Babilonia y Nínive eran de ladrillo. Toda Atenas era de doradas columnas de mármol. Roma reposaba en anchos arcos de mampostería. En Constantinopla los minaretes llamean como enormes cirios en torno al Cuerno de Oro… Acero, vidrio, baldosas, hormigón serán los materiales de los rascacielos. Apiñados en la estrecha isla, edificios de mil ventanas sobresaldrán resplandecientes, pirámide sobre pirámide, como blancas nubes por encima de la tormenta.
John Dos Passos. Manhattan transfer
¿Por qué empezar un ensayo sobre Juan Carlos Onetti[1] hablando de John Dos Passos[2]? La razón está en el impacto que su experiencia vital y su obra tuvieron en las del escritor uruguayo, sobre todo en Tierra de nadie, novela de la que nos ocuparemos a continuación. El hecho de que viviera sus años de infancia entre los rascacielos de Chicago y eligiera como protagonista de una de sus primeras novelas a la ciudad de Nueva York, lo hace particularmente interesante como puente para comprender muchos rasgos de Onetti que, vistos en relación con el contexto literario latinoamericano de su tiempo, resultan extraños, abstrusos, incluso crípticos. Sin embargo, no sólo Dos Passos nos servirá de puente, también Louis Ferdinand Céline, James Joyce y William Faulkner, cuya cartografía imaginaria de Yoknapatawpha, fue de alguna manera el primer ladrillo de la mítica ciudad de Santa María, objeto final de nuestro análisis.
Tierra de nadie, una de las primeras novelas de Onetti, fue publicada en 1941 y más que una historia, es un mosaico de fragmentos de historias múltiples sin principio ni final. Ocurre en la ciudad de Buenos Aires, pero la urbe, lejos de ser el escenario de las acciones, es el personaje principal, incluso podríamos decir, el único, ya que la narración como tal, si es que hay alguna, parece quedar inacabada. Es precisamente ese rasgo confuso el que nos interesa. Revisaremos matices de ciertas experiencias estéticas referidas a lo largo de la obra, con el propósito de comprenderla a la luz de la emergencia de la novela urbana latinoamericana.
Onetti en los años 30's |
A diferencia de otras escrituras de la región, la prosa de Juan Carlos Onetti no fluye, por el contrario, da la impresión de estancarse; es pedregosa y en cada frase pareciera encerrarse un aullido melancólico que la hace enmudecer. Esa forma literaria, ese estilo en la construcción del relato, es la expresión de un contenido que no podría brotar de otro modo, se trata de una visión radicalmente pesimista del mundo urbano, de un rechazo contundente de todo lo que en el hombre se va pudriendo con los años, de una comprensión de los sentimientos humanos como líneas que no tienen otro destino que pervertirse, de una mirada directa a lo abyecto, a lo horroroso, a la crueldad que habita en cada resquicio de la cultura.
En las novelas de Onetti no hay redención, no hay salida; los personajes están atrapados en sus imaginarios, en sus vicios, en sus cuerpos degradados por el tiempo, en sus deseos que no embellecen sus vidas, sino que las enturbian hasta hacer de ellas inventarios siniestros de instantes sórdidos que terminan en nada. Por las páginas de sus libros desfila el sexo, el alcohol, la mugre, el asesinato y el suicidio. Desde el macró que vive a costa de una prostituta hasta el malevo más taura, los caracteres onettianos han sido cocidos en un caldo mezclado de numerosos fenotipos, lenguas y mentalidades: la ciudad.
Onetti en los años 90`s |
Onetti ya no tiene nada que ver con esa tendencia de la novela regional, lo que le ocurre a los personajes de Tierra de nadie le puede ocurrir a cualquiera en cualquier ciudad, empero la obra, por otros medios que trataremos de mostrar, no podría ser sino bonaerense. Lo que diferencia a Onetti no es la exhibición de la tragedia connatural a toda existencia, no. El rasgo diferenciador es su forma de comprender la vida misma, su sinceridad descarnada frente a fenómenos que otros intentan describir con metáforas, su gesto de rasgar las ilusiones de comunidad, amor, amistad, incluso de ternura: una mujer embarazada es descrita por él como una masa de carne repugnante, en franco proceso de pudrición, invadida por otro pedazo de materia también mortal; la mujer, a medida que envejece, es vista como la encarnación del fracaso, lo mismo que los hombres, todos en las obras de Onetti se envilecen, se destruyen, se rompen y sus fracturas se expresan en el desmoronamiento de sus cuerpos, en sus vestuarios cutres, en sus movimientos vulgares, en sus pensamientos mezquinos. Así, podemos hablar de una estética de la fealdad como uno de los caminos expresivos en la literatura onettiana.
A propósito, hay una diferencia que es preciso resaltar entre los autores del llamado Boom latinoamericano y Juan Carlos Onetti. Como hemos intentado mostrar, el autor uruguayo publicó sus primeras novelas en medio de un entorno artístico que aún no era muy proclive a la experimentación literaria tal como él la practica (al menos a los experimentos con el lenguaje, con la estructura del relato y con el tipo de historias narradas). Con algunas excepciones, la mayoría de los escritores estaban todavía anclados a estilos y contenidos decimonónicos y confiaban de cierta forma en la identidad. Onetti sigue el camino inaugural de otro gesto, el del pesimismo y de la anomia: “¡Oh juventud sin ideales…! ¿A quién echamos la culpa? ¡Si ya no es posible creer en nada, ni en Berlín ni en Londres!... Fíjese, ese es el síntoma más grave de descomposición.”; el del desencanto y de la fragmentación del sujeto en mil pedazos que ya no delimitan su rostro: “Todo está en que yo sea yo y no otro. Yo, que me llamo así y de ninguna otra manera. Casi todo queda encerrado en uno y no hay comunicación. El arte y la borrachera y estar viviendo junto a los demás y la muerte.”
Si quieres saber más de las obras y la vida de este escritor, visita http://www.onetti.net/
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