La llama que no se apaga: rock, sollis y familia en la Zona Noroccidental
Caímos al parche como quienes llegan a un solli a una casa, en este caso, la nota era en el auditorio de la biblioteca. El aviso aunque estuvo en varias redes sociales, corría de voz en voz, como antes, cuando la única invitación era el rumor y la cita en un punto conocido.
En el escenario del auditorio, sillas para los moderadores e invitadxs, y una pantalla flotando como telón. Allí estaban Norman Isaza, Antonio Calao, Orlando Valencia, Luis Fernando Montoya, Ernesto Gómez, Rodrigo Mora Yepes, Álvaro Zapata, Andrés Klaus Runge, Mally Osorio, Patricia Hernández, entre otros. Nombres que para muchos son solo eso, pero que en la memoria rockera de la ciudad y de la zona noroccidental de Medellín suenan como acordes que encienden la noche.
En el inicio, la protagonista fue la poesía. Un monólogo literario de Orlando Valencia, primer bajista de Danger, radicado en USA y que viajó hace unas semanas a Bogotá para lanzar su libro "El maravilloso regalo de descansar", y luego a Medellín para este encuentro conversacional.
Las charlas arrancaron con una pregunta que golpeó como bombo en el pecho: “¿Por qué fuimos y somos rockeros?”. Ahí se abrió un catálogo de respuestas que iban desde refugio, rebeldía y grito de identidad, hasta moda, convicción y familia improvisada. Todos coincidían en algo: había una urgencia por romper el molde antes de que el modelo económico, el sistema lxs quebrara a todxs.
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Archivos del rock. Cuaderno de Patricia Hernández de 1984. Fotografía: Víctor Jiménez. 2 de agosto de 2025. |
Se dieron memorias de las cicatrices: los constantes atropellos de la policía, las etiquetas de “pinta de marihuanero”, “vagos”, “peligrosos” que les lanzaban desde la familia, la escuela, la iglesia o el barrio. Señalamientos que dolían, pero que también forjaban una hermandad imposible de explicar a quien no la vivió. Una vez en el matrimonio de la rockera Patricia Hernández hubo un enfrentamiento con la fuerza pública, varios fueron detenidos, pero finalmente lograron poder seguir en la fiesta, en la nota. Entre los raros o rockers nació un código invisible que te distinguía en la calle y te salvaba la vida.
"Volver al ruido, al barrio, a la memoria: lo que significó estar ahí"