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Mayo del 68


Entender el mundo en que vivimos significa comprender la diferencia que puede existir entre la política como despotismo burocrático o, lo político como potencia creadora. Reflexionar sobre Mayo del 68, nos permite analizar el mundo en que vivimos: las luchas posibles, las transformaciones heredadas y  los olvidos provocados. Las manifestaciones estudiantiles, la solidaridad obrera, la primavera de Praga, la ofensiva del Tet en la guerra de Vietnam, la matanza de estudiantes en Ciudad de México, el nacimiento del movimiento de liberación femenina, el asesinato de Marthin Luther King y el de Boby Kennedy, y tantos otros acontecimientos que hacen del 68, un  punto de referencia histórico para comprender lo que somos y lo que podemos. 

Hoy en día, la situación neoliberal produce la  preeminencia del homo economicus como sujeto referencial totalizante. Frente a la adopción de políticas neocapitalistas e individualizantes, mayo del 68 nos permite pensar  que lo político  puede ser transformado por diferentes formas de ser y actuar frente al dinero, los afectos, las políticas locales, la ciudad, el barrio, los amigos, los otros, en beneficio de la concepción de la subjetividad como un trabajo de producción permanente de un sujeto que resiste, que crea formas de vida para recrear su vida y la de muchos. Resistir es encontrar el tiempo, el impulso y la pasión por transformar las condiciones biopolíticas de una modernidad normativa en otras condiciones biopolíticas, las de las prácticas de libertad, las de lo eticopolítico situado y específico, las de una hermenéutica que permite entender las condiciones de vida para vivir sin esas condiciones, es decir, creando aquellas que  permitan hacer de la vida  algo que queramos y que amemos, con la fuerza que nos cuidamos a sí mismos y  a los demás. 

Con todo, mayo del 68, no es una herencia lejana sino, más bien, la posibilidad cercana de pensar que los impases y las dificultades existenciales de hoy, vuelven a ser un desafío para activar  lo político como la potencia creadora que nos une y nos moviliza.

Alberto Castrillón
Medellín, abril de 2018.

El laberinto de una promesa


Colombia: ¿culto a la cirugía plástica o narcoestética?

En este trabajo se describe un conjunto de discursos, prácticas, espacios y tiempos que se desarrollaron como procesos propios de la inserción del capitalismo en Medellín (Colombia), desde 1939 hasta 1962. Con este objetivo, se registran la producción y el papel del sujeto en los desarrollos relacionados con los saberes y los poderes del capitalismo, que constituyó durante la mitad del siglo XX una nueva configuración de subjetividades, provocada por unos intereses que convirtieron los espacios, los tiempos y la praxis ciudadana en nuevos tipos de ciudad y de vida cotidiana. Esto a través de una genealogía de la sociedad de consumo en Medellín entre 1939 y 1962, donde puede concluirse que estaba emergiendo el BIOS del consumismo, rastreado en las rotativas de las publicaciones periódicas de la época.

Colombia fue reconocida por sus centros comerciales
Así, pues, también se enfocará este trabajo en cómo Medellín se consolidó por “planes” de acción; en cómo entre la experiencia y la utopía se promovieron mecanismos, se significaron lugares, tiempos y formas de consumo; en cómo se establecieron libertades y tecnologías de gobierno que consolidaron enunciaciones sobre la cantidad de deseos por satisfacer, sobre la velocidad con la cual el individuo debía satisfacerlos y sobre cómo se aseguró la cualificación de funciones y competencias en la participación de la emergente vida consumista. Hizo emerger, efectivamente, al ciudadano de la época en condiciones donde los deseos iban trazando e implementando estímulos que guiaron las respuestas y las reacciones en la población. Comprender el conjunto de disposiciones que conformaron la fórmula normativa —que convirtió a la ciudad de mediados del siglo XX en un modelo de representación, en un escenario donde se preservó la luz de los respaldos económicos del mercado— es comprender la valoración ética del consumismo. Se quiere dejar claro, entonces, que la promesa capitalista fue la configuración de un ritmo impuesto por el mercado, que fundamentó una “dignidad” como plan de acción pública y eje fundamental de la identificación social que marcaría el uso de los espacios y de los tiempos[4], sintetizando en el sujeto consumidor la esencialidad de la ciudad de Medellín. En tal sentido, este artículo mostrará cómo la ciudad se alojó en las “simpatías místicas hacia el consumo”[5], como lo explicita la racionalidad económica[6] del dispositivo gubernamental, que planeó y delimitó la satisfacción como índice propio y singular del capitalismo[

Para leer el artículo completo de Juan Esteban Posada en la Revista No 57

Narrativas urbanas de piedra, de tinta y de papel


Por: María Mercedes Gómez Gómez

Recorte de prensa, 1972. “Tremendo impacto de la Tercera Bienal de Arte Coltejer”
Tanto para Lefebvre como para Félix Duque, el ejercicio del poder sobre los espacios implica una violencia y una imposición del discurso que se legitima en torno al conocimiento. Saber y política aseguran que se sostenga una “práctica espacial brutal y autoritaria” (Duque, 2001: 47). Precisamente, cuando Félix Duque en Arte Público y Espacio Político, menciona que el hombre pro-duce mundo, lo hace refiriéndose, específicamente, a la manera cómo lo ordena, lo estructura y lo jerarquiza. Sin duda, la construcción de las espacialidades apunta a un primer acercamiento con la técnica, al dominio del saber hacer que se traduce en artificios en tanto  escapan de la jurisdicción de la naturaleza y que le permiten al hombre, finalmente, “abrirse espacios” (2001:17); entendiendo que la técnica misma está atrapada en un ejercicio de poder delimitado como “un conjunto de mecanismos y procedimientos cuyo papel o función y tema, aún cuando no lo logren, consisten precisamente en asegurar el poder” (Foucault, 2004: 16). A la comprensión del espacio euclidiano como experiencia objetiva, se le superponen imaginarios, discursos y dispositivos que visibilizan múltiples experiencias en relación con su producción, articulando el poder a prácticas espaciales específicas.

En este horizonte comprensivo, las ciudades modernas no paran de crecer; a ellas, cada tanto llegan fuertes oleadas migratorias que obligan a extender permanentemente las fronteras, pese al intento del hombre por controlar y racionalizar el uso del espacio, para eliminar el caos que puede y debe evitarse, amparados en la razón que, desde el siglo XVIII, con el movimiento de la Ilustración, indicaba que esa capacidad humana permitiría disciplinar la sociedad y encaminarla a la eterna persecución del progreso; diseñar, planear, visionar son verbos que indicaban cómo debían proyectar las ciudades para conservar los valores de la modernidad; entre ellos, hacer de éstas el lugar de la civilización a través de la exaltación de la cultura y la urbanidad como discurso fundamental para regular el comportamiento del ciudadano, mediado por una serie de instituciones que mantendrían un orden preestablecido en torno a sus construcciones del deber ser en la ciudad.    

Portada de la Revista Progreso
Se pretende identificar, entonces, en esta ponencia y a la luz de una perspectiva socioespacial, a partir de la planeación de la ciudad en el siglo XX, tres momentos fundamentales: el primero, dónde la ciudad y la ciudadanía están atravesadas por el  discurso de la construcción de la Nación y la planeación de la ciudad es jalonada por la necesidad de llevar a Medellín de la mano del progreso, para dar el paso de una villa provinciana a una ciudad moderna a través de la lógica predominante de una institución -privada- como la Sociedad de Mejoras Públicas; el segundo momento, nos señala un camino hacia la institucionalización de la planificación urbana como política estatal a partir de la contratación del desarrollo del Plan Piloto y de la creación de la Oficina del Plano Regulador, más tarde, Departamento de Planeación y cómo se despliega sobre la ciudad una intención de regulación urbana que ya es del orden de lo público y obedece a la comprensión de una ciudad funcionalista; y finalmente, un tercer momento, definido por la institucionalización del discurso de la cultura ciudadana como eje articulador de la vivencia en la ciudad y el espacio público como escenario ideal para la interacción de los habitantes, donde a través de la introyección de ciertos valores en el individuo, se busca generar una capacidad de regulación de su comportamiento para estructurar una sana convivencia. 

Para conocer la tesis completa de la maestría en Estudios Socio-Espaciales de la autora, dar clic aquí