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Cocina y comida

SonoGustoso. Episodio 2. Las azoteas y las guardianas de la tierra. ¡Podcast!

Hay espacios que desafían su propia definición. Las azoteas de Guapi además de patios traseros con huertas, son universos elevados sobre pilotes, jardines suspendidos donde florecen hierbas, frutos y saberes que sostienen la vida misma. Territorios de resistencia y organizaciones que parten del cilantro como tejido, donde cada planta cuenta una historia de autonomía, cada semilla es un acto político y cada cosecha alimenta el cuerpo y la memoria colectiva guapireña.

En el Pacífico colombiano, donde el agua gobierna los ritmos de vida, las azoteas se convierten en espacios estratégicos de soberanía alimentaria y autonomía organizativa. Son huertas que guardan historias, resistencias y soberanía alimentaria. Más que patios: son ecosistemas completos donde la tierra se cultiva en diálogo constante con el río, el mar y la selva.

No es casualidad que sean las mujeres quienes han transformado estos lugares en verdaderos laboratorios de soberanía alimentaria. Soraida Montaño, doña Teófila Betancurt y doña Marcelina Solís son apenas tres voces de un coro mucho más amplio de la Fundación Chiyangua. Ellas son las guardianas de este espacio, donde han tejido en cada semilla una herencia de comunidad y futuro.

Cuando recorres una azotea en Guapi, ves un sistema complejo de conocimientos transmitidos por generaciones: qué hierbas crecen juntas, cuáles necesitan más sombra, cómo aprovechar cada rincón según la luz del sol, qué especies medicinales deben estar siempre a mano, cuáles son las especias, ramas y aromáticas esenciales para la cocina tradicional.

Allí conviven la chiyangua para todas la preparaciones, el cimarrón para los caldos, el orégano para los guisos, el poleo para las digestiones difíciles, el limoncillo para las fiebres, la albahaca que perfuma el arroz. Pero también están los frutales: la papaya que madura al sol, el plátano que nunca falta, el chontaduro que marca las temporadas. Cada planta tiene su propósito, su momento, su lugar en el ecosistema doméstico.

Este conocimiento es resultado de años de observación, experimentación y diálogo con el territorio. Las guardianas saben leer los ciclos del río, anticipar las lluvias, entender cuándo el mar traerá brisa salada que puede afectar ciertos cultivos. Sus investigaciones en el día a día son tan valiosas como cualquier estudio académico, aunque raramente se reconozcan como tal.

Las azoteas representan algo fundamental que a menudo se invisibiliza: la autonomía económica y cultural de las mujeres. En un contexto donde los alimentos procesados llegan cada vez con más fuerza, donde las semillas transgénicas amenazan las variedades locales, donde la dependencia del mercado se impone como única opción, estas huertas elevadas que conocemos como Azoteas son espacios de libertad.

Doña Teófila lo sabe bien. Cada mañana revisa sus cultivos, cosecha lo necesario para el almuerzo, identifica qué necesita atención. No depende completamente del mercado para alimentar a su familia. Tiene control sobre lo que come, sobre lo que cocina, sobre lo que transmite. Eso es soberanía alimentaria en su expresión más pura y cotidiana.

Soraida Montaño, por su parte, ha convertido su azotea en un espacio de experimentación constante. Cuando ella abre las puertas de su mundo cotidiano, descubrimos que su trabajo diario es también investigación aplicada: prueba nuevas combinaciones, recupera semillas que estaban desapareciendo, intercambia conocimientos con otras mujeres del barrio. Sus azoteas son explotarios (laboratorios) de biodiversidad y memoria.


Hay que decirlo claramente: sembrar en las azoteas de Guapi es un acto de resistencia. Es resistir a la uniformización alimentaria, a la pérdida de conocimientos ancestrales, a la dependencia económica. Es decir "nosotras sabemos cómo alimentarnos, conocemos nuestro territorio, guardamos las semillas de nuestros ancestros y ancestras". Cada planta que crece en una azotea es un puente entre el pasado y el futuro.  La azotea es su aula, la farmacia, una despensa y su legado.

Lo más extraordinario de estas azoteas es que no existen en aislamiento. Están en diálogo permanente con el río, el mar y la selva. Las mujeres saben que el agua dulce que sube con las mareas nutre de cierta manera, que la brisa marina trae sal y minerales, que los pájaros que vienen de la selva traen semillas en sus patas y su plumaje.

Este entendimiento profundo del territorio hace que cada azotea sea única, adaptada a su microclima específico, a su relación particular con los elementos. No hay dos azoteas iguales porque cada una responde a las condiciones específicas de su ubicación, a los saberes particulares de quien la cuida, a la historia familiar que la habita.

Estos espacios sostienen la cocina tradicional de formas que apenas comenzamos a comprender. Sin las hierbas de las azoteas, muchos platos perderían su identidad. Sin el conocimiento de estas mujeres sobre ciclos, combinaciones y usos, se perdería un patrimonio inmaterial invaluable.

Este conocimiento profundo ha quedado plasmado en cartillas fundamentales para la preservación de estos saberes. "Las Azoteas un embrujo natural" documenta precisamente esa magia cotidiana: cómo estos espacios aparentemente simples contienen universos completos de biodiversidad, técnicas agrícolas adaptadas al territorio y sabiduría acumulada durante generaciones.

El título no es casual: hay algo de encantamiento en ver cómo la tierra produce en lo alto, suspendida entre el cielo y el agua, desafiando las lógicas convencionales de la agricultura. Es un embrujo natural tejido por manos de mujeres que conocen los secretos de hacer florecer la vida donde otros solo verían limitaciones.


Complementando este trabajo, "Las Azoteas: El sabor y el aroma de la cocina tradicional guapireña" establece el vínculo directo entre lo que crece en las azoteas y lo que llega a la mesa. Porque no se puede entender la cocina del Pacífico sin conocer de dónde vienen sus ingredientes, quién los cultiva y por qué ciertas hierbas son insustituibles en determinados platos.

Estas cartillas son registros, documentos y herramientas de preservación (transmisión del patrimonio cultural inmaterial) y resistencia cultural, materiales etnoeducativos que permiten que el conocimiento de las guardianas llegue a nuevas generaciones de forma organizada, sin perder su esencia oral y práctica.

Las azoteas son archivos vivos de biodiversidad, bancos genéticos comunitarios y formas alternativas de organización y resistencia, donde se preservan variedades adaptadas a las condiciones específicas del territorio. Son espacios de investigación empírica donde las mujeres, sin laboratorios ni títulos académicos, realizan trabajo científico de primer nivel todos los días.

Pero quizá lo más hermoso de las azoteas es su dimensión comunitaria. Las semillas se intercambian entre vecinas, los esquejes viajan de casa en casa, los consejos se comparten en las tardes, las cosechas se regalan cuando abundan. Las azoteas tejen redes invisibles pero sólidas de apoyo mutuo, solidaridad y cooperación.

Cuando Soraida, Teófila y  Marcelina abren las puertas de su mundo cotidiano, nos están mostrando un modelo de vida donde la autonomía es posible, donde el conocimiento ancestral tiene valor, donde las mujeres y las plantas son protagonistas fundamentales de la sostenibilidad.

Cocina y comida

SonoGustoso. Episodio 1. Guapi sabe a tradición. ¡Podcast!


Cocinar es más que mezclar ingredientes. Cada plato que sale del fogón lleva consigo memorias, bienestar y dignidad. Con este proyecto queremos entender cómo la cocina construye identidad, cómo resiste, cómo cuenta historias que ningún libro de historia oficial te va a contar. Y Guapi nos abrió sus puertas. Mejor dicho, sus fogones. Las mujeres nos enseñaron a escuchar.

Nuestro primer episodio —"Guapi sabe a tradición. Donde la cocina es memoria y el río cuenta historias"— nace de los encuentros con las mujeres de la Fundación Chiyangua. Ellas son las guardianas de la tradición culinaria del Pacífico, sabedoras que mantienen viva la memoria entre mareas, manglares y un río que no deja de contar historias.

Nos contaron algo que nos voló la cabeza: las sabedoras de las comunidades anunciaron que esta Fundación nace en los años noventa, en una azotea llena de hierbas medicinales, aromáticas y de condimento. Y que cada comunidad tendría su réplica como símbolo de organización colectiva, identidad y patrimonio cultural.

Una azotea como acto fundacional. Plantas que curan, sazonan y conectan. Eso es Guapi: donde lo sagrado y lo cotidiano se cocinan juntos. 

Aquí nos adentramos en: 
  • Fogones que son espacios de resistencia: cada receta tradicional es un acto político, una forma de decir "aquí estamos, esto somos".
  • Saberes ancestrales transmitidos entre mujeres: de abuela a nieta, de fogón a fogón, con las manos en la masa y el corazón en el territorio.
  • La conexión profunda entre palabra, música y alimento: porque en Guapi no se cocina en silencio; se cocina con décimas, arrullos y la cadencia del Pacífico.
  • Patrimonio vivo que respira: no hablamos de folclor embalsamado, sino de tradiciones que se adaptan, evolucionan y se reinventan sin perder su esencia.

¿Para quién hicimos esto? Para ustedes, que:
  • Les apasiona la gastronomía como fenómeno cultural (y no solo como tendencia instagrameable).
  • Quieren entender cómo la comida construye identidad y comunidad.
  • Buscan voces auténticas, sin filtros del mainstream gastronómico.
  • Estudian antropología, cocina, estudios culturales, historia... o simplemente son curiosos insaciables.
  • Creen que la cocina puede ser un acto de resistencia y memoria.
Entre los testimonios que grabamos, descubrimos referencias al libro "Cantando historias. Entre versos y coplas", ese compendio donde la oralidad del Pacífico se hizo texto como proceso de memoria y duelo colectivo. Porque en Guapi, contar, cantar y cocinar son formas del mismo arte de preservar lo que nos hace humanos.

Este podcast es para escucharlo con atención, preferiblemente con los ojos cerrados, dejando que las voces de estas mujeres te transporten a ese territorio donde el mar y el río se encuentran, donde la selva abraza las casas y donde cada plato es un manifiesto, un canto a la vida.

Cocina y comida

 Saberes y sabores del Pacífico: Memorias culinarias y sonoras de Guapi

Hay proyectos que trascienden el papel y se convierten en actos de resistencia cultural. SonoGustoso, saberes, sazones y sabores de Guapi en el Pacífico colombiano es uno de ellos: una iniciativa que busca rescatar, documentar y celebrar la cocina tradicional de Guapi, Cauca, a través de las voces que realmente importan: las de las mujeres, los abuelos y las abuelas que han guardado estos conocimientos como tesoros vivos durante generaciones.

A través de las historias, las recetas y los cantos, este docupodcast es un ejercicio de memoria colectiva donde los sonidos del ambiente y el hacer cobran protagonismo: el golpe del pilón machacando el plátano, las golpes y maniobras de las manos que organizan la azotea, el chisporroteo del aceite al recibir el pescado fresco, las conversaciones en las cocinas de humo, la lluvia que suena en los tejados, el ritmo del mar que marca los tiempos de la piangua. Cada sonido cuenta una historia, cada técnica es un saber ancestral transmitiendo vivo.

La propuesta es necesaria: mapear la diversidad biocultural de Guapi desde sus fogones, reconociendo que la cocina no es solo alimentación, sino identidad, autonomía, territorio y resistencia. Es entender que cuando una abuela enseña a preparar el encocado, los aborrajados u otro plato, no solo transmite una receta: transmite una cosmovisión, una relación con el manglar, con el río, con la selva y con la comunidad.

 

Los pilares del proyecto

1. Documentar para avivar y convocar

El primer objetivo es claro: rescatar los saberes culinarios que han sobrevivido gracias a la oralidad. En un mundo donde todo se escribe y se digitaliza, estas tradiciones han resistido en la memoria de las cocineras tradicionales, las piangueras y las ancianas de Guapi, lideresas de la Fundación Chiyangua.

A través de entrevistas profundas, se recopilan historias de vida, recetas de algunos platos, las técnicas que requieren años de práctica, los secretos que solo se aprenden observando. Todo esto se convertirá en los cinco capítulos en un repositorio sonoro, disponible para investigadores, cocineros, estudiantes y, sobre todo, para las futuras generaciones que merecen conocer de dónde vienen.

2. Darle valor a los oficios y saberes

Hay una intención política en este proyecto: visibilizar saberes y oficios que históricamente han sido menospreciados o poco visibilizados. Las matronas cocineras guapireñas, muchas de ellas piangueras, todas mujeres que se internan en los manglares en condiciones extremas, son expertas ecológicas, magas del cuidado y el bienestar, y conocedoras profundas de los ciclos de la naturaleza. Las cocineras tradicionales son científicas empíricas, custodias de técnicas milenarias de conservación, fermentación y transformación de alimentos.

Este proyecto les da voz, les da espacio, les reconoce su lugar fundamental en los patrimonios culturales inmateriales del Pacífico colombiano asociados como la partería, las músicas de marimba, los bailes y cantos tradicionales.

3. Promover las identidades afro desde lo local hacia el mundo

La tercera pata del proyecto es la difusión. Se crea un seriado de cinco episodios temáticos que exploran diferentes dimensiones de la cocina guapireña: ingredientes locales únicos, platos emblemáticos, la comida en la vida cotidiana y en las festividades. Cada episodio es una ventana a un universo cultural afrocolombiano.

El sueño es ambicioso: posicionar la riqueza culinaria de Guapi como parte fundamental del patrimonio cultural inmaterial del Pacífico colombiano. Porque cuando reconocemos nuestros saberes, sazones y sabores y el mundo conoce y valora estas tradiciones, se generan condiciones para su preservación, emprendimiento y continuidad.

Un legado que se escucha


SonoGustoso es, en esencia, un proyecto de memorias y justicia cultural. Es reconocer que en cada plato de papachina, en cada plato con las hierbas de la azotea, en cada viche de mariscos, hay siglos de conocimiento acumulado, de adaptación al territorio, de creatividad en contextos de escasez y de celebración comunitaria.

Es entender que la cocina del Pacífico es patrimonio inmaterial, territorio sonoro, biocultural y afectivo. Y que preservarla es una forma de decir: aquí estamos, así vivimos, esto somos y lo compartimos, se los legamos. 

Porque mientras haya una abuela enseñando a preparar un alimento y a hacer la azotea,, mientras suene el pilón en las madrugadas y las piangueras conozcan los secretos del manglar, Guapi seguirá viva en cada bocado, en cada historia, en cada sabor que suena y cuenta un territorio de selva, río y mar.

Gastronomía en la Estética Expandida

Charles Haynes.  “La revolución gastronómica está en marcha”
Philosophiemagazine # 75  diciembre 2013/enero 2014
Durante mucho tiempo la filosofía ha puesto mala cara para sentarse a la mesa.  Demasiado subjetiva, incapaz de llevar a lo Verdadero, lo Bello y el Bien, la cocina ha sido juzgada mal, antes de ser reconocida como una experiencia universal que implica de acá en adelante a todos nuestros sentidos y que está ligada a nuestra condición humana, demasiado humana.

Para “regenerar” al pueblo italiano, el escritor futurista Marinetti propuso, en 1931, que se suprimieran las pastas, fuente de melancolía, de fatalismo y de pereza.  Entre las recetas de la Cocina futurista, se encuentra el Ultraviril, cola de bogavante recubierta con lengua de ternera en tajadas, o el Porexcité, salami presentado en medio de un charco de café y de agua de Colonia.  Para Marinetti, construir un hombre nuevo implicaba al revolución culinaria.  Pero en Italia, los spaghetti han hecho la resistencia.  Incluso mientras tanto han conquistado el planeta.

Es raro que la cocina evolucione brutalmente.  El gusto se toma su tiempo; absorbe las novedades con desconfianza.  Ocurre incluso que los hábitos alimenticios frenen las adaptaciones vitales.  Confrontados en el siglo XV con una nueva glaciación, los habitantes escandinavos de Groenlandia no lograban ya producir ni cereales ni carne.  Antes que adoptar el régimen a base de pescado y de bayas de sus vecinos los inues, los escasos sobrevivientes hambrientos se devolvieron para Noruega.  

Nuestras costumbres culinarias nos atan, y no se reducen a una cuestión de aporte nutricional.  Si tomáramos nuestra ración calórica cotidiana en forma de pastillas, quedaríamos con hambre.  La cocina y la satisfacción del gusto tienen que ver con un conjunto complejo, no solamente de sabores sino de recuerdos, de presentaciones, de texturas y de colores.  Subjetivo, conectado a la historia del grupo y del individuo, el sentido gustativo parece rebelde a la empresa racional, pero sin embargo es objeto de transmisión, de imitación y a veces de transgresión.

¿Por qué la filosofía ha desconfiado del gusto?
En exceso variable, demasiado dependiente de la aprobación individual, el gusto permanece descartado en la historia de la filosofía.  Kant le niega el acceso al juicio universalizable que sí le concede a la vista y al oído, y no le deja ningún sitio al alimento en la Crítica de la facultad del juicio (1790).  Él dice que por la nariz y por el paladar sólo se accede a sensaciones singulares.  El que saborea permanece solo con juicios de valor que sólo a él le conciernen.  Hegel llega igualmente a la conclusión de que el sentido del gusto no tiene nada que ver con el placer del arte.  Según él, el olfato, el tacto y el gusto “sólo tienen que ver con elementos materiales y sus cualidades inmediatamente sensibles”, “la impresión de proximidad que se experimenta cuando se gustan los alimentos rompe la distancia crítica entre el que percibe y lo percibido”.  En el sentido gustativo, el cuerpo está demasiado vecino del cuerpo.  El espíritu permanece separado de sí mismo, duerme aún en la tumba de la naturaleza.

Es a medida que el mundo occidental se libera de una penuria secular de alimento, que el gusto, la dietética e incluso la cocina logran entrar en la escena filosófica.  La abundancia de alimentos autoriza la pregunta por el “cómo” nutrirse, mientras que la inmanencia sin Dios a la que se reduce de acá en adelante la condición humana da una importancia crucial al cuerpo y a lo que él ingiere.  El sentido gustativo toma una dimensión nueva desde que se habita no tanto la cuestión del acceso a lo Verdadero, a lo Bello y al Bien, sino una búsqueda liberadora de la potencia del cuerpo y del espíritu.

“¿Cómo –pregunta Nietzsche en Ecce Homo (1888) – debes alimentarte para alcanza el máximo de tu fuerza?”.  Nada es más importante para la edificación del sí mismo nietzscheano que la cuestión del régimen y del gusto.  Si el alimento es una fatalidad, en lugar de desdeñarlo, amémoslo.  Para Nietzsche, uno no elige su cocina; se comprende su pendiente y se la sigue.  Si proscribe las carnes demasiado hervidas, las legumbres grasas y harinosas de la cocina alemana, no es a nombre de un gusto absoluto, sino del suyo propio, y porque esto no le conviene a su salud física y espiritual.  En un sentido, Nietzsche es el precursor de la dietética personalizada actual, pues casi pone en esta cuestión una energía sublimadora reservada al arte y a la religión.  El régimen voluntario está en el centro de un deseo de producir activamente lo que uno es, es decir su cuerpo, de querer intensamente su propio destino en lugar de padecerlo.

Prometeo y los omnívoros
Ciertamente el sentido gustativo no es la vía real que conduce a las verdades universales.  En cuanto a los hábitos culinarios, ellos son innumerables y contradictorios.  Y sin embargo el acto de cocina es universal.  Nuestras gastronomías y nuestros gustos cambiantes manifiestan algo de nosotros en su diversidad; el humano es una especie animal incompleta e inacabada, condenada a inventar, y por tanto a cocinar, para vivir.  Nos conducen al mito de Prometeo, tal como Protágoras se lo cuenta a Sócrates: “Todas las especies están armoniosamente provistas de todo, excepto el hombre que permanece desnudo…”  Privado de herramienta natural, el hombre tampoco tiene una alimentación específica.  Como tampoco dispone de la piel del oso para protegerse del frío polar, no tiene la hoja de eucalipto que le es suficiente al koala, ni la nuez amazónica que harta al ara del Brasil.  El omnívoro tiene derecho a todo, pero nada le es suficiente.  Está siempre buscando un suplemento, un complemento.  Por lo mismo, no cesa de probar, de adoptar o de rechazar el alimento, desgarrado entre el deseo de novedad y la desconfianza por lo desconocido.  Es lo que Claude Fischler, sociólogo de la alimentación, llama la “neofilia” (amor por la novedad) y la “neofobia” (rechazo de la novedad), ligadas a nuestra condición de omnívoros.  Ahora bien, dice Fischler, “una de las funciones de la cocina es resolver la tensión entre neofilia y neofobia.  Esta resolución es la familiarización; la cocina está ahí para acomodar”.  La cocción de los alimentos es una domesticación de lo nuevo.  Tanto para el individuo, porque ella le hace más digestiva una materia prima ingrata, como para el grupo social, al hacer entrar el alimento desconocido en lo familiar, es decir en la cultura.  “Lo que es nuevo se lo acomoda a una ‘salsa’, es decir se lo integra a un contexto”, dice Claude Fischler.  En cuanto al salto prometeano de la cocción, no es una “elección de cultura” caída del cielo; está ligada a nuestra condición de especie sin nicho estable, consagrado a transformar sin fin los alimentos.

Quien dice cocina dice basculamiento en una cultura que se desliga de lo biológico.  En efecto, la neofilia o la neofobia de las sociedades humanas van mucho más allá de lo puramente comestible o tóxico, contrariamente a lo que le pasa a otras especies omnívoras, como la rata o el mono.  Dentro de un vasto conjunto de géneros comestibles, nuestras escogencias de acomodar, de sazonar, de hervir, de ahumar o de hornear, tienen que ver con una lógica interna.  Desde entonces, es tentador interrogar a un sistema culinario como una entidad autónoma, que sólo se compara con otros sistemas culinarios.  Tal es la inspiración del pensamiento estructuralista que considera la cocina como un puro sistema de diferencias, equivalente a un lenguaje.  Es el sentido de los trabajos de Claude Lévi-Strauss en lo Crudo y lo cocido (1964), y más recientemente de la antropóloga británica Mary Douglas.  Para el etnólogo francés, poco importa el contenido de la receta, pues no hay original.  Sólo cuentan las variantes, que expresan la lógica inconsciente de una cultura.  La chucrut sólo interesa por el sistema de sus variaciones.

Melting-pot y arte contemporáneo
La validez formal de las estructuras culinarias descritas por Lévi-Strauss, a menudo sólo tiene igual en su inmovilidad.  Le es difícil a la etnología estructuralista explicar por qué y cómo se mueven las estructuras.  Ahora bien, estamos hoy en un melting-pot mundial, confrontados a un doble movimiento: no solamente las cocinas evolucionan de manera interna sino que no cesan de mezclarse, y los dos fenómenos están ligados.  La inmovilidad culinaria reposa ora sobre las condiciones cuasi a-históricas de las sociedades estudiadas, lo que es el caso en los “primeros pueblos”; ora, sobre una codificación extrema que produce una ficción de inmovilismo, tal como la cocina francesa se la conoció hasta los alrededores de 1970.  Ahora bien, actualmente la harissa llegó en la ternera Marengo como la salsa de soja en las zanahorias rayadas, mientras que la hamburguesa conquista el planeta con los ingredientes de borde.  La tensión entre neofilia y neofobia se perpetúa en el seno mismo de la cocina.  Es uno de los motores de su evolución.  Vamos hacia lo familiar, pero no soportamos la monotonía.  Incluso si la memoria gustativa es una de las más fieles y de las más tenaces, termina por ceder ante al extrema movilidad contemporánea de los productos y de los modos de preparación.

Esta movilidad se reencuentra en la “alta cocina” que evoluciona siguiendo el ritmo de las corrientes artísticas.  Por lo demás, sus efímeros productos la acercan al ideal del arte contemporáneo.  En Francia, a partir de 1973, la “Nueva Cocina” aligera las cocciones, utiliza una tecnología moderna y se preocupa por la dietética.  Los nombres de los platos exhiben la transparencia: la “concha San-Tiago al hinojo” reemplaza la “poulardetrufféedemi-deuil” o el “turbot sauce Colbert”.  Las salsas de mantequilla espesadas con harina desaparecen en provecho del simple jugo de cocción.  El arte culinario evoluciona entonces hacia un goce multisensorial que asocia el gusto con el tacto (temperaturas, texturas) y la vista.  El “chef” cocinero ya no es un ejecutante, inventa y crea.  El filósofo Yves Michaud echa una ojeada a las creaciones de FerráAdriá, estrella contemporánea de la cocina: “Como en una galería de arte, se tiene una experiencia estética que juega con la exacerbación de ciertas cualidades y sensaciones en la gratuidad de una investigación.  El sustrato de este ‘alimento’ es tan inmaterial como sea posible, una especie de excipiente sobre el cual colocar y poder degustar las cualidades más frágiles.  Una infusión de atún ahumado y de algas, hecha en su presencia y usando una tetera; un capuchino de guisado de liebre parecido a un expresso, pero donde el café se mezcla con la liebre, dicen más de lo que yo podría describir”.  Pero, en esta hipérbole del gusto, Michaud subraya el riesgo bajo forma de chascarrillo: “Cuando el arte se hace objeto de una percepción sinestésica [que asocia muchos sentidos] y cenestésica [que asocia todos los sentidos] ya no es al museo a donde hay que ir ¡sino al restaurante o a la discoteca!  Evidentemente, esto cambia mucho de lo que se llamaba… la ‘estética’, al mismo tiempo que la restablece probablemente a lo que se debe entender por ella etimológicamente hablando: una experiencia sensible que no es una percepción clara y distinta”.  Sin embargo, transformar la cocina en arte total colocando el gusto en el centro de la estética no es algo evidente; como lo había comprendido Hegel, en el acto gustativo, la gran proximidad entre la percepción y lo percibido arriesga con privarnos de una dimensión universal.

Una pasión contemporánea
Actualmente, transformada en espectáculo con la mediatización de los “chefs”, la creación culinaria se vuelve una pasión del gran público.  Cursos y concursos de cocina en cada canal de televisión, blogs innumerables, se trata también de mostrarse en la cocina, de transmitir inmediatamente su creación, de comparar, seleccionar, notar.  ¿Cuál es el sentido de esta nueva moda?  Como la foto o el video de los años 1980, la cocina le permite a cada uno apropiarse de una forma de creación artística.  Expresa el gusto de producir su propia vida, a la manera lúdica de un demiurgo.  Segundo, ella restablece un vínculo que arriesga con desaparecer en la deriva de un individualismo alimenticio.  La “coca individual” y los horarios flexibles multiplican a la gente que come sola, mientras que la pequeña ceremonia culinaria los reúne.  Tercero y sobre todo, el rito de la cocina nos ayuda a conjurar la angustia del producto comestible no identificado.  Si ya no sé qué como, corro el riesgo de ya no saber quién soy.  La cocina, lo mismo que los regímenes individuales, permiten reapropiarse el alimento, nombrarlo, manipularlo, “originarlo”.  A través de ese gesto cotidiano, el individuo consumidor busca volverse una persona que come.  En alguna parte entre la necesidad alimenticia y el puro lenguaje, la cocina es una gesto perpetuo de definición de sí mismo.

Para leer más:
Claude FischlerL’Homnivore (Odile Jacob, 1990)
Claude Fischler. Manger, mode d’emploi?(PUF, 2013).
Claude Lévi-StraussMythologiques, t. 1: Le Cru et le Cuit (Plon, 1964).
Yves MichaudL’Art à l’étatgazeux.Essaisur le triomphe de l’esthétique(Stock, 2003).
Michel OnfrayLa Raison gourmande. Philosophie du goût (Grasset, 1995).

tr. Luis Alfonso Paláu.Medellín, noviembre 28 de 2013.
Luis Alfonso Paláu Castaño: Profesor Titular jubilado de la Facultad de Ciencias Humanas y Económicas de la Universidad Nacional, sede Medellín. Profesor de Historia de las ciencias de la Escuela de estudios filosóficos y culturales de la misma Facultad. Licenciado en Filosofía y Letras de la Universidad Pontificia Bolivariana. Magíster en Historia de las ciencias del Instituto de Historia de las ciencias y de las técnicas de París. Doctor en Historia y filosofía de las ciencias de la Universidad de París I (Sorbona-Panteón). Fundador en 1980, y coordinador hasta 2004, del primer Seminario permanente en Colombia de Historia de la biología. Ha hecho cuatro lecturas en seminario de las obras de Michel Serres. 
En este momento el libro de Pulgarcita está a la espera de algún editor u organización que desee publicar su traducción.