Mostrando entradas con la etiqueta Tejido Urbano. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Tejido Urbano. Mostrar todas las entradas

La Fealdad de una urbe abstracta


Como “blasée” definió Simmel al  ciudadano  indiferente  ante lo que sucede a su alrededor, ese ciudadano para el cual le son indiferentes, la corrupción, el caos, la fealdad urbana, ciudadanos de una formación académica, empresarios, quienes consideran que referirse a problemas como el caos vial, la pérdida de las áreas verdes, o sea los problemas de la ciudad en que viven, le deben ser ajenos porque son propios de gentes vulgares. Este tipo de conducta, insensibilizada, desgraciadamente, ha  afectado a gran parte de aquella población que  padece cada día el deterioro de su calidad de vida, porque, además, la relación entre ciudadanía y gobierno de la ciudad, ha venido siendo sustituida por organizaciones politizadas, por instituciones de falsa representatividad, que disfrazan la realidad con una retórica claramente populista.

Que se engañe a los ciudadanos pavimentando chapuceramente unas vías, que se utilicen pésimos materiales en la construcción de puentes y sardineles, que se pierda el dinero de unos estoperoles luminosos que salvarían vidas en un cruce de vías, que se arruinen los jardines por falta de mantenimiento, es la indicación de la desidia burocrática pero también la prueba que se coloca a nuestra capacidad de reacción ética ante lo que constituye una corrupción. Cuando se protesta una y otra vez ante los funcionarios, sin encontrar respuesta, puede ser el comienzo de nuestra entrada en la apatía cívica, pero ante todo la certificación de que los funcionarios han abandonado el funcionamiento de la ciudad.

La tarea fundamental de una sociedad consiste en la construcción de una vida cotidiana hecha de confianza en los espacios para el diario transcurrir, para ese silencioso intercambio social que se produce en las calles, entre el bullicio de las distintas actividades, entre la infinidad de voces, la bulla de las conversaciones en cafeterías, restaurantes, los ecos vivos y cambiantes que se constituirán con el paso del tiempo en nuestro gran patrimonio intangible porque lo que certifica que la ciudad  vive no son los altos y mudos edificios que son la negación de lo urbano sino, como recuerda Castells, la vida de las calles, el tejido social. O sea los lugares donde aún persiste la virtud de la solidaridad, la capacidad de bautizar los lugares con nombres surgidos del afecto y no de nomenclaturas abstractas. Porque estoy hablando de virtudes humanas que no han desaparecido pero que son agredidas permanentemente por los planificadores de una ciudad abstracta, que, es la conclusión a la que podemos llegar hoy en Medellín.

¿De qué modelo de ciudad pueden hablar los antropólogos foucolianos, los semánticos, los supuestos imitadores de ese fracaso urbanístico que es Barcelona?  La otra ciudad que ha sido ignorada, estigmatizada, reducida a una estampa de sicarios de telenovela, la ciudad construida con tipologías surgidas de usos y costumbres propias y no de patrones abstractos, esa ciudad de calles y vecinos merece un close-up que nos permita reconocer que sigue viva y es un modelo de ciudad que hay que defender. ¿De qué modelo de ciudad hablamos, disfrazando los efectos nocivos de un POT planteado solamente bajo un concepto especulativo o sea desconocedor de estas realidades sociales, de estas virtudes urbanas, desconocidas por Planes Parciales manipulados por  “especialistas” que sólo justificaban la densificación para destruir el tejido urbano? Si no hay un pensamiento que parta de considerar que la ciudad no es una empresa comercial que debe ser manejada por ejecutivos, sino, un proyecto para la vida ciudadana  plural, incluyente, metropolitana, y, que la tarea del funcionario público consiste en defender  los derechos del ciudadano de la voracidad de la especulación, recordando que las obras públicas no son cuantiosos contratos a veinte años sino soluciones racionalmente planteadas para el futuro inmediato, si no contamos con un modelo de ciudad para los ciudadanos, entonces creo que debemos rezar para que Batman regrese a Ciudad Gótica y nos saque de esta oscuridad.

La destrucción del Agora Urbano

CIUDAD Y POLIS


Darío Ruiz Gómez

Me llamó  un amigo, arquitecto  que hace décadas reside en Nueva York, estaba espantado por la destrucción de su barrio Boston, de calles como Bolivia, Perú. ¿Cómo se pudo llegar a semejante devastación sin que ninguna autoridad interviniera? Recordemos lo que Francoise  Choay  la gran urbanista dijo:  Medellín,  no es una ciudad. Perdido el Centro Cívico, la desmembración de la unidad del territorio,  nos llevó a caer en un caos en donde se destruyeron rápidamente los antiguos significados, lo central se volvió residual y lo periférico un territorio incontrolable. En la Alcaldía de Juan Gómez una de las premisas para el Museo de Antioquia era devolver a la ciudad la presencia de ese espacio simbólico en el cual se identificara  la comunidad. Se planteó una renovación de estos sectores, recuperar  vías como Carabobo, Cundinamarca, Cúcuta conectándolas con la Universidad de Antioquia y haciendo que este gran flujo peatonal le diera otra dinámica a un sector deprimido. Las posteriores Alcaldías aprovecharon este planteamiento pero la propuesta quedó inconclusa ya que se olvidaron de su articulación con el norte de la ciudad.


Una ciudad no puede perder su centro simbólico, el ágora donde se convoca a los ciudadanos para que se sientan ciudadanos ya que desaparecería el concepto fundamental de Polis para convertirse en una simple aglomeración incapaz de conceder razones a la vida en sociedad tal como nos lo recuerda Edward W. Soja. Si Medellín hace cuatro años estaba en el mínimum de zonas verdes establecidas ¿cuántas se perdieron durante la última alcaldía con los nuevos proyectos de desarrollo inmobiliario, especialmente de los mal  llamados desarrollos prioritarios? El espacio cívico convertido en mercancía sólo conduce a esa irracional manera de destruir el tejido urbano, de tugurizar un ambiente, de hacer que conceptos como lugar, intercambio social, vivienda social se hayan convertido en frases vacías o en monstruosas humillaciones a la dignidad humana con edificios de once pisos sin ascensor, sin shut de basuras y en donde se hacen las necesidades en las escaleras, se arroja la basura o se convierte una vivienda en una ruidosa discoteca, como sucede hoy en Pajarito.


El informe de Universo Centro es apabullante. Creo que sin caer en las suspicacias de Fajardo en su “Libro Blanco”, Aníbal Gaviria pecó de ingenuo al recibir una Alcaldía sin una previa rendición de cuentas:   siempre hay proyectos que no se hicieron, terribles errores que es necesario enfrentar a tiempo para que el agua sucia no le caiga encima. Por supuesto el más grande caos vial de Colombia pero ¿y la desaforada cantidad de semáforos colocados sin responder a la debida racionalidad? ¿Cuál fue el coste de estos contratos? Y ¿el adefesio de puente de la  4 una ofensa a la ingeniería, castigable necesariamente? ¿Hubo en la Alcaldía de Salazar un solo proyecto de ciudad?  Conceptos como renovación urbana, como mejora de vivienda se olvidaron y en cambio se privilegió el contratismo en la llamada Ciudad Ligth.  ¿Y la rampante inseguridad  de las calles y el total olvido de la problemática del Centro? Y ¿los gastos suntuarios en la llamada cultura del espectáculo? Y ¿los oídos sordos ante los reclamos de los portavoces de la ciudadanía? Y ¿ la funesta  rumba segura? Los oscuros y poderosos intereses que han causado esta derrota de la ciudad, van a chocar con la presencia de un verdadero urbanista, arquitecto, defensor del orden de la ciudad, Jorge Pérez. Los que aún tenemos esperanza estamos con él.