Tecnotropolis

CIUDAD Y ESCALA HUMANA
Darío Ruiz Gómez
Los llamados grandes proyectos no sólo terminan por tragarse el presupuesto municipal sino que dejan en el olvido el resto de los territorios, ya que la desenfocada magnitud de los proyectos tomados como visionarios, dejan en el olvido las impostergables tareas diarias de mantenimiento y renovación de las aceras y calzadas, la señalización de las nuevas vías, los derechos del peatón. Lo que ampulosa y retóricamente se suele llamar por parte de la tecnocracia, “gran escala” no es otra cosa que la caída en la desproporción o sea en el desfase, por ausencia del seguimiento necesario mediante el cual se aterriza, racionalmente, cualquier proyecto para que no se salga de escala. Este desfase entre nosotros suele darse como aumento elevado de los costos mediante el incumplimiento aceptado de la fecha de entrega. El arquitecto Calatraba es autor de algunos de estos engendros colosalistas como la Ciudad de los Artistas de Valencia donde el ampuloso diseño futurista – en su resquebrajado escenario se está filmando una película de ciencia ficción- no contó, paradójicamente, en su construcción con la debida racionalidad tecnológica.

El reclamo de Mies Van Der Rohe de que “Dios está en el detalle”, es un llamado de atención sobre la necesidad de conservar la escala humana recabando siempre en el detalle del acabado, de conceder una poética a los materiales, de rescatar la manualidad, lo que olvidan los proyectos dibujados y abstractos. El detalle de un pasamanos en una calle de barrio, los acabados de una jardinera, el valor estratégico de los pequeños parques como remansos en medio de una ciudad crispada por un falso delirio tecnológico. Unas escaleras eléctricas en medio de un paisaje precario de ciudadanos que no pueden pagar los servicios, es un despropósito mayúsculo que ilustra a dónde puede llegar la ausencia de lógica en la aplicación de la tecnología. ¿No era más importante un programa de mejora de viviendas, de renovación urbana?

Cuando Jane Jacobs hace la crítica demoledora de las grandes freeway que, fragmentan los sectores urbanos en lugar de acercarlos para el intercambio social, llama la atención sobre la importancia que tiene en la afirmación del tejido social, la conservación y defensa de las pequeñas calles de vecinos, las panaderías y bares de barrio. “El fracaso de la utopía progresista, reflejado en la destrucción de la ciudad –decía Fulvio Irace en 1986- y en la crisis de la ideología urbana, ha terminado por trastornar, en su ruinoso derrumbe, la idea misma de arquitectura”. Dentro de las urbanizaciones privadas y no como parte de la ciudad se erigió una arquitectura desafiante sin espacialidad urbana, se construyeron obras públicas sin ninguna calidad, legitimadas, aparentemente por la nueva tecnología. Pero esto no fue sino aquello que ilustra el genial dibujo de Goya: “Los sueños de la razón producen monstruos”. Los grandes proyectos son los grandes contratos en manos de una tecnología sin ética y para la cual lo primordial son las ganancias inmediatas. La otra ciudad y sus calles, sus parques, fueron olvidadas y agredidas y hoy cuando ya no hay tierras para la especulación, sus pobladores son desalojados por grupos violentos con fines especulativos.

Entre el desbocado espectáculo de una movilidad enloquecida, el territorio de la ciudad se ha convertido en una serie de islas desconectadas unas de las otras, lo que impide que se cumpla una cita, que se llegue cumplidamente al trabajo, que el transporte justifique su tarea, que estén conectadas las distintas programaciones cívicas y culturales, que las familias se visiten. ¿Cuáles sino éstas, son las premisas para proyectar una ciudad a escala humana? Si desaparece el vecino ya no hay ciudad lo dijo Lipovesky. ¿Puede imaginarse mayor innovación que recuperar la escala de una ciudad humana?