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Rutas de Arte Urbano

Ayacucho

Recorrido a partir de la Estación San Antonio del Sistema de transporte público Metro, por la calle Ayacucho, reconociendo los murales, artistas, técnicas e historias de transformación espacial en las comunas 8 Villa Hermosa, Comuna 9 Buenos Aires y Comuna 10 La Candelaria. Esta ruta es realizada por la activista, callejera y politóloga Lina Guisao.






Nos robaron los pulmones verdes

Darío Ruiz Gómez

Creo que en medio del infierno vehicular que diariamente debemos padecer los habitantes de esta ciudad seguimos constatando entre estupefactos y conmovidos que nos han expulsado de la ciudad donde nacimos, donde llegamos a crear afectos que creímos imperecederos y donde llegamos a caminar por calles que recordadas desde este vértigo actual nos parecen sacadas de un sueño sobre otras ciudades que el cine nos dio o sea no algo que se relaciona directamente con nuestra experiencia sino imágenes que logramos forjar en un intento de no perecer arrastrados por las ruinas del futuro. 

Lo primero que hizo el tranvía que mi adolescencia disfrutó  fue crear a su paso un paisaje acorde con sus recorridos para que el pasajero pudiera entregarse al arte de la ensoñación y para que desde los antejardines o las ventanas de las casas la mirada de una desconocida lograra secretamente consolarlo mientras regresaba a casa. Lo primero que hicieron los “diseñadores” del actual tranvía fue destruir el paisaje histórico que aquel tranvía había dejado como herencia, pusieron a funcionar el ángel de las ruinas, destruyendo lo que el tiempo había logrado consolidar. Observo la fachada agredida de una manzana y lo que veo es más que elocuente: entre la puerta y las ventanas, el nombre de un colegio, y flanqueándolo,  tres moteles baratos. ¿Cuántos de ellos se diseminan agresivamente al lado de bares sucios en un área calificada como sector de vida universitaria? Me detengo a mirar el trazado de la línea del tranvía y creo  estar viendo la desolada carretera que atraviesa un desierto norteamericano. Todo el tráfico fue desviado por Bomboná convirtiendo esta calle en un infierno imposible de atravesar y donde la vida del vecindario ha desaparecido en aras de un objeto abstracto  cuya única función será turística. Agredida la vida barrial y universitaria, la presencia de la delincuencia se pone de manifiesto en un pestilente olor a ordinariez,  la tranquila belleza de los lugares por donde caminaba el transeúnte han sido desalojados por este barullo. Si el sector había logrado desarrollarse conservando una escala humana inesperados y feos edificios han roto groseramente esta escala. ¿Cuántos años lucharon las Juntas de Vecinos para que se impidieran estos desafueros propiciados por funcionarios y negociantes inescrupulosos? ¿Para que La Playa y sus cercanías no fueran invadidas por esta basura agresiva? “Darío, me dice Elkin Restrepo ¿Tú has visto una ciudad más fea que Medellín?” Y le recuerdo la conclusión de Francois Choay después de recorrerla alucinada: “Esta no puede ser una ciudad”

¿Cómo pedirle belleza a quien detesta la belleza o la considera como algo superfluo? La destrucción de Medellín se inició hace treinta años con la permisibilidad sobre los usos mixtos gracias a la cual se concedieron licencias de funcionamiento a toda clase de chazas, burdeles, casas de juego tal como se produjo a lo largo de la Avenida Juan del Corral, de las calles Argentina y Bolivia, Perú, Boyacá, expresión del poder  del hampa organizada y posteriormente de un populismo que fue arrasando con el Centro y los distintos barrios. Si hubo dos o tres generaciones de grandes arquitectos que desde los años treinta crearon una noción de ciudad, la presencia de una gran arquitectura, una idea de planeación y de paisajismo urbano, una estructura vial adecuada a los derechos del peatón ¿Cómo nos robaron los pulmones verdes, las aceras y nos fueron confinando  en edificios en altura sin una vida cívica tal como se hizo con El Poblado? ¿Cómo nos robaron los espacios comunales mientras ha crecido la miseria y el intercambio social ya no existe? Geografías del miedo, segregación, una generación de arquitectos funcionarios que destruyeron toda idea de ciudad. Un Centro Comercial no es una ciudad.

¿Cómo nos robaron los pulmones verdes, las aceras y nos fueron confinando en edificios en altura sin una vida cívica tal como se hizo en El Poblado?

AYACUCHO


EN RECUERDO DE UNA CALLE

Darío Ruiz Gómez

En una memorable reflexión sobre la ciudad, “Todo lo sólido se desvanece en el aire”,  Marshal Berman recuerda a Moses el famoso urbanizador que hacia los años 50 estaba renovando a Nueva York con gigantescos proyectos urbanísticos utilizando la más avanzada tecnología hasta cuando Berman se da cuenta de que ese proyecto partía de arrasar lo construido y ahí caería su barrio, el Bronx, historias de niños que van al colegio, de vecinos, de jóvenes enamorados, historia personal frente a la Historia con mayúsculas que escriben los cronistas oficiales, palimpsesto de afectos frente a la inhumanidad de un zoning. ¿Qué hubiera sucedido si estos barrios hubieran desaparecido para dar paso a una ciudad sin memoria donde la vida es un vacío, una selva de símbolos?

Una gran novela como la Delillo, “Submundo” recoge bellamente la polifonía de voces y músicas de estos barrios.  ¿Dónde nació la cultura de la ciudad? Rescatar este mapa humano fue rescatar la historia de la familia, de los amigos muertos y vivos. Y demostrar que la vieja casa no ha desaparecido, ni el patio lleno de muchachitos bullosos, ni las escaleras donde los jubilados rememoran.

En la foto de una calle que ya no existe, quien rememora suele encontrar  una vida que sin haberla vivido le permite recuperar el hilo de una genealogía que le hacía falta, porque si la historia de los historiadores es una suma de archivos, una vieja foto nos permite encontrar a un amigo, a un amor que hubiéramos querido tener cuando ellos vivían. Mirarlos es preguntarnos sobre su destino. Un tranquilo hombre bien trajeado de los años 50 parece lejano al tranvía que pasa. Pensar la ciudad a través de imágenes como pedía Aldo Rossi es poderla reconstruir mentalmente en cada ocasión.

A veces, lo recuerdo, mi primo Gustavo se colaba al tranvía por la parte trasera mediante una pirueta que yo era incapaz de hacer. Al trote lo seguía por la acera, escuchando el rechinar de las ruedas y el chisporroteo de los cables eléctricos. Algún granuja desencajaba la pértiga y el tranvía se detenía. Colocaba la pértiga en su sitio el ofendido conductor y continuaba su marcha mientras mi primo sonreía acodado en la ventanilla y a mi me parecía de lo más natural seguirlo al trote a prudente distancia.

El tranvía de Ayacucho estaba enmarcado por villas de estilo italiano, arquitecturas de los años 50 y eso constituía una experiencia decisiva para un niño que descubría así la riqueza visual de la calle. Los guayacanes habían florecido y caminando sobre aquel inusitado tapiz de flores vislumbré la felicidad de pertenecer a una ciudad.  La reflexión de Berman parte del hecho de recordar ante un falso progreso, el verdadero significado de la modernidad: la calle y la vida, aquel “de qué tiempo es este lugar” de Lynch. “Es en las calles, en nuestras calles en donde debe estar la modernidad. El camino abierto debe conducir a la plaza pública”. La ceiba necesitó de casi un siglo  para referenciarnos este logro del tiempo y darle escala a la Plazuela y significado a los edificios de la Universidad. Miles de ciudades europeas han renovado sus agónicos centros históricos gracias a afortunadas intervenciones con vías y edificios modernos que al establecer el contraste han enriquecido lo antiguo con lo nuevo y nos han dado la medida de una nueva belleza, le han devuelto la ciudad a la tranquilidad, al peatón. Eso fue lo que hizo Norman Foster en Nimes. No se si habrá sensibilidad para hacerlo aquí.