Comprender
la Medellín contemporánea como un espacio urbano con espesor histórico propio y
atravesado por transformaciones que la han resignificado permanentemente
implica entender este presente como un tiempo también proclive al cambio y a la
modificación. Desde el punto de vista de las prácticas de los espacio de
intercambio una sociedad y una ciudad no tienen esencia, es decir, siempre una
ciudad y una sociedad tienen una relación discontinua, problemática, heterogénea
y cambiante con los espacios y con las formas plurales de vivir y habitar la
ciudad a través de sus prácticas. El consumo no implica estabilidad y
homogeneidad sino tensión, resistencia, conflicto y resiginificación. Las
características habitualmente atribuidas al consumo contemporáneo no servirían
para entender los funcionamientos reales de los espacios de intercambio, sus
espacializaciones diferenciadas, las prácticas que los definen y el sentido
equívoco que dan a la ciudad. Un análisis alternativo del consumo y sus
espacios en nuestra contemporaneidad urbana implica el uso de herramientas
conceptuales que nos permitan entender el conjunto heteróclito de prácticas
espaciales que operan en la ciudad.
Es
lugar común referirse al Centro comercial, o mall, como el espacio que
sintetiza la cultura urbana del mundo contemporáneo, y asociarlo de forma
inmediata con la globalización, la banalización de las formas urbanas y el fin
del espacio público como el lugar por excelencia de los intercambios comerciales
y sociales. Mientras otras formas de intercambio, a veces más discretas, a
veces más ocultas, al no jugar un papel preponderante, son introducidas en
otros discursos: los de la ilegalidad, la informalidad, la pobreza, la
decadencia, el rebusque. No obstante, lejos de identificar estos escenarios
según esas formas comunes, podría decirse que la discontinuidad histórica que
significó la introducción de los grandes espacios comerciales en las ciudades
suscitó una transformación generalizada, de las prácticas de intercambio y de
la forma urbana y, por tanto, de los modos en que la ciudad es vivida y
habitada. Así, los intercambios, en tanto fenómenos históricos, introducen
espacializaciones, prácticas de espacios y subjetividades diferenciadas que dan
forma a múltiples rostros urbanos e inducen múltiples formas de habitar la
ciudad. En este sentido, la construcción y entrada en
funcionamiento, en 1972, de San Diego -el primer centro comercial de Colombia-
no supuso sólo la incorporación de una nueva tipología arquitectónica, que
tomaba como modelo el shopping center
norteamericano, sino la instauración de unos modos de existencia social,
espacial y política de la ciudad;
podría decirse entonces que el flujo y la heterogeneidad de los intercambios
comerciales en Medellín producen espacios, prácticas y sujetos que le imprimen
sentido propio a la ciudad.
En
este sentido, la clave para comprender el mundo urbano en la contemporaneidad
está en considerarlo no solamente como un topos físico sino como un complejo
sistema de intercambios heterogéneos. La transformación histórica en la que los
intercambios del comercio producen espacialidades urbanas implica cambios
esenciales en la configuración de la subjetividad de los individuos, de sus
relaciones sociales y de las formas en que se apropian y practican la ciudad.
Las prácticas de espacio de intercambio dilucidan una simbología inconsciente e
implementan procesos particulares de apropiación del espacio y formas de
habitar la ciudad que producen materialidades, espacios con carácter local y
sujetos productores continuos de
significado.