, pero no me fue bien y regresé a mi vereda a sembrar la tierra. Como la cosa estaba tan mala, entonces decidí irme para el Choco, allá me toco vender helados. En el Choco deje mi mujer y mis cuatro hijos porque me separé”

Hace cinco años que, este campesino risaraldense llegó a Medellín y, desde entonces, ha podido pagar su cuarto de alquiler, en el barrio Belén San Bernardo, con lo que consigue en sus ventas ambulantes y sus masajes quirúrgicos: “Antes vivía en Belén Altavista, pero, por ponerme hacer un favor, me eché un enemigo, casi pierdo mi vida”. Hernán enseña las cicatrices en sus brazos producto de un atentado:

“por darle posada a otro caballero. El, se la pasaba bebiendo y con la pieza hecha una miseria, cuando le llame la atención, me contestó con tres machetazos. El quería volarme la cabeza pero yo me tape con las manos; mi sombrero quedo cortado en seis partes, yo no lo demandé, tampoco lo volví a ver”

Su jornada diaria empieza a eso de las seis de la mañana cuando, después de haber tomado un chocolate con arepa, Hernán camina desde el barrio San Bernardo hasta el parque Berrio. Allí permanece el resto del día hasta las ocho de la noche cuando retorna a su casa de inquilinato, unas veces caminando, otras en bus: “Yo soy compositor desde 1998 cuando empecé a escribir canciones, cuatro años después de mi separación con la mujer. He escrito por lo menos cuatrocientas canciones” Dice

Hernán canta una de sus canciones “El paisano feo”. La letra habla de un pastuso que le presta cinco millones a un paisano, quien se hace una cirugía estética con el fin de mejorar su aspecto físico; luego, el pastuso no reconoce a quien le presto el dinero, y pierde su capital. Una fuerte lluvia dispersa vendedores, músicos y transeúntes del parque Berrio. Hernán se resguarda del agua bajo el viaducto del metro; allí silencioso carga su cajón de dulces con su letrero “Arreglo descomposturas de dedos-tobillos-codos- rodillas”

Quizás canta mentalmente sus canciones. Tal vez la lluvia le inspire nuevas letras; más esto es poco probable pues, en su vida y a su alrededor, ya hay demasiado dolor y ausencia por escribir.

Juan Fernando Hernández
juferh@yahoo.com

Recorrido Visual del Desarrollo Urbano.

5 paisajes x 50 años: Barcelona 



Este video forma parte de la exposición 5 paisajes x 50 años, recorrido visual que relata las transformaciones morfológicas experimentadas en el desarrollo urbano de España en los últimos 50 años. El registro incita a reflexionar sobre el crecimiento de áreas urbanas de las ciudades españolas Madrid, Barcelona, Alicante, Murcia y Córdoba en el medio siglo de mayor dinamismo demográfico y económico de la historia del país. En artículos pasados publicamos en Plataforma Urbana los capítulos de Madrid, Alicante, Murcia y Córdoba. En esta instancia les presentamos Barcelona, donde se puede comprobar la huella territorial de los procesos de desarrollo social y económico que han sucedido en la ciudad.
El periodo transcurre enre 1956 y 2006, fecha donde la ciudad deja de ser virtualmente municipio al trascender los límites del término municipal.
Diseño de montaje y conceptualización: Ariadna Cantis
Investigación: Jesus Leal Maldonado, sociólogo
Imágenes: Josep Roca Cladera
Videos: Jesus Fernández
Promotor: Ministerio de Vivienda
Producción: Ypuntoending
Producción Audiovisual: Jesus Fernández

5 paisajes x 50 años: Madrid



Este video es parte de la exposición 5 paisajes x 50 años, recorrido que se realiza siguiendo las transformaciones morfológicas experimentadas en el desarrollo urbano de España en los últimos 50 años. El registro incita a reflexionar sobre el crecimiento de áreas urbanas de Madrid, Barcelona, Alicante, Murcia y Córdoba en el medio siglo de mayor dinamismo demográfico y económico de la historia del país. En esta instancia les presentamos el caso de Madrid, donde se puede comprobar la huella de los procesos de desarrollo social y económico en el territorio.
El periodo transcurre enre 1956 y 2006, fecha donde la ciudad deja de ser virtualmente municipio al trascender los límites del término municipal.

Curadora: Ariadna Cantis
Trabajo de investigacion previo Jesus Leal [sociólogo] y Josep Roca [arquitecto]

La Narrativa Colombiana

 

Darío Ruiz.. Periodista, Escritor y Literato.
 Anori, Antioquia, 1936. Narrador, poeta y ensayista, es uno de los nombres más destacados de la literatura colombiana y, sin lugar a dudas, el que mejor ha reseñado la evolución de Medellín, ciudad donde reside y donde ha sido profesor de Teoría de la Ciudad y la Arquitectura, en la Universidad de Antioquia, institución que lo ha distinguido nombrándolo Profesor Emérito y Honorario. Graduado en la Escuela de Periodismo de Madrid en 1961, está íntimamente unido a España donde transcurrió su juventud y donde participó en la vida cultural en los sesenta. Fue redactor en Bilbao del periódico El Hierro donde fue expulsado por motivos políticos. Ha publicado los libros de cuentos Para que no se olvide su nombre, La ternura que tengo para vos, Para decirle adiós a mamá, Sombra de rosa y vino (1999), En tierra de paganos, Crímenes municipales (2009-2011) y Entre muros. Antología personal (2011) y las novelas Hojas en el patio y En voz baja, así como los libros de poemas Señales en el techo de la casa, Geografía, A la sombra del ángel y En ese lejano país en donde ahora viven mis padres (2010) al lado de otros diez libros de ensayo en torno a temas de estética y urbanismo. Columnista y crítico polémico, en la actualidad Darío Ruiz está considerado como uno de los intelectuales colombianos de mayor prestigio intelectual.

LLAMADA DE CORTA DISTANCIA (1999)
  
De Sombra de rosa y vino
Editorial Magisterio, 1999
A dos metros de distancia la vi más inerme, más desposeída de todo, tal como, pensamos, podría verse a una anciana en una situación parecida. Calculé que tendría unos setenta y cinco años, una anciana de ojos verdes y pelo blanco, abundante, que sostenía en sus manos una pequeña cartera. ¿Tendría que decir que, carente de gestos? Pues estaba inmóvil como si estuviera en medio de una tarde fría en una carretera de montaña y llevara ahí cinco o seis horas esperando un bus, o esperando, en todo caso, algo que durante años había querido, anhelantemente, recibir o volver a encontrar.

En la ciudad estas circunstancias suelen presentarse con más frecuencia de la que se piensa, se detienen ante un paradero de buses que no es el correcto y ahí las pilla finalmente la noche. Después desaparecen para siempre mientras en la casa la familia empieza a comprender lo que es vivir a un ser amado no en la muerte sino en el vacío de la ausencia. Seres como éste irradian un halo que circunda su figura concediéndoles un aspecto de inusitada beatitud.

Recordé inmediatamente a mi mamá: al igual que esta anciana, siempre tuvo la misma antigüedad o sea ese estado de beatitud que no puede contarse por los años de un calendario sino por obras de caridad, por misteriosas recetas de cocina, por fármacos milagrosos que curan todos los dolores, por la capacidad de leer por adelantado lo que un rostro va a anunciar.

Por supuesto que ya de cerca, su aspecto no es igual. No es que pierda el aire de bondad sino que aparece un sorprendente vigor en su cuerpo –flaco pero no enjuto–, en las manos de dedos acostumbrados a cortar la carne, los vegetales, a remendar la ropa diestramente, tejer paño e incluso levantar un pesado fardo. Dedos a través de los cuales el niño llega a tener una visión de las cosas de la casa, a reconocer y diferenciar las texturas de sábanas y cortinas, el ambiente del comedor, aquello que se esconde en los armarios o sea las imágenes que llegarán a definir su vida.

Pero también la capacidad, para los días del futuro, de acostumbrarse a la idea de la muerte sacando de ésta, lo terrible, lo doloroso, para, sin resignación, llegar a entender que el mundo en que se vive, entre dificultades, incomprensiones, tanto en lo uno como en lo otro es igual y también quien ríe, lleva en el centro de su corazón, la lágrima de la muerte. Un ángel donde el mutismo es la guía, simplemente un ángel de barrio que a pesar de ser testigo de todo el horror que la rodea, no desfallece nunca en su amor al prójimo.

Ahora he aprendido de memoria cada gesto suyo. ¿Hasta cuando llegué yo a vivirme en mamá? Como si de repente fueran las cinco de la mañana y el olor del chocolate hirviendo, de las arepas dorándose en la parrilla llegara hasta mí en esas largas y silenciosas conversaciones con mi madre. Aquella tarde, mi primer tarde en Nueva York paseando por una avenida en Queens me abría, sobresaltado, a la extrañeza de lo que me rodeaba. Primera salida de reconocimiento del terreno, para no cometer errores fatales, para irme familiarizando con el idioma, con las costumbres. Como en una serie de T.V. veía el caleidoscopio de anuncios de los bares, de los oscuros callejones, los negros pobres, los borrachos pero también mujeres, niños colombianos fácilmente reconocibles por su acento.

Una manera de hablar, un acento que se resistía a ser avasallado por el idioma inglés, que, trataba de preservarse en medio de aquella absurda parafernalia urbana. Y este descubrimiento me hizo comprender la soledad que desde niños está presente en nuestra raza, en esta raza agobiada por encrucijadas que nunca sabrá resolver adecuadamente. Era lo que sentía al escuchar una conversación en el metro entre muchachas empleadas en tareas humildes, al observar a la distancia a las parejas de enamorados en bailes de fin de semana en vetustos hoteles, en sótanos convertidos en salones de baile. El verlos sin poder acercarme a ellos me llevaba inevitablemente a la congoja porque sentía su desamparo, su desarraigo, la falta de patria, aquí y allá.

De pronto el lenguaje oprimido te arropaba por completo, te hacía más nítidas las imágenes de los recuerdos donde trataba de vivir de nuevo la esquina de barrio, los patios del colegio, la historia de las barras de muchachos y muchachas a quienes la vida había ido situando en lugares diferentes, sobre todo en los últimos tiempos de la ciudad donde la vida había entrado en una intensidad desconocida y frenética. Pero esta necesidad de las palabras familiares podía conducir, fácilmente, a una terrible trampa en que muchos ingenuos habían caído pues agentes de la D.E.A habían logrado de manera inaudita, apropiarse de nuestro acento, incluso de recuerdos familiares, de acontecimientos comunes de la ciudad, del recuerdo de los amigos muertos, hasta lograr la total confianza y de este modo adentrarse sin tropiezos en lo que estaban indagando, en las conexiones que estaban persiguiendo. Al ser detenido en un bar, en un apartamento, incluso en una iglesia el engañado en medio de su estupor sentía dolorosamente la traición de aquel que durante meses, incluso años había sido su confidente, su amigo de francachelas y celebraciones familiares. A partir de esto hasta los familiares más cercanos quedaban en entredicho.

¿Cuántos bisoños en medio de una borrachera habían confesado lo que era y debía ser un secreto de muerte? Hacerse eficiente consistía pues en agudizar los sentidos o sea en tener la capacidad de suspicacia necesaria para eludir esas trampas mortales tendidas mediante aquellos refinados métodos policíacos. Consistía por lo tanto, a partir de ahí, en conocer los contactos, alejándose rápidamente de ellos para no crear intimidad y sobre todo el más mínimo afecto. Sería fatal, completamente fatal, pensar en una de esas blandengues películas sobre la bondad de las ancianas pues hay, como se llega a comprobar rápidamente, ancianas repulsivas capaces de ordenar los peores crímenes, las peores represalias. Yo las he conocido en este negocio, ancianas implacables que hacen con su fiereza y meticulosidad olvidar su misma fragilidad física.

Máquinas desalmadas que quieren abandonar la vida poniendo de presente su odio al mundo. Al comienzo, como en las películas uno pierde el sueño, los programas de T.V. se hacen insoportablemente tediosos, al bajar en el ascensor te sientes partícipe de alguna película sobre los bajos fondos de Nueva York. ¿El portero será realmente el Director de la D.E.A? El señor de la venta de comestibles ¿es realmente un señor bogotano que está en esta ciudad desde hace diez años, porque ya en su ciudad es imposible conseguir trabajo? ¿Sobre este pequeño restaurante colombiano caerán de improviso las balas de los matones sicilianos?

¿Cómo vivir para siempre en este estado de desconfianza? Porque hay de todos modos que hacer una fiesta y bailar y emborracharse, y hay que inaugurar una finca y hay que volver al fútbol porque vivir sin confiar en alguien te lleva irremediablemente a lo peor, casos he visto de matar al mejor amigo, de matar a una tierna muchacha, de hacer desaparecer a un simple vendedor de perros calientes. Todo por la desconfianza.

Ella estaba de espaldas en una tienda escogiendo unos tomates y al verla mi corazón se sobresaltó hasta lo indecible. Era alguien que se salía de la indiferencia de los rostros extranjeros, de la suspicacia de cada momento. La misma figura, los mismos ademanes. Sabiendo yo sin embargo que era imposible, que fuera ella. Me acerqué sobresaltado. ¿Quién la había trasladado hasta Nueva York y cómo se había adaptado tan rápidamente al idioma, a las costumbres? ¿Quién la había traído? ¿Cómo aceptaba el hiriente viento de la primavera? Era ella al mirarla, al observar sus manos, su manera de moverse, era ella misma la anciana que a esa hora estaba en Medellín preparando la comida ¿Por qué de pronto esta asociación perturbadora? La anciana me miró con la indiferencia con que una señora norteamericana puede observar a un colombiano de mi facha.

Ya a solas en el cuarto me hice el reproche por haber olvidado a mi papá, por haber olvidado aquella figura de profesor de Liceo que murió de pobre. Fue en Miami donde vi morir a una abuela abrazada a su nieto, tratando de salvarlo de la ráfaga de metralleta. Ley inexorable, catecismo que desde el primer día de trabajo había que aprenderse de memoria, no olvidar, para no caer en la muerte. Por eso golpeaban siempre a los familiares más cercanos, más inocentes. ¿Me hubiera tenido piedad esa viejita en una liquidación de cuentas?

Dos horas y la señora no se han movido de su asiento. Ni siquiera ha insinuado ir al baño. Ningún sorbo le ha dado al vaso de gaseosa. Sabían que en aquella casona estaban ella y una sirvienta que no apareció por parte alguna. Su intuición de madre le había dicho ya que algún día estaría enfrentando lo que ahora enfrentaba, ¿quién más que ella conocía la conducta de su hijo y sobre todo el pozo ciego de sus torpezas, de sus ambiciones negadas por la vida? ¿Quién más que ella conocía lo que significaban los códigos de la Organización que había condenado a su hijo?

En la situación en que estamos metidos en esta ciudad y sobre todo en la situación en que se vive en este oficio no sólo es el miedo a morir lo que nos determina a cada segundo, a cada movimiento que hacemos sino la dolorida perplejidad de estar contemplando algo que abruptamente y no por casualidad dejamos atrás y que ya nunca volveremos a ver. De ahí entonces el desprecio a nuestra propia vida que no es desprecio sino realmente aceptación de lo precaria que se ha hecho la vida sin ilusión alguna. Que el porvenir entonces quede para quienes más amamos y que, sin embargo, a la vuelta de los años ni siquiera se acordarán de nosotros.

El sentirnos sacados a la fuerza de nuestro barrio, nos lleva a perder el sueño o a que éste se reduzca a un sobresaltado cerrar de párpados, para imaginar que, al abrir los ojos algo bueno ha pasado pues seguimos con vida. ¿A qué puede aspirar ella sin su hijo? Ella debió imaginar que iría a seguir viva en los días futuros de su hijo, pues en esa dirección había encaminado sus esfuerzos. Con su mirada orgullosa, señala que el espacio de tiempo que puede restar para que la muerte los reúna a ambos, es lo único que le preocupa.

Ya esta actitud, me arroja luces sobre aquello que no debo hacer. La anciana ya conoce al final de esta situación. ¿Aquella señora del supermercado de Queens, mi mamá neoyorquina, dónde abrirá ahora una puerta? Cuando una madre mira ya conoce hacia donde se dirigen los pasos de su hijo. Cuando una madre mira ya sabe de antemano la soledad y tristeza que la ha transmitido a sus hijos como herencia de sus propios padres.

Por eso salió a la calle sin decir una palabra, sin insinuar un gesto de pánico. Por eso continúa impertérrita mientras ya me he fumado cinco cigarrillos y empieza a conmoverme su paciencia, ese halo de invencible bondad ante el cual pienso que yo tampoco debo sucumbir. No debo olvidar su lección.

Sin decir palabra entra en el automóvil cuando uno de los muchachos se lo insinúa. El automóvil, dos jeeps se pierden en la distancia de la calle y no la vuelvo a ver.
—¿Llegaste bien papito, no tuviste ningún contratiempo?

—Sí señor, llegue muy bien. No tuve problema alguno ni al salir ni al llegar ni tampoco en la estadía allá. Ya no tengo temor en las aduanas ni me cabrean los guardias ni los detectives. Ya le cogí el pulso al trabajo. Sí señor.

—Y Nueva York; ¿cómo estaba?

—Pleno invierno señor, lluvia, mucho frío. Y eso como usted lo sabe aburre hasta el cansancio, lo agarra a uno la nostalgia del clima de Medellín y no ve uno la hora de venirse. Pero el trabajo hay que hacerlo, señor.

—Claro, hombrecito, la falta del chicharrón y los fríjoles. ¿Quién puede contra eso? Al principio eso mismo me llegó a pasar; pero se acostumbra uno, ¿no crees? Y tampoco es que Nueva York sea tan feo y allá además tenemos una colonia nuestra muy grande, esas fiestas que hacen son muy buenas.

—Sí, todo eso es cierto. Pero se cansa uno de ser extranjero y sueña en la casa, en la barra de amigos. Se cansa uno de no saber hablar inglés.

—Sí, ser extranjero, que lo miren a uno mal por eso. Y la falta de los amigos, sí todo eso lo comprendo muchachón pero decime; ¿qué fue realmente lo que te sucedió? ¿por qué hiciste lo que hiciste, de quién te dejaste echar el cuento tan bobamente?
—Pero en todo, señor, fui muy cuidadoso. Ya le dije que en las aduanas no me pusieron ningún problema. Y usted sabe cómo es esa gente gringa. Además le cuento que nada de fiestecitas, nada de trago. Mucho me cuidé de no darle tiro a nadie, de no ser sospechoso de nada tal como usted lo exige en éstos casos.

—No me refería a eso, papito.

—No, tampoco me reuní con los cubanos. Yo a esos les tengo mucho miedo. Son muy ventajosos porque conocen más el ambiente. Uno no debe dejarse embaucar por ellos.

—Vea papá, no se me haga el bobo. Ya sabe de lo que estoy hablando ¡carajo! Ya sabe, conteste, carajo!

—Inexperiencia, pendeja bisoñada se lo digo. Creí, en mi ingenuidad, que nadie iba a notar esos pocos dólares que sustraje. Creí, que mientras tanto, podría sacarles provecho invirtiéndolos en un negocio. Pero se lo juro señor que jamás pasó por mi mente tumbarlo a usted, quedarle mal y mucho menos robarle a quién ha sido un benefactor para mí. Aquí le tengo la plata, falta un poco que es la que esa gente me está debiendo. Pero le voy a devolver el doble para que vea mi agradecimiento. Usted lo sabe señor.

—Eso a mí me interesa un culo, papito. Aquí lo que cuenta es que le faltaste a la palabra que habías dado cuanto te metiste en este negocio. Y te lo repitieron mil veces, toda falta se castiga con rigor ¿Dónde pensabas esconderte que no te hubiéramos descubierto? ¿Dónde?

—Por eso recurro a su comprensión, a su bondad, señor. Yo sé de todas las obras de caridad que usted hace en la ciudad y por lo tanto creo que tengo el derecho a otra oportunidad. Se lo juro que no volverá a suceder. Si quiere déjeme como uno de sus guardaespaldas, cuidando de sus hijos. Yo para estos viajes no sirvo.

—¿Qué tal que todo pendejo que hace lo que vos has hecho tuviera el derecho a otra oportunidad? ¿Por dónde andaría esta empresa? Papito esta no es una agencia de empleos temporales ni una oficina de caridad pública. Somos lo que somos por una estricta organización. Sin esto estaríamos pidiendo limosna.

—Pero como buen católico usted es un hombre piadoso, yo lo sé. Un hombre comprensivo y bondadoso. Y me va a entender me va a entender.

—Yo aquí no soy yo. En esto no hay personas sino la Organización que funciona como una empresa comercial ¿Qué vas a hacer entonces hombrecito? ¿Qué querés que hagamos con tu mamá?

—¿Cómo así señor que a mi mamá ?. No me digan que ustedes la tienen, no me lo digan ¿cómo puede ser esto? ¡Con razón en esta casa no había nadie cuando llegué!

—La ley es así papito y vos lo sabías de antemano. ¿Pero entonces, qué? ¿Qué vamos a hacer con esta viejita, ah? ¿Vas a venir a respondernos o vamos viendo a ver qué hacemos con ella?

—¡Cómo así que a mi mamá la tienen ustedes! Cualquier cosa me imaginé menos esto. Con razón aquí no hay nadie. ¿Qué van a hacer con ella señor?, es una pobre e indefensa viejita.

—Te lo repito y por última vez, esta es la ley porque sin ella todo se viene abajo. Aquí no hay abogados ni monjas de la caridad para interceder por vos. ¿Vas a venir o querés que procedamos ya con este costal de arrugas?

—Se me está acabando la paciencia. Si te asomás a la ventana verás a la gente esperando que salgás como todo un hombre. Esperando que les demostrés que sos un buen hijo.

—Claro que si consideras que ella ya esta muy viejita y que no va a durar mucho y en cambio vos lo tenés todo por delante, pues pensálo y colgá. De todos modos la ley es la ley y entonces nosotros consideraremos que nos has declarado la guerra. Una guerra papito entre El llanero solitario y nuestra Organización. Ya estoy temblando de miedo Robocop, ya están temblando los muchachos.

—No, espere, se lo digo, espere un minuto.

—Cuánto voy a esperar si los muchachos ya están allá afuera. Éstos no son unos ejercicios espirituales de colegio. Tenés que quedar bien delante de los vecinos, delante de tus amigos.

—Sí señor. Ya abro la puerta. Ya me entrego.

Un vecino se le acerca, le coloca el brazo sobre los hombros con gesto protector. Y luego unas señoras se acercan y dirigen la mirada hacia donde ella dirige su mirada: el automóvil acaba de cruzar la esquina y ha desaparecido, los dos jeeps que lo siguen lo hacen ahora. La anciana bajó del automóvil con gesto rígido pero seguro. Cuando se cruzó con el hombre rubio, alto, que dos muchachos fornidos llevaban discretamente del brazo no dirigió su mirada hacia éste, que en cambio sí fijó su mirada en ella, trémulamente, con un gesto amoroso, un gesto fugaz, ya que enseguida, fue introducido al auto. ¿Fue el atribulado ademán de aquel ser acorralado lo que llamó la atención de los niños que jugaban en las aceras, de la barra de muchachos que conversaba en la esquina? ¿Por qué se había descompuesto de tal manera quien horas antes había llegado con gesto arrogante, y con ademanes displicentes ni siquiera había reparado en ellos? Su figura parecía sacada de una carátula de discos. David Bowie y Rod Stewart, pelo hirsuto, pantalones, chaqueta de cuero brillante, pulseras de oro. Dejó abiertas las puertas del automóvil y miró con evidente alborozo la casa ostentosa que rompía desagradablemente con la fachada de las modestas casas del barrio. Fueron, claro, los niños quienes se le acercaron.

Les repartió billetes y permitió que detallaran su figura, sabiendo que, desde las casas lo observaban con la estupefacción propia de quien se siente incapaz de calificar una situación como la que estaba sucediendo, por carecer del más mínimo elemento de referencia para ello.

Los muchachos adoptaron al principio una actitud distante, pero luego sus miradas, su actitud se hicieron entre despectivas e irónicas. Dejó el equipo de sonido a un alto volumen, Men at work, el estallido de la música rebotó contra las paredes de las casas, sacudió las hojas de los árboles, escandalizó a los perros y se expandió entre las calles del vecindario. De pronto dejó de ser música y letra, y se convirtió en una serie de sonidos sincopados, fragmentados los unos de los otros, cada sonido a la búsqueda de su propio extravío, de su propia atonalidad, hasta lograr, momentáneamente, que cada color, cada textura se aislara, se fuera atomizando, el rostro rubicundo de un niño, la tonalidad cerúlea de una señora, el color desusado de un muchacho, de un perro callejero. Momentáneamente como la teatral aparición de un profeta rodeado de destellos cibernéticos, de rayos apocalípticos chisporroteando sobre el andén aterrado, antes de , con gesto olímpico, cerrar la puerta de su automóvil electrónico.

Y fue a las cinco en punto cuando apareció de nuevo en la puerta pero ahora con un gesto descompuesto, pálido como si Drácula le hubiera succionado la sangre. Y fue entonces cuando las señoras casadas, las viudas, los adolescentes comprendieron lo que de doloroso se escondía bajo aquellos gestos patéticos, en el desencajado rostro de aquel ángel caído. En aquella escandalosa verdad que ya desde su llegada habían presentido. Niños y muchachos se fueron arremolinando en la acera hasta que apareció el automóvil escoltado por los dos jeeps. Al verlos, aquel rostro de rockero compungido se sumió en las más frías y desoladas latitudes, pero no temblaba, sólo su mirada quería traspasar las cosas, acercar las lejanías, leer lo que se escribía en aquel larguísimo tiempo de espera, quizás con la confianza de que al conocer qué era lo que se aproximaba en aquella caravana de vehículos, podría cambiar el orden de los acontecimientos.

La anciana se quedó observando el resplandor último de la tarde sobre las montañas. Después giró y se quedó contemplando la casa, el antejardín, las flores. El volumen de dos pisos enchapados en mármol gris perla. El interior de la casa aparecía iluminado, de manera que era fácil calcular el desorbitado espacio de la sala, el alocado número de habitaciones vacías, el comedor solitario, la cocina vacía, los baños solitarios que nunca serían utilizados, los automóviles mudos en el garaje. Y era obvio ante aquella mudez que ninguna voz, ninguna algarabía de niños vendría jamás a darle sentido a aquella caprichosa construcción. La anciana emitió un débil quejido y cerró con dolor los párpados. Cuando se pensó que iba a entrar a la casa desanduvo los tres pasos que había dado y pareció, confusa, buscar un banco para sentarse. Al no hallarlo; titubeante, siguió en dirección a la esquina, hacia las casas de aspecto modesto como si quisiera en el centro mismo de la oscuridad desaparecer en ésta. Fue entonces cuando una de las vecinas la alcanzó, la tomó del brazo y luego con calma la condujo hacia una de las viejas casas del barrio donde la luz de un hogar la estaba esperando.

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La información que postemaos en el blog fue remitida por el Investigador Darío Ruiz y se encuentra publicada en la Revista Digital Intercultural Omnibús, Edición Especial, Nros 40 - 41. http://www.omni-bus.com/