Cuando castiga el sol
Panorámica Centro de la ciudad Parque de San Antonio. Fotografo: Carlos Vidal |
Es mediodía, los rayos inclementes del sol dimensionados por el cemento inhabitable del parque San Antonio, alejan toda forma viviente de la hostil loza. Los vendedores ambulantes buscan el refugio de las sombras en alguno de los cuatros arbustos del lugar; entre estos vendedores se encuentra el joven Samuel de quince años, vendedor de jugo de guanabana, habitante del sector de Niquitao y uno de los protagonistas anónimos del diario vivir del centro de Medellín.
Samuel. Foto: Juan Fernando Hernández. 2012. |
Sabe que el calor del sol es su aliado y, al contrario de otros vendedores da continuas vueltas alrededor del yermo parque. Es entonces cuando los valientes transeúntes que se atreven a cruzarlo, divisan a Samuel con su delantal blanco y su nívea piel de porcelana - que lo hacen resplandecer bajo la excesiva luz meridiana - como una aparición que arrastra un oasis ambulante, y cuyo liquido blanco disipa la sed por solo mil pesos.
Samuel es el ángel adolescente de la guanabana, socorre a los ciudadanos castigados por el sol. También es el querubín de su madre, que se muere de cáncer en un cuarto de inquilinato, donde convive con el y otra hija dos años mayor que Samuel y quien también vende el jugo lechoso de la deliciosa fruta.
Una noche, en su camino de retorno al lugar donde guarda su carrito guanabanero, una explosión cercana a la Plazuela San Ignacio ensordeció por un momento los oídos de Samuel, y con asombró, sus ojos observaron caer extremidades humanas a su alrededor. Desde entonces afirma no temerle a nada, ni siquiera a los funcionarios de espacio público que no respetan su estatus angélico, su condición de salvavidas cuando el reseco asfalto agrede como verdugo los pasos del caminante, cuando el sol del verano citadino en el San Antonio castiga a quienes osan permanecer allí más de un minuto.
Una noche, en su camino de retorno al lugar donde guarda su carrito guanabanero, una explosión cercana a la Plazuela San Ignacio ensordeció por un momento los oídos de Samuel, y con asombró, sus ojos observaron caer extremidades humanas a su alrededor. Desde entonces afirma no temerle a nada, ni siquiera a los funcionarios de espacio público que no respetan su estatus angélico, su condición de salvavidas cuando el reseco asfalto agrede como verdugo los pasos del caminante, cuando el sol del verano citadino en el San Antonio castiga a quienes osan permanecer allí más de un minuto.
Un siglo de vida en Medellín. Fundación Viztaz. |
Cada tarde, cuando el astro rey esconde sus látigos, Samuel el ángel de la guanabana, repliega sus alas, tan blancas como la pulpa de aquella fruta, y marcha a su cuarto de inquilinato a posar un beso sobre la frente de su madre.
Parque de San Antonio. Foto: Juan Fernando Hernández. 2012. |
Juan Fernando Hernández