Panópticos utiliza la fotografía como práctica artística y metodología de documentación para indagar sobre los dispositivos de vigilancia presentes en el tejido urbano de Medellín. A través de derivas urbanas por las comunas 5, 12, 13 y 14, la obra mapea panópticos visibles y menos evidentes: la presencia física de cámaras, postes y estructuras de control, así como los efectos espaciales y comportamentales que estos dispositivos generan en el territorio. Esta exploración trasciende la arquitectura de la vigilancia para evidenciar cómo estos mecanismos se han integrado y normalizado en la vida cotidiana, reconfigurando las formas de habitar el espacio público.
El proyecto parte del concepto de panóptico desarrollado por Michel Foucault, reinterpretándolo en el contexto de las dinámicas urbanas contemporáneas de Medellín, donde la vigilancia se materializa tanto en miradas, códigos de comportamiento, arquitecturas, cámaras de seguridad, torres de observación, CAI móviles, y otros dispositivos de control territorial que configuran una geografía específica del poder por medio del mirar y el observar en las comunas.
De igual forma, esta investigación creación dialoga con el concepto de capitalismo de vigilancia desarrollado por Shoshana Zuboff, que define la mercantilización de datos personales como un nuevo modelo económico donde las grandes corporaciones tecnológicas explotan la información que los usuarios ceden. La vigilancia contemporánea ya no es únicamente estatal ni está fija en estructuras arquitectónicas: se ha vuelto móvil, algorítmica y corporativa. Los dispositivos móviles, las aplicaciones y las cámaras que administran nuestros datos personales construyen una arquitectura global de modificación de la conducta, estimulándonos para que nuestros deseos encajen en sus necesidades comerciales y aceptemos el registro exacerbado sin cuestionamientos.
Panópticos trasciende la denuncia para proponer formas de resistencia y transformación desde las prácticas artísticas, la experimentación y las propias comunidades. Al extraer de su contexto aparentemente natural aquellos objetos que forman parte de estos mecanismos de vigilancia —tanto físicos como digitales—, la obra nos invita a cuestionar: ¿Qué normalizamos? ¿Qué dejamos de ver por habitual? ¿Cómo podemos repensar nuestra relación con estos dispositivos que nos observan, nos acompañan y nos configuran? El proyecto se estructura en tres fases —exploración y documentación fotográfica y sonora, producción material de la obra, y socialización comunitaria— apostando por un diálogo crítico que inflexione estas infraestructuras de control.
SonoGustoso. Episodio 5. Sazón futuro, legado vivo ¡Podcast!
Hay finales que son en realidad comienzos. El último episodio de SonoGustoso no cierra una historia: abre un camino hacia el futuro donde la tradición se siembra en nuevas generaciones. Porque el fogón de Guapi nunca se apaga, solo cambia de manos. Y en ese cambio de manos reside toda la esperanza.
Durante cuatro episodios hemos viajado por los ríos, los mares, las azoteas, los manglares, los fogones y las celebraciones de Guapi. Hemos escuchado las voces de las sabedoras, los cantos de las trabajadoras, los secretos de las cocineras. Hemos probado, a través del sonido, los sabores ancestrales del Pacífico colombiano.
Pero todo ese viaje tendría un sabor agridulce si no miráramos hacia adelante. La cocina tradicional de Guapi no es un museo, es un organismo que respira, se transforma y se proyecta. Las mujeres de la Fundación Chiyangua lo saben bien: su tarea no es solo cocinar como cocinaban sus abuelas, sino asegurar que sus nietas también cocinen, pero con las herramientas de su propio tiempo. Así, la cocina no es pasado sino futuro.
La Fundación Chiyangua es una organización sostén de las prácticas culturales de Guapi y el pacífico Es un proyecto político de preservación cultural, un acto de resistencia comunitaria y un puente generacional. En sus fogones y azoteas, en sus talleres y espacios no solo se preparan platos: se transmiten saberes, se fortalecen identidades, se construye futuro.
Las mujeres que integran la Fundación entienden que su legado es so oralidad, su forma de ser y su palabra. No se trata de repetir mecánicamente las recetas de las abuelas, sino de comprender los principios que las sostienen para poder adaptarlos a nuevas realidades sin perder la esencia.
Este legado se manifiesta en cada taller donde una joven aprende a preparar el aborrajado, en cada conversación donde se explica por qué ciertas hierbas son insustituibles, en cada momento en que una niña observa cómo su abuela transforma ingredientes simples en platos extraordinarios. Esta cadena de transmisión ha funcionado durante siglos en el Pacífico, pero hoy enfrenta desafíos sin precedentes.
¿Amenazas? Muchas. Las abuelas conocen los secretos de la cocina tradicional, pero muchas veces no han tenido la oportunidad de sistematizar ese conocimiento. Las nietas, por su parte, crecen en un mundo donde la comida rápida compite con los platos que requieren horas de preparación, donde las redes sociales muestran cocinas que nada tienen que ver con la suya.
Sin embargo, el fogón sigue siendo el lugar de encuentro. Allí, entre el humo y los aromas, se sigue transmitiendo lo esencial: no solo cómo cocinar, sino por qué cocinar de esa manera, qué significa cada ingrediente, qué historia cuenta cada plato. La Fundación Chiyangua ha sabido hacer de este proceso algo intencional, organizado, valorado.
Este episodio final no esconde las dificultades. Reflexionar sobre los retos de mantener viva la tradición en un mundo que cambia es parte fundamental del legado que se quiere transmitir. Porque solo reconociendo los obstáculos se pueden buscar caminos para superarlos.
Los desafíos son múltiples: la migración de jóvenes hacia las ciudades en busca de oportunidades, la desvalorización económica del trabajo culinario tradicional, la escasez creciente de ciertos ingredientes por cambios ambientales, la competencia de alimentos procesados que resultan más baratos y accesibles, la pérdida de espacios comunitarios donde antes se cocinaba colectivamente.
Pero junto a cada reto existe también una oportunidad. Las nuevas generaciones traen herramientas que pueden potenciar la tradición: capacidad de documentar en video y audio, acceso a redes que permiten dar a conocer la cocina guapireña más allá del territorio, creatividad para adaptar recetas sin perder su esencia, conciencia sobre la importancia de la soberanía alimentaria, la autonomía y la autodeterminación.
Esta es quizá la reflexión más poderosa de este episodio final. El fogón nunca se apaga, solo cambia de manos. Es el reconocimiento de que la tradición no es estática, que la cocina viva requiere renovación constante, que cada generación aporta algo nuevo sin por eso traicionar lo ancestral.
Las mujeres de la Fundación Chiyangua comparten esta visión con fuerza, amor y visión de futuro. Saben que sus manos, algún día, estarán cansadas. Saben que otras manos, más jóvenes, deberán tomar las cucharas de palo, avivar el fuego, probar el punto de sal. Y confían en que esas manos estarán preparadas porque ellas se están encargando de prepararlas.
Un cierre que reivindica la tradición oral como memorias y fuerza transformadora. Porque la memoria no es nostalgia, es combustible del presente y acción para el futuro. Recordar cómo cocinaban las abuelas no es quedarse atrapado en el pasado, es tener fundamentos sólidos desde los cuales proyectarse.
La memoria de la cocina guapireña contiene conocimientos sobre soberanía alimentaria, sobre uso sostenible de recursos, sobre construcción de comunidad, sobre creatividad en contextos de escasez. Son conocimientos que hoy, más que nunca, el mundo necesita poner en práctica y dado el caso recuperar.
Cuando personas interesadas como nosotros o las juventudes de Guapi aprenden las recetas tradicionales, no están aprendiendo solo a cocinar: están apropiándose de herramientas para la autonomía, para la resistencia cultural, para la construcción de alternativas a modelos insostenibles de alimentación.
SonoGustoso ha sido precisamente eso: un viaje de la memoria al futuro. Empezamos escuchando las voces de las sabedoras, documentando sus conocimientos, registrando sus técnicas. Pero el propósito siempre fue mirar hacia adelante: crear un repositorio sonoro que permita que futuras generaciones accedan a estos saberes, que los valoren, que los continúen.
Este viaje nos llevó por las azoteas donde se cultiva la autonomía, por los manglares donde se recolecta con canto las pianguas y almejas, por los fogones donde se celebra la comunidad. Y nos deja en este punto final que es también un punto de partida: la certeza de que la cocina del Pacífico no se apaga, se transforma, se reinventa y se proyecta hacia adelante.
La tradición culinaria de Guapi es semilla de resistencia porque mantenerla viva es resistir a la uniformización cultural, a la pérdida de identidad, a la dependencia alimentaria. Cada plato que se cocina y come es un acto de afirmación.
Pero también es semilla de esperanza porque contiene las claves para un futuro más justo y sostenible. Las prácticas culinarias tradicionales del Pacífico son, en muchos sentidos, más ecológicas, más comunitarias, más respetuosas con el territorio que muchas de las que nos vende occidente y este mundo posmoderno y distraído.
El fogón de Guapi sigue encendido en las manos de abuelas, madres, mujeres y nuevas generaciones. Esta es la conclusión esperanzadora de este viaje sonoro. A pesar de todos los desafíos, a pesar de las amenazas a la tradición, a pesar de los cambios vertiginosos, el fogón sigue vivo.
Está vivo porque hay mujeres comprometidas con transmitir sus saberes. Está vivo porque hay jóvenes interesadas en aprenderlos. Está vivo porque existe la Fundación Chiyangua y otros espacios similares que valoran y protegen estos conocimientos. Está vivo porque la comunidad reconoce que en esos saberes culinarios reside parte fundamental de su identidad.
La cocina de Guapi es pasado, presente y futuro entrelazados en cada bocado. Es memoria que se come, identidad que se saborea, resistencia que se cocina, sazón que se escucha. Y mientras haya manos dispuestas a avivar el fuego, mientras haya oídos atentos a las historias de las sabedoras, mientras haya paladares que reconozcan el valor de estos sabores únicos, el sazón futuro estará garantizado y el legado seguirá vivo, sonando.
Este es el episodio final de "SonoGustoso", un viaje sonoro que reconoce y homenajea la cultura del Pacífico colombiano. Gracias a todas las mujeres de la Fundación Chiyangua que abrieron sus cocinas, compartieron sus saberes y nos mostraron que la cocina y comida son bienstar y semilla de futuro. Este proyecto es un testimonio de que el fogón nunca se apaga: solo cambia de manos, y en esas nuevas manos late la esperanza de que los sabores, los saberes, las sazones y la identidad del Pacífico seguirán inspirando y alimentándonos.
El domingo 26 de octubre de 2025, en el marco de la celebración de los 41 años del Hip Hop en Medellín, se realizó por Atómikos Crew el 3er Encuentro Memorias del Spray: El legado del graffiti en Medellín y su conexión con la cultura Hip Hop, una charla sin precedentes que reunió a voces fundamentales de distintas generaciones del graffiti local.
El evento tuvo lugar en la sede de Atómikoz y el Sindicato del vinilo en el barrio Boston de la comuna 10 La Candelaria de Medellín, y fue convocado por artistas, gestores y referentes del Hip Hop en la ciudad desde 1997, año en que crearon el grupo de rap.
En el encuentro participaron @brick.j.art (pintando desde la década del 1980), @bboymksuno (pintando desde la década de 1990), @pepegraffer_96 (pintado desde la década de 1990), y Hopaz (pintando desde la década de 2012), cuatro exponentes que han construido y sostenido los códigos, estilos y memorias del graffiti en el Valle de Aburrá.
Durante la conversación, de más de cuatro horas de duración, Checho Atómiko iba soltando preguntas, que permitieron trazar una línea de tiempo entre el pasado y el presente del graffiti en Medellín: sus orígenes en los barrios, su vínculo con el Hip Hop, las transformaciones estéticas y políticas del movimiento, y la manera en que las nuevas generaciones siguen apropiándose de la calle como espacio de expresión y resistencia.
El conversatorio fue una cita con la historia y las memorias personales de estos exponentes. Leyendas, veteranos y artistas emergentes compartieron experiencias que van desde los primeros muros hasta los actuales procesos comunitarios y pedagógicos del graffiti. El público, diverso y atento, participó en un diálogo abierto que reafirmó al graffiti como una práctica que crece cuando se construyen procesos de apropiación.
Puedes escuchar la conversación, dale play a los siguientes audios:
SonoGustoso. Episodio 4. Aborrajado de maíz, celebrando el Pacífico. ¡Podcast!
Hay platos que trascienden su condición de alimento y se convierten en eventos. El aborrajado de maíz es uno de ellos: un abrazo de comunidad que se cocina en Semana Santa y se comparte en abundancia, transformando el fogón en altar y la comida en ceremonia. En Guapi, este plato es símbolo de unión, memoria colectiva y celebración del territorio.
La cocina también es fiesta y abundancia en cada bocado. Esta verdad se hace evidente cuando llega la Semana Santa a Guapi y los fogones se encienden para preparar el aborrajado de maíz. No es casualidad que este plato se reserve para momentos especiales: su preparación requiere tiempo, ingredientes específicos y, sobre todo, la intención de crear algo que se va a compartir generosamente.
Cada grano de maíz molido cuenta la historia de un pueblo que se reúne alrededor del fogón para agradecer, compartir y recordar. Es la historia de un territorio donde el maíz llega de la tierra firme y se transforma en la sartén para crear algo nuevo, algo que solo existe en el Pacífico colombiano.
Teófila Betancurt y Marcelina Solís maestras del fogón, son sabedoras que guardan los secretos de un plato que conecta generaciones. Cuando ellas hablan del aborrajado, no recitan simplemente una lista de ingredientes y pasos. Revelan una filosofía completa sobre cómo la comida crea comunidad.
"El aborrajado es un abrazo de comunidad", dice doña Teófila con la sabiduría de quien ha preparado este plato innumerables veces, cada una con el mismo amor y la misma intención de crear algo que una a la gente. Y tiene razón: el aborrajado no se hace para comer solo, se hace para compartir con otras y otros.
Doña Marcelina complementa estos saberes con sus propios relatos, donde el fogón se convierte en altar de la abundancia. Porque hay algo ritual en la preparación del aborrajado durante Semana Santa, algo que va más allá de lo culinario y toca lo espiritual, lo comunitario, lo identitario.
Si entonamos la memoria del maíz en Semana Santa, el aborrajado es un plato que narra el territorio. El maíz representa la tierra, las siembras, la agricultura ancestral. Es un grano propio de estas tierras, que alimentó a los pueblos originarios y luego a las comunidades afrodescendientes que construyeron vida en el Pacífico.
Cuando se prepara el aborrajado, se está contando una historia completa del territorio: el trabajo agrícola, los saberes de la tierra, el conocimiento sobre cómo transformar el maíz en algo único y especial. Esta preparación no muchos procesos de alquimia y hasta magia. Es el resultado de siglos de conocimiento acumulado sobre texturas, sabores y técnicas que crean armonía. Es ciencia empírica disfrazada de tradición culinaria.
Más allá de todo esto, el aborrajado de maíz es símbolo de unión y memoria porque su preparación convoca a toda la familia. Las abuelas enseñan a las nietas cómo debe quedar la masa, ni muy espesa ni muy líquida. Las madres explican el punto exacto del aceite, ese momento preciso en que el aborrajado debe entrar a la sartén. Los niños aprenden observando, probando, ayudando en lo que pueden.
Cocinado en Semana Santa y en fiestas comunitarias, este plato marca los momentos importantes del calendario. Su presencia anuncia celebración, su abundancia garantiza que nadie se quedará sin comer. Porque esa es otra característica del aborrajado: siempre se hace en cantidad, siempre se comparte generosamente, siempre se manda donde los padrinos, siempre sobra para el vecino que llega.
Hay algo profundamente significativo en la forma como Teófila y Marcelina hablan del fogón. Para ellas, el fogón se convierte en altar de la abundancia cuando se prepara el aborrajado. No es una metáfora vacía: es el reconocimiento de que cocinar es un acto sagrado, especialmente cuando se cocina para la comunidad, cuando se prepara comida para celebrar.
El fogón es el centro de la casa en el Pacífico. Alrededor de él se cocinan los alimentos, se cuentan las historias, se transmiten los conocimientos, se toman las decisiones importantes. Cuando ese fogón se dedica a preparar un plato festivo como el aborrajado, se está creando un momento especial, un espacio-tiempo donde lo cotidiano se eleva a lo ceremonial (extra cotidiano).
Cuando Teófila y Marcelina preparan el aborrajado, cuando enseñan su receta, cuando cuentan las historias asociadas a este plato, están realizando un acto de resistencia cultural. En un mundo donde la comida rápida y los productos industrializados amenazan las cocinas tradicionales, mantener viva la preparación del aborrajado es defender la identidad.
Es decir: nosotros sabemos cocinar, tenemos nuestros platos, nuestras celebraciones, nuestras formas de crear comunidad alrededor de la comida. Es resistirse a que todo se uniformice, a que se pierdan los sabores únicos del territorio, a que desaparezcan las preparaciones que requieren tiempo y dedicación.
"Un plato que une, un sabor que celebra" no es solo un eslogan bonito. Es la descripción exacta de lo que representa el aborrajado de maíz para las comunidades del Pacífico. Cada vez que se prepara, se está celebrando: la abundancia de la tierra, el conocimiento de las abuelas, la continuidad de las tradiciones, la fuerza de la comunidad.
El sabor del aborrajado es inconfundible: la dulzura del maíz, la textura crujiente por fuera y suave por dentro, el punto exacto de sal que realza todos los ingredientes. Es un sabor que existe en espacios propios, un sabor que es pura identidad guapireña.
El aborrajado de maíz es, finalmente, una celebración en su totalidad. Celebra sus ingredientes únicos, celebra el trabajo de las mujeres que los cultivan, celebra los saberes culinarios transmitidos por generaciones, celebra la capacidad de crear belleza y abundancia incluso en contextos de dificultad.
Cuando se muerde un aborrajado recién hecho, caliente del fogón, se está probando siglos de historia, décadas de refinamiento de la receta, horas de trabajo en la preparación. Se está probando amor, comunidad, identidad y resistencia. Se está probando el Pacífico colombiano.
Mientras haya fogones encendidos en Semana Santa preparando aborrajados, mientras Teófila y Marcelina sigan compartiendo sus saberes, mientras las nuevas generaciones aprendan que la cocina también es fiesta y abundancia, el Pacífico seguirá vivo, seguirá celebrando, seguirá siendo ese territorio único donde cada plato cuenta una historia de resistencia, hermandad y alegría.
Encuentra más historias y recetas en el libro "Saberes y Sabores del Pacífico Colombiano", un documento que preserva la memoria culinaria de Guapi hasta Quibdó.
Con una trayectoria artística de más de 17 años, Worm, se ha consolidado como diseñador gráfico, escritor de graffiti y formador en la ciudad de Medellín. Muy joven empezó su exploración de la calle, el aerosol y el graffiti, con el colectivo Graffiti de la 5, y esa pasión lo llevó a desarrollar proyectos que van más allá de las paredes, su principal pasión.
Uno de sus hitos más destacados es la creación y edición de la revista de arte urbano Espacio Público con Graffiti de la 5, una de las primeras en su género en Medellín, así como del libro pedagógico-lúdico Estilos y Colores, dedicado al análisis, la enseñanza y la diversión de los estilos de graffiti, pensado para público infantil-juvenil.
Su recorrido como escritor ha estado marcado por una dedicación firme al estilo salvaje (wild style) de la escritura urbana: desde throw-ups y block letters, hasta desarrollos complejos de wild style, siempre experimentando con nuevas técnicas y soportes.
Su conocimiento de diseño gráfico ha sido clave para evolucionar en las letras, el arte urbano comercial e independiente, y para colaborar con otros artistas en comisiones y trabajos conjuntos. Worm no sólo pinta: comunica, investiga, enseña y apuesta por una vida artística que conecta estética, calle y técnica.
En sus propias palabras: “Para mí el graffiti es un salvavidas … hoy vivo netamente de hacer letras, de escribir y de hacer graffiti y murales. Pasó de ser hobby a ser trabajo” (Revista Cartel Urbano). En su Instagram @wormwh o @WormPieces se pueden seguir sus piezas, lanzamientos y proyectos editoriales.
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