CONOCER Y EDUCAR
Darío Ruiz Gómez
Cuando escucho que se habla sobre Planes de Desarrollo,
Educación, confieso que siento irritación ya que éstas son abstracciones que nada tienen que
ver con la realidad cotidiana que, esos
cuadros, esas cifras no alcanzan a leer en sus intangibles. ¿Qué sabe uno de
estos expertos de las vicisitudes de un
ama de casa para buscar el diario sustento, de la decepción de un universitario
al comprobar que lo que está aprendiendo no sirve para nada pues en este país el
conocimiento no significa empleo? Hay niños que deben cruzar ríos crecidos, eludir fronteras invisibles, jóvenes que sienten que hay una distancia insalvable
entre los anhelos de conocimiento y la
ausencia de condiciones para lograrlo. ¿Cómo y con qué llenar el vacío que ha abierto la violencia en algunos campus universitarios, que
raya hoy en la barbarie, y un compromiso con la responsabilidad científica?
Los arquitectos diseñan centros educativos pero olvidan
que un aula es la concreción de un lugar de diálogo, un espacio sagrado
que se opone a los barbaros. Un edificio educativo está muerto si carece en su
espacialidad de la dinámica que permite que el conocimiento conduzca a la lógica sobre la cual se sustenta el
objetivo de la razón, o sea a la libertad. ¿Dónde están los niños que deben llenar esas aulas? He visto a los
niños de una población del Nordeste borrachos, empepados, las niñas
embarazadas, prostituídas. Hace dos años en El Retiro, cinco adolescentes se
suicidaron. Al salir de clase el entorno que los rodea, cantinas, discotecas,
pesebreras donde los altos decibéles del ruido enloquecen al vecindario y el
párvulo carece de opciones lúdicas, creativas, y no puede escapar del alcohol o la droga. La
prostitución tiene una causante: la extrema pobreza; niñas y
niños son sometidos a las peores ofensas.
Una vida reducida a lo inmediato no puede abrir espacios a
la educación. El adolescente ha podido comprobar cómo en su entorno natal ha quedado
convertido en des-terrado cuando la
tierra pasó a convertirse en monopolio de la especulación
que sin miramiento alguno ha seguido arrasando bosques, convirtiendo quebradas
–Marinilla, El Santuario –en fétidos vertederos de aguas sucias –La Fe –;
contaminando aún más las aguas de un
patrimonio de tanto valor paisajístico, ambiental como el río Rionegro.
Y esto
está sucediendo en cualquier municipio y vereda de Antioquia mientras crece el
número de Oenegs, de oficinas encargadas de, supuestamente, velar por el medio ambiente. ¿No han percibido
quienes hacen los nuevos planes de educación el vacío dejado por la destrucción
de las estructuras educativas llevada a cabo por sindicalistas disfrazados de
maestros? ¿Centros universitarios, colegios rodeados de cantinas? Sin valores de referencia diferentes a los del
enriquecimiento rápido, lo que hoy nos abruma, finalmente, es la permisibilidad
frente a este deterioro a cuyo efecto devastador la educación debe oponer
valores de resistencia como la solidaridad,
un conocimiento emancipador que se niegue a ser avasallado por este
derrumbe social, una estética de la frugalidad frente a tantas mañesadas, la
recuperación de la flor, del jardín, del agua pura, de los bosques que son
imágenes necesarias y patrimoniales arrasadas por las retroescavadoras de este falso progreso.