Un leguaje eufemístico en el Foro Urbano Mundial

Darío Ruiz Gómez

En El Foro Mundial de Río el artículo primero de la Declaración final reza así: “El derecho a la ciudad debe constituirse como un derecho colectivo de las generaciones presentes y futuras a una ciudad sustentable sin discriminación de género, edad, raza, condiciones de salud, ingresos, nacionalidad, etnia, condición migratoria, orientación política, religiosa, sexual, así como de preservar su memoria e identidad cultural” O sea la concreción de los problemas que hoy en las ciudades continúan viviendo aquellos que son ciudadanos y aquellos que deben luchar para ser reconocidos como tales. En El Foro de Nápoles Amnistía Internacional convocó a reuniones para condenar la infamia de los desalojos. Recordemos al respecto que este tipo de atropellos por parte de algunos bancos debió ser condenado por el gobierno español ante las dramáticas escenas públicas a que este tipo de injusticia se prestó. Recordemos hoy en Medellín los cientos de familias desplazadas de sus viviendas bajo los imperativos económicos de los llamados Combos y su particular ordenamiento territorial, de los desalojados por no poder pagar hipotecas aberrantes.

El Foro de Medellín se convocó con la promesa de “compartir la fórmula que la convirtió en un ejemplo inspirador de renovación y equidad”. El Ministro de Vivienda ha dicho que uno de los factores decisivos para que Medellín sea hoy una ciudad más equitativa se debe a la construcción de las cien mil viviendas por parte de su Ministerio, lo cual obviamente no es cierto. Él mismo ha reconocido que no se puede seguir construyendo torres de vivienda sin previamente haberlos urbanizado, y haberlos dotado de los servicios y del amoblamiento que permitan que la vida se convierta en posibilidad de renovación, de cultura y no en verdaderos infiernos donde desaparece el intercambio social, se degradan las costumbres y surgen nuevas y más despiadadas formas de opresión.

O en un Foro prima el objetivo del análisis riguroso de las distintas problemáticas que vive la ciudad, enumeradas una por una, en la Declaración de Río o se cae en el facilismo de una rutina burocrática donde un leguaje eufemístico –“La mejor ciudad del mundo”, “La ciudad que innovó la equidad”- disfraza la dimensión dramática, insoslayable de una problemática que ya no da respiro y después de una tregua artificial, puede estallar de manera catastrófica. Una ciudad es siempre una problemática que se agranda permanentemente y por lo tanto debe ser enfrentada con los argumentos de la razón y no con los eufemismos de la patriotería provinciana. Unas escaleras eléctricas tiradas en un sector social deprimido no son un logro social sino un costoso capricho. ¿Por qué a ningún funcionario se le ocurrió mostrar las calles y los barrios tradicionales donde la vida de vecinos se ha afirmado contra la violencia y dónde el tiempo ha inscrito su memoria y su identidad y las arquitecturas no son modernas ni postmodernas sino solo arquitectura? Referirse a un desarrollo urbano con equidad es tener en cuenta que el patrimonio que los ciudadanos han construido a lo largo del tiempo no puede ser considerado como objeto de especulación ya que permitirlo es abrir las puertas a una violencia disfrazada de progreso.

Es necesario establecer, entonces, la diferencia que hay entre una crítica negativa, opuesta a toda renovación, a aceptar la incorporación de la pluralidad social, y, la crítica atenta a denunciar los eufemismos con que los mercaderes disfrazan sus negocios destruyendo la idea de ciudad, con que el capital mercenario se apodera de la fiesta y la manipula para sus intereses, con que se niega el derecho al reposo y se impone cínicamente el ruido, con que sigue mercadeando un tipo de vivienda degradante y anti urbana. ¿Cumplimos, entonces siquiera con algunos de los postulados de la Carta de Río o nos quedamos en la superficialidad? Es lo que nos queda por verificar.