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Crónicas Urbanas

El tour de La Bachué
El escultor José Horacio Betancur Betancur posando en esta foto de los años cincuenta junto a su famosa escultura "La Bachué" cuando esta estaba exhibida en la plazuela Nutibara. Ver aquí
A mediados de octubre del año 1954, algunas damas de la sociedad que hacían parte de la “Liga de la decencia” manifestaron su inconformismo ante el alcalde por la presencia de una escultura que de forma “vulgar e indecente” exhibía sus senos al aire en plena Plazuela de las Américas, (Antiguo nombre de la Plazuela Nutibara). Argumentaban que por ese lugar transitaban personas decentes, niños y jóvenes que de manera obligada debían observar las vergüenzas de aquella escultura.

El escultor José Horacio Betancur Betancur.
La obra escultórica que les causaba semejante indignación llevaba por nombre La Bachue; creación del joven escultor José Horacio Betancur. Bachue, es el personaje femenino que en la mitología precolombina representaba la madre primigenia de la cultura Chibcha y, por lo tanto símbolo de la fecundidad. Según el mito, Bachue emergió de una laguna acompañada de un pequeño niño de tres años. El niño creció y al hacerse hombre se casó con ella; cuando la prolífica descendencia de esta unión pobló la tierra, Bachue regreso con su amado a la laguna, allí ambos se convirtieron en dos inmensas serpientes que se sumergieron en el agua.

Recorte de prensa de Juan F. Hernández.
Recorte de prensa de Juan F. Hernández.
La mañana del 17 de octubre de 1954, los senos de La Bachue amanecieron tapados con una banda de hule. No se supo quién o quienes hicieron aquello. La prensa y algunos ciudadanos señalaron en forma jocosa que La Bachue, había sido vestida con la Línea H del diseñador Christian Dior, quien por aquellos días lanzaba en la ciudad de Medellín aquella famosa línea. La fotografía de la escultura con los senos cubiertos con la banda de hule fue titular de los diarios en la ciudad.

El 19 de octubre a las dos de la mañana y bajo un fuerte aguacero, la escultura que solo llevaba 20 días en la plazuela, fue retirada y llevada a la estación de bomberos de la ciudad. Este hecho desencadeno una fuerte polémica entre quienes defendían la obra y quienes la consideraban un atentado a la moral. Durante varias semanas los periódicos locales y algunos nacionales se ocuparon del acontecimiento.

Al poco tiempo la escultura fue trasladada al edificio del Club de Profesionales. (Donde hoy funciona Comfenalco de La Playa). Allí José Horacio Betancur recibió una oferta de mil pesos por la escultura, el artista se negó a venderla por ese precio y consideró aquello como una ofensa. Antes de los polémicos sucesos la obra iba a tener como fin el Bosque de la Independencia, pero con el escándalo generado, los directivos del Bosque de la independencia declinaron la oferta.

Recorte de prensa de Juan F. Hernández.
A principios de 1955, La Bachue es trasladada a la casa de la señora María Antonieta Pellicer de Vallejo, esposa del cónsul de México. La Bachue y otras esculturas como El Cacique Nutibara y la Minera quedan entonces bajo la custodia de esta dama mexicana quien era además una especie de mecenas para varios artistas locales, entre ellos José Horacio Betancur. Allí en su casona del barrio Laureles, María Antonieta Pellicer de Vallejo les hizo un lugar a estas obras junto a la piscina, su casa fue conocida en la ciudad como el Jardín del Arte. Entre las esculturas bajo su custodia, María Antonieta profeso un afecto especial por La Bachue, debido a su historia.

El maestro José Horacio Betancur Betancur, muere en un accidente de cacería el 10 de noviembre de 1957 a la edad de 39 años. Su temprana muerte dejo consternados a muchos. En 1963 el Municipio de Medellín le compra a la señora Enriqueta Tamayo viuda de Betancur, las obras del maestro que estaban bajo la custodia de la señora María Antonieta.

Recorte de Prensa.
La señora María Antonieta Pellicer viuda de Vallejo, es notificada para que devuelva las obras al municipio, pero ella se niega a entregarlas. Finalmente el día 2 de julio de 1968, se hace un allanamiento al Jardín del Arte, con el fin de recuperar las obras. Los funcionarios, acompañados de agentes de la policía deben forzar una reja metálica para poder ingresar, pues la dama se niega a abrirles la puerta. Tras el ingreso forzoso de los funcionarios y los agentes, María Antonieta se abraza a La Bachue; dice que se pueden llevar las otras esculturas menos esa, indica además que a ella la pueden sacar en pedazos, pero a La Bachue no. Los funcionarios deben convencerla y esta tarea tomo unas seis horas. Finalmente la dama accede pero deja manifestar su descontento, su secretaria debe suministrarle calmantes, pues su estado emocional se ve afectado debido al suceso.   

En la década de los setenta La Bachue es instalada en la fuente de agua ubicada al frente del teatro Pablo Tobón Uribe. No obstante, para ocultar un poco su desnudez, los chorros de agua la cubrían parcialmente dejando ver solo su rostro. A principios de la década de los ochenta Miguel Ángel Betancur, hijo del maestro José Horacio y quien heredó de su padre el arte de la escultura, decide levantar unos centímetros el pedestal de la obra, para que La Bachue pueda observarse completamente.

Ya nadie, o quizás pocos se escandalizan de su desnudez. El agua de la fuente la baña casi constantemente, rodeándola del elemento vital del cual surgió la diosa chibcha y en el cual se sumergió finalmente. El olor de la marihuana perfuma el entorno. Con una mano abraza el pequeño niño, mientras sostiene dos serpientes y un águila en sus hombros, su rostro imperturbable dibuja un gesto de solemnidad y, una leve sonrisa de comprensión hacia la naturaleza de los mortales, a quienes observa desvanecerse lentamente en el tiempo.

La Bachué y tres mamás tristes
Juan Fernando Hernández

Crónicas urbanas

Con la copa en la mesa. Foto: Juan Fernando Hernández.
En la época de la colonia era común que los españoles llegados, fuesen recibidos por una familia ya afincada en estas tierras americanas; de esta forma el recién llegado no se instalaba solo y decía pertenecer a la casa de la familia que lo acogía. Esta forma de organización que excluía el habitar a solas como opción, a la vez que permitía un control por parte de las instituciones coloniales.
En la sociedad colonial el temor a la soledad era común entre las mujeres jóvenes pertenecientes a familias nobles, quienes al no encontrar pareja de su misma casta debieron enfrentar la soltería o la vida conventual. Estas formas de habitar en compañía suponían un efectivo control social, moral y político de todos los habitantes de la aldea. Y con algunas excepciones la Villa de La Candelaria, fue una de las ciudades donde menos personas habitaban a solas, tal como lo indican algunas fuentes. 
Durante el siglo XIX los hombres y mujeres solitarias, era vistos como fracasados. El ideal de la vida era la convivencia en familia. Especialmente después de mediados del dogma de la Inmaculada Concepción, los ideales de “ama de casa” y “hombre de familia” se consideran la realización de todo aldeano.
Después de la década de los años cincuenta del siglo XX, por diferentes circunstancias, surgió una nueva y compleja gama de habitantes solitarios como consecuencia de una serie de factores relacionados con la urbanización y el acelerado crecimiento demográfico, que conllevo a su vez al despliegue de cambios de hábitos y valores, así como a las distintas formas del sobrevivir.
Aún en nuestra era digital y de las relaciones virtuales algunas viejas representaciones urbanas del habitante solitario: hombres y mujeres, solterones y solteronas de mustio aspecto y pelo encanecido, cuyo ambiente doméstico olería a rincón viejo, seres a quien todos intentarían evitar para no contagiarse de su soledad, hombres solos de dudosa sexualidad que recibían extrañas visitas masculinas en su domicilio, solteronas con olor a naftalina y múltiples manías que parecerían ocultar un terrible secreto. Ellos eran los “biatos” y “biatas” paisas, palabra con la que se bautizó durante algunos años aquellos que vivían a solas y no se casaban. Estas personas consideradas “amargadas” de solemnidad causaban a todos una terrible curiosidad sobre su vida sexual y sus manías.
De otro lado, a medida que finaliza el siglo XX, con el auge de la construcción de apartamentos en altura, los homosexuales ahora llamados gays, encontraron en los edificios un lugar para morar en el anonimato. Asimismo el heterosexual soltero y solitario acomodado de la ciudad, pudo distinguirse de los menos afortunados y su morada recibió el ostentoso título de “apartamento de soltero”
Milenarias brujas solitarias y solteronas desesperadas
En la cama. Foto: Juan F. Hernández
En la edad media muchas mujeres solitarias con conocimientos sobre el poder medicinal de las plantas fueron satanizadas por el cristianismo y quemadas en la hoguera. Este temor, aún está presente en determinados contextos sociales y culturales donde la soledad de algunos es la intriga de muchos.
El 30 de agosto del año 2012, algunos habitantes de una vereda en el municipio de Santa Bárbara (Antioquia) irrumpieron en horas de la noche en la morada de Berenice Martínez, única habitante solitaria de aquella vereda, después de golpearla los vecinos la quemaron viva. Las razones expuestas por los atacantes para justificar este brutal acto fueron que Berenice practicaba la brujería y que los males de los habitantes de la vereda provenían de los maleficios de la solitaria mujer.
Mujeres solas como Berenice siguen siendo acusadas de brujas, de relacionarse con los secretos del mal y de la noche. Sólo basta con saber el horario y canal precisos, para poder observar en la televisión las escenas de la famosa vecindad de El Chavo, comedia del libretista y actor mexicano Roberto Gómez Bolaños. Allí está doña Clotilde, la bruja del 71, solterona desesperada en busca de marido, tratando de seducir a su vecino Don Ramón mediante el obsequio de un pastel. Poco se sabe del mundo doméstico de doña Clotilde, aunque algunas veces se le ve ir al mercado con una canasta. La presencia de la mujer mayor y solitaria en la vecindad causa temor y curiosidad entre los niños, los cuales la perciben como un ser extraño en su soledad doméstica.
Ese temor, aparece en la antigua soledad de las brujas en los cuentos de hadas. La anciana en su pequeña casa de chocolate en el bosque, a la cual llegan los niños Hansel y Gretel. El universo de la anciana se oscurece con la terrible práctica de su canibalismo, todos los objetos dispuestos en su morada parecieran no tener un fin únicamente doméstico, sino que representan los insumos para urdir lo maligno y lo oscuro. El mismo caldero donde se cuecen los alimentos, las yerbas, los frascos con pócimas y menjurjes, los animales domésticos y aún las prendas de la mujer tienen un carácter sombrío. Su soledad ha tocado sus objetos y éstos, como ella, están ungidos de la ausencia, coexisten con su dueña en el lado oscuro que es la intimidad satanizada de la morada.  
Compañía virtual: ¿La soledad asistida o el fin de la soledad?
Juan Fernando Hernández en su apartamento. Foto: Pepe Navarro. 
La creciente urbanización, la independencia de la mujer, el aumento de la esperanza de vida, la pugna por nuevos valores en los que se incluyen los derechos sexuales y reproductivos, son algunos elementos que han contribuido al aumento de personas que habitan solas. A lo anterior se le suma, además, el desarrollo de la tecnología y en especial el perfeccionamiento de los dispositivos y medios de comunicación.
Paulatinamente durante el siglo XX y comienzos del XXI, la voz y la presencia de las multitudes se fueron instalando poco a poco en las moradas de los habitantes solitarios. El teléfono, la radio, la televisión, el transistor portátil, el computador, el teléfono celular, el smartphone, entre otros aparatos, fueron haciendo su aparición en los espacios domésticos. 
Internet y sus redes sociales han hecho posible a los habitantes solitarios compartir desde el hogar con todos. El habitante solitario ya no es extraño, especialmente si desde la íntima soledad de su hogar puede chatear con sus amigos, compartir constantemente sus fotografías y videos con éstos y su familia mediante el instagram, Facebook, skype, comentar un tema actual en su cuenta de twiter, estar conectado constantemente a una red de amigos, familiares conocidos y desconocidos a través de su smartphone, así como tener relaciones sexuales virtuales desde su computador personal.
De nuevo se evidencia una paradoja en la cual el habitar a solas ha ganado terreno en cuanto a su visibilidad como forma de habitar; pero a cambio de ello la soledad en su morada y sus actos son asistidos por otros constantemente gracias a la tecnología. ¿Es la soledad asistida o el fin de la soledad?
En las últimas décadas del siglo XX y durante los primeros años del siglo XXI, la palabra “hogar unipersonal” toma importancia en Colombia debido al creciente número de personas que viven solas. Según los datos del censo del año 2005, en Colombia cada vez aumenta más el número de habitantes solitarios.
Actualmente gracias a las nuevas necesidades de la economía y el mercado laboral ávido de profesionales libres y sin compromisos las palabras biatos y biatas se han desdibujado y en su lugar resplandece el término “independientes”, calificativo con el que se designa la soltería y la soledad como un triunfo sobre el común de los mortales que eligieron el habitar con otros. Aun así los individuos que no pertenezcan a un grupo familiar con el cual cohabiten son susceptibles de ver vulnerados muchos de sus derechos como ciudadanos.
El hogar unipersonal, es decir el vivir a solas gana terreno cada día frente a los hogares compuestos por grupos familiares. La soledad ha llegado acompañada de un afán de juventud eterna, la parafernalia tecnológica, y los amores fugaces y sin compromisos, donde las promesas de amor eterno parecieran no ser otra cosa que un absurdo atentado contra la libertad personal.
Nota del autor: este escrito es solo una pequeña parte de un próximo libro que saldrá este año y que trata el tema de la soledad y la gente que vive sola en esta ciudad. El libro es el resultado de mi tesis de maestría.
Juan Fernando Hernández.
juferh@yahoo.com  

Crónicas Urbanas

Bajo un esplendoroso cielo de verano

El sol había huido. La noche solemne ocupaba ya su lugar. Los niños se separaron, yéndose cada cual, sin saberlo, según las circunstancias y el azar, a madurar su destino, a escandalizar a sus prójimos y a gravitar hacia la gloria o el deshonor. (Charles Baudelaire, Las vocaciones)

Señor Rendón. Archivo privado.
En la casa del fundador de la funeraria Rendón, - José De Las Santos Rendón y su esposa María Gabriela Rave-, las comidas siempre se sirvieron en su tiempo, las palabras adecuadas se dijeron en el momento preciso, en la superficie de los objetos jamás se acumuló el polvo, ningún pensamiento llegó a la mente sin meditación, y ni la más mínima de imperfección en los modales ofendió el gusto de las visitas.

Eran entonces días luminosos que irradiaban frescuras en las paredes, en los muebles y en los objetos. Las costuras siempre debidamente dobladas sobre la Singer. Bifloras, besos y novios reventando a colores en el patio; ese mismo patio en el que años más tarde, vendrían a correr los nietos, reafirmando, con sus juegos infantiles, la continuidad de la estirpe Rendón.

Uno de esos inquietos nietos era Guillermo Ángel Rendón, hoy escritor y profesor universitario- más conocido como Memo Ángel-, quien recuerda la forma en que su abuelo, José De Los Santos Rendón, concibió la casa: la fachada de la casa que construyó mi abuelo, hace parte de unos diseños que trajo el maestro Pedro Nél Gómez de Le Corbusier, y aquí los deformaron resultando un rarísimo eclecticismo”.

Fachada Casa Rendón - Barrio Prado. Fotografía Juan Fernando Hernández.
El profesor Guillermo Ángel recapitula su pasado infantil, al interior de la casa de sus abuelos, en el barrio Prado, donde sus tías al igual que su madre, cruzaron una a una, el día de la boda, el umbral de la puerta de la calle, rumbo al altar. Igualmente dibuja en sus palabras, momentos de una infancia candorosa al lado de sus amigos, “la barra de Belalcázar”. Horas de la niñez en el barrio, entre los sótanos de las casas donde, al lado de sus amigos, invocaban espíritus y lucubraban cuentos de terror. La mirada apacible de la vecina polaca quien le regaló su primera máquina de escribir.  

Aura Rendón. Foto Rodríguez. Archivo privado
Su memoria olfativa percibe incluso el olor del campo, que se respiraba en las casas los domingos, cuando su familia y los vecinos regresaban de sus fincas; son las frutas recién cortadas, la tierra de capote para las matas, los lácteos y comidas campesinas. Rememora rostros con la huella del sol en las mejillas doradas, como rastros felices de un fin de semana.

Mister Antioquia, Arturo Rendón.
                                                                                                                                                                                                Marta Ángel, su hermana, comenta: en mi familia hubo muchos artistas, especialmente pintores y escritores; acto seguido enseña la foto de una hermosa dama; se trata de su tía materna, la pintora Aura Rendón, quien también ejerció como profesora: mi tía Aura y mi madre eran hermanas inseparables, Cuando murió mi mamá, mi tía Aura dijo que se iba detrás de ella, y efectivamente a los pocos meses muere mi tía. 

Hacen parte también de estos tesoros fotográficos la imagen de sus abuelos en el patio de la casa, el matrimonio de su tía Maruja Rendón con el joven Miguel Monroy. Mister Antioquia, Arturo Rendón, al lado de su hermana Eugenia, posando igualmente en el patio de la casa.

Maruja Rendón con el joven Miguel Monroy
Esa misma puerta, en la que se despidieron los hombres y las mujeres Rendón Rave el día de su matrimonio. Puerta que despidió también los despojos mortales de María Gabriela y José Rendón. Con el tiempo sus hijos venderían la casa.

Hoy, la casa que con tanto amor construyó para su familia José De Los Santos Rendón, es un inquilinato como otros en el barrio Prado, los chicos de la pueril barra de Belalcázar se fueron igualmente uno a uno en busca de su albor o sus tinieblas.

Ahora cada inquilino cocina en su habitación, en fogón de petróleo o gas; ingiere sus alimentos en el tiempo que desea; se volvieron mudas las palabras adecuadas, La ceniza del olvido se instaló en los rincones; los modales se tornaron gestos de indiferencia. Donde antes existía un baño de inmersión, hoy se encuentra unas escalas que conducen a un laberíntico segundo piso, en el que se construyeron nuevos cuartos de alquiler.

Interior Casa Rendón, hoy inquilinato. Fotografía: Juan Fernando Hernández.
Un ángel guardián, con una de sus alas rotas y sin una de las manos, cuida un pequeño niño que levanta sus brazos y al cual le falta un pie. Ángel y niño otrora adornaron el baño de inmersión. Ya sin pileta, reposan sobre uno de los muros del segundo patio de la casa. Sus siluetas renegridas y deterioradas, se perfilan bajo un esplendoroso cielo de verano.

 Ángel y niño. Fotografía: Juan Fernando Hernández.
(Para los niños – que fueron los hermanitos-, Ángel Rendón: Guillermo, Marta, Jaime y Francisco)
Juan Fernando Hernández
Juferh@yahoo.com

Crónicas Urbanas


De Barranquilla a Santa Rosa de Osos


Negro y mudo como sombra Harlinton Arrieta es un artista de la inmovilidad. A su lado, la ciudad convulsiona en un frenesí de persistencia por la vida; por el contrario silencioso y estático, Harrison o el minero estatua de la Avenida La Playa, espera inalterable que las monedas caigan a sus pies, como un premio por no hacer parte del desorden habitual de la urbe.

Un día cualquiera Harlinton hizo sus maletas y viajo desde el calor de Barranquilla, su tierra natal, hasta el frío de Santa Rosa de Osos en Antioquia. Sin embrago, sus sueños corrían el riesgo de congelarse  en aquella población; entonces con el ímpetu de sus veintitrés años, decidió viajar de nuevo y pensó en la ciudad de Medellín. Aquí llego a instalarse como muchos buscadores de fortuna, en un cuarto de inquilinato. Trabajo en otros oficios, antes de decidirse, por insinuación de una amiga, a convertirse en estatua humana.

Alguna vez me dijeron drogadicto, otro me llamo negro marihuanero; alguien más deposito unos pesos y me dijo que no me los gastara en vicios; por un momento pensé en contestarle algo, pero decidí que no era correcto y seguí inmutable en mi oficio de estatua” 

En su oficio de estatua viviente, Harlinton ha aprendido a pensar la ciudad. El es un filósofo sin titulo y sin palabras, que cavila para si los acontecimientos diarios de un lugar tan transitado de Medellín como lo es el paseo La Playa en su cruce con la Avenida Oriental. Esta joven estatua humana  ha participado en algunos eventos culturales de la ciudad, en los cuales, ha sido contratado para mostrar a otros su imperturbable inmovilidad.

Estoy feliz porque tengo un evento en Plaza Mayor entre febrero y marzo. Las expectativas que tengo son tan granes como el nombre de esa plaza, esto es bueno para mi hoja de vida, mi arte

Ha llegado el momento de tomar un descanso. La sombra representada en este minero estatua, se baja de su cajón que hace las veces de pedestal. Retoca su maquillaje mientras se observa en un pequeño espejo; los pies descalzos y extendidos dejan al descubierto la blanca planta de estos.

Juan Fernando Hernández.
juferh@yahoo.com   

Crónicas Urbanas

Demasiado dolor por escribir


Hernán Bedoya se volvió experto en sobar adoloridos y enderezar tobillos, codos, rodillas y dedos desde hace treinta años. Su primera experiencia fue un ternero que cayó desde un barranco a un pequeño charco en el cual habían muchos zancudos; desesperado por sacar al animal que tenía lastimada su pata derecha, Hernán tomo la decisión de arreglársela, para que pudiera caminar y salir: “Hace poco me resultó una muchacha de treinta años para que le sobara un brazo que tenía torcido, ya que resbalo por las escalas de su casa y había quedado con dos codos. Yo con mi técnica y la fe en Dios y María santísima, le jalé la mano, se la fui acomodando y enseguida a lo que ya se la jalé bien, le empuje el hueso que le formaba el segundo codo, se lo empuje pa dentro y eso se fue entrando suavecito, suavecito”

Vendedor ambulante de dulces y sobador de profesión, Hernán Bedoya, es oriundo de una vereda de Santa Rosa de Cabal, Risaralda. Sin embargo desde los veinticinco años dejo su terruño y se marcho a Manizales a trabajar cargando bultos durante diecisiete años; luego tuvo un carrito de dulces y cigarrillos: “Yo estaba bien acomodado vendiendo dulces en mi carrito, pero las leyes de allá me molestaban por ese trabajo, así que vendí mi puesto y me fui para Tulúa Valle, allí también tuve una chazita por un año, pero no me fue bien y regresé a mi vereda a sembrar la tierra. Como la cosa estaba tan mala, entonces decidí irme para el Choco, allá me toco vender helados. En el Choco deje mi mujer y mis cuatro hijos porque me separé”

Hace cinco años que, este campesino risaraldense llegó a Medellín y, desde entonces, ha podido pagar su cuarto de alquiler, en el barrio Belén San Bernardo, con lo que consigue en sus ventas ambulantes y sus masajes quirúrgicos: “Antes vivía en Belén Altavista, pero, por ponerme hacer un favor, me eché un enemigo, casi pierdo mi vida”. Hernán enseña las cicatrices en sus brazos producto de un atentado:

“por darle posada a otro caballero. El, se la pasaba bebiendo y con la pieza hecha una miseria, cuando le llame la atención, me contestó con tres machetazos. El quería volarme la cabeza pero yo me tape con las manos; mi sombrero quedo cortado en seis partes, yo no lo demandé, tampoco lo volví a ver”

Su jornada diaria empieza a eso de las seis de la mañana cuando, después de haber tomado un chocolate con arepa, Hernán camina desde el barrio San Bernardo hasta el parque Berrio. Allí permanece el resto del día hasta las ocho de la noche cuando retorna a su casa de inquilinato, unas veces caminando, otras en bus: “Yo soy compositor desde 1998 cuando empecé a escribir canciones, cuatro años después de mi separación con la mujer. He escrito por lo menos cuatrocientas canciones” Dice

Hernán canta una de sus canciones “El paisano feo”. La letra habla de un pastuso que le presta cinco millones a un paisano, quien se hace una cirugía estética con el fin de mejorar su aspecto físico; luego, el pastuso no reconoce a quien le presto el dinero, y pierde su capital. Una fuerte lluvia dispersa vendedores, músicos y transeúntes del parque Berrio. Hernán se resguarda del agua bajo el viaducto del metro; allí silencioso carga su cajón de dulces con su letrero “Arreglo descomposturas de dedos-tobillos-codos- rodillas”

Quizás canta mentalmente sus canciones. Tal vez la lluvia le inspire nuevas letras; más esto es poco probable pues, en su vida y a su alrededor, ya hay demasiado dolor y ausencia por escribir.

Juan Fernando Hernández
juferh@yahoo.com

Crónicas Urbanas

Cuando castiga el sol

Panorámica Centro de la ciudad
 Parque de San Antonio.
Fotografo: Carlos Vidal
Es mediodía, los rayos inclementes del sol dimensionados por el cemento inhabitable del parque San Antonio, alejan toda forma viviente de la hostil loza. Los vendedores ambulantes buscan el refugio de las sombras en alguno de los cuatros arbustos del lugar; entre estos vendedores se encuentra el joven Samuel de quince años, vendedor de jugo de guanabana, habitante del sector de Niquitao y uno de los protagonistas anónimos del diario vivir del centro de Medellín. 

Samuel. Foto: Juan Fernando Hernández. 2012.
 Sabe que el calor del sol es su aliado y, al contrario de otros vendedores da continuas vueltas alrededor del yermo parque. Es entonces cuando los valientes transeúntes que se atreven a cruzarlo, divisan a Samuel con su delantal blanco y su nívea piel de porcelana - que lo hacen resplandecer bajo la excesiva luz meridiana - como una aparición que arrastra un oasis ambulante, y cuyo liquido blanco disipa la sed por solo mil pesos.
 
Samuel es el ángel adolescente de la guanabana, socorre a los ciudadanos castigados por el sol. También es el querubín de su madre, que se muere de cáncer en un cuarto de inquilinato, donde convive con el y otra hija dos años mayor que Samuel y quien también vende el jugo lechoso de la deliciosa fruta.

Una noche, en su camino de retorno al lugar donde guarda su carrito guanabanero, una explosión cercana a la Plazuela San Ignacio ensordeció por un momento los oídos de Samuel, y con asombró, sus ojos observaron caer extremidades humanas a su alrededor. Desde entonces afirma no temerle a nada, ni siquiera a los funcionarios de espacio público que no respetan su estatus angélico, su condición de salvavidas cuando el reseco asfalto agrede como verdugo los pasos del caminante, cuando el sol del verano citadino en el San Antonio castiga a quienes osan permanecer allí más de un minuto.

Un siglo de vida en Medellín. Fundación Viztaz.
Cada tarde, cuando el astro rey esconde sus látigos, Samuel el ángel de la guanabana, repliega sus alas, tan blancas como la pulpa de aquella fruta, y marcha a su cuarto de inquilinato a posar un beso sobre la frente de su madre.

Parque de San Antonio. Foto: Juan Fernando Hernández. 2012.
Juan Fernando Hernández
juferh@yahoo.com       

Crónicas Urbanas

La foto que nos tomaban en Junín. Carlos Múnera. Todos Somos Iguales
 Algunas personas mayores de treinta y cinco años tenemos fotos de los famosos “poncherazos” en el centro de la ciudad. Son esas fotos que te tomaba desprevenidamente un fotógrafo, te entregaba un papelito y a los días reclamabas la fotografía en la dirección que aparecía en dicho papelito. La mayoría de esas fotos eran tomadas en el pasaje Junín, pasarela natural de la ciudad donde las personas lucían sus estrenes, sitio de encuentros amorosos y de amigos. Juniniar, verbo medellinense que significa pasear por la calle Junín es una palabra que se niega a morir con el tiempo.       

Olga en Junín.
Inicialmente la carrera Junín fue conocida como la calle del “Resbalón”. Dos son las versiones sobre ese viejo nombre, ambas versiones con orígenes en la época colonial: La primera alude a lo resbalosa que se tornaba esta calle en épocas de invierno, la cual era destapada para entonces, y la segunda, que es  la más conocida, habla de una antigua pieza musical llamada El Resbalón que se bailaba en los establecimientos públicos que al parecer estaban apostados sobre esta calle. En el albor del fervor patriótico de finales del siglo XIX, el nombre de las calles y carreras fueron cambiados por nombres conmemorativos de las gestas libertadoras, correspondiéndole a la Calle El Resbalón el nombre de Junín, batalla libertadora sucedida el 6 de agosto de 1824.

La lenta urbanización del norte de esta calle, desde mediados del siglo XIX se consolidaría hacia finales del mimo siglo con el barrio Villanueva, presentándole de paso un nuevo dinamismo a esta calle, hoy señalizada como carrera 49. Dicho  dinamismo se ratificaría con la delimitación de la Plaza de Villanueva, a la cual se le cambiaría posteriormente el nombre a Plaza de Bolívar y en cuyo marco se construyó  la Basílica Metropolitana.

Ya desde las últimas décadas del siglo XIX, Junín se constituía en un consolidado referente urbano, habitado por las personas “acomodadas” de la ciudad. Posteriormente, en los terrenos habitados por el señor Eusebio Jaramillo Zapata, se construyó el edificio Gonzalo Mejía compuesto por el Teatro Junín y el Hotel Europa, lo que la convertiría en una de las esquinas más importantes y representativas de la ciudad de Medellín. 

Teatro Junín. Esquina Junín con la Playa. Fotografía de Carlos Rodrígeuz. Años 50's
El legendario teatro y el hotel fueron construidos en los años veinte. El diseñador del edificio fue el arquitecto belga Agustín Goovaerts, quien lo concibió en un estilo Art Noveau. Desafortunadamente en los primeros días del mes de octubre del año 1967, el edificio con menos de cincuenta años ya era considerado viejo, desdeñando su patrimonio arquitectónico y memoria. Hoy de este hermoso edificio solo quedan algunas fotografías y el sabor amargo de saberlo solo un fantasma mítico de la arquitectura de la ciudad. En esta misma esquina se construyó el edificio Coltejer, que con su singular perfil y desde los años setenta del siglo XX, se convirtió por algunas décadas en el símbolo de la pujanza y la industrialización de la ciudad.

Teresa Moncada y Fanny Obando. 1940.

Desde finales de los años treinta, Junín ya se había convertido en un elegante centro de comercio de la ciudad, desde entonces y hasta finales de los años setenta, juniniar se convertía en el nuevo verbo que designaba el acto de salir a pasear a la elegante carrera a mirar vitrinas y conocer los nuevos productos comerciales; especialmente las modernas prendas para vestir y calzar. Igualmente Junín se constituyó en una pasarela natural de los medellinenses que buscaban lucir sus mejores prendas, asistir a algunos de sus teatros, tomar el algo en alguna de sus famosas cafeterías o salones de té, recorrer la calle para ir a la misa de la Basílica Metropolitana, aparecer en una foto caminando al frente del Club Unión o simplemente era el lugar ideal para cumplir una cita.

En Junín también se dieron cita varios personajes como la inolvidable Macua, homosexual que nació en el seno de una pudiente familia medellinense y que con su presencia  alegraba las carrera Junín, algunas veces vestido como todo un lord ingles, otras como una despampanante mujer y otras como un hombre corriente pero siempre con un fino humor y una presencia imposible de pasar inadvertida. La Macua murió en un trágico accidente automovilístico en 1985, algunos alegan que su muerte no fue un simple accidente.

Junín Hoy. Fotografía Juan F. Hernández.
A finales la década de los ochentas, Junín perdió su encanto y se convirtió en un mercado público de prendas, ya que los venteros peatonales se tomaron esa calle. La administración de Juan Goméz Martinez, recuperó ese espacio para los peatones durante la década de los noventa. Los centros comerciales tipo “corazón de manzana” que surgieron durante la década de los ochenta se intensificaron a finales del siglo XX y principios del XXI, convirtiendo de paso lugares tan emblemáticos como el Club Unión en un centro comercial más.

Hoy Junín tras muchos esfuerzos de la administración pública en compañía del comercio del sector, intenta reanimar los encantos de un pasado esplendoroso donde la palabra “juniniar” era sinónimo de distinción. Junín al igual que muchas otras calles y sectores de la ciudad tienen su propia historia que hace parte del legado cultural de Medellín. Una ciudad en transformación constante, que algunas veces suele desdeñar el patrimonio intangible de su memoria.     

Juan Fernando Hernández

Crónicas Urbanas

 Morada para vivos y muertos

Para vivir aquí hay que ser muy verraco, asegura Marcela mientras le sirve de comer a su niña  que ha llegado de la guardería, nada más en el segundo piso mataron una muchacha en embarazo, de eso hace ya como ocho añosprimero mandaron de cajón al compañero que era tremendo faltón y como a los dos días unos muchachos escalaron la fachada, le dieron una patada a la puerta de la pieza y le pegaron como cinco balazos…ella estaba dormida, creo que no le entro ni aire. 


Marcela de treinta años vive con sus dos hijos de cuatro y trece años en una de las piezas del inquilinato Los Andes ubicado sobre la Avenida Oriental del barrio Colon, Los Andes es quizás el inquilinato más grande de Medellín, ella paga trece mil pesos diarios por la pieza; para poder asegurar el alojamiento cotidiano, vende dulces al igual que su hijo mayor; Este muchacho me resulto muy buen estudiante y siempre me dice que nos vamos de aquí, pero la cosa no es así de fácil, para salir de aquí se necesita billete y a uno no le van sirviendo de fiador así como así.

El compañero de Marcela y padre de su hija fue asesinado hace un año, según ella por un enemigo que desde hace tiempo lo estaba buscando. Un llanto infantil se escucha en una de las piezas contiguas, Marcela comenta:

Ese es un niño que pide limosna, seguro no consiguió lo suficiente y por eso el papa esta puto, aquí maltratan mucho a los niños, yo con los míos no tengo problemas gracias a Dios. Además el papa y la mamá de ese niño son unos irresponsables, pues muchas veces con la plata que se ganan mendigando los tres hijos que tienen, prefieren meter bazuco y no pagan la pieza, por eso han tenido varios problemas con la administración y hasta les ha tocado dormir en la calle por irresponsables.

En la puerta de la pieza aparece una vecina joven de aspecto un tanto desaliñado, dirigiéndose a Marcela le dice: Marcela regálame un poquito de papel higiénico que no tengo; Marcela la mira y le dice mientras desenrolla un poco de papel: He avemaría a usted hay que regalarle hasta “pa” limpiase el culo. Cuando la muchacha se marcha comenta en voz baja:

Esa muchacha se llama Sandra, tenia una criatura muerta en el estomago, ella sentía dizque cólicos y cuando fue al medico le dijeron que no se explicaban como había sobrevivido, pues el feto llevaba muerto tres días… claro está que con tanta sopladera se muere hasta un caballo.

En la pieza marcada con el número doce vive Manuel Zapata, su esposa Noelia y tres de sus hijos, todos varones adolescentes, Manuel afirma:

Yo vivía en el barrio Santo Domingo, pero un grupo armado me hizo salir de allí, no me quedo más remedio que venirme para acá, pues me querían matar los muchachos, mi hija se enamoro de uno de esos bandidos y se quedo por allá, viene a visitarnos de vez en cuando, ella tiene quince años y ya esta esperando su primer hijo, espero que al menos el cabrón que la preño responda, pero según me han dicho es un irresponsable, pues tiene otros hijos con otras culigadas.

Manuel mira debajo de su cama y saca una caja de cartón, luego esculca en su interior hasta encontrar una formula médica plastificada: Mire yo tengo paranoia y me es difícil encontrar trabajo, pues en cualquier momento me dan recaídas, yo creo que adquirí eso cuando nos tuvimos que venir a media noche de Remedios, cualquier fin de semana  llegaron los paracos y nos dieron una hora para salir, escasamente sacamos los papeles. Desde entonces me dan unos miedos muy horribles que me tengo que meter bajo las cobijas y taparme.

En la pieza de Manuel y su familia se respira un fuerte olor a nicotina y alcohol, uno de los muchachos enciende un cigarrillo y explica: Aquí fumamos todos como chimeneas, además los cuchos y un hermano se toman los guarilaques…aquí venimos a morirnos. Noelia la madre, interrumpe al joven: mijo no diga eso que mientras haya salud hay esperanzas, otro de los adolescentes que esta recostado sobre un colchón contesta: si esperanzas de morirse de hambre, todos ríen de las palabras del joven incluso Noelia.

Sandra la joven desaliñada de la pieza catorce, que hace poco le pedía papel higiénico a Marcela baja a los lavaderos con una olla y dos platos sucios: voy a lavar esto antes de que se llenen los lavaderos de pirobas (dice), en su camino se encuentra con un hombre viejo de aspecto travestido que le reclama por un camiseta que se le perdió ¿he que le pasa? replica Sandra, acaso yo soy la única que lava ropa en este lavadero

La travesti se retira pero sentencia en voz alta, Que aparezca esa hijueputa camiseta o van a saber quien es Yesica Paola. Sin hacer el menor gesto por las palabras de Yesica, Sandra lava la olla y los platos al tiempo que relata:

Aquí lo que más se pierde es la ropa, hasta los calzones cagados se los llevan, el que da papaya le roban hasta la olla con la aguapanela adentro y todo, Sandra ha vivido toda su vida en inquilinatos, al igual que sus hermanos que ocupan también dos de las piezas de los Andes con sus respectivas familias.

Yo desde que me conozco he vivido aquí o en piezas de otras casas por aquí mismo, claro que de la que más recuerdos tengo es de esta, pues aquí se murió un parcero que yo quería mucho, eso fue una sobredosis, le dio un infarto y lo velaron en la sala del televisor. Aquí se han muerto varios inquilinos de sobredosis. Esta casa tiene muchos muertos encima… es que aquí si hay mucho gato.

Son las seis y treinta de la tarde y el patio comienza a llenarse de niños y niñas que llenan el espacio con su algarabía, esta es la hora de los locos  dice Sandra mientras se retira a su pieza.

Las primeras sombras se asoman en los corredores, y un olor a petróleo se confunde con el de la marihuana, es el olor característico de los fogones de en donde algunos afortunados empiezan a cocinar sus alimentos. Yesica Paola hace sonar sus tacones en el corredor, en la puerta de Los Andes comparte un cigarrillo con Sandra, quizás ya olvido su camiseta perdida, o simplemente la encontró.   

Un niño blanco y delgado, de unos doce años y de apariencia un tanto frágil, sale también hacia la calle, lleva su corto cabello castaño oscuro, peinado hacia un lado, la ropa humilde pero limpia, esparce a su paso aroma a jabón de baño, entre sus manos sostiene una pequeña caja de cartón con dulces y cigarrillos. Los que aún viven en Los Andes deben ganar su morada. Los muertos ya la ganaron en el olvido.

Juan Fernando Hernández