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Crónicas Urbanas

 Morada para vivos y muertos

Para vivir aquí hay que ser muy verraco, asegura Marcela mientras le sirve de comer a su niña  que ha llegado de la guardería, nada más en el segundo piso mataron una muchacha en embarazo, de eso hace ya como ocho añosprimero mandaron de cajón al compañero que era tremendo faltón y como a los dos días unos muchachos escalaron la fachada, le dieron una patada a la puerta de la pieza y le pegaron como cinco balazos…ella estaba dormida, creo que no le entro ni aire. 


Marcela de treinta años vive con sus dos hijos de cuatro y trece años en una de las piezas del inquilinato Los Andes ubicado sobre la Avenida Oriental del barrio Colon, Los Andes es quizás el inquilinato más grande de Medellín, ella paga trece mil pesos diarios por la pieza; para poder asegurar el alojamiento cotidiano, vende dulces al igual que su hijo mayor; Este muchacho me resulto muy buen estudiante y siempre me dice que nos vamos de aquí, pero la cosa no es así de fácil, para salir de aquí se necesita billete y a uno no le van sirviendo de fiador así como así.

El compañero de Marcela y padre de su hija fue asesinado hace un año, según ella por un enemigo que desde hace tiempo lo estaba buscando. Un llanto infantil se escucha en una de las piezas contiguas, Marcela comenta:

Ese es un niño que pide limosna, seguro no consiguió lo suficiente y por eso el papa esta puto, aquí maltratan mucho a los niños, yo con los míos no tengo problemas gracias a Dios. Además el papa y la mamá de ese niño son unos irresponsables, pues muchas veces con la plata que se ganan mendigando los tres hijos que tienen, prefieren meter bazuco y no pagan la pieza, por eso han tenido varios problemas con la administración y hasta les ha tocado dormir en la calle por irresponsables.

En la puerta de la pieza aparece una vecina joven de aspecto un tanto desaliñado, dirigiéndose a Marcela le dice: Marcela regálame un poquito de papel higiénico que no tengo; Marcela la mira y le dice mientras desenrolla un poco de papel: He avemaría a usted hay que regalarle hasta “pa” limpiase el culo. Cuando la muchacha se marcha comenta en voz baja:

Esa muchacha se llama Sandra, tenia una criatura muerta en el estomago, ella sentía dizque cólicos y cuando fue al medico le dijeron que no se explicaban como había sobrevivido, pues el feto llevaba muerto tres días… claro está que con tanta sopladera se muere hasta un caballo.

En la pieza marcada con el número doce vive Manuel Zapata, su esposa Noelia y tres de sus hijos, todos varones adolescentes, Manuel afirma:

Yo vivía en el barrio Santo Domingo, pero un grupo armado me hizo salir de allí, no me quedo más remedio que venirme para acá, pues me querían matar los muchachos, mi hija se enamoro de uno de esos bandidos y se quedo por allá, viene a visitarnos de vez en cuando, ella tiene quince años y ya esta esperando su primer hijo, espero que al menos el cabrón que la preño responda, pero según me han dicho es un irresponsable, pues tiene otros hijos con otras culigadas.

Manuel mira debajo de su cama y saca una caja de cartón, luego esculca en su interior hasta encontrar una formula médica plastificada: Mire yo tengo paranoia y me es difícil encontrar trabajo, pues en cualquier momento me dan recaídas, yo creo que adquirí eso cuando nos tuvimos que venir a media noche de Remedios, cualquier fin de semana  llegaron los paracos y nos dieron una hora para salir, escasamente sacamos los papeles. Desde entonces me dan unos miedos muy horribles que me tengo que meter bajo las cobijas y taparme.

En la pieza de Manuel y su familia se respira un fuerte olor a nicotina y alcohol, uno de los muchachos enciende un cigarrillo y explica: Aquí fumamos todos como chimeneas, además los cuchos y un hermano se toman los guarilaques…aquí venimos a morirnos. Noelia la madre, interrumpe al joven: mijo no diga eso que mientras haya salud hay esperanzas, otro de los adolescentes que esta recostado sobre un colchón contesta: si esperanzas de morirse de hambre, todos ríen de las palabras del joven incluso Noelia.

Sandra la joven desaliñada de la pieza catorce, que hace poco le pedía papel higiénico a Marcela baja a los lavaderos con una olla y dos platos sucios: voy a lavar esto antes de que se llenen los lavaderos de pirobas (dice), en su camino se encuentra con un hombre viejo de aspecto travestido que le reclama por un camiseta que se le perdió ¿he que le pasa? replica Sandra, acaso yo soy la única que lava ropa en este lavadero

La travesti se retira pero sentencia en voz alta, Que aparezca esa hijueputa camiseta o van a saber quien es Yesica Paola. Sin hacer el menor gesto por las palabras de Yesica, Sandra lava la olla y los platos al tiempo que relata:

Aquí lo que más se pierde es la ropa, hasta los calzones cagados se los llevan, el que da papaya le roban hasta la olla con la aguapanela adentro y todo, Sandra ha vivido toda su vida en inquilinatos, al igual que sus hermanos que ocupan también dos de las piezas de los Andes con sus respectivas familias.

Yo desde que me conozco he vivido aquí o en piezas de otras casas por aquí mismo, claro que de la que más recuerdos tengo es de esta, pues aquí se murió un parcero que yo quería mucho, eso fue una sobredosis, le dio un infarto y lo velaron en la sala del televisor. Aquí se han muerto varios inquilinos de sobredosis. Esta casa tiene muchos muertos encima… es que aquí si hay mucho gato.

Son las seis y treinta de la tarde y el patio comienza a llenarse de niños y niñas que llenan el espacio con su algarabía, esta es la hora de los locos  dice Sandra mientras se retira a su pieza.

Las primeras sombras se asoman en los corredores, y un olor a petróleo se confunde con el de la marihuana, es el olor característico de los fogones de en donde algunos afortunados empiezan a cocinar sus alimentos. Yesica Paola hace sonar sus tacones en el corredor, en la puerta de Los Andes comparte un cigarrillo con Sandra, quizás ya olvido su camiseta perdida, o simplemente la encontró.   

Un niño blanco y delgado, de unos doce años y de apariencia un tanto frágil, sale también hacia la calle, lleva su corto cabello castaño oscuro, peinado hacia un lado, la ropa humilde pero limpia, esparce a su paso aroma a jabón de baño, entre sus manos sostiene una pequeña caja de cartón con dulces y cigarrillos. Los que aún viven en Los Andes deben ganar su morada. Los muertos ya la ganaron en el olvido.

Juan Fernando Hernández

Crónicas Urbanas

Ya no esta en su casita.


La Nacha y su hábitat doméstico, eran un nicho de memoria palpitante, un relato nostálgico de un pasado glamoroso de arrabal y pasional de Medellín. La calle Lovaina en la cual se encuentra la casa, vio transitar las meretrices más buscadas de la ciudad, algunas de ellas inmortalizadas en los cuadros de Débora Arango, Fernando Botero, o en las líneas literarias que buscaban la prostituta de la historia perfecta, la mujer de cuatro en conducta. 

Las palabras de La Nacha, revelaban en esencia una persona sola; pero que habitaba en compañía. Sus relaciones de tipo doméstica y afectiva fueron del orden económico, el trato y las relaciones con los inquilinos siempre estuvieron en el plano de clientes. La noche y sus encantos le había traído tantos desamores y mentiras que toda sonrisa de amistad le parecía sospechosa.  

Una pregunta rondaba el aire, al escuchar la voz gastada y ronca de ese viejo travestí, que era todo un referente de recuerdos de la vieja calle Lovaina: ¿qué construcción de memoria habitaba en los afectos y recuerdos de La Nacha?

Esa  memoria del entorno, y en el su inquilinato, parecían haber moldeado un hábitat particular adecuado por La Nacha: ¿cual prevalecía en su caso?, ¿la memoria colectiva?, ¿la memoria particular?, ¿las relaciones con sus inquilinos?

Como indica su cedula Armando Ignacio Franco, más conocido como La Nacha, nació un diez de junio de 1922, en la ciudad de Medellín, pero gran parte de su niñez la vivió en Riónegro, Antioquia. 

A Lovaina, La Nacha llegó en el año 1936, cuando contaba con catorce o quince años. Primero desempeño varios oficios en los lupanares, fue mandadero, empleado doméstico y portero entre otros. Las madames que administraban las casas de placer, gustaban de emplear como mandaderos a muchachos amanerados, ya que eran delicados en el trato con la clientela y además no solían tener relaciones pasionales con las muchachas.

Su madre Carmen Franco, solía decirle desde pequeño que era muy buen mozo y que se casaría y tendría hijos. La Nacha comentaba al respecto: Desde pequeño nunca me gusto el calor de la mujer. ¿Quizás por eso fui desgraciado?[1]

La Nacha prefería hablar poco de su familia; sin embargo dejaba entrever que perdió un hermano militar, ese hermano dejo dos hijos; los sobrinos de La Nacha a los cuales ya no reconocía, según sus palabras: Si pasan junto a mi lado, no los reconozco. La pérdida más dolorosa en su vida, la constituyó sin duda la muerte de su madre: Aún cuando estoy en misa, se me viene a la memoria el recuerdo de mi madre y me corren los lagrimones.

La Nacha asistió mientras pudo, a misa todos los domingos en la mañana a la iglesia El Sagrario del barrio Sevilla, se sentía molesta cuando debido a su progresiva pérdida de la vista, tropezaba y caía: Sufro mucho porque a veces me caigo, ya que pierdo el control, ¡pum!. De un momento al otro en el suelo. Entonces la gente dice ¡mira se cayó La Nacha, Jua, jua, jua! ...y yo por dentro que me quiero condenar de la ira.

Sus ojos claros ya seniles, buscaban formas y luz entre los lavadores de taxis de la calle Lovaina que reemplazaron las prostitutas y los maricas de antaño, ahora fantasmas que vagan en el olvido.

Sin más enemigos que los maleficios de la terrible Rosa, [2] La Nacha vivió sus días entre la atención que le robaba el inquilinato y los recuerdos de un pasado, que parecían escenas de una película que se vieron hace un mes. Bajando el tono de la voz, como si temiera que la escuchase algún fantasma comentaba sobre la terrible Rosa: Me manda todo tipo de maldiciones, dizque para que yo me quede ciega y se me caiga el pelo. Sin embargo aún me puedo hacer una cola en el cabello.
La casa de la Nacha y la calle Lovaina: dos lugares de memoria para la ciudad.
La primera propietaria de la casa fue Rosa Cardona, la señora Cardona compró el lote a la Sociedad Barrio Pérez Tríana. Ya desde la segunda década del siglo XX, se venían ofreciendo lotes para vivienda de autoconstrucción en lo que inicialmente se llamaría barrio Pérez Triana. La calle Lovaina se trazaría a comienzos de 1920. Antes de urbanizarse el lugar ya era conocido, tanto por su vecindad con el Cementerio de los ricos, así como por sus famosos baños y cantinas.

La casa de La Nacha en el periodo comprendido entre 1940 y 1950, no se hallaba dentro de la categoría de casas que se calificaban como casas de familias decentes, la casa pasaría luego a ser propiedad de la señora Ligia Sierra.

La fama de la calle Lovaina, transcendió las barreras de lo local, durante los años treinta y principios de los cuarenta, fue sitio visitado por propios y extraños, atraídos por las mujeres y los aires de intelectualidad que se vivía en los burdeles. Incluso hubo quienes frecuentaban la zona hasta en el plano familiar. La Nacha recuerda: Cuando eso el barrio era muy lindo. Allí en toda la esquina había un cenadero, venia el alcalde, el gobernador con sus hijas, sus hijos, sus mujeres a tomar chocolate, eso era lo único bueno que habido por aquí.

La Nacha le gustaba pararse en la puerta de su casa, se ponía feliz cuando la saludaban y ella contestaba el saludo de todos. Allí estaba, tratando de encontrar remedio a su progresiva ceguera, en la luz de una calle que ilumino su vida desde su adolescencia, sus amores soñados y quizás no olvidados, así como las pasiones vividas y fugadas de sus recuerdos.
Con sus propias y sencillas palabras, definía el valor de su casa trayendo a la memoria personajes de la historia del Medellín de arrabal: En esa época,  las mujeres todas muy hermosas, en esta casa estuvieron Lilia Pintuco Y Marta La Pintuco...he Avemaría que eleganciaaa...       
    
Al cambiarse la casa como inquilinato, la cocina fue convertida en alcoba, cuya parte del poyo se observa aún al final del corredor, el comedor fue arreglado también como habitación. La casa por lo tanto carece de cocina exterior y anteriormente cuando en ella habitaban inquilinos con familias, estas cocinaban en el interior de las piezas. 

La Nacha fue perdiendo la autonomía de su casa, confundía las voces de sus fantasmas interiores con las de sus inquilinos, el cansancio inevitable de los años desdibujo su voz ronca, su pasado de maquillaje y amantes se desvaneció entre las paredes de su casa otrora burdel y ahora vetusto inquilinato.   

A mediados del 2011, La Nacha perdió definitivamente la lucha por permanecer en su casita, esa entrañable presencia viva tan suya de la cual dijo algún día: A mi no me inviten a salir, escasamente voy a misa los domingos por la mañana. Aquí en la casa tengo todo lo que necesito.

Se la llevaron a un ancianato, para poder velar por su cuerpo tan ajado como la calle Lovaina. Ya no esta en el umbral de la puerta saludando a todos con su particular coquetería. La calle Lovaina continua en cambio agitada con sus lavadores de taxis, los mecánicos y los inquilinatos, pronto vendrá el Plan Parcial… La Nacha ya no esta en su casita.
Juan Fernando Hernández   
juferh@yahoo.com

[1]Entrevista con Armando Ignacio Franco La Nacha. Medellín Octubre 10, 2009.
[2] Alfonso o La Rosa, otro de los travestís del sector, vivió anteriormente en la casa que hoy ocupa La Nacha. Según la versión de esta última, cuando La Rosa se dio cuenta que los dueños de la casa le habían dicho a La Nacha que se quedara allí y que la administrara para ella hasta que se muriera, La Rosa encolerizo y se declaro enemiga de La Nacha         

Medellín - México


Manuel Álvarez Bravo,  pionero de la fotografía artística en México, es considerado como el mayor representante de la fotografía latinoamericana del siglo XX. Su obra se extiende de finales de la década de 1920 a la de los noventa. Camila Flórez Quintero, Fotografa y Artista Plástica realizó una investigación visual sobre Manuel Alvárez -uno de sus referentes- que dio como resultado una exposición, de la cual ya hemos compartido en otras entradas y escritos con relación a los estudios urbanos. Sea esta la oportunidad para exaltar y reconcoer el trabajo de Camila, con su obrar, en favor de este espacio virtual, el grupo de investigación y el centro de estudios urbanos.

Calvas. Centro de la Ciudad. Camila Flórez Quintero. 2010.

Destinos. Barrio 12 de Octubre. Camila Flórez Quintero. 2010.
 
Pasatiempos. Camila Flórez Quintero. 2010.

 


Músicos populares. Parque Berrio.Camila Flórez Quintero. 2010.

Reflejos de comercio y ciudad. Medellín. Camila Flórez  Quintero. 2010.


Crónicas urbanas


Un arco iris llamado Oswaldo Gómez camina por los alrededores del parque Bolívar, se detiene coqueto y feliz al ser abordado por la lente de algún fotógrafo y sin más preámbulos se identifica: “Mi nombre es Rosa Melano, y como pueden ver llevo en la cabeza el gallo de mi madre y en este coche la perra de mi hermana”, se trata de dos mascotas, un pequeño gallo que el mismo Oswaldo compró en la Plaza Minorista y un perrito french poodle, ambos animales están teñidos de vistosos tintes, al igual que su dueño, ellos también son un espectro de colores ambulante.

“Pregúnteme lo que sea”, dice el arco iris cuya barba es de color verde fluorescente, sonríe mientras coquetea con un joven negro, que atraído por los destellos, se ha detenido a observarlo: “Negro, casémonos, mire que ahí esta nada menos que la basílica Metropolitana, una oferta como esta no se te presenta todos los días”, el joven sonríe tímido.
Oswaldo no se pierde desfile de silleteros en Medellín, así como tampoco las paradas de la ciudad de Nueva York, a donde reside en el barrio de Queens: “Viajo siempre a principios de Agosto, mi perrito tiene pasaporte y visa; en el avión me cambio unas diez o doce veces de vestido y desfilo. El piloto avisa por el altavoz la presencia de la reina de las flores que camina a bordo y luego todos agradecidos y emocionados por mi espectáculo deciden que el avión debe aterrizar de culo.”

El joven negro suelta una carcajada al escuchar el comentario de verdes matices, y acto seguido el arco iris que camina le lanza una mirada rosa, e insiste con una tonalidad roja:“Negro, casémonos, te repito que una oferta como esta no tendrás en tu vida”

Oswaldo, o el arco iris que camina, trabajó a principios de la década de los setenta como guía turístico en la ciudad de Medellín, además realizó estudios de derecho en la Universidad de Antioquia, aunque no llegó a graduarse, uno de sus compañeros de clases fue el expresidente de Colombia, Álvaro Uribe. “Aquí donde me ves me case con una puertorriqueña y tuve dos hijos, pero el asunto no funciono, hablo ingles, alemán, algo de francés y papiamento; pero pregúnteme, pregúnteme más que yo estoy es para dar alegría, lo mío es arte, es burla de esta sociedad tan mojigata, pero al mismo tiempo es un homenaje a la vida, a la felicidad, le aseguro que quien me ve pasar o quien hable conmigo olvidará por un momento sus penas, pero de mí se acordará siempre”

En un instante se han aglomerado varias personas atraídas por las coloraciones de su aspecto y sus palabras, y en un movimiento que deja a todos los presentes grises del asombro, Oswaldo se quita su falda campesina y aparece entonces como un arco iris monocromático, un arco iris blanco. Toma de gancho al joven negro, quien accede caminar con él hasta el atrio de la catedral como si se tratase de una marcha nupcial, los presentes con cámaras y celulares en mano los registran, al igual que un grupo de personas en los que se encuentran gamines, vendedores ambulantes, desempleados, visitantes del centro, desprevenidos transeúntes y dos o tres académicos seducidos por el performance que se está efectuando. “A un lado, a un lado; estos paparazzi me persiguen a toda hora, lo nuestro es amor puro, pero mirá; me cerraron la iglesia estos hijueputas…no importa casémonos en el atrio.”
Al lado de un grupo de sonrientes asistentes el arco iris que camina realiza su boda, su perro french poodle hace las veces de sacerdote y como padrino esta el pequeño gallo en la cabeza, al terminar la boda las tonalidades se han adherido a los objetos y personas del parque, es mediodía y el cielo luce su mejor color azul.

Autor de la crónioca urbana y las fotografías Juan Fernando Hernández.