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La Ciudad Graffiti

Nos están robando el horizonte

Experimentación con IA a partir de analogías a la obra Horizontes de Francisco Antonio Cano y las visuales alusivas a la construcción de edificios en la zona de Las Palmas de Medellín. Imagen tomada de la red social X por Josty. 2025.
¿Ustedes también han notado en las últimas semanas cómo en Medellín nos están robando el horizonte? Como escritor de graffiti me he venido preguntando seriamente por el ascenso aparentemente silencioso de ese edificio que se levanta cada día más en ladera oriental, sobrepasando el borde de la montaña en la zona de Palmas.

¿Cuál es el sentido de estar peleando entre nosotros por muros cada tanto, y quedarnos pasivos cuando nos roban hasta el paisaje? En mis años como escritor de graffiti una de las cosas que este mismo hacer me ha enseñado de mil maneras es que el Graffiti es una pregunta por la ciudad, por lo que siendo de todos a veces no es de nadie.

Y entonces ¿el paisaje qué? ¿no nos importa porque no es un muro para satisfacer nuestro ego y aspiraciones? El paisaje y el hábitat son derechos fundamentales para nosotros como escritores, artistas, ciudadanos y seres humanos, pero no nos atrevemos a levantar la mirada del nivel del suelo. Qué chimba que podamos pelear por nuestros derechos como nos paramos por un spot, que no seamos espectadores pasivos de un boom inmobiliario -porque nos da muritos pa pintar-, compradores compulsivos que dependen de una multinacional que nos haga las pinturas, y seres que viven de espaldas a su mundo como esa gente que anda muy feliz trabajando como si nada con el matagatos ese que quiere ser dizque presidente (o mercader del poder).

El graffiti es una voz poderosísima, ustedes lo saben; ellos también. Por eso tratan de usurparla, de callarla, si no es con unas Lukas, será con el garrote, así como quieren usurpar el paisaje. Mientras la ciudad, la naturaleza y el placer del goce estético ¿para quiénes son? Nos dicen que tenemos que renunciar a una parte del paisaje, de nuestro Horizonte, para que los más ricos puedan tener una vista privilegiada, esos mismos poderosos que dicen proteger no sé qué tradiciones antioqueñas pero son los primeros que salen a vender hasta el paisaje que han romantizado al extremo de convertirlo en una comedia rosa, insípida y traqueta.

Luego vendrán por más, ya saben lo que decía Gabo de lo que va a pasar con el culo de los pobres cuando la caca tenga algún valor, a ese poder de siempre no le importaría hipotecarnos de por vida, vean que vivimos en una ciudad cada vez más privada, y el graffiti andando con veleidades superficiales, actuando como agente esencial de la gentrificación sin mediar reflexión, divorciado de la historia y sin vocación de poder aparte de la que le impongan los mecanismos institucionales.

Josty

El urbanismo como mentira.

Darío Ruiz Gómez


Las noticias sobre San Francisco son alarmantes: una burbuja inmobiliaria está poniendo en peligro la escala de la ciudad, esa equilibrada manera de hacer convivir el viejo casco urbano inmortalizado por tantos films, con la ciudad de los rascacielos. En Barcelona, Madrid los centros históricos llenos de vida, están siendo amenazados por un inesperado cambio de usos en lo que respecta a tipologías como farmacias, panaderías, librerías, para ser remodeladas para nuevos usos. Ya en los años 60 los bancos se levantaron destruyendo los viejos cafés tradicionales. Italia había marcado la pauta en cuanto a destrucción de estos patrimonios y su sustitución por arquitecturas comerciales que al entrar en desuso –a veces rápidamente- muestran su incapacidad para morir con dignidad estética. Este fenómeno, tal como lo evidencian tres novelas recientemente aparecidas, ya había sido analizado como una amenaza de la codicia irracional de los capitales emergentes.

En “Especulación” escrita por el genio de Thomas Wolfe en 1929, se denuncia los desastres que la especulación urbana causa en su ciudad natal como resultado de la codicia desmedida de grupos de empresarios, el paisaje, lo construido no cuentan en su afán desmedido de venta de terrenos para la especulación, de créditos de hipotecas, de construcciones sin las especificaciones necesarias y este huracán a cuyo paso se arrasa la conciencia moral, la justicia y que terminará en la desolación de la catástrofe financiera del llamado Crac del 29 recuerda lo que el capitalismo del siglo XIX supuso en Chicago imponiendo la fealdad. Aquello que Mumford llamó las “décadas oscuras”. La lucha de los grandes pensadores oponiéndose a estos atropellos es la historia de la incomprensión, de la intolerancia de los servidores de esta especulación “a nombre del progreso”.

La novela de Jhon Mortimer “El regreso de Titmuss” describe con ironía las preocupaciones de un personaje, heredero de un pequeño valle inglés y sobre cuya belleza va a caer un irracional plan de viviendas de altos costos, clubes sociales, piscinas o sea el escenario de los nuevos ricos manipulados en sus gustos por estos capitales y configurado por planificadores de ocasión como un verdadero Plan Parcial. El urbanismo como mentira. En este sentido y con tonos más vitriólicos la novela “Crematorio” de Rafael Chirbes – convertida en una buena serie televisiva- se adentra en el mundo corrupto surgido desde los trasfondos de esta economía, personajes podridos espiritualmente como Rubén el inescrupuloso constructor de estos grandes edificios edificados sobre la codicia desmedida, sobre el más despiadado arribismo y simulación cultural. Para Chirbes la destrucción del paisaje se convierte en el marco de referencia de este despeñadero moral porque el paisaje que desaparece fue el hábitat construido a través de generaciones de ciudadanos capaces de llenarlo de significados.

Liberen la mirada y fíjense en la manera acelerada con que una especulación sin escrúpulos respecto a los valores ambientales, defensa de las aguas, de los bosques nativos, del paisaje construido a lo largo de años por manos amorosas, está acabando de destruir un patrimonio como el del Oriente antioqueño. Conceptos manipulados como el de uso mixto han permitido que la vía de Llano Grande se llene de ventas improvisadas de materiales de construcción a la vista, al lado de malls que ya parecen abandonados a su suerte y por supuesto a un prematuro fracaso comercial. Urbanizaciones dislocadas unas de otras, la creciente contaminación de los ríos, han llevado por falta de planificación, de un  verdadero Plan Urbanístico, a un desorden que con el paso de los días convertirá este sector en una conurbación  desafortunada. Sin diseñadores gráficos, sin paisajistas, sin verdaderos defensores del medio ambiente, lo que debió ser un suburbio lleno de belleza y calidad de vida comienza a verse ya como el desorden y la fealdad.