Darío Ruiz Gómez
En el “Dieciocho Brumario” Marx
describe lo que sucedía a ras del reinado de Luis III el personaje que lo lleva
a decir que la Historia se da primero como tragedia –Napoleón Bonaparte- y
después como farsa caricaturesca, o sea ese lánguido gobierno de nuevos ricos,
comerciantes de baja estofa, remedando a Roma con el foro, el coliseo, vestidos
en medio de su ordinariez de patricios. La misma figura de Marianne avanzando
entre las barricadas con la bandera de la libertad, es una estampa cursi pues
perdió su significado. Crear un símbolo característico fue siempre el anhelo de
cada grupo político, Speer diseñó la emblemática nazi, la hoz y el martillo
fueron el símbolo del comunismo, los neonazis se rapan la cabeza, el puño en
alto característico de los comunistas es utilizado por derechistas, profesores,
estudiantes que se identifican con la causa indígena se disfrazan de indígenas
que no conocen, ya de la imagen del Ché se han apropiado clubes de niños
exploradores.
Porque cuando un símbolo se
desgasta, cae en la caricatura, inevitablemente. En “El gran dictador” Chaplin
comienza por caricaturizar la simbología nazi convirtiéndolo a la vez en burla
de todo totalitarismo político o religioso. El dictador Stalin se vestía de
dictador, actuaba como el fonomímico de sí mismo tal como lo hacían Castro o
Caesaescu, el Mono Jojoy. Siempre hay que inventar un enemigo para justificar
el atropello y el preferido de estos dictadores han sido siempre “los ricos” a
pesar de que ellos se hayan enriquecido descaradamente. Daniel García Peña
compañero de Petro en su carta de renuncia a ese movimiento político, lo
describe como un personaje a quien el poder deformó de inmediato, a quien las
ansias de absolutismo le inflaron el ego y lo transformaron en un ser
intratable. Rápidamente en su confusión ideológica se colocó la máscara de
supuesto líder carismático y recurrió al demagógico y peligroso argumento de
dividir la ciudad entre el Sur pobre y el Norte de los ricos malos.
No hablemos de si la sanción del
Procurador fue desproporcionada, hablemos de lo que el petrismo tenía preparado
y sacó a la plaza pública: ahí no estaban los indignados ni los pobres del Sur,
ni los desplazados, ahí estaba presentada como la “irrupción histórica de las
masas” una burocracia robotizada y aleccionada de antemano, o sea el despliegue
de un simulacro revolucionario con “guardia indígena”, escuadrones juveniles y
coros, recogidos por una red de buses. El Canal Capital se encargó de
recordarnos el papel que juega la t.v. en un régimen totalitario: consignas,
montajes, repetición de imágenes, propaganda. En una foto al lado de Petro
vemos a un indígena de Tacueyó, a un papero vestido de campesino, a un etnólogo
disfrazado de pielroja, sólo que éste, cambió el rojo por el color verde para
afirmar el identatarismo petrista. Pero ¿cuándo fue de izquierda el M19 o sea
la Anapo? ¿Puede su socialismo demagógico identificarse con el programa de una
izquierda democrática nacida de la autocrítica? ¿Frente a un incapaz como Petro,
ser de izquierda consiste en apoyar su incapacidad a costa de los derechos
ciudadanos, a costa de la verdad? ¿Dónde planteó realmente una Bogotá más
humana? ¿Dónde planteó la humanización de la Bogotá más excluida?
Sustituyendo a las verdaderas
minorías explotadas y dejadas en el abandono por parodias folclóricas,
acrecentando un odio telúrico contra los ricos, este chavismo trasnochado, en
contra de la madurez política con que se debió enfrentar la difícil problemática
capitalina, lo que hizo vivir, realmente, es el surgimiento del fascismo con su
autoritarismo, con su negación al debate de ideas, o sea, lo que Petro terminó
por mostrarnos, para que ya, nadie se lleve a engaño.