Centro de Estudios Urbanos

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A la manera de Manuel Alvarez Bravo. Investigación visual y fotografía Camila Florez Quintero.
“La ciudad no es un artefacto o una disposición residual
Por el contrario, la ciudad encarna la verdadera naturaleza de la naturaleza humana.
 Se trata de una expresión de la humanidad en general
y específicamente de las relaciones sociales generadas por la territorialidad”
Morris Janowitz, Citado en Posmetrópolis, Edward Soja

Contextualizar una investigación en un escenario urbano no coincide con la obligación de tener un referente espacial como lugar donde ubicar acontecimientos o como el deber ser de dibujar un territorio donde se efectúan cierto tipo de prácticas sino que, más bien, responde a la convicción de que han sido las ciudades a lo largo de toda la historia las que han configurado y de las que ha dependido el funcionamiento de todos los elementos que constituyen la vida humana.

Ha sido en las ciudades donde se han establecido todas las formas de vida humana; los espacios de poder han tenido como centro de funcionamiento las ciudades; las economías, los mercados y las relaciones de intercambio son prácticas propiamente urbanas; las técnicas y las tecnologías tienen como escenario de efectuación las ciudades y sus espacios.

Podría decirse que el mundo rural -el que se ha considerado el “antípoda” del urbano-, funciona gracias y a favor de las ciudades: la mayor parte de los recursos producidos por las comunidades rurales están destinados para el abastecimiento de las ciudades, pero la creación, distribución y amoblamiento de los espacios rurales depende de insumos netamente urbanos.

Las conexiones viales, económicas y políticas más importantes para las especialidades rurales se establecen con las ciudades. Las migraciones a la ciudad ha venido aumentado desde los dos últimos siglos de forma vertiginosa. Por lo tanto, la ciudad entendida como prácticas sociales y el espacio urbano como lugar de relaciones e intercambios no deberían ser analizados dentro de sus límites territoriales; en efecto, están en relación con otras espacialidades y se presentan más como la “sede de un control territorial” que como un enclave nominal. Sin embargo, este mundo históricamente urbano, constituyente fundamental de las relaciones sociales, ha sido poco incluido en las problematizaciones académicas y sociales.

A la manera de Manuel Alvarez Bravo. Investigación visual y fotografía Camila Florez Quintero.
La primacía del tiempo como eje articulador de muchas de las investigaciones ha hecho que el espacio sea solo un dato referente a la localización geográfica. Lo que aquí se pretende es, por el contrario, dar mayor relevancia a las espacialidades urbanas como productoras de tiempos y subjetividades múltiples.

No obstante, sería inexacto sugerir una cierta luz de soluciones de continuidad en relación a las diversas ciudades y a sus tiempos diferenciados. No es lo mismo hablar de la Atenas de Pericles que de la Nueva York multicultural; tanto los tiempos locales como la configuración socioespacial establecen las especificidades de los entornos urbanos. Las ciudades, de esta forma, dependen de las condiciones de existencia de una determinada época.

Así, las ciudades de la modernidad tienen características que les son propias. La primacía de la razón, la utopía del progreso, el fortalecimiento y asentamiento casi absoluto del sistema capitalista, la industrialización de las mercancías, la mercantilización de los objetos, el nacimiento del pensamiento urbanista y del urbanismo como disciplina, el crecimiento de la población, la instrumentalización de los cuerpos para la producción, la migración, la consolidación de los sistemas de transportes y de comunicación, el declive del Arte y la proliferación de las vanguardias artísticas, el nacimiento de la sociedad del consumo y del espectáculo, la emergencia de “nuevas” clases sociales son condiciones constituyentes de las transformaciones de las ciudades en la modernidad.

A la manera de Manuel Alvarez Bravo. Investigación visual y fotografía Camila Florez Quintero.
De hecho, cualquier objeto de estudio que aborde cuestiones modernas no debería eludir a la ciudad como campo problemático; y así, como advertirían Baudelaire y Benjamin, son justamente las ciudades los escenarios que sostienen todos los espectáculos de la modernidad.

Alejándonos de los reduccionismos conceptuales es posible sugerir que el epítome de la modernidad es la expansión y aglomeración constante de la ciudad; “La noción de ciudad implica la aglomeración de una población, o sea la concentración del asentamiento y de las actividades; estas últimas se diferencian del aprovechamiento directo del suelo porque llevan a la especialización y contribuyen sobre todo al intercambio y a la organización de una sociedad”[1].

De esta forma la ciudad moderna, como todas las ciudades, tendría unas formas de organización social más o menos constantes y unos modos de distribución del territorio y de los elementos urbanos que implican la construcción de una estructura social. En otras palabras, la modernidad urbana conlleva inexorablemente a tener una relación pensada y estratégica con el espacio y con los modos de vida en él representados, que posibilite, por ende, tener cierto control sobre la población y sus hábitos urbanos.

La creación de las espacialidades modernas están dirigidas precisamente al “progreso permanente, avances tecnológicos, democratización, nivelación de las formas de vida, decidida orientación hacia el tiempo y el dinero, movilidad en aumento, y aceleramiento de la circulación (y de las modas) y del monumentalismo”[2]. Tales características posibilitaron la acelerada transformación de las ciudades a partir del siglo XIX a favor tanto de la regulación como del dinamismo moderno.

A la manera de Manuel Alvarez Bravo.
Investigación visual y fotografía Camila Florez Quintero.
Si bien las ciudades modernas orientaban sus formas de gobierno y de legitimación en los marcos de los grandes metarrelatos: “emancipación progresiva de la razón y de la libertad, emancipación progresiva o catastrófica del trabajo (fuente de valor alienado en el capitalismo), enriquecimiento de toda la humanidad a través del progreso de la tecnociencia capitalista”[3], la condición misma de la modernidad, tal cual lo argumentaron Lyotard y Berman, es la de tanto absorber permanentemente los discursos originados en su seno como la de crear constantemente ilusiones y fantasmagorías que susciten prácticas sociales en favor de la consolidación de la economía capitalista.

El eclecticismo moderno sería entonces la condición de posibilidad y existencia de las ciudades. Es decir, la condición de la modernidad es el desvanecimiento y la reinvención constante de sus discursos; y de eso depende la fuerza que pueda llegar a tener en una sociedad.Dicho eclecticismo es precisamente el que da sustento a la movilidad urbana; las características de la ciudad moderna atañen no solo al movimiento y a la eficacia de las relaciones políticas, económicas y sociales mediadas por unos espacios funcionales construidos para posibilitarlas sino a la circulación de unos imaginarios urbanos producidos por los dispositivos mediales.

Periódico El Colombiano. Septiembre de 2006.
Fotografía: Víctor Jiménez.
La prensa, la radio, los espectáculos masivos, las exposiciones universales y nacionales y la publicidad son unos de esos dispositivos que emergen en la modernidad y terminan por refinarla. Y, como más adelante se expondrá con detenimiento, la capacidad de tales dispositivos radica en que, más que informar y representar unas realidades urbanas, las induce y produce. La imagen de una ciudad en movimiento constante y en continua construcción implica la imagen de la fragmentación: la “ciudad collage”[4] moderna es la ciudad dividida en reductos funcionales y estratégicos que permiten una relación racionalizada del espacio. No obstante, un mundo convertido en ciudad y el triunfo de ésta sobre las relaciones sociales ha posibilitado que los principios de racionalidad espacial se expandan y se multipliquen en favor de las orientaciones y los itinerarios individuales.

Ahora bien, según la tesis de Santiago Castro-Gómez la entrada del capitalismo en Colombia tuvo como condición de posibilidad el ingreso, en un primer momento, de un “capitalismo imaginado”[5]. Capitalismo narrado, visual y simbólico, que tuvo como raigambre las viejas relaciones sociales pero que las transformó sutilmente orientándolas a unas condiciones propias y creadas por el mismo capitalismo. El ideal de reconocimiento de unos actores sociales con las condiciones individuales y sociales capitalistas vigentes en Europa y Estados Unidos posibilitó la paulatina entrada, a través de los medios de comunicación, de este “capitalismo imaginado”;

...diversos actores sociales empezaron a identificarse imaginariamente con un estilo de vida capitalista para el cual no existían todavía las condiciones materiales. Es en esta identificación que se van formando los “sujetos” que harán posible que el capitalismo se convierta luego en la forma hegemónica de producción en Colombia. El mudo simbólico de la forma-mercancía “interpela” a los individuos (los llama, los convoca, los seduce) para convertirlos en sujetos deseosos de materializar los símbolos del progreso que la mercancía ofrece: riqueza, salud, confort y felicidad.[6]

Aun así, este “capitalismo imaginado” no debe entenderse sólo como condición de posibilidad sino como la condición de existencia del capitalismo. Pues tanto la modernidad como el capitalismo dependen de mantener un flujo constante de imágenes y narrativas que los estén tanto reafirmando en su influjo social y en su fuerza económica como renovando constantemente. Sin ahondar sobre la discusión de si la modernidad es propia del capitalismo o viceversa, sabemos que entre el uno y el otro a existido una concomitancia hasta cierto punto pragmática.

A la manera de Manuel Alvarez Bravo.
Por lo tanto las imágenes de mercancías, espectáculos, eventos sociales, exposiciones, objetos técnicos, cuerpos y ciudades son parte constituyente del capitalismo y la modernidad misma. Es decir, entre imaginación y realidades capitalistas existe el mismo grado de ficcionalización. Por lo tanto, ni un “capitalismo imaginado” ni un “capitalismo real o materializado” posibilitan al otro, sino que los dos son integrantes fundamentales para la inserción de unas espacialidades, de unos dispositivos y de unas prácticas sociales característicos de estos dos ejes explicativos.  Lo que entonces tanto la modernidad como el capitalismo provocan es el asentamiento constante de una violencia simbólica a  través de muchos frentes que los perpetúa como los productores de las nuevas subjetividades; éstas subjetividades cinéticas creadas lentamente a partir de los finales del siglo XIX en nuestro país y tempranamente en Medellín -con respecto al ámbito nacional- son precisamente las que permiten que capitalismo y modernidad se arraiguen definitivamente.

Esta violencia simbólica estriba en que los esquemas ideales y representados difieren considerablemente de las realidades sociales. No obstante, aunque la asimilación paulatina de unos modos de vida se dibuje claramente desde la segunda década del siglo XX ésta violencia permanece como el alimento necesario para reforzar las nuevas formas de existencia del capitalismo. Por paradójico que parezca, la ficcionalización de tiempos, espacios y cuerpos son el principal elemento para la construcción de los tiempos, los espacios y los cuerpos modernos.


Punto cero y Barranquilla. Procesamiento digital.
Fotografía: Víctor Jiménez.
 Así, la construcción de las subjetividades urbanas está vinculada, en efecto, a la organización y distribución incesante del espacio de las ciudades y los dispositivos urbanos; pero es necesario advertir que el análisis de las subjetividades y de las prácticas sociales son el insumo principal para dicha organización.

Con todo, lo que aquí se ha querido y se quiere hacer evidente es que la ciudad moderna es un campo de acción y de relaciones transductivas y móviles que ponen el acento en los principios de una racionalidad difusa; difusa en tanto que el poder ya no se encuentra concentrado en la figura de un soberano que tiene la potestad absoluta sobre la vida de sus súbditos, sino que se multiplicó para quedar fragmentado y constituir así una “microfísica del poder”. Los poderes de la modernidad como los espacios de la ciudad tienen cada uno su campo de acción y su grado de efectividad sobre la vida de los hombres.


[1]    RONCAYOLO, MARCEL, La ciudad, Ed. Paidós, Barcelona, 1988, pp. 10 - 11.
[2]    FRISBY, DAVID, Paisajes urbanos de la modernidad. Exploraciones críticas, Universidad Nacional de Quilmes, Buenos Aires, 2007, pp. 32.
[3]    LYOTARD,  JEAN-FRANÇOIS, La posmodernidad (explicada a los niños), Ed. Gedisa, Barcelona, 1996, pp. 29.
[4]    Este termino es utilizado por Giandomenico Amendola en su texto La ciudad postmoderna para afirmar que la ciudad, en este caso la postmoderna -pero que puede ser usado con las precisiones conceptuales correspondientes para la moderna-, no tiene ni una coherencia espacial, ni simbólica, ni temporal, ni imaginada, ni visual, ni léxica que la permita representar.
[5]    CASTRO-GÓMEZ, SANTIAGO, Tejidos Oníricos. Movilidad, capitalismo y biopolítica en Bogotá (1910 – 1930), Universidad Javeriana, Bogotá, 2009.
[6]    Ibid, pp. 26.