Cocina y comida

SonoGustoso. Episodio 3. La piangua. Un tesoro de los manglares. ¡Podcast!

Hay oficios que se viven con todo el cuerpo. La recolección de piangua es uno de ellos: barro hasta las rodillas, agua salada que salpica, sol ardiente sobre la espalda y cantos que se elevan entre las raíces del manglar. Es un trabajo que exige fuerza, conocimiento profundo del territorio y una resistencia que solo las mujeres del Pacífico colombiano parecen poseer.

En los manglares de Guapi y Quiroga, Cauca, el molusco de la piangua es unan práctica social y alimentaria de siglos de tradición afrodescendiente: es sustento económico, es ingrediente fundamental de la cocina tradicional y es, sobre todo, un símbolo de la relación ancestral entre las comunidades negras y su territorio.

La piangua (Anadara tuberculosa y Anadara similis) habita en las raíces del manglar, ese ecosistema liminal donde el agua dulce se encuentra con la salada, donde la tierra firme da paso al mar. Recolectarla es un oficio y también un canto que une a las piangueras en una labor que requiere conocimientos especializados transmitidos de generación en generación.

El molusco piangua conecta mar, río y selva en un solo ingrediente. Viene del manglar, ese ecosistema único donde convergen aguas dulces y saladas. Se cocina con ingredientes de la selva como el chontaduro y hierbas de las azoteas Se acompaña con productos del río como el pescado. Es un punto de encuentro entre todos los ecosistemas que conforman el territorio del Pacífico.

Entrar al manglar es adentrarse en un universo complejo. Las piangueras saben leer las mareas, conocen los ciclos lunares que determinan cuándo y dónde encontrar las mejores pianguas. Saben distinguir entre las que están listas para recolectar y las que deben dejarse crecer. Este conocimiento ecológico es tan sofisticado como cualquier estudio científico.

El proceso de extracción es arduo. Ir a la puja significa adentrarse remando en balsas o ir en lanchas con motor, para luego, en el lugar buscar entre las raíces sumergidas, extraer los moluscos con cuidado y cantando para no dañar y preservar el ecosistema, cargar la cosecha en canastos que al final del día pesan decenas de kilos y regresar...

Los cantos de las piangueras no son un adorno folklórico. Son parte esencial del trabajo: marcan el ritmo de la labor, alivian el esfuerzo físico, crean comunidad en medio del manglar, transmiten conocimientos, cuentan historias. Entre risas, palabreos y agua salada, se revela un universo completo donde lo laboral, lo cultural y lo espiritual se entrelazan de forma indisoluble.

Ahora bien, la piangua es uno de los mayores tesoros del Pacífico, y no solo por su valor económico. En la cocina guapireña, la piangua es protagonista de múltiples platos emblemáticos: ceviche, sudado, tamal, arroz atollado, arroz endiablado y empanadas Cada preparación tiene sus secretos, sus técnicas específicas, su momento apropiado.

Cuando Esneda habla de la importancia de la piangua en la cocina tradicional, está hablando de mucho más que recetas. Está hablando de identidad, de sustento, de autonomía alimentaria, de la capacidad de las comunidades para alimentarse a partir de su propio territorio. Su voz nos guía en un recorrido sonoro donde cada concha tiene una historia que contar, donde el trabajo físico se entrelaza con la tradición oral, donde el barro, el agua y los cantos son el telón de fondo de un oficio que alimenta cuerpos y fortalece raíces.

Desafortunadamente, este oficio enfrenta amenazas enormes. La contaminación de los manglares, el cambio climático que altera los ciclos de las mareas, la sobreexplotación, las políticas que no reconocen ni protegen a las piangueras, la desvalorización económica de su trabajo y la presión de actores armados ilegales sobre las comunidades. 

Esto nos lleva a pensar la resistencia como alternativa y accionar, es decir,  su resistencia es silenciosa pero férrea. Cada día que salen a pianguear están diciendo: este territorio es nuestro, estos conocimientos son valiosos, este oficio tiene dignidad, esta forma de vida merece continuar, ya que la piangua guarda siglos de memoria afrodescendiente en sus conchas iridiscentes. Es testimonio de la capacidad de las comunidades negras del Pacífico para construir sistemas de vida sostenibles, para desarrollar conocimientos ecológicos profundos, para crear belleza y comunidad incluso en las condiciones más difíciles.

Así que mientras haya piangueras cantando en los manglares, mientras la piangua siga siendo protagonista en las cocinas guapireñas, mientras este tesoro continúe alimentando cuerpos y fortaleciendo raíces, el Pacífico seguirá vivo, seguirá resistiendo, seguirá siendo ese universo culinario que conecta mar, río y selva en perfecta armonía.

Porque la piangua es más que un molusco. La piangua es canto, trabajo y alimento. Es memoria que se extrae del barro, tesoro que se comparte en la mesa, tradición que se transmite en cada concha que pasa de manos expertas a manos jóvenes que aprenden el oficio ancestral.

Las piangueras son guardianas no solo de un recurso alimenticio, sino de todo un sistema de conocimientos ecológicos, de prácticas sostenibles desarrolladas durante siglos, de formas de relación con el territorio que hoy más que nunca necesitamos recuperar y valorar.

Proteger la piangua es proteger el manglar. Proteger a las piangueras es proteger un patrimonio cultural. Valorar su trabajo es reconocer que hay formas de relacionarse con el territorio que son más sabias y sostenibles que muchas de las que nos vende el desarrollo moderno y el capitalismo de vigilancia.

Este es el tercer episodio de SonoGustoso, una producción que celebra la cultura, los saberes, las sazones y los sabores del Pacífico colombiano. Escucha el testimonio completo de Esneda Montaño y acompáñala en su recorrido por los manglares de Guapi, donde cada piangua recolectada cuenta una historia de resistencia y comunidad. Un viaje sonoro de sabores y memorias que resisten en el territorio.

Latidos

 Pulsaciones: Eskibel

El primer mural que marcó el rumbo de la carrera de Eskibel apareció en 2009, cuando tenía apenas 16 años. Ya llevaba varios años explorando el graffiti y el tagging en las calles, experimentando con el aerosol y con la estética —y la ética— que define esta cultura urbana. Hasta mediados de 2018, la calle fue su principal escuela: allí aprendió las técnicas, los códigos y la potencia expresiva del muro como espacio de resistencia y comunicación.

En 2014 ingresó a estudiar Sociología en la Universidad de Antioquia, y esa experiencia académica transformó su mirada sobre el arte. Durante varios semestres desarrolló investigaciones sobre arte urbano, reflexionando sobre sus dimensiones sociales, políticas y simbólicas. De ese proceso surgió una propuesta visual vinculada al discurso del nuevo muralismo, corriente que integra elementos de la pintura de estudio, el muralismo clásico y el street art, con la intención de generar obras de alta plasticidad que inviten a la reflexión crítica.

El paso del graffiti al nuevo muralismo supuso para Eskibel una transformación profunda en su relación con la calle, los tiempos de producción y los territorios. Apoyado en los saberes sociológicos, la cultura Hip Hop y el proceso organizativo dela corporación Manguala, busca crear imágenes humanistas, cargadas de sentido social y diálogo comunitario. Cada mural se convierte en una conversación con quienes habitan los espacios donde trabaja, una apuesta que conecta su obra con el arte relacional y con la escucha activa de los territorios.

A lo largo de más de diez años de trayectoria, Eskibel ha participado en numerosos festivales locales, nacionales e internacionales, así como en espacios de conferencia y formación artística. Su práctica no se limita a la pintura: se expande hacia la enseñanza, la investigación y el debate sobre el papel del arte urbano en la transformación social. En cada muro, su obra deja ver una búsqueda constante por conectar estética, pensamiento crítico y memoria colectiva.

Visualiza la charla virtual Pulsaciones. Conexiones y ritmos vitales, o da clic aquí

Cocina y comida

SonoGustoso. Episodio 2. Las azoteas y las guardianas de la tierra. ¡Podcast!

Hay espacios que desafían su propia definición. Las azoteas de Guapi además de patios traseros con huertas, son universos elevados sobre pilotes, jardines suspendidos donde florecen hierbas, frutos y saberes que sostienen la vida misma. Territorios de resistencia y organizaciones que parten del cilantro como tejido, donde cada planta cuenta una historia de autonomía, cada semilla es un acto político y cada cosecha alimenta el cuerpo y la memoria colectiva guapireña.

En el Pacífico colombiano, donde el agua gobierna los ritmos de vida, las azoteas se convierten en espacios estratégicos de soberanía alimentaria y autonomía organizativa. Son huertas que guardan historias, resistencias y soberanía alimentaria. Más que patios: son ecosistemas completos donde la tierra se cultiva en diálogo constante con el río, el mar y la selva.

No es casualidad que sean las mujeres quienes han transformado estos lugares en verdaderos laboratorios de soberanía alimentaria. Soraida Montaño, doña Teófila Betancurt y doña Marcelina Solís son apenas tres voces de un coro mucho más amplio de la Fundación Chiyangua. Ellas son las guardianas de este espacio, donde han tejido en cada semilla una herencia de comunidad y futuro.

Cuando recorres una azotea en Guapi, ves un sistema complejo de conocimientos transmitidos por generaciones: qué hierbas crecen juntas, cuáles necesitan más sombra, cómo aprovechar cada rincón según la luz del sol, qué especies medicinales deben estar siempre a mano, cuáles son las especias, ramas y aromáticas esenciales para la cocina tradicional.

Allí conviven la chiyangua para todas la preparaciones, el cimarrón para los caldos, el orégano para los guisos, el poleo para las digestiones difíciles, el limoncillo para las fiebres, la albahaca que perfuma el arroz. Pero también están los frutales: la papaya que madura al sol, el plátano que nunca falta, el chontaduro que marca las temporadas. Cada planta tiene su propósito, su momento, su lugar en el ecosistema doméstico.

Este conocimiento es resultado de años de observación, experimentación y diálogo con el territorio. Las guardianas saben leer los ciclos del río, anticipar las lluvias, entender cuándo el mar traerá brisa salada que puede afectar ciertos cultivos. Sus investigaciones en el día a día son tan valiosas como cualquier estudio académico, aunque raramente se reconozcan como tal.

Las azoteas representan algo fundamental que a menudo se invisibiliza: la autonomía económica y cultural de las mujeres. En un contexto donde los alimentos procesados llegan cada vez con más fuerza, donde las semillas transgénicas amenazan las variedades locales, donde la dependencia del mercado se impone como única opción, estas huertas elevadas que conocemos como Azoteas son espacios de libertad.

Doña Teófila lo sabe bien. Cada mañana revisa sus cultivos, cosecha lo necesario para el almuerzo, identifica qué necesita atención. No depende completamente del mercado para alimentar a su familia. Tiene control sobre lo que come, sobre lo que cocina, sobre lo que transmite. Eso es soberanía alimentaria en su expresión más pura y cotidiana.

Soraida Montaño, por su parte, ha convertido su azotea en un espacio de experimentación constante. Cuando ella abre las puertas de su mundo cotidiano, descubrimos que su trabajo diario es también investigación aplicada: prueba nuevas combinaciones, recupera semillas que estaban desapareciendo, intercambia conocimientos con otras mujeres del barrio. Sus azoteas son explotarios (laboratorios) de biodiversidad y memoria.


Hay que decirlo claramente: sembrar en las azoteas de Guapi es un acto de resistencia. Es resistir a la uniformización alimentaria, a la pérdida de conocimientos ancestrales, a la dependencia económica. Es decir "nosotras sabemos cómo alimentarnos, conocemos nuestro territorio, guardamos las semillas de nuestros ancestros y ancestras". Cada planta que crece en una azotea es un puente entre el pasado y el futuro.  La azotea es su aula, la farmacia, una despensa y su legado.

Lo más extraordinario de estas azoteas es que no existen en aislamiento. Están en diálogo permanente con el río, el mar y la selva. Las mujeres saben que el agua dulce que sube con las mareas nutre de cierta manera, que la brisa marina trae sal y minerales, que los pájaros que vienen de la selva traen semillas en sus patas y su plumaje.

Este entendimiento profundo del territorio hace que cada azotea sea única, adaptada a su microclima específico, a su relación particular con los elementos. No hay dos azoteas iguales porque cada una responde a las condiciones específicas de su ubicación, a los saberes particulares de quien la cuida, a la historia familiar que la habita.

Estos espacios sostienen la cocina tradicional de formas que apenas comenzamos a comprender. Sin las hierbas de las azoteas, muchos platos perderían su identidad. Sin el conocimiento de estas mujeres sobre ciclos, combinaciones y usos, se perdería un patrimonio inmaterial invaluable.

Este conocimiento profundo ha quedado plasmado en cartillas fundamentales para la preservación de estos saberes. "Las Azoteas un embrujo natural" documenta precisamente esa magia cotidiana: cómo estos espacios aparentemente simples contienen universos completos de biodiversidad, técnicas agrícolas adaptadas al territorio y sabiduría acumulada durante generaciones.

El título no es casual: hay algo de encantamiento en ver cómo la tierra produce en lo alto, suspendida entre el cielo y el agua, desafiando las lógicas convencionales de la agricultura. Es un embrujo natural tejido por manos de mujeres que conocen los secretos de hacer florecer la vida donde otros solo verían limitaciones.


Complementando este trabajo, "Las Azoteas: El sabor y el aroma de la cocina tradicional guapireña" establece el vínculo directo entre lo que crece en las azoteas y lo que llega a la mesa. Porque no se puede entender la cocina del Pacífico sin conocer de dónde vienen sus ingredientes, quién los cultiva y por qué ciertas hierbas son insustituibles en determinados platos.

Estas cartillas son registros, documentos y herramientas de preservación (transmisión del patrimonio cultural inmaterial) y resistencia cultural, materiales etnoeducativos que permiten que el conocimiento de las guardianas llegue a nuevas generaciones de forma organizada, sin perder su esencia oral y práctica.

Las azoteas son archivos vivos de biodiversidad, bancos genéticos comunitarios y formas alternativas de organización y resistencia, donde se preservan variedades adaptadas a las condiciones específicas del territorio. Son espacios de investigación empírica donde las mujeres, sin laboratorios ni títulos académicos, realizan trabajo científico de primer nivel todos los días.

Pero quizá lo más hermoso de las azoteas es su dimensión comunitaria. Las semillas se intercambian entre vecinas, los esquejes viajan de casa en casa, los consejos se comparten en las tardes, las cosechas se regalan cuando abundan. Las azoteas tejen redes invisibles pero sólidas de apoyo mutuo, solidaridad y cooperación.

Cuando Soraida, Teófila y  Marcelina abren las puertas de su mundo cotidiano, nos están mostrando un modelo de vida donde la autonomía es posible, donde el conocimiento ancestral tiene valor, donde las mujeres y las plantas son protagonistas fundamentales de la sostenibilidad.

La Ciudad Graffiti

 Festival InkVasión

El viernes 10 de octubre de 2025, en Locación Secreta, se llevó a cabo el conversatorio “Lo práctico de invadir. Lenguajes que irrumpen lo cotidiano”, un encuentro que reunió a exponentes del arte urbano, la fotografía y la curaduría en Medellín, como apertura del primer Festival de gráfica y acción InkVasión.

El espacio propuso una reflexión abierta sobre las formas en que el arte callejero, el graffiti y otras prácticas visuales dialogan con la ciudad, transformando la percepción de los espacios y cuestionando los límites entre lo legal, lo estético y lo político.

Participaron el Colectivo Gráfico La Parresía, la escritora de graffiti Rərónicə, la fotógrafa Lina Ríos, el curador Juan David Quintero y representantes de los crews GSC y LAR, quienes compartieron experiencias sobre sus procesos disruptivos, creativos y las dinámicas que surgen al intervenir el espacio público.


Entre relatos, imágenes y reflexiones, el conversatorio dejó ver cómo el arte urbano gráfico continúa siendo una práctica viva que dialoga con la calle, se adapta al cambio y mantiene su potencia de resistencia. Una noche de ciudad, muros, humo e ideas que habitaron de otra manera lo cotidiano.

Para escuchar el audio de las preguntas y respuestas del conversatorio, dar cli aquí

Latidos

Seminario de Grafiti y Arte Urbano Gráfico de Medellín: Memorias, lenguajes y prácticas.


El Seminario de Graffiti y Arte Urbano de Medellín: Memorias, lenguajes y prácticas, realizado el 9 de octubre de 2025, en el marco de la Bienal LATIDOS, fue un encuentro de saberes sobre política pública, curaduría, creación, acción, derecho, comunicación y circulación.  Más que un encuentro académico o artístico: fue una conversación viva entre generaciones, territorios, públicos y formas de entender la ciudad. Durante una intensa jornada, Medellín se miró en su propio espejo urbano y reconoció en los muros la huella de sus memorias, sus luchas y sus búsquedas colectivas.
Asistentes al seminario en el auditorio Beethoven. Fundación Universitaria Bellas Artes. Fotografía cortesía Agencia APP. 2025.
El evento, organizado por ComuniGraff, la Agencia APP y la Secretaría de Cultura Ciudadana del Distrito, y operado por la Fundación Universitaria Bellas Artes, contó con el apoyo de diversas universidades del Distrito: la Facultad de Artes de la Universidad de Antioquia, la Universidad San Buenaventura, el Tecnológico de Artes Débora Arango, la Universidad Luis Amigó, la Corporación Universitaria Remington, la Universidad Pontificia Bolivariana y la Institución Universitaria Salazar y Herrera.
Participantes del seminario en la jordana de la mañana. Fundación Universitas Bellas Artes. Fotografía cortesía Agencia APP. 2025.
Con 277 personas inscritas, 211 asistentes activos durante el día, 111 certificados entregados y más de 400 vistas de la transmisión en vivo, el seminario confirmó que el arte urbano ya no se concibe como una práctica marginal, sino como un campo legítimo de conocimiento, de gestión cultural y de política pública, por lo que certámenes como este merecen realizarse anualmente.
Dos generaciones. James Durango "Brick-J", uno de los pioneros del graffiti en Medellín con su hijo Jacob, compartiendo pasiones y espacios. Fundación Universitaria Bellas Artes. Fotografía cortesía Agencia APP. 2025.

Una mañana para pensar la ciudad desde sus muros, prácticas y políticas

María Clara Arrubla presentando los avances de Agencia APP. Fotografía cortesía Agencia APP. 2025.
La jornada inició con una serie de paneles que pusieron sobre la mesa los temas más urgentes del arte urbano contemporáneo. El panel de política pública reunió a Cristian Cartagena (Subsecretario de Arte y Cultura de la Secretaría de Cultura Ciudadana), María Clara Arrubla (Agencia APP) y Manuel Mejía (ComuniGraff), quienes reflexionaron sobre los retos institucionales de consolidar una política distrital que acompañe los procesos de creación, circulación y reconocimiento del arte urbano en Medellín,, a la luz del acuerdo 010 de 2020 como carta de navegación para el fortalecimiento del Arete Urbano Gráfico.
Manuel Mejía, representante de Comunigraff, expone desde el gremio cómo se ve el avance en la política pública. Fotografía cortesía Agencia APP. 2025.
Luego, el panel de curadores —con Juan David Quintero, Juan Fernando Vélez (Pachamama), James Durango (Brick-j) y Fredy Álzate (Constelaciones)— trazó una mirada sobre la curaduría como práctica expandida, donde el muro, la calle y la ciudad galería se entrelazan en una misma narrativa visual.
Juan Fernando Vélez "Pachamama" participa en el panel de curadores con James Durango y Fredy Álzate. Fotografía cortesía Agencia APP. 2025. 
Puedes ver los paneles de política pública y de curadores, o dar clic al enlace aquí


El panel de colectivos, integrado por Alejandra (Suuralas), Anyela (Pirañas Crew) y José (Graffiti Art), resaltó el papel de las escuelas y festivales en la construcción de ciudad desde el arte colaborativo, siendo la razón de ser y raíz de la bienal.
Alejandra Calle (Colectivo Suuralas), José Monroy (Graffiti Art Escuela) y Anyela Vanegas (Pirañas Crew) comparten sus visiones desde los procesos organizativos. Fotografía cortesía Agencia APP. 2025.
El panel de protagonistas, con Alejandro Villada (Pac Dunga), William Monsalve (Fast) y Verónica Morales (Rarónica), permitió recorrer cuatro décadas de historia del graffiti en Medellín, un viaje por estilos, territorios y generaciones que han dejado su trazo indeleble en la memoria urbana.
Rarónica, Fast y Pac Dunga, tres generaciones del graffii y el arte urbano compartiendo visiones y perspectivas. Fotografía cortesía Agencia APP. 2025.
Puedes ver los paneles de colectivos y protagonistas, o dar clic al enlace aquí

 

Una tarde de  diálogos y saberes sociográficos compartidos

Taller de derechos de autor y propiedad intelectual con el artista y abogado David Gómez (UdeA). Fundación Universitaria Bellas Artes. Fotografía cortesía Agencia APP. 2025
En la jornada de la tarde, el seminario se transformó en un espacio de aprendizaje colectivo. En las mesas y diálogos de Saberes abordaron temas cruciales para la profesionalización y sostenibilidad del arte urbano. 
Taller de internacionalización del arte urbano con Nino Gaviria de la Universidad San Buenaventura. Fundación Universitaria Bellas Artes. Fotografía cortesía Agencia APP. 2025.
El abogado David Gómez (UdeA) orientó el espacio sobre propiedad intelectual, mientras Nino Gaviria (Universidad San Buenaventura) compartió estrategias sobre internacionalización del arte urbano. 
Mesa de cartografía femenina en el arte urbano gráfico con Carmen Álvarez (Tecnológico de Artes Débora Arango) y Verónica Morales (Universidad Luis Amigó). Fundación Universitaria Bellas Artes. Fotografía cortesía Agencia APP. 2025.
Por su parte, Catalina Rojas (UdeA) guio a los asistentes en la creación de un portafolio efectivo para creadores, y Carmen Álvarez (Débora Arango) junto a Verónica Morales (U. Luis Amigó) lideraron el taller Cartografía femenina: voces que habitan la ciudad, un diálogo sensible sobre la presencia de las mujeres en el espacio público y en las narrativas visuales urbanas.
Taller de portafolio efectivo para creadores con Catalina Rojas (UdeA). Fundación Universitaria Bellas Artes. Fotografía cortesía  Agencia APP. 2025.
Cada conversación, cada ejercicio, reafirmó que el arte urbano gráfico y  el graffiti en Medellín es una práctica estética, una forma de pensamiento, una pedagogía de lo sensible y una herramienta política que redefine la relación entre artes, visualidades y territorio.

Todos los actores, todos los sectores, todos los latidos

El Seminario LATIDOS 2025 fue una experiencia colectiva donde la ciudad se pensó a sí misma desde sus muros, lenguajes y prácticas. Entre palabras, colores y memorias, quedó claro que el arte urbano gráfico y el graffiti no solo se pintan: también se estudia, se gestiona, se enseña y se transforma. Medellín —con su historia marcada por el arte urbano— late al ritmo de sus creadores, investigadores, docentes y estudiantes, demostrando que los muros son archivos, los aerosoles instrumentos de memoria, las personas bibliotecas y referentes sociales, y el arte una manera de habitar el futuro.


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Descarga las presentaciones de los panelistas y talleristas en el siguiente enlace

Descarga las transcripciones de los paneles, conversatorios y talleres en el siguiente enlace