“Construir en lo construido” o Planificar a 15 años


Darío Ruiz Gómez

El proceso de una ciudad supone siempre procesos de racionalización de los diversos problemas que con el paso de los días van surgiendo: la planeación urbana reconoce los problemas que crea un aumento acelerado de población, los cambios de costumbres y de usos que surgen con la presencia de emigrantes venidos de otras regiones, de desplazados urbanos, modificaciones silenciosas del mismo lenguaje, de las gestualidades, de las músicas o sea del uso y apropiación de los espacios públicos. Planificar una ciudad como Medellín a quince años es suponer que la sociedad, los grupos sociales son homogéneos y las costumbres inalterables. Medellín cada cinco años cambia radicalmente en todo sentido pero principalmente bajo lo que aún hoy podemos considerar como una desenfrenada especulación urbana. Si de verdad los planteamientos urbanísticos de Fajardo y de Alonso Salazar hubieran estado encaminados a derrumbar barreras o sea a integrar con igualdad desde la diferencia, los distintos sectores y barriadas, no hubiéramos caído en el error de abandonar las periferias dejándolas caer en manos de la delincuencia, no hubiéramos perdido el Centro como eje estructurante y como espacio simbólico de la ciudad cívica.

El ejemplo de Bilbao consistió en defender una morfología urbana, una fisonomía reconocida proyectando la nueva ciudad, los sectores de renovación a partir de lo que Francisco de Gracia llama lo construido. “Construir en lo construido” gracias a planes de renovación urbana, de rehabilitación de áreas en deterioro ya que al igual que Medellín, Bilbao sufrió una terrible crisis a partir de la desaparición del modelo industrial que contaminó las aguas de la ría, la atmósfera y dejó en la ruina a las barriadas obreras. Vino la crispación urbana ante un derrumbe que parecía definitivo  y fue salvada gracias a un verdadero proyecto urbano de lo que debería ser una nueva ciudad. La idea de ciudad pensada desde la necesidad de racionalizar la problemática planteada por el crecimiento desmesurado del parque automotor, por la demografía y las nuevas formas de economía, desaparece en Medellín bajo los imperativos de una especulación camuflada en una pobre ideología del progreso así como entra en desuso la racionalidad tecnológica pues el ingeniero, el especialista son sustituidos por improvisados funcionarios nombrados como cuotas políticas. Mayor Mora ve la crisis de estas disciplinas en la crisis del modelo pedagógico de la Escuela de Minas.

El infame puente de la calle cuatro constituye  la desaparición de los valores éticos de una disciplina como la ingeniería, amén, de un relajamiento moral de la burocracia que nunca es condenada por sus desaciertos. Hoy, Denise Scott Brown, la gran urbanista acaba de cumplir ochenta y tres años, sus lecciones sobre la renovación de la imagen urbana, de los sistemas visuales de señalización puestos de presente en Filadelfia nos muestran la irresponsabilidad con que la burocracia supuestamente planificadora fue incapaz de crear en Medellín una nueva imagen bajo un nuevo orden que rescatara del caos y la fragmentación lo que se quedó como desorden y muestra de incapacidad de nuestros profesionales.

Lo que acaba de suceder con el metro viene a demostrar que la burocracia de la llamada Área Metropolitana vive distraída en qué sabe qué elucubraciones futurólogas, mientras la tarea de mitigación y mantenimiento del cauce del río, de la previsión de posibles desastres geológicos, para las cuales cada año se destina un presupuesto, quedó olvidada bajo minucias burocráticas que desconocen la complejidad que supone la metropolitanización de unos territorios, la racionalización  de la estructuración de los distintos sistemas de transporte. Ya lo dije en su momento, la ingenuidad del Alcalde Gaviria consistió en no darse cuenta del legado de improvisación, de irresponsable desatención a las estructuras de la ciudad, que, las dos alcaldías anteriores le dejaron.