La Nacha y su
hábitat doméstico, eran un nicho de memoria palpitante, un relato nostálgico de
un pasado glamoroso de arrabal y pasional de Medellín. La calle Lovaina en la
cual se encuentra la casa, vio transitar las meretrices más buscadas de la
ciudad, algunas de ellas inmortalizadas en los cuadros de Débora Arango,
Fernando Botero, o en las líneas literarias que buscaban la prostituta de la
historia perfecta, la mujer de cuatro en conducta.
Las palabras
de La Nacha, revelaban en esencia una persona sola; pero que habitaba en
compañía. Sus relaciones de tipo doméstica y afectiva fueron del orden
económico, el trato y las relaciones con los inquilinos siempre estuvieron en
el plano de clientes. La noche y sus encantos le había traído tantos
desamores y mentiras que toda sonrisa de amistad le parecía
sospechosa.
Una pregunta rondaba
el aire, al escuchar la voz gastada y ronca de ese viejo travestí, que era todo
un referente de recuerdos de la vieja calle Lovaina: ¿qué construcción de
memoria habitaba en los afectos y recuerdos de La Nacha?
Esa memoria del entorno, y en el su inquilinato, parecían
haber moldeado un hábitat particular adecuado por La Nacha: ¿cual prevalecía en
su caso?, ¿la memoria colectiva?, ¿la memoria particular?, ¿las relaciones con
sus inquilinos?
Como
indica su cedula Armando Ignacio Franco, más conocido como La Nacha, nació un diez de
junio de 1922, en la ciudad de Medellín, pero gran parte de su niñez la vivió
en Riónegro, Antioquia.
A Lovaina, La Nacha llegó en el año 1936, cuando contaba con
catorce o quince años. Primero desempeño varios oficios en los lupanares, fue
mandadero, empleado doméstico y portero entre otros. Las madames que administraban las casas de
placer, gustaban de emplear como mandaderos a muchachos amanerados, ya que eran
delicados en el trato con la clientela y además no solían tener relaciones
pasionales con las muchachas.
Su
madre Carmen Franco, solía decirle desde pequeño que era muy buen mozo y que se
casaría y tendría hijos. La
Nacha comentaba al respecto: Desde pequeño nunca me gusto
el calor de la mujer. ¿Quizás por eso fui desgraciado?
La Nacha prefería hablar poco de su
familia; sin embargo dejaba entrever que perdió un hermano militar, ese hermano
dejo dos hijos; los sobrinos de La
Nacha a los cuales ya no reconocía, según sus palabras: Si
pasan junto a mi lado, no los reconozco. La pérdida más dolorosa en su
vida, la constituyó sin duda la muerte de su madre: Aún cuando estoy en
misa, se me viene a la memoria el recuerdo de mi madre y me corren los
lagrimones.
La Nacha asistió mientras pudo, a misa
todos los domingos en la mañana a la iglesia El Sagrario del barrio Sevilla, se
sentía molesta cuando debido a su progresiva pérdida de la vista, tropezaba y
caía: Sufro mucho porque a veces me caigo, ya que pierdo el control, ¡pum!.
De un momento al otro en el suelo. Entonces la gente dice ¡mira se cayó La Nacha, Jua, jua, jua! ...y
yo por dentro que me quiero condenar de la ira.
Sus ojos claros ya seniles, buscaban formas y luz entre los lavadores de taxis
de la calle Lovaina que reemplazaron las prostitutas y los maricas de antaño, ahora
fantasmas que vagan en el olvido.
Sin
más enemigos que los maleficios de la terrible Rosa,
La Nacha vivió
sus días entre la atención que le robaba el inquilinato y los recuerdos de un
pasado, que parecían escenas de una película que se vieron hace un mes. Bajando
el tono de la voz, como si temiera que la escuchase algún fantasma comentaba
sobre la terrible Rosa: Me manda todo
tipo de maldiciones, dizque para que yo me quede ciega y se me caiga el pelo.
Sin embargo aún me puedo hacer una cola en el cabello.
La casa de la Nacha y la calle
Lovaina: dos lugares de memoria para la ciudad.
La
primera propietaria de la casa fue Rosa Cardona, la señora Cardona compró el
lote a la Sociedad
Barrio Pérez Tríana. Ya
desde la segunda década del siglo XX, se venían ofreciendo lotes para vivienda
de autoconstrucción en lo que inicialmente se llamaría barrio Pérez Triana. La
calle Lovaina se trazaría a comienzos de 1920. Antes de urbanizarse el lugar ya
era conocido, tanto por su vecindad con el Cementerio de los ricos, así
como por sus famosos baños y cantinas.
La casa de La Nacha en el periodo comprendido entre 1940 y 1950,
no se hallaba dentro de la categoría de casas que se calificaban como casas de familias decentes, la casa pasaría luego a ser propiedad de la
señora Ligia Sierra.
La
fama de la calle Lovaina, transcendió las barreras de lo local, durante los
años treinta y principios de los cuarenta, fue sitio visitado por propios y
extraños, atraídos por las mujeres y los aires de intelectualidad que se vivía
en los burdeles. Incluso hubo quienes frecuentaban la zona hasta en el plano
familiar. La Nacha
recuerda: Cuando eso el barrio era muy lindo. Allí en toda la esquina había
un cenadero, venia el alcalde, el gobernador con sus hijas, sus hijos, sus
mujeres a tomar chocolate, eso era lo único bueno que habido por aquí.
La Nacha le gustaba pararse en la
puerta de su casa, se ponía feliz cuando la saludaban y ella contestaba el
saludo de todos. Allí estaba, tratando de encontrar remedio a su progresiva
ceguera, en la luz de una calle que ilumino su vida desde su adolescencia, sus
amores soñados y quizás no olvidados, así como las pasiones vividas y fugadas
de sus recuerdos.
Con
sus propias y sencillas palabras, definía el valor de su casa trayendo a la
memoria personajes de la historia del Medellín de arrabal: En esa
época, las mujeres todas muy hermosas,
en esta casa estuvieron Lilia Pintuco Y Marta La Pintuco...he Avemaría
que eleganciaaa...
Al cambiarse la casa
como inquilinato, la cocina fue convertida en alcoba, cuya parte del poyo se
observa aún al final del corredor, el comedor fue arreglado también como habitación. La casa por lo tanto carece
de cocina exterior y anteriormente cuando en ella habitaban inquilinos con
familias, estas cocinaban en el interior de las piezas.
La
Nacha
fue perdiendo la autonomía de su casa, confundía las voces de sus fantasmas
interiores con las de sus inquilinos, el cansancio inevitable de los años
desdibujo su voz ronca, su pasado de maquillaje y amantes se desvaneció entre
las paredes de su casa otrora burdel y ahora vetusto inquilinato.
A mediados del 2011, La Nacha perdió definitivamente
la lucha por permanecer en su casita, esa entrañable presencia viva tan suya de
la cual dijo algún día: A mi no me inviten a salir, escasamente voy a misa
los domingos por la mañana. Aquí en la casa tengo todo lo que necesito.
Se la llevaron a un ancianato, para poder velar por su cuerpo tan ajado
como la calle Lovaina. Ya no esta en el umbral de la puerta saludando a todos
con su particular coquetería. La calle Lovaina continua en cambio agitada con
sus lavadores de taxis, los mecánicos y los inquilinatos, pronto vendrá el Plan
Parcial… La Nacha
ya no esta en su casita.
Juan Fernando Hernández
juferh@yahoo.com
Entrevista
con Armando Ignacio Franco La Nacha. Medellín Octubre 10, 2009.