Crónicas Urbanas

Demasiado dolor por escribir


Hernán Bedoya se volvió experto en sobar adoloridos y enderezar tobillos, codos, rodillas y dedos desde hace treinta años. Su primera experiencia fue un ternero que cayó desde un barranco a un pequeño charco en el cual habían muchos zancudos; desesperado por sacar al animal que tenía lastimada su pata derecha, Hernán tomo la decisión de arreglársela, para que pudiera caminar y salir: “Hace poco me resultó una muchacha de treinta años para que le sobara un brazo que tenía torcido, ya que resbalo por las escalas de su casa y había quedado con dos codos. Yo con mi técnica y la fe en Dios y María santísima, le jalé la mano, se la fui acomodando y enseguida a lo que ya se la jalé bien, le empuje el hueso que le formaba el segundo codo, se lo empuje pa dentro y eso se fue entrando suavecito, suavecito”

Vendedor ambulante de dulces y sobador de profesión, Hernán Bedoya, es oriundo de una vereda de Santa Rosa de Cabal, Risaralda. Sin embargo desde los veinticinco años dejo su terruño y se marcho a Manizales a trabajar cargando bultos durante diecisiete años; luego tuvo un carrito de dulces y cigarrillos: “Yo estaba bien acomodado vendiendo dulces en mi carrito, pero las leyes de allá me molestaban por ese trabajo, así que vendí mi puesto y me fui para Tulúa Valle, allí también tuve una chazita por un año, pero no me fue bien y regresé a mi vereda a sembrar la tierra. Como la cosa estaba tan mala, entonces decidí irme para el Choco, allá me toco vender helados. En el Choco deje mi mujer y mis cuatro hijos porque me separé”

Hace cinco años que, este campesino risaraldense llegó a Medellín y, desde entonces, ha podido pagar su cuarto de alquiler, en el barrio Belén San Bernardo, con lo que consigue en sus ventas ambulantes y sus masajes quirúrgicos: “Antes vivía en Belén Altavista, pero, por ponerme hacer un favor, me eché un enemigo, casi pierdo mi vida”. Hernán enseña las cicatrices en sus brazos producto de un atentado:

“por darle posada a otro caballero. El, se la pasaba bebiendo y con la pieza hecha una miseria, cuando le llame la atención, me contestó con tres machetazos. El quería volarme la cabeza pero yo me tape con las manos; mi sombrero quedo cortado en seis partes, yo no lo demandé, tampoco lo volví a ver”

Su jornada diaria empieza a eso de las seis de la mañana cuando, después de haber tomado un chocolate con arepa, Hernán camina desde el barrio San Bernardo hasta el parque Berrio. Allí permanece el resto del día hasta las ocho de la noche cuando retorna a su casa de inquilinato, unas veces caminando, otras en bus: “Yo soy compositor desde 1998 cuando empecé a escribir canciones, cuatro años después de mi separación con la mujer. He escrito por lo menos cuatrocientas canciones” Dice

Hernán canta una de sus canciones “El paisano feo”. La letra habla de un pastuso que le presta cinco millones a un paisano, quien se hace una cirugía estética con el fin de mejorar su aspecto físico; luego, el pastuso no reconoce a quien le presto el dinero, y pierde su capital. Una fuerte lluvia dispersa vendedores, músicos y transeúntes del parque Berrio. Hernán se resguarda del agua bajo el viaducto del metro; allí silencioso carga su cajón de dulces con su letrero “Arreglo descomposturas de dedos-tobillos-codos- rodillas”

Quizás canta mentalmente sus canciones. Tal vez la lluvia le inspire nuevas letras; más esto es poco probable pues, en su vida y a su alrededor, ya hay demasiado dolor y ausencia por escribir.

Juan Fernando Hernández
juferh@yahoo.com