Darío Ruiz Gómez
Nuestra crónica ausencia de autocrítica, es la demostración de nuestra incapacidad
para la reflexión sobre lo que nos acontece, sobre aquellos factores
traumáticos de nuestra vida política que han dejado cicatrices, heridas
imborrables. De este modo se ha eludido enfrentar graves acontecimientos,
tragedias sociales que el poder ha convertido en anécdotas para no asumir lo
que esos interrogantes comportan. Finalmente nadie es culpable, nadie es
responsable. Cuando se creó el llamado Frente Nacional, supuestamente se inició
la paz olvidando que este pacto entre dirigencias liberales y conservadoras que
milimétricamente se dividieron la burocracia, dejó por fuera las terribles
secuelas sociales de este enfrentamiento, las heridas de los masacrados, el
destino de las familias sacadas de sus heredades, la desaparición en la miseria
urbana de millones de desplazados. Lo que se ocultó fue la concentración de la
tierra en pocas manos y a quienes se
lucraron de esta tragedia.
Pero las heridas no se borran
cuando no se han reparado las ofensas, cuando el rencor pervive en el corazón
de los huérfanos. Pablo Escobar no sólo fue un asesino compulsivo, el motivo hoy,
para horrendas telenovelas, sino ante todo el detonante de un proceso de
acelerada degradación de toda una
sociedad, no solamente de los estratos populares sino de un sector de la clase
dirigente, de la clase política. Esto incluye, recordemos la manera cómo
degradó a las Farc, al régimen de los hermanos Castro. Recordemos el
fusilamiento sin juicio previo del
Coronel Ochoa por sus vínculos con el Cártel de Medellín y, desde ahí,
la creación de una gran superestructura criminal que ha extendido sus
tentáculos al mundo. En el caso de México esta superestructura prácticamente se
ha convertido con sus dominios territoriales en un Estado paralelo con la
vigencia de sus propios códigos.
El Narco Estado Mexicano |
Como lo ha señalado Moisés Naím
se puede hablar hoy de la existencia de narcoestados. Y Venezuela es un ejemplo
de esto. Pero si bien es cierto que este vértigo terminó por arrasar muchos de
los valores inalienables de nuestra sociedad es importante recordar a un sector
del empresariado y de la clase dirigente que fue capaz de enfrentar este reto
desigual y defender los valores de la vida civil, oponerse a ese nuevo Becerro
de oro, mientras ese vértigo terminó por arrasar a muchos de quienes creyeron
que una vez beneficiados podían olvidarse de esos códigos criminales
implacables. El proceso 8.000 es un ejemplo de la manera en que estos capitales
fueron capaces de tentar conciencias débiles, proclives al espejismo de hacerse
ricos rápidamente. Por que bajo esta idolatría de la riqueza fue donde
al justo se lo identificó con el bobo, con el incapaz de caer en la engañifa y
la sordidez, de manera que se ofendió a la mujer, al honesto, al niño, a la
juventud, a los ideales puros de una nación.
Medellín preocupa por "narcoturismo y la explotación sexual. |
¿Qué nos dejó entonces este
vendaval que arrasó con nuestras tradiciones civilistas? ¿En qué medida nuestra clase dirigente
ha sido capaz de recuperar la vida
democrática, medida del justo, frente a los códigos de la criminalidad
institucionalizada? ¿Sí valió la pena la sangre de tanto juez sacrificado?
¿Cuántos dirigentes en medio de los días de espanto que vivió Medellín huyeron
de la ciudad? ¿Combatimos el egoísmo con la solidaridad, afirmando las bases de
una nueva sociedad civil? Aquello que una sociedad oculta por incapacidad para
enfrentar las consecuencias de la cobardía o negligencia moral de su clase
dirigente en asumir la verdad y fundamentar una nueva vida social basada en la
reconciliación a partir del reconocimiento de los errores, pues no hay olvido
sin reconciliación, terminará por hacerse evidente un día. Los ojos de los
ofendidos son más implacables que las normas de lo que se ha llamado justicia.