Lo que fue confianza se tornó en ilusiones rotas.

Darío Ruiz Gómez

La marcha de la Dignidad reunió en Madrid a más de un millón de personas que protestaron por la falta de empleo, la privatización de la salud, el hambre. De la noche a la mañana lo que estuvo regido en España por el optimismo en la prosperidad, se tornó en desesperación ante la falta de empleo. Lo que fue confianza se tornó en ilusiones rotas. Esta desilusión se convirtió en el siglo XX en el Nihilismo o sea en el caer en la nada existencial. En el interregno que va de la terminación de la primera guerra mundial al inicio de la segunda, los comunistas fundamentan la esperanza en el advenimiento de una sociedad sin clases sociales pero preparan mientras tanto  patíbulos y Gulags. Ernst Bloch escribe “El principio esperanza”, Sartre siguiendo a Heidegger se limita a decir que “el ser humano es un ser para la muerte”. Teorías, especulaciones abstractas donde prevalece una triste resignación ante ese vacío.

Lo que demuestra la lucidez de Zygmunt  Bauman es señalar cómo en las tres últimas décadas las sociedades que confundieron el optimismo con el despilfarro, la esperanza con la adquisición de lujos, el futuro con el despilfarro económico fueron destruyendo sin misericordia alguna los fundamentos de la confianza mutua, de la fraternidad que une en las crisis, de la piedad que nos lleva a mirar en el rostro de los otros, nuestra propio destino. El consumismo no deja en su caída la imagen de un desempleado sino de un exconsumidor o sea de alguien que busca empleo en una economía en la cual el trabajo ya no cuenta. Lo contrario de lo que sucedió durante el llamado Crac del 29 cuando la ruina del sector financiero arrastró hacia la miseria a los trabajadores, empobreció los campos. La novela norteamericana nos dio la imagen de estos desempleados que hacen cola para recibir una sopa, que se vuelven vagabundos, o como en el caso de las mujeres se dedican a los oficios más humildes para sacar adelante a sus hijos.

Cuentos y novelas de William Saroyan pasaron a ser desde entonces la imagen de nuestra propia familia, el valor humano de la candidez, de la fuerza de lo solidario frente a la crueldad del sistema económico. Pensadores católicos como Gabriel Marcel  acompañaron al pobre recuperando la fe. Esta necesaria sentimentalidad bajo la cual se creó una estética de la solidaridad humana cambia radicalmente en la crisis del modelo industrial en los años 90 y su arrasamiento de toda esperanza tal como lo podemos ver hoy cuando la criminalidad se encarga de realizar el control social, el relato ya no es el de estos perdedores sino el de la estructura criminal: el thriller ocupa el lugar de la novela como análisis de sentimientos y costumbres. Los films de Todd Solondz desnudan la patética situación de las nuevas clases medias, el vacío que tratan de llenar recurriendo al psicoanálisis, la droga y la pornografía, la violencia convertida en espectáculo y la política en prolongación de un terrible simulacro.

La marcha de la Dignidad fue aprovechada, finalmente, por un grupo de agitadores en una feroz asonada para destruir lo que, para ellos, representa el escenario de lo que odian, cajeros, bancos, farmacias. Pero ¿qué piensan los verdaderos actores de la marcha o sea los desempleados, los muertos de hambre, los sin porvenir? ¿Qué pasó con los anteriores indignados? Amarga situación la de los parados: no contar con voceros propios. Ya sabemos lo que pasó con el falso líder agrario en Colombia, y nos damos cuenta de que los simuladores están tratando de ocupar el lugar de quienes deben ser los líderes espirituales de la comunidad en esta sin salida.

 P.D. Loable propósito el del Foro Urbano Mundial: ciudades para la vida.