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Pierre Macherey

George Cangilhem
Cuando Canguilhem tuvo conocimiento de la primera gran obra de Foucault, Historia de la locura, sobre la que tuvo que escribir un informe en tanto que jurado de tesis, inmediatamente subrayó su carácter innovador, y su importancia, mucho más allá de los límites concedidos a un trabajo especializado que concernía la historia de la psiquiatría; algunos años más tarde, hacía aparecer en la colección Galeno que dirigía en PUF, Nacimiento de la clínica, la obra de Foucault que sin duda más le interesó porque su tema lo concernía de más cerca, y a la que a menudo se refirió en sus propios trabajos[1]. 
En fin, cuando Les Mots et les choses fue puesto en circulación, le consagró con el título «¿Muerte del hombre o agotamiento del Cogito?», un importante estudio aparecido en 1967 en Critique en el que, tomando su defensa contra sus contradictores o sus censuradores –se estaba entonces en plena querella del humanismo– él elogiaba la “lucidez” del proceder de Foucault, a propósito de la que llegaba hasta sugerir en conclusión que ella podría jugar con respecto a las ciencias humanas un rol comparable al que había jugado la Crítica de la razón pura para las ciencias de la naturaleza.
Michel Foucault
Uno de los últimos escritos de los que Foucault autorizó su publicación fue la retoma de una presentación general del camino de Canguilhem, que había sido redactado en 1978 en el momento en que lo tradujeron en los EE. UU.; ese texto, titulado en su versión definitiva “la Vida: la experiencia y la ciencia”, es sin duda uno de los más importantes y de los más pertinentes comentarios que hayan sido consagrados al pensamiento de aquel que, en la conversación, Foucault llamaba en ese momento –sin ironía, y siendo él avaro en este tipo de efusiones– “nuestro viejo maestro”ðð 
Se puede pues decir que Canguilhem y Foucault se han reconocido (en el sentido fuerte del término), e incluso en parte reconocido el uno en el otro a través de intereses y valores que compartían en común; entre ellos se tejió una relación intelectual fuerte que podemos suponer jugó un rol no despreciable en el desarrollo de sus respectivos pensamientos.
Para conocer la traducción realizada por Luis Alfonso Paláu C, de la ponencia presentada el 1º de junio de 2016 por Macherey en el marco de una jornada de estudios sobre «Michel Foucault y la subjetivación» (Universidad Paris-Est Créteil), puedes descargarla haciendo clic aquí



[1] Al final de la parte complementaria, redactada «veinte años después», con la que termina Le normal et le pathologique, Canguilhem señala que «en páginas admirables, conmovedoras, del Naissance de la clinique, Michel Foucault mostró cómo Bichat hizo «girar la mirada médica sobre sí misma, para pedirle a la muerte cuentas de la vida» (Le normal et le pathologique, Paris, PUF/Quadrige, 1988, p. 215).  Esta conversión de la mirada que él llama también «eversión», es la que el propio Canguilhem ha tratado de practicar.  Los dos libros de Foucault, Histoire de la folie (1961) y Naissance de la clinique (1963) son añadidos como referencia en el Suplemento a la bibliografía de la nueva edición, en 1966, de La connaissance de la vie, lo que subraya la importancia que Canguilhem les concedía.
ðð < M. Foucault.  "La vida: la experiencia y la ciencia".  Revista de Metafísica y Moral.  90º año/#1.  Enero-marzo/1985.  tr. Paláu, publicada in Sociología 18, Medellín: Universidad Autónoma Latinoamericana, Julio/1995 >

Pierre Macherey

De Canguilhem a Canguilhem pasando por Foucault

Independientemente de las consideraciones personales y particulares que conducen a aproximar los recorridos teóricos de G. Canguilhem y de M. Foucault, una tal comparación se justifica sobre todo por una razón de fondo: estos dos pensamientos se han desarrollado en torno a una reflexión consagrada al problema de las normas; reflexión, en el sentido fuerte de la expresión, filosófica, incluso si ella ha estado directamente asociada en estos dos autores a la utilización de materiales tomados de la historia de las ciencias biológicas y humanas, y de la historia política y social.  Por esto esta interrogación común que, en términos muy generales, podría ser formulada así: ¿por qué la existencia humana está confrontada a normas?  ¿De dónde sacan ellas su poder?  ¿Y en qué dirección orientan ellas este poder?

Para conocer la traducción completa realizada por Luis Alfonso Paláu C, puedes descargarla dando clic aquí

Los Conceptos de Deleuze

El presente ciclo de conferencias pretende configurar un escenario de reflexión en torno a las propuestas conceptuales de Gilles Deleuze, articulando la filosofía con diversas disciplinas que incluyen las artes y las ciencias, en una suerte de juego de relevos poiético, para reconocer la potencia creativa y violenta que promulgaba el pensador francés y que derivó en una concepción nueva del quehacer filosófico, hasta el punto que otro gigante del pensamiento, Michel Foucault, diría que nuestro siglo sería deleuziano o no sería.



Los conceptos de Deleuze. Conmemoración a veinte años de la muerte de Gilles Deleuze
Organizan: ITM – Grupo de Investigación de la Facultad de Artes y Humanidades y Biblioteca Pública Piloto de Medellín.

Para más información ir a https://ciclodeleuze.wordpress.com/ 
http://www.webdeleuze.com/php/index.html
http://www.itmradio.edu.co/index.php/programas/ciclodefoucault

Genealogía de un presente neoliberal


En la actualidad, algunas instituciones educativas están experimentando una especie de aporía, que se podría metaforizar de la siguiente forma: un hombre de cromagnon intentando educar a un niño homo sapiens del siglo XXI. Así es: entre la institución educativa y los niños, a veces, hay un abismo de distancia. Por un lado, algunos colegios y familias teniendo la disciplina como el criterio fundamental para gobernar a las nuevas generaciones; y por el otro, los niños y las niñas, viviendo en un mundo configurado para el goce, para la diversión, como único norte posible. A veces, en vez de un abismo, lo que sucede es un choque entre dos trenes, con su consecuente explosión: o maestros incapacitados en las clínicas de salud mental, o niños medicados con Ritalina para que dejen tanta desobediencia, o padres de familia impotentes para transmitir algo de orden a sus hijos, etc.

Esta investigación es una posible puerta para salir de esta aporía, pero no en una dirección educativa; es decir que esta investigación no se pregunta por qué hacer con los niños indomables de hoy, sino que se pregunta por qué es lo que estamos haciendo para que sean tan indomables, tan voraces, tan demandantes, tan consumistas, tan individualistas, tan hedonistas, etc. Lejos de construir ideales para que no sigan siendo así, la importancia de esta investigación radica en que quiere comprender por qué son como son, ubicando la noción de gubernamentalidad en el centro.

Sáenz (2005), un pedagogo e historiador de la Universidad Nacional, habla de dicha noción de gubernamentalidad en una investigación sobre la ciudad de Bogotá como ciudad educadora. El autor tiene claro lo siguiente en relación con los estilos más contemporáneos de gobierno:

“El gobierno más efectivo no es el que se ejerce de manera directa y personal, sino el que opera a través de prácticas indirectas de disposición de los espacios, los tiempos y cuerpos para producir aprendizajes y conductas específicas e involuntarias (en el sentido en que operarían directamente sobre las percepciones, actitudes y comportamientos del individuo y la población sin que éstos se percaten, necesariamente, de ello). (p. 21)

Con esta noción, el modo de gobernar ya no es la disciplina en la forma de los colegios y las familias tradicionales, sino unas prácticas indirectas que empujan a los sujetos a desear ciertas cosas en particular. Un ejemplo claro de este asunto es la proliferación de parques de diversión en los centros comerciales; nadie le tiene que dar la orden a los niños para que se diviertan sin importar el espacio en el que estén. Los parques mismos los atraen… por algo también toman ese nombre de parque de atracciones.   

Pensar a los niños desde la noción de gubernamentalidad, en una ciudad concreta como Medellín, será un trabajo investigativo que se sume a la larga lista de proyectos que piensan la ciudad, pero en tanto que se agrega el elemento infancias, y desde una perspectiva foucaultiana, hace pensar en la posibilidad de que haya algo novedoso en el asunto. 

Para conocer el proyecto de investigación preliminar de Marlon Cortés, hacer clic aqui
Vea la página web de la exposición Los niños que fuimos: huellas de la infancia en Colombia

MONSTRUOS MORALES: HOMOSEXUALES Y SUICIDAS

Estudio de la criminalidad desde una perspectiva foucaultiana en Medellín

 (1880-1930)


La modernidad es una fábrica de cuerpos dóciles y útiles, una gran máquina cuyos mecanismos de poder operan dejando la impronta de los disciplinamientos sobre los sujetos que pasan por sus dispositivos de producción[1]. No obstante, como en todo proceso, pareciera tener una serie “productos” (léase cuerpos) defectuosos en los que esa marca apenas se insinúa o ni siquiera logra fijarse. Esas anomalías, esos sujetos monstruosos, son los criminales.

La anterior metáfora no debe entenderse como una especie de vuelta al mecanicismo por parte de Foucault;  sólo sirve para ilustrar una serie de operaciones y dispositivos en los que el poder se encuentra diseminado, en una lógica relacional por la cual establece esquemas de docilidad, que operan en escalas, objetos y modalidades de control en una suerte de movimiento reticular, que caracteriza el modus operandi de esta analítica del poder.

Sin embargo, como se dijo, hay una serie de sujetos que escapan a esos disciplinamientos, subvirtiendo el orden establecido por los poderes en tanto introducen una transgresión de la norma como elemento regulador de la vida social. Estos “monstruos políticos” (en adelante se utilizará “monstruos morales” para efectos de lo expuesto, sin cambiar sustancialmente el concepto inicial) como los denomina Foucault, hacen su aparición hacia el siglo XVIII cuando el Antiguo Régimen entra en decadencia y sus rituales de castigo como una teatralidad del derecho del soberano sobre la vida y la muerte, ceden el paso a los subrepticios mecanismos del nuevo sistema Burgués en el que la exaltación de la vida se soporta sobre una serie de controles en los que los cuerpos individuales se modelan (anatomopolítica[2]) y el cuerpo social, la población, se controla (biopolítica[3]).

Así, el nuevo biopoder, se instalará bajo la lógica de la normalización[4], en donde las relaciones sociales del tipo que sean (familiares, sexuales, de producción, etc.) no obedecerán ya a un discurso imperativo como a unas argucias libertarias, propias de la nueva economía de los mecanismos de poder[5]:

El momento histórico de las disciplinas es el momento en que nace un arte del cuerpo humano, que no tiende únicamente al aumento de sus habilidades, ni tampoco a hacer más pesada su sujeción, sino a la formación de un vínculo que, en el mismo mecanismo, lo hace tanto más obediente cuanto más útil, y al revés. Fórmase entonces una política de las coerciones que constituyen un trabajo sobre el cuerpo, una manipulación calculada de sus elementos, de sus gestos, de sus comportamientos.[6]

Todas estas coerciones subrepticias que se interiorizan en el cuerpo individual y se normalizan en el cuerpo social están inscritas, a su vez, en una red de vigilancia de la que, no obstante, logran escapar los monstruos morales: los criminales. Al sustraerse, aunque momentáneamente, no sólo rompen el pacto social al ubicarse por debajo de la ley, también, actúan despóticamente al ejercer una voluntad que anula el contrato como elemento regulador de las relaciones sociales; quedando por fuera de ésta[7]. Así, el criminal es doblemente monstruo pues no sólo está por fuera de los límites que traza la ley sino, también, logra romper ese entramado epistémico, así sea desde una praxis no razonada, en ese umbral en el que han solido ubicarse la locura y el crimen y donde, paradójicamente residen las posibilidades del cambio social, entendido en su acepción más amplia.



Dicho esto, lo que se propone a continuación son dos análisis de caso, uno sobre la moral sexual burguesa y, otro, sobre el suicidio, desde su tipificación como delitos contra la moral. El interés de esta reflexión está centrado en estudiar la manera en que esa red de vigilancia se activa ante estos puntos de fuga que suponen los criminales y la manera en que esa frontera infranqueable de la normalización, se ha ido extendiendo a través de estas rupturas, hasta nuestros días. El espacio-tiempo elegido para este estudio será la ciudad de Medellín en su primera etapa de modernización comprendida entre 1880 y 1930.[8]

Para leer y descargar el artículo completo de Daniel Pajón Toro, hacer clic AQUÍ


[1] “La disciplina fabrica así cuerpos sometidos y ejercitados, cuerpos <>. La disciplina aumenta las fuerzas del cuerpo (en términos económicos de utilidad) y disminuye esas mismas fuerzas (en términos políticos de obediencia). En una palabra: disocia el poder del cuerpo; de una parte, hace de este poder una <>, una <> que trata de aumentar, y cambia por otra parte la energía, la potencia que de ello podría resultar, y la convierte en una relación de sujeción estricta.”  FOUCAULT Michel, Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión, Buenos Aires, Siglo Veintiuno, 2002, p. 83.
[2] Procedimientos de poder característicos de las disciplinas en los que se perfila “el cuerpo como máquina: [y se propugna por] su educación, el aumento de sus aptitudes, el arrancamiento de sus fuerzas, el crecimiento paralelo de su utilidad y su docilidad, su integración en sistemas de control eficaces y económicos…” FOUCAULT Michel, Historia de la Sexualidad: I. La voluntad de saber, Madrid, Siglo Veintiuno, 1998, p. 83.
[3]  Conjunto de intervenciones y controles donde “el cuerpo transido por la mecánica de lo viviente y que sirve de soporte a los procesos biológicos: la proliferación, los nacimientos y la mortalidad, el nivel de salud, la duración de la vida y la longevidad, con todas las condiciones que pueden hacerlos variar”; es el elemento central de la nueva mecánica del poder. …” FOUCAULT Michel, Historia de la Sexualidad: I. La voluntad de saber, Madrid, Siglo Veintiuno, 1998, ibíd. 
[4] “Ya no se trata de hacer jugar la muerte en el campo de la soberanía, sino de distribuir lo viviente en un dominio de valor y de utilidad. Un poder semejante debe calificar, medir, apreciar y jerarquizar, más que manifestarse en su brillo asesino; no tiene que trazar la línea que separa a los súbditos obedientes de los enemigos del soberano; realiza distribuciones en torno a la norma.” FOUCAULT M., “Historia de la Sexualidad…”, p. 86.
[5] Que Foucault define como “un conjunto de procedimientos y, al mismo tiempo, de análisis, que permiten aumentar los efectos de poder, disminuir el costo del ejercicio de éste e integrarlo a los mecanismos de la producción. […] Es decir, que [el poder] ya no se ejercía a través del rito, sino de los mecanismos permanentes de vigilancia y control.” FOUCAULT Michel, Los anormales. Curso en el Collège de France (1974-1975), Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2007, p. 88.
[6] FOUCAULT M., “Vigilar y castigar…”, p. 83.
[7] “De modo que, cuando el criminal retoma, en cierta forma, su interés egoísta, lo arranca a la legislación del contrato, o a la legislación fundada por éste, y lo hace valer contra el interés de todos los demás […] Por consiguiente, ¿no nos toparemos, en el caso del criminal, con un personaje que será, a la vez, el retorno de la naturaleza interior de un cuerpo social que renunció al estado natural por el pacto y la obediencia a las leyes? […] ¿No vamos a vernos ante un individuo de naturaleza que trae consigo al viejo hombre de los bosques, portador de todo ese arcaísmo fundamental anterior a la sociedad, y que será al mismo tiempo un individuo contra la naturaleza? En resumen, ¿el criminal no es precisamente la naturaleza contra natura? ¿No es el monstruo?” FOUCAULT M., “Los anormales…”, p. 91.
[8] Esta periodización ha sido un tema de gran debate, que no viene al caso ahondar. Por eso, se tomará como referente la propuesta teórica de Jorge Orlando Melo, para quien durante el período de 1880 a 1930, Medellín empieza, a través de tres ejes, un proceso acelerado de modernización: “[1] el desarrollo de una imagen de ciudad moderna y los esfuerzos para poner en práctica, en forma planeada, unos ideales de vida urbana; [2] el proceso por el cual se intentó educar a la población para esa vida urbana y [3] la forma como la literatura trató de encontrar su punto de inserción en esa ciudad en proceso de modernización y civilización…” MELO Jorge Orlando, “Medellín 1880-1930: los tres hilos de la modernización”, en: Biblioteca Virtual del Banco de la República, Bogotá, 2004. 

In Memoria Michel Foucault

SEMINARIO: VIDA, OBRA E INTERPRETACIÓN DE 
MICHEL FOUCAULT


Este es el link pueden acceder a varias descargas de la obra de M. Foucault. Para compartir con quien quieran, in memoria. 

Una originalidad reconocida

Foucault contra sí mismo


Michel Foucault desapareció en junio de 1984. Dejó una obra que se ha traducido por el mundo entero, sometida a mil interpretaciones, fuente de inspiración para cantidad de pensadores.

El hombre se mostró a la medida de su obra: complejo y contrastado. Fue a la vez militante, radical, y profesor en el Colegio de Francia, político comprometido y filósofo estudioso, viviendo gustoso en las márgenes y preocupado por tener un sitio central en la institución. Era un personaje brillante, incisivo, iconoclasta. Interviniendo desde su cátedra como en la calle, forjó la figura de un intelectual conectado con su tiempo, sacando de su experiencia personal la materia de sus reflexiones que han rebasado su época y que continúan hoy siendo autoridad.

Para conocer el artículo completo de François Caillat (dir.) Foucault contra sí mismo. París: Presses universitaires de France, 2014. pp. 5 – 19. Traducido por Luis Alfonso Paláu C., Medellín, julio 10 de 2014, dar clic aquí

El trabajo crítico del pensamiento sobre él mismo


Olivier Razac se interesa en objetos originales y variados, como el alambre espino, la tele-realidad, la salud o el brazalete electrónico penitenciario. Inspirado en la obra de Michel Foucault, señala y analiza los formas de ejercicio del poder actualmente. Para sacar sus consecuencias éticas y políticas.

Algunas obritas tienen el poder de problematizar grandes objetos. Histoire politique du barbelé, el primer libro de Olivier Razac, es una de esas. En 2000, este filósofo que tenía entonces 27 años, supo hacer emerger la potencia simbólica del alambre arpado, a través de tres jalones históricos: la pradera norteamericana, la trinchera de la Gran Guerra, y el campo de campo de concentración nazi. “Instrumento de inscripción espacial de las relaciones de poder”, la propia forma del arpado ilustra su función. “Es un rasgo que cierra el paso y evoca inmediatamente la privación de libertad (como lo harían los barrotes de prisión). Pero además es un rasgo erizado, agresivo, cuyas puntas representan los cuchillos del poder. Rasgos y puntas, barrotes y cuchillos expresan directamente la vocación violenta y opresiva del alambre espino”. A esta reflexión sobre la delimitación del espacio le hace eco un artículo sobre el GPS aparecido en Fresh Théorie. El autor aclara en él ese deseo contemporáneo de localizar y de ser localizado.

¿Cómo funciona esto? Esta es la pregunta que no deja de hacer Olivier Razac. Funcionalista, el análisis de las formas del ejercicio del poder, y de los efectos de control que ellas producen, singulariza el proceder de este pensador que consagró su segunda obra a la tele-realidad entendida como un espectáculo zoológico (L´écran et le Zoo. Spectacle et domestication, des expositions coloniales a Loft Story). Del zoológico a la biopolítica (la vida como la apuesta del poder) no hay sino un paso. La Grande santé, su última publicación salida de su tesis, interroga diferentes visiones filosóficas de la salud que molestan, inquietan, sus representaciones estrictamente médicas. Estos pensamientos (Friedrich Nietzsche & Gilles Deleuze a la cabeza) tienen en común establecer otra salud, creadora y arriesgada, pues no se vive en la orden expresa de la conservación de sí y de la obsesión sanitaria: “La gran salud es puramente afirmativa. Su naturaleza no es la de oponerse a las obligaciones exteriores sino la de ejercer su potencia a partir de ella misma”.

Luego de ocho años consagrados a la escritura, “por fuera de la Educación nacional”, enseña desde hace un año en undécimo en un liceo privado. Este joven padre ha seguido todo su curso filosófico en la Universidad de París-VIII-Saint- Denis, cuya enseñanza marcada por Michel Foucault se distingue de entrada por la atención que se presta al contexto histórico y a las implicaciones políticas de las filosofías. “Fue leyendo a Michel Foucault que mi relación con la filosofía se volvió apasionada. Comprendí que las ideas, los conceptos, podían cambiar mi mirada sobre el presente”, explica él. Nacido en 1973 en Nueva Caledonia, Olivier Razac vivió en Costa de Marfil, antes de llegar a Francia a la edad de 4 años. El joven, titular de un bachillerato científico, primero ensayó en un IUT de informática. Una errancia a sus ojos. “A los dos meses me di cuenta con violencia que eso no era lo que yo quería hacer. Algebra booleana, problemas de lógica, ecuaciones, A o no-A, B o no-B… Cuando salía de allá mi cerebro estaba sobre-estimulado, pero yo sentía que eso giraba en el vacío; sólo tenía Aes y Bes en la cabeza”, recuerda este hijos de ingeniero que no tardó en cortar el cordón umbilical de su adolescencia. Una bellísima página de su segundo libro ¿no toma entonces un color biográfico? “Es posible volverse otro (…) La ética es un movimiento de desprendimiento del modo de vida en el que uno se ha implicado a tal punto que allí se ha enredado como en una red. Si uno se queda quietecito, no se da cuenta del enredo. Es en el momento en que uno quiere moverse, cambiar de sitio, que los hilos se transforman en lazos, y que se vuelve necesario cortarlos”.

Desprenderse de la domesticación social; el acto de filosofar, fundamentalmente, tiene que ver con la ética, y su descubrimiento de los estoicos fue determinante. La filosofía le aparece como el lugar en que puede ejercerse “una curiosidad general sobre todo, una apertura a todos los dominios, un deseo de llevar la mejor vida posible”. “Por esto mi negativa a la especialización…”, prosigue él. Rebotando de un centro de interés a otro, Olivier Razac prepara un libro sobre el brazalete electrónico penitenciario: “Hay un bloqueo crítico sobre estos objetos que dan la sensación de ser ventajosos. ‘Siempre es mejor que ir a prisión’, se escucha acá y allí. Esto es una ilusión, pues los que lo llevan no hubieran ido a prisión si el brazalete no hubiera existido. Hay una articulación necesaria entre los dos medios carcelarios; el medio abierto perenniza la prisión”.

Su recorrido original, consagrado a objetos heterogéneos, está movido por una misma idea fuerte. “La filosofía toma su sentido en el enfoque y no en el tipo de objetos que ella considera”, afirma Olivier Razac. Ese sentido que él le confiere a la filosofía crepita en esas palabras de Michel Foucault sacadas del Uso de los placeres, y que sirve de exergo a la última parte de la Pantalla y el Zoológico: “Hay momentos en la vida en los que la cuestión de saber si uno puede pensar de otra manera distinta a como piensa, y percibir de otro modo a como ve, es indispensable para continuar mirando y reflexionando (…) ¿Qué es la filosofía hoy si no es el trabajo crítico del pensamiento sobre él mismo? Y si en lugar de legitimar lo que ya se sabe ¿no consiste ella en buscar saber cómo y hasta dónde es posible pensar de otra manera?”. En estas condiciones, la filosofía tiene entonces que dialogar con su afuera, con lo que no es ella. “La pantalla y el zoo ha sido recibido por el medio artístico; Historia política del alambre arpado por los arquitectos. Espero con impaciencia las reacciones del mundo médico sobre la Gran salud”, confía Olivier Razac.

Bibliografía: Histoire politique du barbelé (La Fabrique, 2000), L’Écran et le Zoo. Spectacle et domestication, des expositions coloniales à Loft Story (Denoël, 2002), « The Global Positioning System » dans Fresh Théorie (Léo Scheer, 2005), La Grande Santé (Climats, 2006).

Philosophie Magazine, n°4 Septiembre 2006
tr. Luis Alfonso Paláu, Medellín, julio 7 de 2014.

El cuerpo y las Topias

El cuerpo utópico

En esta conferencia de Foucault –que acaba de publicarse en castellano–, el cuerpo es primero “lo contrario de una utopía”, lugar “absoluto”, “despiadado”, al que se confronta la utopía del alma. Pero finalmente el cuerpo, “visible e invisible”, “penetrable y opaco”, resulta ser “el actor principal de toda utopía” y sólo calla ante el espejo, ante el cadáver o ante el amor.
Por Michel Foucault *

Apenas abro los ojos, ya no puedo escapar a ese lugar que Proust, dulcemente, ansiosamente, viene a ocupar una vez más en cada despertar(1). No es que me clave en el lugar –porque después de todo puedo no sólo moverme y removerme, sino que puedo moverlo a él, removerlo, cambiarlo de lugar–, sino que hay un problema: no puedo desplazarme sin él; no puedo dejarlo allí donde está para irme yo a otra parte. Puedo ir hasta el fin del mundo, puedo esconderme, de mañana, bajo mis mantas, hacerme tan pequeño como pueda, puedo dejarme fundir al sol sobre la playa, pero siempre estará allí donde yo estoy. El está aquí, irreparablemente, nunca en otra parte. Mi cuerpo es lo contrario de una utopía, es lo que nunca está bajo otro cielo, es el lugar absoluto, el pequeño fragmento de espacio con el cual, en sentido estricto, yo me corporizo.

Mi cuerpo, topía despiadada. ¿Y si, por fortuna, yo viviera con él en una suerte de familiaridad gastada, como con una sombra, como con esas cosas de todos los días que finalmente he dejado de ver y que la vida pasó a segundo plano, como esas chimeneas, esos techos que se amontonan cada tarde ante mi ventana? Pero todas las mañanas, la misma herida; bajo mis ojos se dibuja la inevitable imagen que impone el espejo: cara delgada, hombros arqueados, mirada miope, ausencia de pelo, nada lindo, en verdad. Y es en esta fea cáscara de mi cabeza, en esta jaula que no me gusta, en la que tendré que mostrarme y pasearme; a través de esta celosía tendré que hablar, mirar, ser mirado; bajo esta piel tendré que reventar. Mi cuerpo es el lugar irremediable al que estoy condenado. Después de todo, creo que es contra él y como para borrarlo por lo que se hicieron nacer todas esas utopías. El prestigio de la utopía, la belleza, la maravilla de la utopía, ¿a qué se deben? La utopía es un lugar fuera de todos los lugares, pero es un lugar donde tendré un cuerpo sin cuerpo, un cuerpo que será bello, límpido, transparente, luminoso, veloz, colosal en su potencia, infinito en su duración, desligado, invisible, protegido, siempre transfigurado; y es bien posible que la utopía primera, aquella que es la más inextirpable en el corazón de los hombres, sea precisamente la utopía de un cuerpo incorpóreo. El país de las hadas, el país de los duendes, de los genios, de los magos, y bien, es el país donde los cuerpos se transportan tan rápido como la luz, es el país donde las heridas se curan con un bálsamo maravilloso en el tiempo de un rayo, es el país donde uno puede caer de una montaña y levantarse vivo, es el país donde se es visible cuando se quiere, invisible cuando se lo desea. Si hay un país mágico es realmente para que en él yo sea un príncipe encantado y todos los lindos lechuguinos se vuelvan peludos y feos como osos.

Pero hay también una utopía que está hecha para borrar los cuerpos. Esa utopía es el país de los muertos, son las grandes ciudades utópicas que nos dejó la civilización egipcia. Después de todo, las momias, ¿qué son? Es la utopía del cuerpo negado y transfigurado. La momia es el gran cuerpo utópico que persiste a través del tiempo. También existieron las máscaras de oro que la civilización micénica ponía sobre las caras de los reyes difuntos: utopía de sus cuerpos gloriosos, poderosos, solares, terror de los ejércitos. Existieron las pinturas y las esculturas de las tumbas; los yacientes, que desde la Edad Media prolongan en la inmovilidad una juventud que ya no tendrá fin. Existen ahora, en nuestros días, esos simples cubos de mármol, cuerpos geometrizados por la piedra, figuras regulares y blancas sobre el gran cuadro negro de los cementerios. Y en esa ciudad de utopía de los muertos, hete aquí que mi cuerpo se vuelve sólido como una cosa, eterno como un dios.

Pero tal vez la más obstinada, la más poderosa de esas utopías por las cuales borramos la triste topología del cuerpo nos la suministra el gran mito del alma, desde el fondo de la historia occidental. El alma funciona en mi cuerpo de una manera muy maravillosa. En él se aloja, por supuesto, pero bien que sabe escaparse de él: se escapa para ver las cosas, a través de las ventanas de mis ojos, se escapa para soñar cuando duermo, para sobrevivir cuando muero. Mi alma es bella, es pura, es blanca; y si mi cuerpo barroso –en todo caso no muy limpio– viene a ensuciarla, seguro que habrá una virtud, seguro que habrá un poder, seguro que habrá mil gestos sagrados que la restablecerán en su pureza primigenia. Mi alma durará largo tiempo, y más que largo tiempo, cuando mi viejo cuerpo vaya a pudrirse. ¡Viva mi alma! Es mi cuerpo luminoso, purificado, virtuoso, ágil, móvil, tibio, fresco; es mi cuerpo liso, castrado, redondeado como una burbuja de jabón.

Y hete aquí que mi cuerpo, por la virtud de todas esas utopías, ha desaparecido. Ha desaparecido como la llama de una vela que alguien sopla. El alma, las tumbas, los genios y las hadas se apropiaron por la fuerza de él, lo hicieron desaparecer en un abrir y cerrar de ojos, soplaron sobre su pesadez, sobre su fealdad, y me lo restituyeron resplandeciente y perpetuo.

Pero mi cuerpo, a decir verdad, no se deja someter con tanta facilidad. Después de todo, él mismo tiene sus recursos propios de lo fantástico; también él posee lugares sin lugar y lugares más profundos, más obstinados todavía que el alma, que la tumba, que el encanto de los magos. Tiene sus bodegas y sus desvanes, tiene sus estadías oscuras, sus playas luminosas. Mi cabeza, por ejemplo, mi cabeza: qué extraña caverna abierta sobre el mundo exterior por dos ventanas, dos aberturas, bien seguro estoy de eso, puesto que las veo en el espejo; y además, puedo cerrar una u otra por separado. Y sin embargo no hay más que una sola de esas aberturas, porque delante de mí no veo más que un solo paisaje, continuo, sin tabiques ni cortes. Y en esa cabeza, ¿cómo ocurren las cosas? Y bien, las cosas vienen a alojarse en ella. Entran allí –y de eso estoy muy seguro, de que las cosas entran en mi cabeza cuando miro, porque el sol, cuando es demasiado fuerte y me deslumbra, va a desgarrar hasta el fondo de mi cerebro–, y sin embargo esas cosas que entran en mi cabeza siguen estando realmente en el exterior, puesto que las veo delante de mí y, para alcanzarlas, a mi vez debo avanzar.

Cuerpo incomprensible, cuerpo penetrable y opaco, cuerpo abierto y cerrado: cuerpo utópico. Cuerpo absolutamente visible, en un sentido: muy bien sé lo que es ser mirado por algún otro de la cabeza a los pies, sé lo que es ser espiado por detrás, vigilado por encima del hombro, sorprendido cuando menos me lo espero, sé lo que es estar desnudo; sin embargo, ese mismo cuerpo que es tan visible, es retirado, es captado por una suerte de invisibilidad de la que jamás puedo separarlo. Ese cráneo, ese detrás de mi cráneo que puedo tantear, allí, con mis dedos, pero jamás ver; esa espalda, que siento apoyada contra el empuje del colchón sobre el diván, cuando estoy acostado, pero que sólo sorprenderé mediante la astucia de un espejo; y qué es ese hombro, cuyos movimientos y posiciones conozco con precisión pero que jamás podré ver sin retorcerme espantosamente. El cuerpo, fantasma que no aparece sino en el espejismo de los espejos y, todavía, de una manera fragmentaria. ¿Acaso realmente necesito a los genios y a las hadas, y a la muerte y al alma, para ser a la vez indisociablemente visible e invisible? Y además ese cuerpo es ligero, es transparente, es imponderable; nada es menos cosa que él: corre, actúa, vive, desea, se deja atravesar sin resistencia por todas mis intenciones. Sí. Pero hasta el día en que siento dolor, en que se profundiza la caverna de mi vientre, en que se bloquean, en que se atascan, en que se llenan de estopa mi pecho y mi garganta. Hasta el día en que se estrella en el fondo de mi boca el dolor de muelas. Entonces, entonces ahí dejo de ser ligero, imponderable, etc.; me vuelvo cosa, arquitectura fantástica y arruinada.

No, realmente, no se necesita sortilegio ni magia, no se necesita un alma ni una muerte para que sea a la vez opaco y transparente, visible e invisible, vida y cosa; para que sea utopía basta que sea un cuerpo. Todas esas utopías por las cuales esquivaba mi cuerpo, simplemente tenían su modelo y su punto primero de aplicación, tenían su lugar de origen en mi propio cuerpo. Estaba muy equivocado hace un rato al decir que las utopías estaban vueltas contra el cuerpo y destinadas a borrarlo: ellas nacieron del propio cuerpo y tal vez luego se volvieron contra él.

En todo caso, una cosa es segura, y es que el cuerpo humano es el actor principal de todas las utopías. Después de todo, una de las más viejas utopías que los hombres se contaron a ellos mismos, ¿no es el sueño de cuerpos inmensos, desmesurados, que devorarían el espacio y dominarían el mundo? Es la vieja utopía de los gigantes, que se encuentra en el corazón de tantas leyendas, en Europa, en Africa, en Oceanía, en Asia; esa vieja leyenda que durante tanto tiempo alimentó la imaginación occidental, de Prometeo a Gulliver.

También el cuerpo es un gran actor utópico, cuando se trata de las máscaras, del maquillaje y del tatuaje. Enmascararse, maquillarse, tatuarse, no es exactamente, como uno podría imaginárselo, adquirir otro cuerpo, simplemente un poco más bello, mejor decorado, más fácilmente reconocible; tatuarse, maquillarse, enmascararse, es sin duda algo muy distinto, es hacer entrar al cuerpo en comunicación con poderes secretos y fuerzas invisibles. La máscara, el signo tatuado, el afeite depositan sobre el cuerpo todo un lenguaje: todo un lenguaje enigmático, todo un lenguaje cifrado, secreto, sagrado, que llama sobre ese mismo cuerpo la violencia del dios, el poder sordo de lo sagrado o la vivacidad del deseo. La máscara, el tatuaje, el afeite colocan al cuerpo en otro espacio, lo hacen entrar en un lugar que no tiene lugar directamente en el mundo, hacen de ese cuerpo un fragmento de espacio imaginario que va a comunicar con el universo de las divinidades o con el universo del otro. Uno será poseído por los dioses o por la persona que uno acaba de seducir. En todo caso la máscara, el tatuaje, el afeite son operaciones por las cuales el cuerpo es arrancado a su espacio propio y proyectado a otro espacio.

Escuchen, por ejemplo, este cuento japonés y la manera en que un tatuador hace pasar a un universo que no es el nuestro el cuerpo de la joven que él desea:

“El sol disparaba sus rayos sobre el río e incendiaba el cuarto de las siete esteras. Sus rayos reflejados sobre la superficie del agua formaban un dibujo de olas doradas sobre el papel de los biombos y sobre la cara de la joven profundamente dormida. Seikichi, tras haber corrido los tabiques, tomó entre sus manos sus herramientas de tatuaje. Durante algunos instantes permaneció sumido en una suerte de éxtasis. Precisamente ahora saboreaba plenamente la extraña belleza de la joven. Le parecía que podía permanecer sentado ante ese rostro inmóvil durante decenas y centenas de años sin jamás experimentar ni fatiga ni aburrimiento. Así como el pueblo de Menfis embellecía antaño la tierra magnífica de Egipto de pirámides y de esfinges, así Seikichi con todo su amor quiso embellecer con su dibujo la piel fresca de la joven. Le aplicó de inmediato la punta de sus pinceles de color sostenidos entre el pulgar, el anular y el dedo pequeño de la mano izquierda, y a medida que las líneas eran dibujadas, las pinchaba con su aguja sostenida en la mano derecha”.

Y si se piensa que la vestimenta sagrada, o profana, religiosa o civil hace entrar al individuo en el espacio cerrado de lo religioso o en la red invisible de la sociedad, entonces se ve que todo cuanto toca al cuerpo –-dibujo, color, diadema, tiara, vestimenta, uniforme–, todo eso hace alcanzar su pleno desarrollo, bajo una forma sensible y abigarrada, las utopías selladas en el cuerpo.

Pero acaso habría que descender una vez más por debajo de la vestimenta, acaso habría que alcanzar la misma carne, y entonces se vería que en algunos casos, en su punto límite, es el propio cuerpo el que vuelve contra sí su poder utópico y hace entrar todo el espacio de lo religioso y lo sagrado, todo el espacio del otro mundo, todo el espacio del contramundo, en el interior mismo del espacio que le está reservado. Entonces, el cuerpo, en su materialidad, en su carne, sería como el producto de sus propias fantasías. Después de todo, ¿acaso el cuerpo del bailarín no es justamente un cuerpo dilatado según todo un espacio que le es interior y exterior a la vez? Y también los drogados, y los poseídos; los poseídos, cuyo cuerpo se vuelve infierno; los estigmatizados, cuyo cuerpo se vuelve sufrimiento, redención y salvación, sangrante paraíso.

Realmente era necio, hace un rato, de creer que el cuerpo nunca estaba en otra parte, que era un aquí irremediable y que se oponía a toda utopía.

Mi cuerpo, de hecho, está siempre en otra parte, está ligado a todas las otras partes del mundo, y a decir verdad está en otra parte que en el mundo. Porque es a su alrededor donde están dispuestas las cosas, es con respecto a él –y con respecto a él como con respecto a un soberano– como hay un encima, un debajo, una derecha, una izquierda, un adelante, un atrás, un cercano, un lejano. El cuerpo es el punto cero del mundo, allí donde los caminos y los espacios vienen a cruzarse, el cuerpo no está en ninguna parte: en el corazón del mundo es ese pequeño núcleo utópico a partir del cual sueño, hablo, expreso, imagino, percibo las cosas en su lugar y también las niego por el poder indefinido de las utopías que imagino. Mi cuerpo es como la Ciudad del Sol, no tiene un lugar pero de él salen e irradian todos los lugares posibles, reales o utópicos.

Después de todo, los niños tardan mucho tiempo en saber que tienen un cuerpo. Durante meses, durante más de un año, no tienen más que un cuerpo disperso, miembros, cavidades, orificios, y todo esto no se organiza, todo esto no se corporiza literalmente sino en la imagen del espejo. De una manera más extraña todavía, los griegos de Homero no tenían una palabra para designar la unidad del cuerpo. Por paradójico que sea, delante de Troya, bajo los muros defendidos por Héctor y sus compañeros, no había cuerpo, había brazos alzados, había pechos valerosos, había piernas ágiles, había cascos brillantes por encima de las cabezas: no había un cuerpo. La palabra griega que significa cuerpo no aparece en Homero sino para designar el cadáver. Es ese cadáver, por consiguiente, es el cadáver y es el espejo quienes nos enseñan (en fin, quienes enseñaron a los griegos y quienes enseñan ahora a los niños) que tenemos un cuerpo, que ese cuerpo tiene una forma, que esa forma tiene un contorno, que en ese contorno hay un espesor, un peso, en una palabra, que el cuerpo ocupa un lugar. Es el espejo y es el cadáver los que asignan un espacio a la experiencia profunda y originariamente utópica del cuerpo; es el espejo y es el cadáver los que hacen callar y apaciguan y cierran sobre un cierre –-que ahora está para nosotros sellado– esa gran rabia utópica que hace trizas y volatiliza a cada instante nuestro cuerpo. Es gracias a ellos, es gracias al espejo y al cadáver por lo que nuestro cuerpo no es lisa y llana utopía. Si se piensa, empero, que la imagen del espejo está alojada para nosotros en un espacio inaccesible, y que jamás podremos estar allí donde estará nuestro cadáver, si se piensa que el espejo y el cadáver están ellos mismos en un invencible otra parte, entonces se descubre que sólo unas utopías pueden encerrarse sobre ellas mismas y ocultar un instante la utopía profunda y soberana de nuestro cuerpo.

Tal vez habría que decir también que hacer el amor es sentir su cuerpo que se cierra sobre sí, es finalmente existir fuera de toda utopía, con toda su densidad, entre las manos del otro. Bajo los dedos del otro que te recorren, todas las partes invisibles de tu cuerpo se ponen a existir, contra los labios del otro los tuyos se vuelven sensibles, delante de sus ojos semicerrados tu cara adquiere una certidumbre, hay una mirada finalmente para ver tus párpados cerrados. También el amor, como el espejo y como la muerte, apacigua la utopía de tu cuerpo, la hace callar, la calma, y la encierra como en una caja, la clausura y la sella. Por eso es un pariente tan próximo de la ilusión del espejo y de la amenaza de la muerte; y si a pesar de esas dos figuras peligrosas que lo rodean a uno le gusta tanto hacer el amor es porque, en el amor, el cuerpo está aquí.

1 La recuperación del cuerpo en el proceso del despertar es un tema recurrente en la obra de Marcel Proust. (N. de la R.)
* La conferencia “El cuerpo utópico”, de 1966, integra el libro El cuerpo utópico. Las heterotopías, de reciente aparición (ed. Nueva Visión).

Este artículo fue publicado en la página web Página/12 el Viernes 29 de Octubre de 2010. Recuperado digitalmente el Jueves 10/07/2014. Ver en: http://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/9-155867-2010-10-29.html

Seminario sobre cultura y modernidad política

Libertad y liberación
Tres transformaciones: una técnica, otra en los sistemas de producción y finalmente una en la organización de la vida social y política, son condiciones de posibilidad para el nacimiento de una nueva mentalidad de gobierno y de una nueva práctica política basada en una gestión positiva de la vida. La valoración de la vida como factor primordial de gobierno coincide entonces con la Revolución Industrial, la Revolución Francesa y con la reorganización del funcionamiento técnico del mundo productivo. 

Caricatura
Esta nueva mentalidad de gobierno se caracterizó por la introducción de un principio de limitación interno a la razón gubernamental, denominado por Foucault “Regulación interna de la racionalidad gubernamental”, el cual puede ser resumido en la formula ¿Cómo no gobernar demasiado? El instrumento que suscitó esta transformación en la mentalidad de gobierno fue la economía política, debido a que a partir de sus reflexiones sobre los objetivos del Estado y las prácticas de gobierno, puso de manifiesto que había una naturaleza propia en todos los tipos de relaciones en la sociedad, incluyendo la propia práctica gubernamental, la cual debía ser respetada por los gobiernos con el fin de poder lograr lo que deben hacer, razón por la que se contempla como necesario el permitir que dicha naturaleza actúe con la menor cantidad de intervenciones posibles. Tenemos entonces que la economía política abrió las puertas a un nuevo momento en el que la preocupación central giraba en torno a cómo lograr gobernar sin gobernar demasiado, instaurando la cuestión de la autolimitación por el principio de verdad como pilar de las reflexiones concernientes al arte de gobernar. Este principio de autolimitación de la razón gubernamental es lo que se ha dado en llamar “Liberalismo”. 

Ahora bien, el hecho de percibir como deseable el mínimo de intervenciones sobre la sociedad no implica un aumento de la libertad como tal, sino que hace referencia a una producción controlada de ésta desde el gobierno con el fin de lograr su adecuado funcionamiento. Es por ello que Foucault nos recuerda que el diseño de la política en este momento no se originó en el respeto a las libertades individuales, sino en el conocimiento que se tenía de la naturaleza de los mecanismos que operan las relaciones en la sociedad con el fin de producir libertad.[1] 

Dicho lo anterior, tenemos que esta forma liberal de gobernar contempló como necesario y deseable el crear y organizar simultáneamente la libertad dentro de la sociedad que gobierna, para lo que dispuso diferentes procedimientos de control y coerción como contrapeso a la libertad generada. La continua elaboración de la libertad en este nuevo modelo se apoya en el cálculo sobre la seguridad, pues han de ser contemplados los peligros que entrañan para los diversos tipos de interés (individual, colectivo, general) el hecho de crear algunas libertades o quitar otras. El juego libertad-seguridad es, a partir de este momento, un eje central en el ejercicio del gobierno liberal, cuyo objetivo es lograr el equilibrio entre estos dos elementos para obtener la adecuada administración de los intereses. Consecuencia lógica de esta nueva mentalidad fue la expansión en las sociedades de múltiples mecanismos que buscaron organizar, controlar y proteger a las sociedades de los peligros a los que ahora se enfrentaban.[2]
Foucault dibujado por Sergio Aquindo

Programa del seminario, a llevarse a cabo en la Torre de la Memoria de la Biblioteca Pública Piloto. BPP.

1.Apertura Cátedra: Foucault y la modernidad filosófica.
Diccionario Foucault
A cargo de Alberto Castrillón
Agosto 4, Biblioteca Pública Piloto, 6:30 pm.

2. Gubernamentalidad y sociedad moderna.
A cargo de Edgardo Castro
Septiembre 1, Biblioteca Pública Piloto, 6:30 pm.

3. El neoliberalismo como modo de existencia.
A cargo de Diego Estrada
Octubre 6, Biblioteca Pública Piloto, 6:30 pm.

4. Biopolítica y liberalismo.
A cargo de Julio Mesa
Noviembre 3, Biblioteca Pública Piloto, 6:30 pm.

5. Subjetividad y espacios neoliberales.
A cargo de Sandra Cardona
Diciembre 1, Biblioteca Pública Piloto, 6:30 pm.




[1] Michel Foucault, El nacimiento de la biopolítica, P. 83-84.
[2] Michel Foucault en Nacimiento de la biopolíticanos muestra como a partir del siglo XIX se forja al interior de las sociedades la cultura del peligro, la cual se opone a las grandes amenazas propias de la edad media, y da paso a una cotidianidad amenazada en el diario vivir. Página 87.